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Ecuador: entre la crisis y la esperanza. Entrevista a Gustavo Ayala por Rony Núñez Mesquida

Gerardo Lissardy escribió en una columna publicada el 1° de enero de 2021 para BBC News Mundo lo siguiente: “Más pobres, vulnerables y ansiosos que unos meses atrás, millones de latinoamericanos buscarán responder en 2021 algo urgente ¿quién puede sacarlos del pozo en que se encuentran?”.

En efecto, sin duda Latinoamérica es una de las regiones más golpeadas por la crisis sanitaria ocasionada por el Covid 19, el que ha desnudado las enormes falencias de un modelo de desarrollo basado en la exportación de materias primas, profundizado en el último tiempo por una serie de gobiernos conservadores que han demostrado ser incapaces de dar solución al actual contexto, sin que ello signifique romper con su mirada neoliberal ortodoxa y que dejaron al desnudo un sistema que, en tiempos tempestuosos, no hace sino ahondar las desigualdades estructurales de nuestros países. De esta forma, la crisis social, económica y política, denunciada y combatida en las calles por heterogéneos movimientos populares como fueron los casos de Chile, Perú y Ecuador, han dado cuenta no sólo de un pasajero malestar social, sino de un clamor colectivo por cambios estructurales, donde es el sistema neoliberal el que se encuentra en el banquillo de los acusados.

Prueba de ello es el giro hacia el retorno de gobiernos progresistas en Argentina, México y Bolivia, sumado a la derrota de la ultraderecha trumpista en Estados Unidos, la que nuevamente comienza a reconfigurar la correlación de fuerzas, donde contundentes victorias electorales parecieran darle una nueva oportunidad a la izquierda latinoamericana, para asumir la conducción de una crisis estructural que da cuenta de una contracción de la economía regional equivalente al 8%, lo que ha significado que alrededor de 40 millones de personas han entrado en la pobreza. Este escenario de enorme conflictividad será el que determinará un calendario electoral para este 2021, que inicia este 7 de enero próximo con la elección presidencial en Ecuador.

Para interiorizarnos y analizar de manera crítica los alcances políticos, sociales y económicos de esta elección que podrían significar el retorno de la izquierda al poder en Ecuador, encarnado en su candidato Andrés Arauz, es que el académico, político y diplomático ecuatoriano Gustavo Ayala, nos adentra en estos complejos laberintos, a través de esta entrevista.

1.- ¿Cuál es tu opinión sobre el momento político que vive Ecuador a sólo días de una crucial elección presidencial?

Ecuador vive una crisis multidimensional: económica, social, política y sanitaria.

La crisis económica es producto del nuevo escenario mundial ante la caída de los precios internacionales de las materias primas, que se ha sentido con fuerza desde el 2015, y afecta al Ecuador por su perfil primario-exportador y alta vulnerabilidad externa. Esto fue agravado por el severo ajuste fiscal implementado por el gobierno desde 2018, que lo mantiene y profundiza utilizando a la pandemia como excusa, pues incluso despide a personal sanitario en este período justificando la falta de recursos mientras, al mismo tiempo, adelanta pagos de la deuda externa. Por lo que, por cierto, el ex Ministro de Finanzas logró comprar su actual puesto en el FMI como Vicepresidente. Obviamente, el Covid 19 agrava la recesión y Ecuador presenta ahora una caída del PIB en alrededor de 10 puntos.

Esto conlleva una aguda crisis social y una caída en todos los indicadores. Por ejemplo, según un reciente estudio de UNICEF, se calcula que más de 3 millones de niños y niñas caerán en la pobreza multidimensional. Otro estudio, del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Central nos habla de un incremento en el índice de pobreza: del 25,7% en el 2019 al 32,7% en 2020. Junto al crecimiento de la pobreza hay también una notable reducción de las capas medias y un incremento de la desigualdad, que algunos estudios calculan en 6 puntos porcentuales del coeficiente de Gini. Tal como lo advierte UNICEF esto puede implicar un retroceso social de 20 años.

