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El agua como refugio.Lógicas arcaicas para un laboratorio de modernidad. Por Natalia Contesse Bamon

“Que el futuro se apronte
hemos pulido los sueños
el agua no tendrá dueños
y correrá en alegría
a un pueblo con valentía
regalará sus diseños”.

1. Introducción

El pasado 8 de diciembre de este año 2020, la prensa mundial, a través de distintas plataformas, publicó el siguiente titular: “El agua comenzó a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street”. El agua se ubica de esta manera en el mercado de especulaciones financieras futuras, en un escenario donde su precio irá fluctuando al igual que el petróleo por medio de contratos económicos y financieros, que a su vez irán generando consensos de valores especulativos que podrían ser usado como referencia para el resto del mundo. Esta noticia se instala hoy como un nuevo indicio dentro de un panorama de complejos entramados, que justamente han ubicado a este recurso vital en el epicentro de conflictos económicos, políticos, culturales y medioambientales de este siglo, por nombrar solo algunos.

La mercantilización del agua, su privatización y trasformación en un bien de capital responden a la realidad del actual modelo capitalista, que funda su riqueza material en la depredación extractivista de distintos bienes comunes. En este caso, el del agua.

Una de las realidades más complejas es la situación y el modelo de Chile, “modelo de despojo de los bienes naturales comunes que no tienen parangón con otros países, y que se extiende de Norte a Sur, de cordillera a Mar” (Mundaca, 2017:7). Resulta pertinente afirmar que el actual código de agua que impera en Chile fue promulgado el año 1981 durante una dictadura cívico-militar, régimen que se encargó de introducir e instalar en este país un modelo neoliberal ejemplar. Este código de agua “trasformó un bien natural común en mercancía, transable y regulada por los mecanismos de la oferta y la demanda” (7). Esta nueva agenda de gestión de las aguas abierta por el Código de 1981, aún vigente, separa a la tierra del agua o, dicho de otro modo, “separa la propiedad del agua del dominio de la tierra” (Mundaca, 2014). Genera así una de las escisiones más radicales y significativas de la modernidad. Esto significa que las empresas de las industrias agrícola y minera, por ejemplo, puedan comprar los derechos de las aguas de pequeños campesinos mestizos o indígenas de manera perpetua, dejando sin este líquido vital a territorios y comunidades enteras. Los ojos y las manos de las agendas mercantilistas y neoliberales se apoderan y se tornan dueñas de las aguas, apropiándose de un bien común que antes estaba disponible para la población local y la vida comunitaria. Las grandes empresas se enriquecen a costa del sacrificio de las mayorías sencillas y populares, quienes, junto con perder el acceso al agua, son privados de todo aquello que el agua agencia: relacionalidad social, autonomía económica y alimentaria, identificación con sus territorios, salud, ritualidad, entre otras muchas cosas.

La escasez hídrica generada por este fenómeno perjudica violentamente los derechos de miles de seres humanos que habitan en zonas generalmente rurales, territorios que ya han sido devastados, hoy denominados cruelmente como “zonas de sacrificios”. El agua escasea y los capitales aumentan. El control del agua pasa a controlar las vidas, conduciendo así a la muerte a distintas existencias humanas y no humanas, como también a muertes culturales y ambientales.

Como consecuencia de este desolado panorama, comienza a ocurrir un interesante dislocamiento y contradicción, que aquí nos interesa destacar. El agua se trasforma al mismo tiempo, por un lado en un lugar de usurpación, y por otro, en fuente de emancipación y levantamiento popular. Las consignas que llenaron las murallas y pancartas el pasado 18 de octubre de 2019 en Santiago, la capital de Chile, dan cuenta de esto: “El agua es vida, no mercancía”; “Somos el río”; “No era sequia, era saqueo”; “Agua libre”; “Ríos libres”, entre otras. Estas consignas nos hacen pensar que, como escribió Hölderlin, “allí donde está el peligro está también lo que nos salva”. El agua es a su vez portadora de lógicas de abuso y especulación financiera, como también de resistencia y levantamiento popular.

