Hace dos décadas, en un conocido libro dedicado a la Unidad Popular, el historiador conservador Gonzalo Vial, Ministro de educación bajo la dictadura chilena, años 70’, sostenía lo siguiente:
"¿Y Allende? Allende era un hombre tironeado entre su moderación verbal, su pasado de viejo demócrata, de una parte y, de otra, su entusiasmo de viejo-joven por ese romanticismo juvenil de la violencia, por estos muchachos cubanos, que habían hecho realidad en dos o tres años el socialismo que él llevaba intentado materializar largos cuarenta años por la vía democrática, sin mayor resultado. Era un balance desconsolador, sin duda, y por eso resulta tan interesante ver cómo oscilaba Allende. Primero, en diciembre de 1970, indultó a todos los violentistas que estaban presos. Dijo que eran unos jóvenes equivocados, pero idealistas” (las cursivas son un énfasis nuestro)" 1*.
Gonzalo Vial expone lo esencial de la retoricidad: el movimiento pendular del discurso político moderno tensionado por el precario equilibrio que existe entre campo institucional y polo deliberativo. Existe aquí una molestia por “algo” que le resulta insondable al ministro de Augusto Pinochet. Contradicción en términos de un proceso que –según él- deviene inviable. Tras el discurso de Allende habría una dimensión oscilante “gatillada” por el guevarismo sesentero, o bien, por la cubanización del Partido Socialista y los Helenos, fatídico desenlace (falta de realismo, ausencia de diálogo centrista con la buenaventura del pathos Alwynista, etc.). Vial pretende exacerbar la fricción habitual entre las dos almas de la Unidad Popular; el contrato institucional, herencia de la vieja república, adversus los sectores apegados a la cubanización. Pese a la intensidad de los tildes, hasta aquí no tenemos diferencias -insalvables- con el retrato que establece Vial. El bicameralismo es un comodín que el campo (neo)conservador se encarga de complejizar cada vez más con el ánimo de des-brutalizar el “golpe de Estado”. Este año no ha sido la excepción.
Más allá de la innegable “pulcritud historiográfica”, de la solvencia de su pluma, la tensión expuesta por Gonzalo Vial, no es excluyente respecto a la tradición laica y parlamentaria del personaje que encarna Salvador Allende. Ello queda develado en la misma prosa que Vial consagra al personaje. La enraizada matriz republicana del Ministro de Salubridad de Pedro Aguirre Cerda, el Senador Allende, masón activo, la “sobriedad emocional”, su pasión por la distinción -el garbo- y esas petites choses, que Vial exalta. A pesar del vehemente reconocimiento que hace el historiador de marras de los valores de un “caballero antiguo”, Salvador Allende Gossens, la fuerza institucional del socialismo chileno queda subrepticiamente desvirtuada en su potencial democrático. El autor del “Plan Z” introduce con sutileza una “grieta” -un comodín personalista- entre Allende persona y el allendismo mediante una doble ontología. De un lado, el demo-burgués apegado a las más notables piochas cívicas. Un citoyen virtuoso (areté) escenificado en la cultura del reformismo (institucional-representacional) y, de otro, la cubanización y la ulterior ruptura del sistema democrático –esta sería la vía hegemónica.
Dice Vial, “[Allende]…merece respeto por su consecuencia política, por su consecuencia social y por su probidad como dirigente político” (p.33). También consigna aspectos biográficos del personaje; pondera positivamente su buena retórica, su afable personalidad, destaca su cuidada indumentaria, valora su elocuencia cultural. No lo acusa de “licencioso en las pasiones mundanas”, sino que lo justifica en función de sus atributos adultocéntricos, carismáticos ¡Chapeau! Para el anecdotario, subraya su apetencia por las tortas de selva negra, el kuchen de manzana y el trajecito de marinero Gath & Chaves.
En cambio, cuestiona al Allendismo –como vía política- por ceder a un proyecto tentado hacia una vía violentista en la segunda mitad de los años 60’, cuál es el guevarismo imperante en la región. Y así se deslizan un tropel de sofismos. Vial cuestiona al Líder de la izquierda libertaria desde un Allende cívico (biografía de un hombre consecuente en un tránsito hacia lo público) y sólo desde “Allende frugal” puede comprender el obsecuente Allende radicalizado. De otro modo, aquel Allende que profesa un virtuosismo cívico estaría más allá –y más acá- que el Allendismo proyecto político, desgarbado e irresoluto. Y viceversa; el Allendismo como vía política se opone a las virtudes públicas del ciudadano Allende Gossens. Un manual de aporías, del que sólo se sale invocando la Guevarización. Una yuxtaposición entre el hombre de la probidad y la sobriedad y el líder político (¿cultura reformista v/s cubanización?). No es que Vial límite las virtudes de Allende al plano estrictamente doméstico. No, la operación es menos burda. Admite su dimensión pública, pero al precio de administrar un “bicameralismo psicológico” del personaje (“las dos almas del presidente”). En uno de los párrafos del capítulo II, referido a las presuntas armas encontradas en la casa de Tomas Moro, luego del brutal bombardeo, Gonzalo Vial señala una paradoja entre “…el demócrata de toda la vida versus el revolucionario fascinado por las armas” (p. 98, énfasis nuestro).