Además, vivimos una crisis política. Desde hace años vivimos en un contexto de profundo malestar ciudadano con la política y sus instituciones, que lo alimentó el viraje conservador del presidente Moreno. La estrategia política para “descorreizar” al país, como se lo denominó, no fue una superación del “Correismo” sino un retroceso a una dinámica política previa, muy similar a la de las décadas de los 80 y 90. Esto implicó la implosión del partido eje del sistema político desde el 2007 (Alianza País), una gestión gubernamental plagada de actos de irrespeto a la Constitución en nombre de la democracia y una permanente destrucción del Estado, a favor de intereses de los grandes grupos económicos del país. Te puedo dar miles de ejemplos: desde la feroz persecución política a los “Correístas”, la destitución y nombramiento de autoridades del Estado por fuera de la Constitución, los cientos de casos de corrupción en el gobierno, la brutal represión contra el levantamiento popular de octubre de 2019 y varios actos a favor de determinados grupos: como el baja y condonación del pago de impuestos a los grandes grupos económicos, la liberalización del combustible, el trato a favor de los bancos, entre muchos otros. Esto ha generado que, según varias encuestas, el gobierno cuente con alrededor de 6% de credibilidad ciudadana, al mismo tiempo que obtiene el respaldo total de las élites económicas, los grandes medios de comunicación y Estados Unidos.

Finalmente, vivimos una crisis sanitaria. Si bien esto es algo mundial hay algunas particularidades del Ecuador: como la destrucción de la capacidad estatal, la baja inversión social (que ha disminuido en plena pandemia e incluso en lo referido a salud) y la pésima gestión gubernamental. Esto hizo que las imágenes de lo ocurrido en Guayaquil, en mayo del 2019, con muertos en las calles y la inoperancia gubernamental hasta para enterrar a las víctimas haya conmocionado al mundo por sus crudas imágenes.

Actualmente, Ecuador ocupa uno de los primeros lugares en el mundo por número de muertos, llevamos más de 41 mil, tomando el registro de los fallecidos por sobre el promedio de otros años. Ya que el gobierno no provee de cifras creíbles y bien trabajadas sobre los contagios, las pruebas de PCR y los decesos.

Como ves, el contexto es de la más dura crisis que ha vivido Ecuador en su historia, tiene varias dimensiones y reina un malestar general entre la población.

2.- ¿Qué lectura política puedes hacer ante el eventual retorno del Correísmo representado en su candidato Andrés Arauz?

Antes de responderte me gustaría hacer algunas precisiones.

Una, el “Correísmo” nunca fue desplazado electoralmente del gobierno. No podemos olvidarnos que en las elecciones del 2017 triunfó Moreno bajo un discurso de cambio con continuidad. Moreno ganó diciendo que era la candidatura progresista. Otra cosa es que con su distanciamiento de Rafael Correa y permanente viraje político haya terminado dirigiendo un gobierno conservador, incumpliendo el programa que lo llevó a la presidencia.

Dos, Rafael Correa sigue contando con una imagen favorable de alrededor del 40-35%, dependiendo de a qué encuesta creamos, y un voto duro cercano al 25%. Si bien el correísmo ya no es la abrumadora mayoría de antes es la minoría-mayoritaria en un escenario de fragmentación y dispersión electoral.

Tres, las élites “anticorreístas” han sido incapaces de ganar apoyo ciudadano, de desplazar el recuerdo de los gobiernos de Correa con bienestar. A las élites ecuatorianas solo les une el odio a Correa pero no son capaces siquiera de alcanzar unidad política. Además, su profunda ignorancia y desprecio a lo popular les impide hablar para seducir a los sectores populares. Justamente, estos últimos días hemos visto una serie de declaraciones de personajes de este sector que descalifican al pueblo, con racismo y clasismo, y no dejan de alimentar el rechazo al establishment.

Estos tres puntos me llevan a pensar que el “Correísmo” no ganará tanto por un apoyo propio, como era antes, sino por canalizar un rechazo al gobierno, un malestar con la situación y un castigo a las élites políticas.

