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Dos antagonismos radicales en Chile: interculturalidad y feminismo. Por Luis Nitrihual Valdebenito

La vida política nunca va a poder liberarse
de su carácter antagónico
Chantal Mouffe

Antagonismo Intercultural

Construida sobre la base de un nosotros homogéneo, blanco y heterosexual, la identidad “chilena” se encuentra radicalmente puesta en tensión desde dos flancos. Por un lado, la inmigración pone en tensión un adentro y un afuera. Un adentro supuestamente tranquilo y un afuera evidentemente caótico, lleno de todo tipo de males: delincuencia, desorden, suciedad, etc. En este aspecto sufrimos de un mal que podríamos llamar “la ropa sucia se lava en casa” Nos obligamos a pensar que Chile es un gran país en contraposición de nuestros vecinos peruanos, bolivianos, venezolanos, colombianos, haitianos, etc. De esto emerge la pregunta de ¿por qué tendríamos que contaminarnos con ellos? Sin embargo, hacia el interior, tenemos conciencia que las pensiones son una miseria, que los sueldos no alcanzan para vivir, que la salud anda mal, la educación, etc. Cuando les preguntan a las personas señalan que sienten gran inseguridad en sus barrios y poblaciones, tienen incertidumbre por el futuro, miedo a enfermarse, terror a perder el trabajo y una larga lista.

Esta tensión no tiene resolución en un mundo abierto y donde los mismos chilenos se mueven por el mundo. Seguiremos recibiendo inmigrantes y eso pondrá en circulación un discurso que construye un nosotros encapsulados y unos “otro/as” que están sobre las fronteras intentando invadirnos con toda su carga de males. La política populista de derecha ya articuló un relato sobre estas personas indeseables y es hegemónica en las sensibilidades que aglutina. Un ejemplo concreto de esto es el discurso de José Antonio Kast, quien ha comprendido de buena forma que es necesario reconocer estos territorios afectivos para entrar en ellos y construir una explicación plausible sobre nuestros problemas.

El segundo antagonismo, que pertenece a este mismo campo, es el intercultural indígena. Pugnarán aquí visiones que apelan por un Chile plurinacional, lo cual implica reconocer la coexistencia de distintos y diversos pueblos en un mismo territorio y posiciones que defienden la unidad monolítica del Estado. Llevadas al campo político, ambas posiciones son irreductibles pues implican un conjunto de saberes y afectos sobre la identidad, la tierra y la autonomía. Pero en esto es necesario asumir la agonística no resolutiva de los conflictos sociales. Para decirlo de forma más expresiva: no todo tiene solución o síntesis en el conflicto social.

Al igual que el antagonismo feminista que veremos luego, estamos en presencia de territorios afectivos que si bien ya estaban presentes en Chile hace mucho tiempo, hoy se articulan de modo concreto en la política contingente. Así también, son antagonismos sin resolución en el corto y mediano plazo pues implican la movilización de profundas formas de identificación de los y las chilenas.

Antagonismo feminista

Qué duda cabe, la sociedad chilena y mundial está atravesada por un antagonismo radical que dice relación con la distribución desigual del poder en el marco de las relaciones de género actualmente existentes. Esta relación es altamente conflictiva y atraviesa a la sociedad completa poniendo en tensión toda la estructura social.

En el plano económico, existe un “otro masculino” que gana más del 30% que una mujer que realiza la misma función. Así también, no acceden a los mismos puestos de decisión ni tienen las mismas oportunidades comerciales, entre otros muchos aspectos financieros. Culturalmente porque hay un “otro masculino” que ha monopolizado el espacio público, que es el espacio de la cultura. Socialmente porque hay un “otro masculino” que las ha violentado y asesinado. No tenemos espacio para extendernos en cada uno de estos aspectos, pero es claro que han sido planteados largamente. Abordaré dos problemas que me parece no han sido desarrollados de manera cabal y que pueden extender nuestras discusiones sobre las formas y estrategias de emancipación.

Primero, es fundamental destacar que ese “otro masculino” no es necesariamente un hombre, sino una cierta construcción social que incluye a mujeres que funcionan como “máquinas masculinas”. En este sentido, por ejemplo, la presencia de mujeres en puestos claves no asegura una forma de funcionamiento distinta de las instituciones. Margaret Thatcher fue fundamental en la instalación del neoliberalismo y en las estrategias de destrucción del tejido social inglés durante los años ochenta. Documentada está la importancia de Lucía Hiriart en la gestión del Golpe y posterior dictadura militar en Chile. Con esto quiero decir que para gestionar este antagonismo es necesario un nuevo enfoque que implique no sólo nuevas racionalidades sino también nuevas sensibilidades y afectos sobre ese “otro femenino” que lucha por convertirse en un nuevo modelo de relaciones cotidianas. No basta con cambiar un sexo por otro, para decirlo de manera más gráfica.

Comprendiendo que un nuevo espacio discursivo se ha abierto en Chile, la presidenta de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe ha declarado que su partido es feminista. Ella señaló: “Entendiendo el feminismo como el movimiento que surge para lograr igualdad de derechos entre hombres y mujeres, claro que la UDI es un partido feminista. Tanto es así que la UDI es el único partido que tiene a una presidenta que es mujer”

No debe parecernos extraña ni graciosa dicha afirmación, pues muestra que la disputa se ha abierto. Los significados de un movimiento social no pertenecen per se al mismo que los ha creado sino a la colectividad política que luchará por hacerlos suyos y transformarlos en fronteras de sus propuestas. La izquierda, en este aspecto, suele equivocar el rumbo al pensar que todas estas demandas y luchas les pertenecen. Lo cierto es que el amplio electorado femenino votó hacia la derecha durante la reciente elección presidencial, lo cual muestra la complejidad de los afectos involucrados en la pugna política.

Lo segundo necesario de enfrentar es que este antagonismo no tiene resolución en el corto ni mediano plazo. Estaremos en presencia de relaciones permanentemente tensas, lo cual obligará un cambio en la forma de hacer política. Esta nueva sensibilidad, emergida de las luchas feministas, crean un nuevo campo de acción política que pugnará con las racionalidades y sensibilidades existentes y que perdurarán durante mucho tiempo. Serán, podríamos decir, “territorios afectivos” donde el campo de la política se mostrará nuevamente conflictiva y que, como es lógico, aparecerá convertido en proyectos políticos durante los procesos electorales que viviremos de aquí en adelante. Una clave, en este aspecto, siguiendo a Chantal Mouffe, es cómo este robusto movimiento feminista logra aglutinarse con otros movimientos sociales para no quedar aislado y reducido solo a temas de acoso y violencia de género.

Temuco, junio del 2018

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