En el agua habitan entonces dos realidades y valores contradictorios. A pesar de que el agua es usurpada por el capitalismo, convirtiéndola día a día en mercancía, este líquido vital también puede transformarse en un antídoto y una fuerza comunitaria que se moviliza en contra de este mismo sistema neoliberal. Es justamente desde el agua en donde puede articularse una fuerza popular capaz de levantar y reaccionar con valentía ante su propio despojo.

Propongo entonces usar el concepto de un ethos del agua, es decir, pensar en la necesidad imperante de construir un refugio que actúa como respuesta a la experiencia del peligro, vulnerabilidad y violencia que padecen los individuos y las comunidades, que resultan despojadas de aquello que constituye quizás lo más esencial para la vida: el agua. Un ethos en donde se puedan evidenciar y revitalizar aquellos valores y lógicas que existen en el agua, desde una concepción de esta misma como sujeto vivo y animado. Un ethos capaz de vencer justamente las lógicas del sistema neoliberal.

Resulta necesario, entonces, pensar y concebir la existencia de un tipo de ciudadanía capaz de sensibilizarse ante este elemento, es decir, una ciudadanía que reencuentre la capacidad de hacerse sensible, por ejemplo, ante la fascinación de ver el agua correr en ríos y cascadas, sensible ante el regalo de la lluvia o ante la sencilla circunstancia de escucharla fluir y avanzar sobre la tierra. Aquí resulta pertinente y relevante referirse a la cuestión de las relaciones estéticas que, como seres humanos, tenemos o hemos dejado de tener con el agua y frente al agua. Relaciones en donde la experiencia de lo sensible se ponga en juego, determinando esa vinculación entre humanidad y agua. Me pregunto, entonces: ¿cuándo dejamos de ver en el agua un sujeto animado, portador de agencia y vitalidad, para transformarla en un mero objeto sin vida y sensibilidad? ¿Cuándo cortamos el diálogo sensitivo, afectivo y emocional con el agua? ¿Cuándo perdimos u olvidamos los lenguajes y las prácticas festivas y rituales para asegurar su presencia y abundancia en nuestras vidas y comunidades? ¿Cuándo comenzamos a concebirla como un ser ajeno a nuestra propia naturaleza? ¿ Cuándo pasó a ser un valor de cambio financiero?

2. Las aguas modernas y los flujos de capital

Para avanzar en esta investigación nos interesa reflexionar en la noción de modernidad de Bolívar Echeverría, y cómo desde ella se construyen cuatro ethos distintos. Estos cuatro ethos resultan ser para Echeverría cuatro formas de ser, o cuatro respuestas de una sociedad frente a dos lógicas contradictorias. Estas dos lógicas me permitirán profundizar y proponer una analogía entre las realidades y valores contradictorios del agua. En su ensayo La clave barroca de la América latina, este pensador latinoamericano propone que “la vida que el ser humano conforma bajo la modernidad capitalista y el mundo que construye para esa vida se encuentran afectados radicalmente… entre dos lógicas” (Echeverría 4).

Estas dos lógicas o principios, que Echeverría recoge de Carl Marx, son básicamente el valor de uso y el valor de cambio. El primero de ellos, escribe Echeverría, “es el principio que pretende estructurar ese mundo de la vida en referencia a un telos definido cualitativamente y que actúa desde el valor de uso de las cosas, desde la dinámica de la consistencia práctica de éstas” (5). Aquí, el uso de las cosas produce un sentido de unión comunitaria, uniendo y cohesionando a la comunidad, que reconoce justamente un valor en las cualidades de las cosas. Desde ese reconocimiento se despliegan practicas sensibles que producen sentidos comunitarios.

La segunda lógica, que como ya dije se contrapone a la anterior, es el valor de cambio, entendida como un “principio que emana de esa especie de clon abstracto o doble fantasmal de la sujetidad o la voluntad social, que es el valor mercantil de las cosas… proceso de acumulación de capital” (5). Aquí el valor está puesto en lo abstracto, dinero que produce más dinero, acumulación de capital, transacciones monetarias que destruyen el sentido comunitario y a las comunidades mismas.

