Desde hace un tiempo a esta parte, uno de los rasgos distintivos que ha cristalizado en la sociedad, es la idea de inclusión, donde su materialización se ha intentado concretar desde las sexualidades, pasando por las discapacidades o capacidades diferentes como también se les denomina (siendo don Francisco, Mario Kreutzberger promotor del tema, cuando de la funcionalidad de los aeropuertos se refiere, en coyuntura reciente), llegando a las neurodivergencias, entre las más vistosas, estando coronada esta última, con la ley TEA N° 21.545.
Si bien la ley en sí misma es una oportunidad de visibilización de la condición, existen contradictoriamente múltiples formas de invisibilización, siendo una de ellas, las declaraciones de director interino del Internado Nacional Barros Arana (INBA), Sr. Gonzalo Saavedra. El director del primer internado estatal de Chile y parte de los denominados liceos emblemáticos, señaló que "hoy el colegio parece colegio diferencial. No hay más de 700 cabros, más del 60% son weones con TEA. O sea, no tení ninguna posibilidad de volver a tener la excelencia académica en el corto plazo, ninguna".
Estas palabras ofensivas, condensan varios de los mitos más dañinos que aún circulan en torno al autismo y la educación inclusiva. Y no son un caso aislado: reflejan una manera estructural de pensar la diferencia desde el prejuicio, la ignorancia y la exclusión.
El autismo, especialmente en personas sin discapacidad intelectual asociada, es una de las llamadas discapacidades invisibles: no se manifiesta en signos físicos evidentes, pero implica desafíos reales en la comunicación, la interacción social, la regulación sensorial y la adaptación a entornos rígidos. Esta invisibilidad lleva muchas veces a la incomprensión, al juicio erróneo y a la negación de apoyos, porque el entorno espera que quienes “se ven normales” se comporten según los estándares neurotípicos.
La frase del Sr. Saavedra contiene, en sí misma, una narrativa peligrosa: que la presencia de estudiantes autistas impide la excelencia académica. Esta afirmación no solo es falsa, sino que revela una visión capacitista, en la que la diferencia es interpretada como una amenaza al estándar, como una anomalía que hay que corregir o marginar. El Autismo, Condición del Espectro Autista, o según manuales diagnósticos, el Trastorno del Espectro Autista (TEA), no es sinónimo de discapacidad intelectual.
Pese a que existen estudiantes con algunas de estas discapacidades invisibles, también lo hay con habilidades cognitivas notables, con talentos en áreas como la memoria, las matemáticas, el lenguaje o el pensamiento visual. La neurodiversidad y la diversidad cognitiva no debieran ser vistas como un obstáculo, sino como una riqueza que desafía a las instituciones a repensar sus formas de enseñar.
Otro de los mitos que se desprende de este tipo de afirmaciones es la idea de que los colegios “diferenciales” no pueden aspirar a la excelencia. Esta creencia refuerza la histórica subvaloración de la educación especial, como si fuera una categoría inferior, de segunda clase. La excelencia no está en la homogeneidad, sino en la capacidad del sistema para responder éticamente y profesionalmente a las diversas formas de aprender, comunicar y estar en el mundo.
También es necesario señalar la carga simbólica de frases como “más del 60% son weones con TEA”. Esta forma de hablar no solo deshumaniza, sino que transforma a los estudiantes autistas en cifras alarmantes, en cuerpos disruptivos, en un problema que hay que contener. Se trata de un discurso que refuerza el miedo a la diferencia, que la ubica como un enemigo de la normalidad, y que invisibiliza las múltiples barreras estructurales, pedagógicas y actitudinales que enfrentan estos estudiantes para participar plenamente en su educación.
¿Y si el problema no está en los estudiantes, sino en la escuela que no ha sabido transformarse? ¿Y si la “excelencia” no es la exclusión de quienes aprenden distinto, sino la capacidad de una comunidad para incluir con justicia y dignidad a todos?
En Chile, algunos miles de niños, niñas y adolescentes autistas han sido expulsados simbólica o literalmente del sistema escolar. No porque no puedan aprender, sino porque el sistema no está dispuesto a aprender de ellos. Porque aún pesan más los prejuicios que los derechos, más las métricas que las trayectorias humanas. Paradojal situación máxime cuando discursivamente existe un sistema escolar inclusivo, acompañado por una ley TEA, que viene a reforzar la inclusión, de este segmento de la población.
Paradojalmente, el desatino, ignorancia, indolencia o deshumanización del Sr. Saavedra, respecto de lo comentado, no sólo sirve para re-visibilizar dolorosamente esta contradicción y todo lo que conlleva, sino que a preguntarse cómo alcaldesas y alcaldes abordan esta situación. Si bien serán los Servicios Locales de Educación los que seguirán gestionando la educación pública del país, igualmente quedan varios Municipios que actúan de sostenedor y seguirán en tal definición institucional; inclusive, aquellos establecimientos particulares subvencionados y hasta particulares, sin perjuicio de que no estén bajo el régimen administración municipal, alcaldesas y alcaldes, igualmente, podrían verse interpelados por situaciones como la que se comenta en esta opinión, dado que son vecinas y vecinos de las comunas que dirigen. En este sentido, Mario Desbordes, aún tiene oportunidad de enmendar la ruta, acudiendo a los mayores grados de materialización de la Tolerancia e Inclusión efectiva en el INBA, como en cualquier otro establecimiento de la comuna que dirige, proyectado en cuanto señal política y de humanización al resto de las comunas del país.
A propósito de Don Francisco, deberíamos pedir más sillas de ruedas en el aeropuerto que permitan un adecuado desplazamiento a través de sus instalaciones; pero quizás, igual de importante, sería pedir más sillas en las escuelas, permitiendo un adecuado e inclusivo desarrollo educativo como movilizador de una mejor sociedad.
Francisco Pizarro Olivares, Magíster en Neurociencia Social UDP, Psicólogo Clínico UCSH, Miembro fundador de la Sociedad Chilena de Neuropsicología Clínica
José Orellana Yáñez, Doctor en Estudios Americanos Instituto IDEA-USACH, Magister en Ciencia Política de la Universidad de Chile, Geógrafo y Licenciado en Geografía por la PUC de Chile. Integrante del Centro para el Desarrollo Comunal Padre Hurtado.