Vale también indicar que el “Correísmo”, de ganar, no podrá ser el mismo del 2006. El escenario es otro: hay un contexto disímil, el pueblo ecuatoriano es diferente y el propio correísmo ha cambiado. También los márgenes para la reforma son más acotados. Tendrá que centrar sus esfuerzos en reconstruir el Estado, inyectar liquidez y dinamizar a la economía, aliviar las necesidades sociales y enfrentar la pandemia.

3.- ¿Cuál es tu evaluación del gobierno de Lenin Moreno?

Sin lugar a duda es el peor gobierno desde el retorno a la democracia. Ha sido un gobierno camaleónico, que prometió ser uno progresista con menor conflicto y termino siendo en extremo conservador. Algunos podrán creer que esto solo importa a las personas de izquierdas, pero creo que esto lo rebasa y debería preocupar a cualquier demócrata, pues es una estafa electoral al no gobernar ajustado al programa y al discurso de campaña.

Pero hay otros elementos adicionales, ya no solo referidos a gobernar en beneficio de determinados intereses y bajo qué ideología. Se puede ser de derechas pero generar ciertas políticas públicas que mejoren el bienestar (así sea limitado), atiendan demandas, procesen conflictos, solucionen problemas. Es decir, que exista cierta capacidad política y de gestión. Este gobierno ha estado integrado, especialmente desde el 2018, por peones de los grandes poderes, mayordomos desesperados por servir y agradar a los poderosos pero extremadamente mediocres e incapaces.

Claro, la pregunta que esto genera es entonces: ¿cómo ha logrado mantenerse, sobrevivir e incluso profundizar, como nunca, la senda neoliberal? Y creo que esto debe entenderse porque se ha impuesto por la fuerza, la dominación, sin generar consenso, hegemonía. Esto implica verlo como un títere, que no se sostiene por pies propios sino por los hilos que desde arriba lo manejan otros. Por ello, no importa que tenga solo el 6% de apoyo ciudadano, que haya enfrentado una de las movilizaciones más grandes en democracia, como la de octubre del 2019. El gobierno sigue porque los poderosos cerraron filas y lo han sostenido, incluso a pesar de él mismo. Pero claro, como todo títere tiene vida corta y su palabra no es más que la voz impostada del ventrílocuo.

4.- ¿Qué efecto puede significar para la izquierda latinoamericana, que Ecuador se sume a países como Argentina, México o Bolivia, donde el progresismo ha retornado al poder?

Es una pregunta compleja que requiere algunas ideas previas. Soy de los que consideran que América del Sur cerró ya un ciclo de los gobiernos progresistas, que inició a mediados de la década del 2000, podemos discutir la fecha de su fin pero me atrevo a pensar que se relaciona con la caída del gobierno del PT en Brasil.

Esto no implica pensar de forma determinista la historia, concebir ciclos predefinidos ni creer en virajes de péndulo y que en consecuencia luego venían las derechas. Si bien una de las características de este nuevo escenario es la emergencia de las derechas y un cambio en la correlación de fuerzas, hay otras que también deben tomarse en cuenta: como el propio deterioro de los gobiernos progresistas y su potencial transformador; el fin de la bonanza económica, sustentada en los precios de las materias primas, que genera menos recursos económicos y debilita la apuesta redistributiva; y el cambio en la coyuntura internacional con la disputa entre Estados Unidos y China de trasfondo geopolítico. A esto hay que sumar la pandemia que será un punto de inflexión histórico en sí mismo y que todavía no terminamos de ver su horizonte y consecuencias.

Con esto quiero decir que no veo que el escenario actual se explique únicamente alrededor de la disputa entre neoliberalismo y progresismo. No es el regreso a las décadas de los 90 ni tampoco a la del 2000. La realidad es mucho más compleja. Tampoco es un baile solo entre dos, hay la irrupción de nuevos actores y temas, como por ejemplo el movimiento feminista, que tiene formas y ritmos nacionales diversos, y creo que cada vez tomará más cuerpo el ecologismo como preocupación, actor y campo de lucha. De hecho, es curioso que en plena pandemia no pongamos el acento suficiente en este tema aun cuando es parte explicativa de las causas de este virus y de los que vendrán. Y señalo solo dos temas sobre los que las izquierdas latinoamericanas no tienen una clara relación. Sabemos, por ejemplo, para el caso ecuatoriano, del conservadurismo en valores del “Correísmo” que lo enfrenta a visiones laicas y feministas, o de las apuestas de los gobiernos progresistas por la minería para obtener ingresos fiscales inmediatos y de las terribles consecuencias de estas apuestas extractivistas para la reproducción de la vida.

