Reflexiones en el marco de la conmemoración del 8M.
Hasta la fecha, el año 2024 se nos presenta marcado por la violencia global, conflictos bélicos, desastres ambientales y otros hechos que dejan sus huellas en la historia. En el caso de Chile, las postales que abren el nuevo año escolar se ven teñidas por la alarmante cifra de femicidios, el aumento de la inseguridad ciudadana, un inédito incremento de homicidios y la terrible catástrofe humana y ambiental que deja a su paso el mega incendio de Viña del Mar.
Resulta delicado que, a pesar que las imágenes de violencia se pasean por nuestras pantallas en un efecto de sobremediatización; al mismo tiempo éstas se invisibilicen, normalizando y desensibilizando el dolor y la violencia. Las fake news también participan de esto: ¿qué es verdad? ¿qué es mentira? Slavoj Žizêk en 2017 señalaba que las constantes observaciones de sucesos críticos no necesariamente implican reflexiones necesarias para enfrentarlos.
En este escenario, el rol de la escuela es importante y se visibiliza como un espacio donde el resguardo de las prácticas democráticas surge como un elemento clave. En materia de violencia de género, las comunidades escolares con sus propios recursos (y en ocasiones de forma autodidacta) abordan los estereotipos de género en la sala de clases, prácticas discriminatorias, la ausencia de educación sexual integral, la baja participación de mujeres en las asambleas estudiantiles o la inacción del Estado en temáticas de acoso o violencia sexual. Sin embargo, muchas veces estas acciones responden a iniciativas aisladas y no a un compromiso colectivo.
Si bien a nivel de políticas educativas existen diversas iniciativas ministeriales que abordan la sexualidad, la afectividad y el género hacia la niñez y adolescencia, su emergencia ha suscitado una serie de reacciones y debates en las comunidades educativas; desde la recolección de firmas, cartas a directoras y directores, protestas en redes sociales y otras manifestaciones. Estas resistencias solo refieren una cosa: la desatención respecto de una educación con enfoque de género y por lo tanto la necesidad de mayor información acerca de la observación y prevención de la violencia en la escuela. ¿Cuál debe ser la respuesta ante este falso desasosiego? ¿aceptar la desazón, el vacío? ¿adecuarnos a la realidad de las circunstancias? ¿reflexionar en conjunto? Probablemente la realidad nos entregue un poco de todo. Sin embargo, independiente de cuál sea la meta, necesitamos que se posibilite una coeducación articulada entre escuela, comunidad y familia como agentes esenciales para garantizar el derecho de la educación en todo ámbito y el desarrollo de la vida en espacios libres de violencia.
En esto, quizá el llamado sea rescatar los desafíos. La primera tarea posible es entender el género como construcción y factor de desigualdad histórica; hablar de ello, discutir roles, historicidades y creencias. El segundo desafío se instala en observar el espacio educativo como un potencial para la mitigación de las violencias, así como también puede ser un lugar que las promueva, afectando la convivencia de toda la comunidad. El tercero llama a entender la educación como proyecto político: la escuela, de alguna manera, encamina los ideales de sociedad y su proyección colabora con nuestro avance y/o retroceso en materia de violencia de género.
En la actualidad nos encontramos ante la oportunidad de fortalecer el proceso a través de más y mejor participación escolar para combatir las brechas de desigualdad y la violencia de género mediante propuestas abiertas y necesarias. Esto solo es posible con el esfuerzo, compromiso, responsabilidad y participación de todas las personas de la comunidad educativa.
Dra. Cecilia Olivares y Dr. René Valdés
Escuela de Educación, Universidad Andrés Bello