En el marco de una amplia participación electoral, la ciudadanía ha rechazado de forma clara la propuesta constitucional de la Convención. Hemos pasado del 80/20 del plebiscito de entrada (2020) al 40/60 en el de salida (2022).
¿Qué ocurrió?
Primero, las fuerzas –de la oligarquía– impugnadas y desorientadas en 2019 se mostraron reorganizadas, con medios, estrategias y objetivos bien definidos. Desde un control casi total de los medios de comunicación de masas instalaron la idea de que la propuesta era defectuosa en su forma y fondo, apelando a sentidos profundos como el miedo y el nacionalismo. No vacilaron en usar el poder del dinero y la mentira para afectar la opinión pública. La derecha económica, política, y los sectores neoliberales de la ex Concertación hicieron su trabajo, no podemos quejarnos por aquello.
Segundo, las fuerzas transformadoras perdimos la iniciativa. Se produjo una desconexión entre la Convención y la ciudadanía, así como entre el Gobierno y la sociedad. Algunas prácticas observadas en la Convención la alejaron de una sociedad que -fuera de aquella burbuja- seguía sufriendo los síntomas de la crisis sanitario-económica y político-social. El texto propuesto atendió más al derecho internacional o a reivindicaciones específicas transversalizadas que al sentir del pueblo de octubre de 2019, es decir, a las grandes mayorías trabajadoras. Incluso, a veces, la Convención se habló a sí misma. De igual forma, el gobierno –vacilante por momentos– ha ido perdiendo adhesión popular: las expectativas de soluciones a los problemas de la “vida diaria”, como ingresos, pensiones, vivienda y salud, postergados ya en el acuerdo de noviembre de 2019, comienzan a transformarse en desilusión. Así, Convención y Gobierno sin el respaldo del pueblo se han mostrado insuficientes en las urnas como fuerzas transformadoras.
La ausencia de auto critica ha llevado a algunos a culpar de la derrota al pueblo que sería incapaz, en dicho discurso, de entender, seguir o aprobar esta propuesta política de vanguardia (admirada en el extranjero incluso han llegado a decir). Este vanguardismo ilustrado y político busca atajos y evasiones históricas, en lo principal: evitar relacionarse y organizar la fuerza social que encarne y sostenga el proyecto político transformador.
Hemos perdido la posibilidad de poner fin a la Constitución de Pinochet en el terreno de las ideas, en el campo de los sentidos comunes. Una lección clara y evidente para mañana es recuperar medios de comunicación de masas (TV, Radio, Diarios) en los cuales la sociedad pueda conocer de forma directa, de nuestras propias palabras y no de la de nuestros adversarios, los hechos de la realidad. Otra, igualmente necesaria es, volver a militar en la base de la sociedad para organizar el soporte y la fuerza motriz de los cambios.
El naufragio de la salida democrática a la crisis puede abrir el camino a una salida autoritaria. En los ajustes que se realizaran al gobierno se debe fortalecer a las fuerzas políticas que sean capaces y tengan la voluntad de reconectar con la sociedad. Como se ha señalado hoy desde el gobierno, la agenda de los derechos sociales debe ser el foco: seguridad, vivienda, inflación, cuidados, salud, educación, pensiones… El nuevo acuerdo político que habilitará un nuevo proceso de elaboración constitucional no puede desconocer las profundas desigualdades sociales, es decir, la híper-concentración del poder económico y político. Nuevamente señalamos, la ampliación de la base de apoyo no se encuentra solo en los viejos partidos de la ex Concertación sino principalmente en la sociedad.
Editorial Ukamau
4 de Septiembre 2022