Me interesa tender un puente entre estos dos principios/valores y las dos lógicas contradictorias que del agua que antes sugeríamos: por un lado, el agua como mercancía de transacción monetaria en el mercado de valores; por otro, el agua como un ser dotado de cualidades que permiten revitalizar el sentido y la unión comunitaria. Es desde esta segunda lógica que proponemos concebir el agua como un refugio y un lugar para la transformación política y económica, concebirla como un ethos portador de dispositivos sensibles de modernidad contra el capitalismo.

Echeverría define ethos como:

“ethos se refiere a una configuración del comportamiento humano destinada a recomponer de modo tal el proceso de realización de una humanidad, que ésta adquiera la capacidad de atravesar por una situación histórica que la pone en un peligro radical. Un ethos es así la cristalización de una estrategia de supervivencia inventada espontáneamente por una comunidad” (6).

Por lo tanto, propongo pensar en un ethos del agua que nos permita sobreponernos y reaccionar frente a la realidad de la existencia de pueblos en donde los niños y las niñas ya no conocen los ríos, o pueblos en donde mujeres y hombres son asesinados por defender las cuencas de la depredación de las grandes empresas mineras e hidroeléctricas. Naciones que encarcelan y asesinan a sus activistas medioambientales, por considerárseles terroristas.

Sin duda hoy es el agua uno de los lugares de disputa de los grandes intereses monetarios, centro de conflictos económicos y políticos. Me interesa, por lo mismo, desplazar hacia este tiempo presente el problema planteado por Mariátegui en su propuesta de un marxismo que se hace cargo del problema de la relación con la tierra o territorio. Mi interés es evidenciar con este desplazamiento que hoy en día, en Latinoamérica y especialmente Chile, el problema del indígena, del campesino y del mestizo se centra principalmente en conflictos hídricos.

Hoy los gamolanes ya no son, como señalaba Mariategui, los señores feudales, o los latifundistas y hacendados, sino la misma oligarquía política y el empresariado de las grandes multinacionales, que han desarticulado y destruido los tejidos comunitarios, destruyendo casi por completo las economías locales de los pequeños agricultores. Los indígenas y mestizos han sido despojados del agua y del derecho humano a su uso y abastecimiento, y es justamente a través de ese despojo por el que se logra articular y construir el sujeto de la revolución.

El capitalismo, con sus lógicas económicas privatizadoras, se ha encargado de articular y montar un mito específico, mediante el cual el ser humano habita el mundo con la creencia de que todo para él, está garantizado. El mercado le brindará todo aquello que sea necesario para vivir y morir, y los y las individuos/as solo deben ocuparse del ejercicio de pagar por aquello que necesitan y desean.

Aquellas ideas del filósofo argentino Rodolfo Kusch en su libro América profunda, que nos invitan a comprender las relaciones de hermandad entre el ser humano y el cosmos y las relaciones parentales y a(fe)ctivas entre ser humano y agua, por ejemplo, quedan totalmente obsoletas en el régimen del capital. Relaciones de hermandad que, dicho sea de paso, despliegan y dan vida a un conjunto de practicas festivas y rituales para asegurar, dentro de un determinado espacio/tiempo, sus presencias en el mundo, negociando justamente mediante relaciones estéticas, sensibles y emocionales con las fuerzas de la naturaleza.

Mariategui, en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, nos recuerda que “los canales de irrigación de la sierra…quedan como los mejores testimonios del grado de organización económica alcanzado por el Perú inkaico” (Mariategui 34). En aquellos sistemas de riego y gestión de las aguas estaban en juego conocimientos políticos, económicos, comunitarios, astrológicos y artísticos, sobre los cuales valdrá la pena profundizar más adelante.

La existencia de un tipo de ciudadano/ciudadana del agua, capaz de sensibilizarse ante y con el elemento agua, no puede ser pensado como una utopía. Por lo tanto, pensar cuáles podrían ser hoy aquellas prácticas estético-políticas para enfrentarse y deshacer la cultura que concibe al agua como un valor de cambio, como un objeto de lucro y de valor netamente monetario, se vuelve un imperativo ético.