Además, no existe en este momento una sola tendencia regional ni subregional. Hay un México con gobierno progresista muy moderado, pero tanto en Centroamérica cuanto en Sudamérica no existe una tendencia uniforme.

Dicho esto, es claro que un triunfo del “Correísmo” animará a las diferentes izquierdas y progresismos en su disputa política nacional. Sin embargo, estamos lejos de vivir una ola como la anterior. Esto por el propio peso ligero de Ecuador en el contexto geopolítico regional. Pero también porque no habrá proceso progresista sin Brasil, sin un eje territorial adjunto, ni sin otros países con izquierdas más sólidas. Además, como mencioné anteriormente, de ganar, el “Correísmo” será diferente, me atrevo a decir que más moderado y con problemas de sobrevivencia más inmediatos.

Por último, creo que el ciclo de los gobiernos progresistas debe ser reflexionado con más profundidad. No solo en sus dimensiones históricas, sino también para las izquierdas. El progresismo fue un momento donde las izquierdas confluyeron en alianzas amplias con sectores nacionalistas y otros. Se lograron avances sociales en un contexto económico de bonanza, se logró procesar conflictos mediante democracia representativa, se reforzó la política soberana y se avanzó en cuestionar la hegemonía neoliberal. No fue poco, fue histórico y todavía estamos viviendo algunas consecuencias de ello.

Pero también hay que decir que, desde una visión de izquierda, siendo autocrítico para quienes participamos, de una u otra forma en esas experiencias, no logramos crecer en tejido organizativo, en alterar la matriz productiva ni nuestra inserción internacional, en alterar los patrones distributivos de propiedad -máximo de renta coyuntural- y en animar escuelas o corrientes ideológicas y estéticas. Siempre recuerdo como en una reunión hace ya años, Marco Aurelio Garcia, brillante dirigente del PT brasileño que murió al finalizar el ciclo progresista, nos decía como las izquierdas latinoamericanas nunca habíamos tenido tantos votos y tan pocas ideas. Creo que está pendiente esa actualización ideológica que nos permita enfrentar con acción colectiva los retos del capitalismo contemporáneo sin perder ese espíritu post capitalista civilizatorio.

5.- ¿Cuáles pueden ser los escenarios electorales más posibles el domingo? ¿Es posible un triunfo de Arauz en primera vuelta? ¿Qué escenario podría complicar el triunfo de la izquierda en una eventual segunda vuelta?

