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Educar en la solidaridad. Por Luis Reyes Ochoa y Nelson Rodríguez Arratia

En estos días varias instituciones educativas, públicas, vecinales y comunitarias celebraron este 18 de agosto el día de la solidaridad.

Hablar de solidaridad en el Chile de hoy, en que cada uno vive en su metro cuadrado e impera la lógica de que es el esfuerzo individual la única herramienta que garantizara el bienestar y la seguridad, resulta anacrónico. Es interesante a propósito, ver la etimología de la palabra solidaridad, que proviene del latín soliditas, que expresa la realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto, cuyas partes integrantes son de igual naturaleza. Por otra parte, en el diccionario de la Real Academia Española aparece definido solidaridad como una adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros y aparece como sinónimo de participación, apoyo, compañerismo, camaradería, fraternidad, respaldo, adhesión, fidelidad, unión, entre otros.

En Chile, la solidaridad aparece como una realidad tangible, por lo general, en aquellas situaciones circunstanciales dadas por crisis económicas, socio culturales, económicas o de catástrofes: pareciera, sin ironizar, que nuestra sensibilidad por los otros en desmedro, en estados de vulnerabilidad aparece en medio de situaciones graves pero acompañadas de un alto impacto comunicacional, con la que no existe otra reacción que la de dar, entregar o donar. Un acto de caridad insondable y con un sentido moral profundo.

Parece ser, que de tomarnos muy en serio a los seres humanos e incluso, no tomar nada más en serio como es cada persona y cada ser humano es el principio de una sensibilidad solidaria, que insta a una mirada más profunda en lo moral. Pero, resta mucha seriedad, cuando al mirar las estructuras que sostienen los enclaves de injusticia, fuente de buena parte de inmoralidad, nos quedamos atentos a la acción de otros: políticos, empresarios, instituciones o el estado; Por ejemplo: ¿Qué más debiera ocurrir para transformar nuestro sistema de pensiones, para nuestros abuelos e incluso, para quienes por un sentido solidario intergeneracional, viviremos con pensiones indignas? Es hora de avanzar más allá de una solidaridad eventual frente a una catástrofe de la naturaleza o crisis sociales y pensar más en el bien común, por medio a través de una solidaridad estructural reflejada en un reforma al sistema de pensiones o al establecimiento de un sistema nacional de cuidados

De mirar a una sociedad, desde los microespacios, la familia, la escuela, espacios laborales, en donde la gestión es vertical, donde existe discriminación y violencia de género o en la competitividad de los roles profesionales hasta el disciplinamiento del éxito olvidando incluso nuestra propia humanidad, son espacios que van quedando en el silencio, en el olvido o peor aún en la indiferencia. Situaciones que ocurren además en nuestras escuelas. Y somos cómplices. Por esta razón, para creer en un Chile solidario es necesario plantearnos el tema de educar en la solidaridad y desde sus estructuras; ¿Cómo no pensar en nuestros niños, niñas y adolescentes (NNA) que se forman en nuestras escuelas y que muchas veces crecen en espacios en que situaciones como las descritas son frecuentes y normalizadas?

Para problemas complejos, necesitamos respuestas complejas y que atiendan la complejidad del tejido social. Nadie puede estar sólo en la tarea de educar y formar en solidaridad, debemos asumirlo colegiada y colaborativamente, pensando desde un nosotros. Es necesario educar en la solidaridad, en una imaginación ética que permita integralmente cuidar la humanidad de cada NNA en aprendizajes que respeten la individualidad para construir el nosotros anhelado.

Una manera de abordar la temática y es la que proponemos en esta columna, es educar desde la escuela en la solidaridad, es decir educar, en el compañerismo, la unidad, la sana convivencia y porque no, en la fraternidad. Creemos que en la implementación de los Objetivos de Aprendizaje Transversales (OAT) dentro de las asignaturas, por medio de un currículum integrado más que agregado, existe una oportunidad para educar en la solidaridad a las nuevas generaciones, desde acciones bien concretas que permitan a las escuelas vincularse con la comunidad y el medio social desde una sana convivencia. Claramente, cada espacio educativo, cada escuela deberá evaluar y construir desde sus prácticas de gestión, administración y al interior del aula: cómo y cuáles son las acciones que estructuralmente educan a ser solidarios. La sensibilidad ética y moral nos llama a plantear la solidaridad como un eje tanto en lo valórico, como en lo pragmático.

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Los autores son académicos de la Escuela de Artes y Humanidades de la Facultad de Educación Universidad Católica Silva Henríquez

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