Desde un psicoanálisis de la prosa, so pena de aporías, Vial busca -al final del camino- dejar al presidente como un sujeto extremadamente consecuente, pero fuera de sí, en sus definiciones políticas; ¿no será que el historiador, pese a su “agobiadora” erudición, se mantiene entrampado entre conservadurismo ontológico y un nudo parental, para entender las fricciones del cruce entre socialismo y democracia? ¿No habría una onto-política para la Unidad Popular? Solo una pereza cognitiva le permite concluir al autor del “Plan Z”, la tesis de un sujeto poco claro, irresoluto, que se resta a disputar el campo “estriado” y político del campo institucional. El historiador, dibuja un Presidente atribulado entre sus méritos públicos y su proyecto político-transformador que habría perdido de vista que “lo institucional” -y sus fricciones- se pueden cohabitar y que, en virtud de la cubanización, comprendería limitadamente “lo representacional” como “espacio homogéneos y suturado” -sin siquiera mencionar un “guerrilla de posiciones”, en una perspectiva gramsciana-. Vial presenta una síntesis aggiornada entre el ethos reformista-institucional de Allende, y por momentos da la impresión que lo intenta redituar en el “panteón republicano”, pero luego persiste en sus inexcusables recaídas de cubanización, tendencia que finalmente se impone según el historiador.
La “promesa” que Allende encarna en su juventud y adultez le da una consecuencia que el mismo Vial reconoce explícitamente en su libro, pero siempre en un registro biográfico. Para ello no escatima esfuerzos en dedicar un prolijo análisis genealógico de este punto; el catolicismo de su madre Laura Gossens, su abuelo Allende Padín. Filántropo, médico y Gran Maestro de la masonería (“El rojo”). Su Padre abogado y notario, ¿no será que el inconsciente escritural de Vial intenta proteger al Personaje desde ese registro parental de la oligarquía chilena y descifrar por qué el líder de la izquierda chilena rompió el pacto totémico con la oligarquía de turno? Me refiero a ese íntimo secreto de las castas. Allende ¿Un honorable extraviado que rompió las filas de nuestras tribus elitarias? ¿Acaso Vial susurra que el pedigrí redime al presidente? El pedigrí redime a Balmaceda. O bien, bajo la discusión entre honorables de la vieja república ¿El Doctor Allende y su afán por la modernidad sería el núcleo traumático que desnuda el inconsciente de Vial?
Sí y no. Simultáneamente Vial recalca tenazmente el romanticismo por la “violencia”. ¡Violencia revolucionaria! Nuevamente, el propio historiador se encarga de señalar que Allende no tiene estudios profundizados en la tradición marxista, sin embargo, cataloga a la Unidad Popular como una vía marxista-leninista. Dicho esto, la escisión traumática nuevamente es, entre un Allende público, y un allendismo-proyecto. En suma, ¿Allende se inspiraba en una matriz leninista? Claramente no. Por fin, ¿fue Allende un revolucionario? Sí, pero la respuesta depende de cómo exploremos tal “hermenéutica política”, porque una “socialdemocracia maximalista” también podría serlo. No olvidemos que el primer peronismo también puede ser comprendido como una “revolución” –dado sus alcances proyectuales.
A este respecto cabe recordar que la plataforma política de la Unidad Popular estaba conformada por laicos, marxistas y la izquierda cristiana. Agnósticos que no necesariamente tienen un derrotero anticlerical. De hecho, sus diálogos con el Cardenal Silva Enríquez dan fe de una relación constructiva, cuestión que Vial también reconoce. En consecuencia, ¿Por qué insistir en que el presidente tenía una inclinación última hacia la violencia revolucionaria? ¿Acaso en sus discursos llamaba a una dictadura del proletariado, o fue la camaradería con el arrogante Debray y Fidel, mirado en perspectiva, aquello que justifica su empecinamiento? No deja de existir una aguda ambigüedad en la biografía de Vial toda vez que reconoce en su “sesudo análisis” que la tragicidad de la UP consiste en un problema estructural (una diacronía), a saber, los gobiernos de Ibáñez, Alessandri, Frei-Montalva y Allende no pueden superar el dilema de las planificaciones globales, a saber, la construcción de itinerarios políticos irreductibles. Muy probablemente se trata de una idea que está en sintonía con la tesis de Mario Góngora.
