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Educación, SIMCE y Pandemia. Por Mario Vega

La reciente información entregada por parte del Ministerio de Educación acerca de la aplicación de la prueba SIMCE durante el presente año ha encendido las polémica no solo sobre la pertinencia de esta en las actuales condiciones sanitarias existentes, sino también sobre su utilidad en tanto instrumento de medición de los aprendizajes esperados de las y los estudiantes de nuestro país.

Para comprender esta problemática, es necesario considerar que esta evaluación se ejecuta por parte de la Agencia de Calidad de Educación (ACE), a partir del cuarto año de la Educación Básica, mediante subciclos bianuales, es decir, además en sexto, octavo y segundo año de Educación Media en las cuatro asignaturas de mayor influencia en el currículum: Lenguaje y Matemáticas y, alternadamente, Ciencias Naturales e Historia. Complementariamente a ello, se aplican cuestionarios específicos dirigidos a estudiantes, profesores y apoderados que abordan ámbitos como la convivencia escolar y competencias de ciudadanía, gestión pedagógica, percepción sobre la labor de la escuela, respectivamente.

 Sin embargo, reconociendo la necesidad de contar con información detallada de los procesos formativos formales así como de la gestión escolar, es importante considerar que, la actual coyuntura sociopolítica existente en la actual coyuntura, se configura en un complejo tamiz que impide apreciar los nuevos desafíos de contención que la educación ha debido asumir en los últimos meses.

Así, el último período lectivo al que corresponde medir en esta evaluación, debería considerar a anormalidad que este experimentó desde mediados del mes de octubre, la justificada suspensión de actividades desde el mes de marzo y el incierto reinicio de las clases formales dado el adverso panorama de ascenso de los contagios por Covid-19. Lo anterior, cuestiona la sistematicidad que requieren los procesos de aprendizaje y, por añadidura, la posibilidad de su cuantificación.

Acertadamente, la Unidad de Currículum y Evaluación (UCE) del Ministerio de Educación, difundió orientaciones respecto de la priorización de Objetivos de Aprendizaje para cada nivel y asignatura a fin de descomprimir el abordaje de los programas de estudio una vez que se reestablezca el funcionamiento de los centros escolares.

Sin embargo, surge entonces la interrogante acerca de cómo una evaluación de carácter nacional, organizada y planificada, a fin de visualizar un heterogéneo conjunto de realidades socioeducativas, puede procesar estas modificaciones curriculares incorporándolas a instrumentos confiables sometidos a validación mediante pilotaje, si su campo experimental, le está privado debido a la suspensión de clases. Asimismo a cómo la medición se introduce en la evidente brecha existente margen entre el currículum prescrito y aquel efectivamente enseñado desde el año pasado.   

En el actual contexto, muchos establecimientos han implementado procesos de enseñanza mediante medios informáticos, como plataformas y clases virtuales a través de Internet, a fin de posibilitar medios intentando evitar que este período de cuarentena genere un negativo impacto derivado de las consecuencias de una total desescolarización de niños, niñas y adolescentes. Sin embargo, ha visibilizado otras brechas existentes respecto del acceso a los medios disponibles para generar conectividad remota que permitan vincular a docentes y sus estudiantes.

Tal disparidad existente, es muchas veces resuelta por la escuela gracias a programas de carácter público de incorporación de las TICs en escuelas y liceos. No obstante, al cerrarse estos espacios educativos esta brecha solo se pronuncia. De igual modo, la necesidad de aislamiento social ha impedido la entrega de alimentación regular en ellas para los estudiantes beneficiarios de los programas de JUNAEB, siendo esta reemplazada por entrega de canastas de alimentos dirigidas a los alumnos, no al grupo familiar[1] y de material educativo impreso por parte del ministerio del ramo y por sus propios profesores. Parece ser que, cuando la contingencia desdibuja el rol de la escuela o liceo públicos, también se hace frágil junto a ella uno de los históricos soportes sociales con que cuentan los sectores populares en nuestro país. 

En los establecimientos en donde ha sido posible implementar recursos de aprendizaje a distancia, nuevo escenario ha significado un vertiginoso proceso de adaptación para los docentes mediante la adecuación de sus estrategias de acuerdo con las condiciones tecnológicas disponibles, desde “entornos virtuales de aprendizaje” hasta el envío de materiales y tareas vía correo electrónico. A pesar de ello, es indispensable hacer un importante esfuerzo de inclusión con aquellos niños y jóvenes que “invisibles” pues no cuentan con los medios para acceder al espacio relacional educativo.

En una reciente obra, un equipo de investigadores de la U. de Chile (Bellei et al., 2020) han demostrado la importancia del uso de datos como herramienta para mejora escolar. Ello, refuerza el asunto fundamental en este debate como es el dilucidar la confiabilidad de la información que la aplicación de las pruebas SIMCE serán capaces de reportar ante las vicisitudes experimentadas por el conjunto del sistema escolar, aspecto que se vuelve complejo, sobre todo, cuando la intención de ella es orientar las políticas públicas en la materia. Una posibilidad es que sus resultados exhiban una aguda diferencia de resultados entre quienes pudieron o no acceder a algún soporte educativo remoto o, todavía más, solo represente la diferencia existente respecto del capital cultural disponible en su entorno sociocultural.

La actual situación sanitaria y la gravedad que han alcanzado las cifras de contagio y mortalidad, resitúan forzosamente las urgencias que Chile enfrenta. Así como hoy en día se hace necesario perseverar en el esfuerzo de acatamiento ciudadano de las conductas de prevención y autocuidado, de la misma manera la educación debe enfocarse como primera tarea, en la contención emocional en un contexto de emergencia como extensión de la responsabilidad formadora que le compete.

Según múltiples previsiones y como ya lo observamos hasta ahora, las consecuencias económicas de la pandemia han hecho su efecto en la reducción gradual de puestos de trabajo formales e informales. El aprendizaje adquirirá, cuando ello sea posible, una condición indispensable, cómo será la de ligarse a actitudes y valores como la empatía y la solidaridad en el marco de un humano reencuentro, el preámbulo de nueva ciudadanía que emerja fortalecida de esta inédita experiencia social e histórica.


[1] https://www.junaeb.cl/archivos/45961

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