3. Movilizaciones sociales por el agua

Un ejemplo que sitúa el agua como lugar de emancipación popular podría ser la llamada Guerra del Agua, conflicto que tuvo lugar en la ciudad de Cochabamba, en Bolivia, a cuatro meses de haber comenzado el siglo XXI. “Considerado por muchos como indicativo de nuevas formas de acción colectiva, y emblemáticos de las contiendas emergentes en la globalización” (Thomas 2), esta guerra, más allá de poner fin a un millonario contrato que entregaban los derechos y suministro del agua y servicios sanitarios a la empresa privada Illimani, ha sido probablemente uno de los levantamientos populares más relevantes en Latinoamérica en las últimas décadas. Constituyó el modelo de una fuerza popular que se emancipa y logra instalarse en la esferas políticas del poder. Este hecho forma parte de los múltiples antecedentes movilizadores que llevaron a que en la actual Constitución Boliviana, promulgada el 7 de febrero de 2009, se reconozca constitucionalmente al agua como un derecho humano inviolable.

Por otro lado, y en la misma línea, lo que sucedió en las recientes e históricas elecciones del 25 de octubre realizadas en Chile resulta también interesante. El pueblo chileno, tras un año de intensa lucha y movilización social, logra exigir y articular un plebiscito para un sufragio que aprueba la creación de una nueva constitución. Lo interesante en esta cuestión es que tanto el voto del apruebo como el de una convención constitucional obtuvieron sus más altas mayorías justamente en las comunas de la provincia de Petorca, la cual es considerada hace varios años, como el epicentro nacional de la violación del derecho humano al acceso al agua. Comuna que constituyen en gran parte territorios que ya son considerados “zonas de sacrificios”. Justamente en los pueblos que hoy se ha vulnerado más fuertemente el derecho al agua, se articulan con mayor intensidad los movimientos populares que se emancipan.

4. Prácticas estético-políticas de sensibilización

Por último, con el propósito de profundizar en un ethos del agua, compartiré dos referentes vigentes de operaciones arcaicas que vinculan ética y estéticamente, en relaciones estrechas de afectos, sensibilidades y correspondencias, al ser humano y al agua.

A partir de lo que escribe Echeverría que “un ethos es así la cristalización de una estrategia de supervivencia inventada espontáneamente por una comunidad” (6), compartiré dos estrategias y tácticas; prácticas estéticas y refugios construidos por los cuales distintos grupos humanos, se sobreponen y sobreviven ante las dificultades. Sobreponerse a esa realidad arcaica que nos señala Kusch del “temor al granizo, el miedo al cerro … la indeterminación de no saber nunca que puede ocurrir…el juego de las fuerzas como el agua, el viento, el abismo, el fuego” (Kusch, 44), como también sobreponerse al actual sistema capitalista de aberrantes despojos y extracciones de bosques, de ríos y montañas.

En los dos ejemplos que se compartirán, se hace presente lo que la socióloga y pensadora aymara, Silvia Rivera Cusicanqui nos comparte en su libro Un mundo chi’xi es posible: “Es necesario retomar el paradigma epistemológico indígena, una epistemología en la que los seres animados o inanimados son sujetos, tan sujetos como los humanos, aunque sujetos muy de otra naturaleza. Hay algo que distingue a lo indio de lo que no lo es, algo que distingue a la epistemología de los mundos alternos al capitalismo y al antropocentrismo del mundo noratlántico. Tenemos que pensar en una episteme que reconozca la condición del sujeto a lo que comúnmente se llama objeto; ya sea plantas, animales o entidades materiales inconmensurables, como las estrellas (Rivera 90).

