Lo que sigue es un pensamiento personal, que surge de contrarrestar las nociones de poder y dominio epistemológico instalado en los últimos siglos desde Europa al mundo, contrastados con el Buen Vivir, entendido como una suma de posiciones que, desde el Sumak Kawsay, ha ido formulándose en Latinoamérica. El dominio epistemológico subyace a todos los otros ámbitos de dominio –político, social, económico, étnico– porque conforma el idioma en que todos ellos están formulados. De todos ellos, el desarrollo tecnológico es el que me parece más interesante, porque habitualmente no lo asociamos a una forma de dominio epistemológico sino al desarrollo de ciertas habilidades naturales del hombre (inventar, crear).
Un relato habitual es que nuestra época es diferente, por su despliegue tecnológico y por la globalización. Ese relato tiene defensores y detractores, pero ambos apuntan en la misma dirección; tanto el desarrollo y la globalización como el colapso del planeta pertenecen al futuro eurocéntrico. La revolución industrial produjo el despliegue tecnológico y el Club de Roma predijo el colapso.
El desarrollo no está basado en la variedad de epistemologías y lenguas del mundo, está concebido en inglés, con su lógica y su modo de entender la realidad. El inglés es incapaz de entender lo que significa chulla, porque es un concepto aymara que no posee. Del mismo modo, el idioma aymara carece del concepto ‘tiempo’. No es que los idiomas distantes entre sí nombren de modo distinto las cosas, sino que nombran cosas distintas. Por eso, cuando el relato del desarrollo nombra la tecnología, está relatando solo un concepto eurocéntrico.
El relato del desarrollo tecnológico se centra en la capacidad humana por dominar a la naturaleza. Desde la invención de la rueda en adelante, esa línea argumental propone logros imposibles para el mundo natural pre-humano. Una forma muy diferente de enfrentar la evolución de la humanidad es el que propone el Sumak Kawsay. Este es un pensamiento amerindio que se introdujo en nuestras vidas gracias a que los quechwas de Ecuador lo tradujeron el 2008 al castellano, y al formato legal, para ponerlo en la Constitución del Estado Ecuatoriano. En vez de preocuparse por los problemas del desarrollo y la tecnología, se preocupa por encausar el flujo de nuestra civilización para que no vaya en contra, sino a favor del flujo mayor. Sumak Kawsay no se puede traducir bien al castellano, porque alude a cosas que nosotros no nombramos, pero existe una versión que llamamos Buen Vivir, en castellano. Habla de vida en plenitud, de lo ideal, lo hermoso, lo bueno, de la vida en equilibrio. Los principios políticos, las leyes, se producen desde el acuerdo en torno a cómo lograr ese Buen Vivir, y eso depende de la ecología local, de la población local. No es una norma universal, pero se basa en los ciclos universales.
El relato del desarrollo, en contraste, relata el listado de novedades tecnológicas, que registra minuciosamente, desde la máquina de vapor en Gran Bretaña en 1750, la electricidad, la dinamita, el automóvil, el cemento, la radioactividad, la televisión, internet hasta la inteligencia artificial. Se trata de un registro de personas con nombre, año y fecha de su invento. Luego se transforma en una competencia entre empresas. Se trata de una competencia por el poder, ya sea de personas, instituciones, empresas o países que se comportan como individuos frente al resto
Ese relato de la historia tecnológica de la modernidad es triunfalista e inevitable.
Es triunfalista porque se basa en el aumento incesante de la potencia, la rapidez y la precisión de la tecnología, y su avance inexorable a todo el planeta. Es triunfalista porque se basa en la superioridad del europeo, con la que avanzó la invasión a América, con la seguridad de Colón cuando desembarca en Las Antillas, se la adjudica y vende a sus habitantes como esclavos. Su religión lo señala; él debe conquistar para la ‘verdadera fe’. Esa seguridad seguirá importando europeos a América para “poblar el desierto”, mientras celebramos la llegada de Colón como el ‘día de la raza’. Quien posee la cultura eurocéntrica, está bien. Quien no, debe adaptarse.
Es inevitable, porque vamos adquiriendo cosas que se transforman en necesarias. No podemos estar más de un día sin energía eléctrica, porque sobreviene el caos. Nadie, ningún país puede bajarse. Se lo ve como un proceso evolutivo, por lo tanto, inevitable e infinito en su crecimiento, tal como la evolución de la vida en el planeta.
