Esta columna es una incipiente reflexión motivada por el reconocimiento intelectual y científico a Pablo Eyzaguirre González, destacado investigador chileno con una larga trayectoria fuera de Chile dedicada a la agrobiodiversidad. Partiré con algunos recuerdos personales que me permiten referir su amabilidad y capacidad dialógica, luego mencionaré algunos conceptos fundamentales para países que podríamos denominar como de modernidad tardía propio de los países que sufrieron y sufren el explotador modelo económico cultural de la dependencia favorecido por el desarrollismo clásico y sin sentido.
En un viaje a la cordillera maulina nos tocó hacer una detención de cortesía en la zona rural de Mariposas en la comuna maulina de San Clemente. El anfitrión que nos recibía en su casa era Pablo Eyzaguirre quien con su destacada amabilidad nos ofrecía un almuerzo estrictamente nutritivo incluyendo su dedicación por ofrecer de postre un helado de frutas provenientes de cuidado cultivo orgánico. La conversación nos revelaba su amor por el campo, en su curioso lenguaje agringado, pero con expresiones huasas propias de la zona central de Chile, nos compartía severas críticas a los fertilizantes químicos que tanto daño hacen a la tierra. Me pareció notar la preocupación que representan algunas empresas que monopolizan el alto consumo por los terratenientes chilenos como Syngenta que sin escrúpulos atentan contra la tierra y ciertos consorcios agrícolas que ponen en riesgo la continuación de los cultivos tradicionales apropiándose de cuestiones fundamentales como las semillas, en esto último familias vinculadas al agro y a la política resultan muy peligrosas, por nombrar uno de estos consorcios referiré el apellido Von Baer. Este tipo de empresas internacionales monopólicas y familias poderosas que concentran la propiedad de la tierra existen en todos nuestros países del continente y operan desde una lógica mercantil común.
Otra idea que le escuché, dando un paseo por el campo, fue la de la importancia del bosque nativo, algunos de sus cercanos en un encuentro póstumo de despedida recordaba que ya difundía esas ideas desde hace más de 25 años. Es decir, su pensamiento crítico nos prevenía del peligro que constituían las empresas forestales que se han ido multiplicando en nuestra geografía.
No le atribuyo algún interés ideológico ni una gran intencionalidad política cuando hablaba de estas cosas. Su vocación era más bien motivada por su sensibilidad que le disponía una preocupación por el ser humano desde su conocimiento científico, en donde destacaba su conocimiento de la agrobiodiversidad. Esto era lo que le permitía hablar en sus investigaciones de la importancia no sólo de la seguridad alimentaria sino que también nutricional, su convicción estaba en que era esencial comer bien. Sin embargo, creo que sus aportes desde los estudios antropológicos son fundamentales en nuestro proceso de radicalización de la democracia. Lo político se ve fortalecido desde otras perspectivas, a veces ajenas a las ideologías mezquinas que vemos en quienes de manera inepta alcanzan lugares de poder al interior de los Partidos instalados en nuestras instituciones del Estado. En este caso es pertinente el aporte realizado por este destacado antropólogo homenajeado que merece mayor difusión entre nosotros.
La crisis económica a la que nos enfrentamos que sigue haciendo más ricos a unos y más pobres a otros, requiere de procesos políticos que regulen desde los pueblos algunos principios y derechos básicos que colaboren al aseguramiento de la vida digna, de ahí que me parecen relevantes para el debate político actual el compromiso con la seguridad alimentaria y nutricional como derecho fundamental no sólo para quienes habitamos el planeta sino que para aquellos a los que tenemos que dejárselo como herencia.
Alex Ibarra Peña. Dr. En Estudios Americanos.
Pablo Eyzaguirre