Me parece fundamental reconocer y reanimar aquellas prácticas humanas que han generado, y generan aún, engranajes de relaciones afectivas, estéticas, políticas y económicas entre humanidad y agua, prácticas que, dicho sea de paso, dentro del contexto de las profundas crisis ambientales que atravesamos, se instalan disputándose un espacio tangible como forma de episteme moderna, capaz de “unir fuerzas para reconstruir los refugios, para hacer posible una parcial y solida recuperación y recomposición biológica-cultural-política-tecnológica” (Haraway 20). En este caso, el refugio del agua, o un ethos del agua. Ambas operaciones y expresiones culturales vivas y vigentes están enmarcadas dentro de esa episteme indígena andina que nos señala Silvia Rivera. Ambas a su vez usan los lenguajes estéticos de la música y el canto como mediadores entre seres humanos y agua, logrando así, desde una relación de sensibilidad, resistir a las opresiones capitalistas y extractivitas, asegurando comunitariamente una soberanía económica y política. Ambas expresiones también son parte de las herencias de aquellos canales de irrigación inkaicos que nos mencionó Mariategui.

La primera es la llamada “Fiesta del Agua” o celebración de las hualinas, que se realiza todos los años durante la primera semana de octubre en las alturas de los Andes peruanos, en un pueblo llamado San Pedro de las Castas. Es la fiesta en que se limpian y restauran los canales de irrigación y las acequias para recibir el momento de la llegada del agua hacia la comunidad. Hualinas se le llaman a los cantos pentatónicos inspirados, creados e interpretados con pasión y sentimentalidad para el agua durante la festividad popular. Son cantado en esta fiesta por las mujeres, quienes lanzan las hualinas al agua, sembrando en el seno de este líquido vital semillas que multiplicarán sus gotas, asegurando de este modo la abundancia, la salud y la dignidad en todas las vidas humanas y de otras especies. En las hualinas están en juego el afecto, las identidades, el arte, la fe, la economía y la soberanía del alimento.

La segunda expresión son los talatur. “Talatur” es una palabra kunza, lengua de la cultura atacameña que habita en el desierto de Atacama del norte de Chile. La palabra nos remite tanto al canto que se interpreta nuevamente en las fiestas de la limpia y restauración de canales, como también al ritual por medio del cual es el propio elemento líquido, concebido como una entidad siempre viva, el que revela melodía, música y poesía a quien se atreva a vivir la experiencia de acercarse de manera solitarias a algún afluente. El agua es la que enseña las melodías, y es a ella a quien hay que escuchar para encontrar la música. El agua, con su sonidos burbujeantes y fluidos, entrega el talatur, que a su vez es la canción que la misma agua quiere y desea escuchar en la fiesta que se realizará posteriormente en su honor. Esta vez es el elemento acuático el que siembra las semillas en el interior de quien fue a su encuentro. Estas semillas germinarán y se multiplicarán, puesto que el músico receptor la hará florecer comunitariamente: el talatur será cantado, tocado y bailado en la fiesta de la limpia de canales por todos los hombres, mujeres, niños y niñas que participen en ella.

En ambos casos el agua es concebida como una entidad animada, dotada de vida, una “especie” cargada de energía vital capaz de dialogar con el ser humano: ella recibe y escucha, y al mismo tiempo entrega y habla/canta/interpreta.

Se trata de dos ejemplos en los que el agua es concebida esencialmente como un valor de uso comunitario, que cohesiona y fortalece a toda una comunidad. Propongo leer ambas expresiones como experiencias y prácticas que siembran y cuidan los mundos: dos prácticas que negocian con el agua mediante relaciones sensibles, afectivas y parentales. Ambas logran, no solo sobreponerse ante el peligro que experimenta una comunidad al ser despojados del agua, sino que también construyen este denominado ethos del agua, para adelantarse a una posible escasez o expropiación, convirtiéndose en referentes de experiencias estético políticas populares que pueden reparar y recuperar los daños y expropiaciones en torno al elemento esencial que es el agua. A ambas experiencias, sin duda las propongo hoy, como el lugar en donde debe disputarse, “lo moderno”.