Desde el Buen Vivir, la lectura es fundamentalmente otra. No se basa en el poder del individuo (concebido como persona o empresa) sino en la interrelación entre todos los que constituyen la realidad. Por el contrario, el relato de la historia tecnológica es un producto europeo, pensado en inglés y lenguas afines, basado en su sistema lógico y racional de la ciencia, en sus leyes y en su religión. Su gran falla es centrarse en el individualismo, que le ha generado la incapacidad para conocer al otro. La civilización europea no es ávida de conocer, como se nos ha dicho. La historia de los últimos 500 años está repleta de ejemplos de personas de distintas culturas que aprendieron a tocar instrumentos europeos, pero no aparece ningún europeo aprendiendo a tocar instrumentos indígenas, asiáticos o africanos, hasta hace muy poco. Esta incapacidad que ha presentado la cultura eurocéntrica por comprender al otro se expresa con aplastante evidencia en Latinoamérica, donde después de 500 años seguimos ignorando casi todo lo cultural nuestro, aparte del folklore, que es su pobre traducción al idioma europeo. Esa incapacidad ha sido necesaria para dominar el mundo, obviando los problemas morales que acarrea considerar al otro como igual. Permite la esclavitud y el racismo. Además, esto permite usar impunemente la ignorancia del otro, como cuando Pizarro usa la biblia como pretexto para justificar el asesinato masivo de toda la corte incaica en Cajamarca, sabiendo que el Inca no podía entender lo ocurrido. Eso hizo imparable el proceso, porque usaba herramientas conceptuales que el americano no podía concebir, como el creerse dueño de las cosas. Tuvo un jefe sioux que preguntarle al presidente norteamericano como se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra, pero no obtuvo respuesta. Ya era tarde.
Visto desde la postura del Buen Vivir, todo el ciclo del desarrollo tecnológico va en contra del flujo ecosistémico, porque no forma parte de él, no fue parido por él, sino que nació de acuerdo a los deseos de una parte, restringida a la elite eurocéntrica. Es un relato que no contempla lo que no quiere ver, como la muerte. La Industria no se preocupa de la muerte de los aparatos, pero sí de su reposición. Su avance se basa en la obsolescencia tecnológica, en que cada invento reemplaza al anterior. Pero si deja de funcionar un aparato tecnológico nos dice que lo botemos, que lo hagamos desaparecer de nuestra vista. Pero el aparato no muere, no se reintegra, sino que va generando basura.
Ese es un desequilibrio conceptual básico, pensar que algo puede existir fuera de los sistemas ecológicos, sin destruirlos. La revolución tecnológica permitió a Europa colocarse a la cabeza de un proceso que nadie había intentado antes, porque incluye no preocuparse de las consecuencias. Europa se preocupó de lo artificial, el hacer cosas que no existen en la naturaleza, que heredó de Grecia, Egipto y Mesopotamia, como el símbolo de la superioridad humana sobre la naturaleza. Por algo en su religión Dios le regala la naturaleza para su beneficio. Utilizó su lógica científica para crear el espejismo de la evolución eurocéntrica, que genera el relato del ‘progreso’ hacia la sociedad homogénea, globalizante, igual a sí misma. Este error genera los desequilibrios ecosistémicos, cuya estabilidad se basa en su diversidad interna. Todo el avance del desarrollo se basa en la generación de asimetrías, entre los países ‘desarrollados’ y países ‘atrasados’, entre quienes producen y quienes consumen, entre quienes extraen y quienes compran de vuelta lo elaborado.
El Buen Vivir supone una sociedad equilibrada internamente y con el entorno. Eso parte por conocer lo propio. Desgraciadamente en América no ha habido oportunidad, hace 500 años, primero por el yugo español, y luego por las repúblicas, que recurrieron ávidas a la importación de europeos para poblar los territorios indígenas. No ha habido, en 500 años, ningún gobernante que entienda las lenguas locales, salvo Evo Morales que fue sacado por la fuerza. Desde el jardín infantil a la universidad nos repiten que Europa trajo la rueda, la guitarra, la filosofía, la escritura, las armas de fuego, la religión, la medicina, etcétera, y que América aportó la papa, el maíz, el tomate, el poroto, pero ningún producto cultural. Durante 500 años América ha sido, para sus gobernantes, el continente de la no-cultura, que había que colonizar.