Según las encuestas, tenemos tres candidatos mejor posicionados de las 16 candidaturas presidenciales. Andrés Arauz del “Correísmo” va a la cabeza con más del 30% y tiene asegurado su ingreso al balotaje. Se está jugando ganar en primera vuelta, para ello debe obtener más del 50% o 40% y diez puntos de diferencia con su inmediato seguidor. Esto es posible. Porque su voto duro es alto (alrededor del 25%), canaliza la oposición al gobierno, ha estado en permanente crecimiento y tiene un voto oculto desconocido, producto de la estigmatización del correísmo y la persecución política. Pero el mayor reto no es solo ganar apoyo, sino, sobre todo, saber defender los votos conseguidos. Estamos en medio del proceso electoral más inestable y menos transparente de los últimos años. Varios analistas -hasta de la derecha- han cuestionado el papel del ente organizador de las elecciones y su parcialidad. En segundo lugar tenemos al candidato Guillermo Lasso del partido CREO. Es un banquero del Opus Dei, con su tercera candidatura presidencial, enormes recursos económicos y el impulso de las élites económicas, aunque no es un apoyo entusiasta ni total. Ha sido un mal candidato que quiere posicionar una polarización“Correísmo-Anticorreísmo”,a través del miedo: a la desdolarización, parecernos a Venezuela o la corrupción. Es una clara candidatura de derecha, en lo económico y valórico, que va a la ofensiva, aunque disimule en formas ante el estado de ánimo antiestablishment. Tiene una base organizativa importante, alcance nacional, fuerte e intensa exposición mediática pero escasa penetración en sectores populares y el lastre de ser aliado del gobierno. En tercer lugar está la candidatura de Yaku Pérez. Y digo con nombre propio a pesar de ser la candidatura de Pachakutik, el instrumento electoral de la mayor organización del movimiento indígena, la CONAIE. Esto porque gracias a una maniobra la tendencia moderada “Anticorreísta”, logra imponer su candidatura frente al ala más radical que dirigió la movilización popular de octubre del 2019. Se logró mantener la unidad del movimiento, pero existen resquemores y divisiones internas importantes. Además, el movimiento indígena ecuatoriano está atravesando un interesante proceso de cambio subterráneo que curiosamente no tiene correlato en las ciencias sociales. En todo caso, Yaku representa una tercera posición que quiere abrirse camino en medio de la polarización del sector más politizado del electorado (correísmo-anticorreísmo) y pretender representar lo nuevo frente a lo viejo. Todo esto bajo un discurso difuso en lo ideológico y programático, donde mezcla ciertas reivindicaciones ecologistas con un espíritu indigenista light y escasa confrontación con el neoliberalismo o el propio gobierno. Ha hecho una buena campaña, cuenta con organización territorial, pero con escasa penetración en la costa. Los escenarios inmediatos varían dependiendo de los resultados, aunque todos comparten un incremento de la conflictividad política. Me atrevería a señalar tres con mayor probabilidad. Si gana Arauz en primera vuelta vendrán meses intensos. El gobierno acelerará su intención de dejar algunas reformas difícilmente desmontables y existirá una presión de las élites, a través de instrumentos institucionales, hasta que se entregue el gobierno, y extrainstitucionales, especialmente a través de amenazas de estabilidad económica y monetaria. Incluso no descarto ruidos de botas. El correísmo tendrá que negociar, mostrar gestión antes de llegar al gobierno y preparar su equipo. Le ayuda que Biden tiene su atención en su casa y que la gestión gubernamental ha sido tan desastrosa que el referente y las expectativas son bajas. Un segundo escenario sería ir a segunda vuelta. Este a su vez se divide en dos. Si el balotaje es con Lasso vendrá una polarización más intensa, con mucho contenido ideológico que el correísmo buscará rebasar y diluir. Será un juego de todo o nada, con pocas garantías democráticas. Pero creo que electoralmente será más sorteable, porque aunque peligroso en lo político no veo una coyuntura favorable para un banquero en un momento de tanta necesidad, dolor y enojo. La otra posibilidad es un balotaje Arauz-Yaku. Este es electoralmente más complejo y difícil para el correísmo, pues tiene que competir ante la novedad, el perfil no elitista de Yaku y su contorno fluido. Yaku buscará el apoyo de las élites económicas, de la mayoría de partidos políticos y de los medios de comunicación. Buscará presentarse como lo nuevo y popular frente a lo viejo, corruto y tecnocrático. El correísmo tendrá que mostrar capacidad de gestión y negociación, resaltar perfil personal de su candidato, seducir a las capas medias y acentuar lo costeño de su implantación territorial. Finalmente, hay un tercer escenario, el peor de todos. Este se relaciona con la inoperancia del Consejo Nacional Electoral (CNE), el deterioro estatal y el juego sucio. Si el correísmo no logra imponerse con fuerza y defender sus votos podemos entrar en una espiral de deterioro institucional y enfrentamiento político agudo. Esto no es descartable. Todavía, aun a pocos días de las elecciones, hay voces importantes (dentro del gobierno, del CNE, dirigencia política y medios de comunicación) que plantean anular las elecciones, posponerlas o hasta descalificar a Arauz. Esta puede sonar impensable y exagerado fuera de Ecuador, pero los ecuatorianos sabemos que las élites están asustadas, que parecen dispuestas a todo y que, como lo decía Gramsci, en estos momentos claroscuros surgen los monstruos.

Rony Núñez Mesquida es escritor y columnista Le Monde Diplomatique Chile.

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