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El 5 de octubre no se ganó solo con un lápiz. Por Raúl Zarzuri Cortés

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Días atrás se conmemoraban 50 años de la matanza en la plaza de Tlatelolco y recordé un texto que me mandó el año pasado Imuris Valle, la hija de uno de los dirigentes estudiantiles mexicanos que estuvo ahí. Me refiero a Eduardo “El Buho” Valle, insigne dirigente estudiantil universitario en el 68 mexicano, excelente periodista y político de izquierda. En ese texto, hace un homenaje a su padre y comienza con una cita de él que me parece adecuada para el momento de la conmemoración de los 30 años del NO. La cita es la siguiente: “¿Podremos recordar la historia reciente? ¿O nuestra memoria es tan pobre y tan flexible que nada dejamos a nuestros descendientes, excepto aprender lo que ya es nuestro y así, siempre se inicia un comienzo que nos desarma y entrega al azar y la sinrazón, a la dominación de los que sí saben y se acuerdan? ¿Por qué olvidar que el poder también es historia? (Eduardo Valle en su libro Solidaridad con Rulfo, publicada en revista Proceso número 213, el 10 de diciembre de 1980).

Recojo está cita porque ante el 5 de octubre, al parecer la memoria que circula olvida a los verdaderos protagonistas: la ciudadanía y las organizaciones y movimientos sociales. Circula una memoria que releva solo a “los señores políticos” como los únicos artífices en el proceso de recuperación de la llamada democracia, cuestión que se deja ver en todos los reportajes de los medios de comunicación cuando tocan el tema. Sin embargo, y quizás solo la historia, bueno un cierto tipo de historia, nos recuerda, y no así la política grandilocuente, que esto solo fue posible debido al sacrificio de un pueblo que se atrevió a levantar la voz y perder el miedo para rebelarse y salir a la calle. Entonces, si recuperamos la memoria, ella nos permite relevar y recordar no solo a aquellos que se sacaron la foto cuando se llegó a la meta (recuperar la democracia), sino también a aquellos, que, sin su sacrificio, viviendo la represión y en muchos casos la muerte, fueron los verdaderos actores en el proceso que nos condujo al 5 de octubre de 1988.

Pero ¿cómo se logró esto? Un breve recorrido histórico, nos recuerda que a finales de los setenta y principios de los ochenta comienza a emerger nuevamente la política en su faceta pública, la cual estaba prohibida por la dictadura militar. Esto se manifiesta inicialmente en las universidades (la Chile, por ejemplo) a través de una serie de iniciativas que se conectaron con la cultura y que dieron origen a los primeros signos de resistencia masivos circunscritos a actividades de teatro, peñas y conciertos que dotará a los jóvenes, y a los no tanto, de un matriz cultural simbólica de resistencia para enfrentarse a la dictadura. Esto permitió también las primeras conexiones entre la actividad cultural universitaria con los llamados sectores populares, permitiendo por ejemplo la emergencia de los llamados “jóvenes urbano-populares” que serían un actor relevante en las llamadas protestas nacionales. La actividad cultural permitió que tímidamente la actividad política comenzara a salir de la clandestinidad para hacerse masiva y pública.

Pero van a ser una serie de movilizaciones sociales que serán conocidas como “Jornadas de Protestas Nacionales” que comenzaron el año 1983 y terminaron el año 1986, inicialmente convocadas por la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) que van a amplificar esto. El gran logro de estas movilizaciones es que va a permitir que la política se rearticule de forma masiva, pasando de lo privado a lo público y que se pierda el miedo a hablar de política, cuestión que estaba relegada solo a la casa (lo privado hogar/lo privado clandestino) donde se hacía política en el secreto, precisamente por la represión existente. Pero, además, las protestas tuvieron un componente lúdico y festivo que permitió que como sujetos se reconocieran como opositores a la dictadura militar; que sintieran que no estaban solos en la lucha, cuestión no menor, porque precisamente eso servía para animarse a salir a la calle, enfrentar la represión, crear organización(es) y tejido social o amplificar el existente, cuestión que llevó a aumentar el tono de las movilizaciones de protestas y a alentar y visibilizar una militancia política que solo se manifestaba subterráneamente. Demás está decir, que la ritualidad festiva de las movilizaciones que permitía el encuentro entre los opositores a la dictadura iba de la mano de las dramáticas consecuencias que esto traía y que sin embargo se asumían: allanamientos y detenciones masivas en sectores populares; heridos y muertos; hostigamientos y detenciones por nombrar algunas.

Pero quizás el aporte más relevante que instalaron las movilizaciones fue la idea que para recuperar la democracia, la lucha debía abandonar la clandestinidad y la casa y, pasar a la calle. Es precisamente el aumento de la efervescencia social a través de las protestas que lleva a poner en jaque el itinerario político que tenía la dictadura conducente a su perpetuidad, la cual, al enfrentarse a un proceso cada vez más masivo de protestas y con un costo político cada vez más alto, tiene que entrar a negociar.

La negociación que instala la dictadura se realiza con las tradicionales orgánicas políticas que la misma dictadura había denostado y proscrito. Así, es la dictadura la que le otorga poder de negociación a la llamada oposición política (no el movimiento popular o ciudadano), sin reconocer, que esto no hubiese sido posible sin las movilizaciones sociales de cientos de miles de personas, privilegiando así, una salida más institucional, cuyo mayor logro es la democracia actual que tenemos que aún está al debe.

En resumen, esta nueva conmemoración del 5 de octubre debe recordarnos que fue gracias a las movilizaciones sociales que comenzaron tímidamente a finales de los setenta y que se extienden por todos los años ochenta, y al sacrificio de muchos/as, que se pudo torcer la mano a la dictadura y llegar a usar un lápiz para marcar la opción NO en un voto. Así, la democracia no se ganó con marcar un voto, fue gracias a un pueblo movilizado que logro vencer el miedo y movilizarse en aras de un bien mayor: la libertad y la búsqueda de una real democracia. Eso es algo que no se nos debe olvidar.

RAÚL ZARZURI CORTÉS
Licenciado en Sociología, Magíster en Antropología y Desarrollo. Especialista en culturas juveniles y docente UAHC

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