El Buen Vivir es el primer intento que existe por comprender la realidad desde una perspectiva propia americana, pero aplicada al mundo moderno. Nos enseña a ver que los ciclos de la naturaleza deben integrarse a la cultura para que convivan. El ejemplo está en las civilizaciones basadas no tanto en cosas, sino que en procesos, en flujos y circulaciones de cosas. Esta visión de la realidad no podía llevar a las civilizaciones americanas al desarrollo tecnológico eurocéntrico, pues eso implicaría aislar las partes del ecosistema y dejar de integrarlas. Por eso, mientras Europa vio a los americanos como culturas ‘atrasadas’, América vio a los europeos como niños insensatos, persiguiendo sus caprichos sin considerar las consecuencias.
Pero restablecer el equilibrio no es fácil. De partida, debe sanar la artificialización del mundo producida por la revolución industrial, que ha ido sustituyendo la realidad por su mediación tecnológica. Eso es parte del proceso de intelectualización de la realidad que persigue Europa hace siglos. Yo mismo he vivido la aparición de la modernidad, desde el refrigerador hasta la inteligencia artificial. Cuando aprieto un botón que reproduce música, sin darme cuenta reemplazo los circuitos naturales de causa-efecto que operaron siempre, por la reproducción artificial. Esta rotura de la relación causa-efecto a nivel sonoro que Murray Shaffer llamó ‘esquizofonía’ es una grave alteración conceptual que ya no percibimos, porque estamos insertos en ella. Antes, el televisor, el teléfono, la fotografía y el libro nos estuvieron acostumbrando a lo mismo. Vivimos cada vez más dentro de la burbuja tecnológica y artificial que confundimos con la ‘realidad’, pero que en realidad es sólo aquella parte que sirve para ponerse a nuestro servicio, y despertar de eso no es rápido ni fácil. Pero es posible.
Restablecer el equilibrio no es posible en un mundo dominado por poderosos que ansían controlarlo. El equilibrio ocurre entre semejantes, y sólo puede producirse si existe una metacultura capaz de poner en contacto a todas las culturas del mundo sin ejercer hegemonía. Para que podamos vivir bien todos, y no solo los que poseen el mal llamado ‘desarrollo’, es necesario generar un ecosistema humano suficientemente estable.
Solo entonces América podrá comenzar a fertilizar al mundo con sus tecnologías que enlazan el hombre con los ecosistemas, como las tecnologías mentales (los estados de trance) o tecnologías sociales (las fiestas rituales) o tecnologías sonoras (las flautas pensadas para influir en el clima). Esas tecnologías no son tan fáciles de trasmitir como las europeas, porque la escritura no alcanza a describirlas, y porque no están en un solo idioma. No son universales, sino todo lo contrario: la agricultura andina se adapta a las distintas zonas ecológicas de la región, se adapta a cada falda de los cerros. Las fiestas colectivas se integran en los ciclos anuales de producción y las labores colectivas de cada localidad. Todo el ciclo productivo entrelaza el clima y la tierra con los pueblos que colaboran, compiten, juegan y bailan. El sistema de trabajo es concebido como ciclos de dar y recibir, tanto entre humanos como con la naturaleza. La ecología es un principio universal que se presenta de modo diverso en cada continente, cada región, cada valle, cada ladera, cada lugar. Ese es uno de los principios del Buen Vivir. No se trata de una utopía perfecta, pero irrealizable, sino de una realidad que hay que reconocer para integrarse.
Hemos vivido bajo el influjo del desarrollo tecnológico, fruto de la genialidad eurocéntrica. Es tiempo que comencemos a vivir bajo la influencia de otras genialidades, como la americana, que no ha tenido espacio para desarrollarse. Es tiempo de dejar de pensar el ‘desarrollo’ como utopía sin límite, y comenzarlo a pensar como lo que es, parte de un ciclo. Tal vez de ahí surja la metacultura con un Buen Vivir.
lunes, 16 de septiembre de 2024