De paso Vial afirma una insoluble contradicción entre los medios y los fines (Capítulo III). Según el historiador, pese a sus antiguas pasiones democráticas, Allende utilizaba la vía electoral sólo para abrirse paso a la vía revolucionaria. Habría una relación instrumental con la institucionalidad. Hay trazos donde son las figuras retóricas de Allende, sus silencios u omisiones, una “don” capaz de despertar la furia golpista. La reconstrucción del “fracaso” aparece como ajena a las circunstancias de la “derrota”, generando un relato desbalanceado y abstracto.El historiador acusa un uso estratégico de la democracia representativa (la entrevista con el arrogante Debray sería la prueba de fuego). A partir de la táctica, el paradero final de la vía chilena es el socialismo revolucionario (explosivo, incendiario e insalvable) Ergo, totalitarismo marxista. Suma cero. A pesar de la prestancia escritural Vial incurre en una argumentación circunvalar y esencialmente personalista contra el ciudadano Allende.
Aquí debemos señalar una discrepancia radical con Góngora. Allende, en tanto disputa hermenéutica, abre la hebra de un socialismo como reforma radical. El potencial democrático se expresa en el diálogo con Castillo Velasco, en la valoración del programa populista de Tomic. El socialismo en construcción supone un cambio cultural. Una transformación emancipatoria del ciudadano moderno que debería conducir a un socialismo del bienestar.
La tesis de Vial (et al) pasa por limitar –mediante un relato persuasivo- a la Unidad Popular tras la óptica del MIR, como una cubanización que sería, según él, el modelo esencial de Allende. Otra vez el bicameralismo del trauma; el Allendismo entra en contradicción con el propio Allende. Nótese que bajo este razonamiento la revolución queda restringida a la “toma de palacio” de los bolcheviques contra los Romanov. La tesis de la sovietización está lejos de ser homologable a la vía chilena al socialismo; la misma de la cual desconfiaba tanto Fidel, tentándolo permanentemente a abrirse a una vía armada.
Finalmente, ¿y quién era entonces el líder de la Unidad Popular? No es el propósito de estas notas imponer una “soberanía argumental”. Sin embargo, podemos deslizar algo de estos despistes para evitar la fijación conservadora de Vial sobre el “garbo” Allendista. De pronto existen indicios innegables; se trata del último moderno. Un reformista radical a la búsqueda de un Estado del Bienestar de impronta laico-socialista. Concebía al socialismo como un campo de reformas permanentes contra las relaciones de dominación –sin que ello implique negar frontalmente el orden liberal y las formas gubernamentales. Quizá su objetivo era la conquista de una “socialdemocracia radical” que consistiría en ampliar las fronteras del mundo liberal y mantener en vilo la “revolución democrática-burguesa”. Con todo, años más tarde la Concertación con su programa de gobernabilidad cinceló un Allende bajo la épica del realismo. La monumentalización –a la cual alude Vial- no fue una casualidad. Por fortuna este agotador expediente es parte de un conservadurismo que vive otros días de la mano de la ultraderecha.
Pero a no olvidar. Vial tuvo que “parir” un libro autobiográfico sobre Allende. Quizá se trató de un hijo no deseado de los mitos republicanos; un parto muy sangriento.
En Vial está encarnada la idea de que el mito -narcisismo mesiánico- le significó un desborde coalicional. Mientras quiere preservar sus credenciales de republicano crítico -al límite- va cediendo su capital político. Finalmente, todo se debería -al menos lo sustancial- a un Allende que aparece sin capacidad de decisión. Los “pecados nominativos o agenciales” prevalecen, pues el líder de la UP, no habría querido saber de gobernabilidad, pues solo aspiraba a ser “carne de mármol”. Un Presidente que habría devenido mitología y que habría olvidado de bruces el realismo reflexivo que abrazó desde los años 30’.
*1 Salvador Allende; el fracaso de una Ilusión. Universidad Finis Terrae. Centro de estudios Bicentenario, 2005, p. 94.
Mauro Salazar J.
Carlos del Valle R.
Doctorado en Comunicación
Universidad de La Frontera.