5. Conclusiones

Intentar descubrir y profundizar en las distintas experiencias y manifestaciones estéticas que los pueblos de Latinoamérica y el Caribe realizan para salvaguardar, defender y honrar el agua, me resulta fascinante. Estamos en un momento histórico-político que nos exige replantearnos la relación que tenemos con este liquido vital. Hoy más que nunca, articular y darle cuerpo a este ethos del agua que hemos planteado, resultan ser un imperativo ético y una alternativa urgente a los graves y profundos conflictos sociales, culturales, políticos, económicos y medioambientales que enfrentamos las sociedades contemporáneas.

El conflicto ecológico y la escasez hídrica que estamos atravesando hacen necesaria una recuperación de estas expresiones culturales, sociales, festiva y rituales, para intentar refundar desde ellas, caminos para suturar la escisión entre humanidad y naturaleza.

¿Acaso el decreto del Código de Agua chileno, que separa la propiedad del agua del dominio de la tierra, no pudiese vinculársele y anticipársele al hecho de que hemos sido primeramente, a través de distintas estratégicas políticas separados y despojados de nuestra relación estética con el agua? Este es un tema que me interesa muchísimo seguir investigando. Se sabe que dentro de las primeras estrategias que usaron los españoles para borrar y extirpar las idolatrías precolombinas, no fueron únicamente las armas, sino la batalla de los sentidos. Por ejemplo duramte la colonia, a distintos grupos indígenas se les prohibía mediante ordenanza que se generaban desde la corona, los baños diarios en los ríos. Y cuando hablamos de prohibir el baño estamos hablando justamente de prohibir y amortajar la relación cotidiana y estética de goce, y afecto con el río.

Queda pendiente profundizar en cómo se puede volver a reconstruir y educar a estos y estas ciudadanas del agua. ¿Cómo lograr reconfigurar este refugio vivo, este ethos del agua que alberga y recompone a este líquido como un valor de uso, dotado de cualidades vivas. ¿Acaso se puede lograr a través de la implementación de una educación estética y popular capaz de unificar aquello que ha sido separado y cortado, es decir, el diálogo entre ser humano y agua?

Las que pudiesen parecernos hoy prácticas arcaicas obsoletas, o cuadros tradicionales de suvenires turísticos, en realidad podrían ser configuraciones y dispositivos capaces de recomponer y revertir las aberrantes situaciones de injusticias hídricas. Podrían sin duda, ser hoy configuraciones y dispositivos en dónde se disputan los paradigmas de qué es realmente lo moderno, disputa necesaria cuando están en juego las vidas en un planeta dañado y saqueado por el capitalismo neoliberal.

Natalia Contesse Bamon
Compositora-Cantautora
Licenciada en Estética
Magister Estéticas Americanas

REVITALIZACIÓN de las UTOPÍAS

REVITALIZACIÓN de las PRACTICAS SENSIBLES La VOZ el/en CANTO

AFECTO- INTELIGENCIA-TECNOLOGÍA ESTETICA

CAMPESINOS +INDIGENAS +MUJERES CONTRUYEN UN ETHOS DEL AGUA

VOLVER AL MITO SOCIAL VOLVER AL RITO

EN EL ORIGEN DEL ARTE ESTA LA MODERNIDAD

en el pasado hay un laboratorio de futuro coexistencias temporales

BIBLIOGRAFÍA

Echeverría Bolívar. “La clave barroca de la América Latina”. Bolivare.unam.mx. Nov. 2012.

Haraway, Dona. Seguir con el problema. Bilbao: Edición Consonni, 2019.
 Kruse, Thomas. “La Guerra del Agua en Cochabamba, Bolivia: terrenos complejos, convergencias nuevas”. Sindicatos y nuevos movimientos sociales en América Latina. Buenos Aires: Colección Grupos de Trabajo de CLACSO, 2005. 224 p.

Kusch, Rodolfo. Obras Completas Tomo II, América Profunda. Córdoba: Editorial Fundación Ross, 2000.

Mariátegui, José Carlos. 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1995.

Mundaca, Rodrigo. “35 años de lucro, usurpación y exclusión derivados de la privatización del agua en Chile”. Recuperar el Agua. Santiago de Chile: Aún creemos en los Sueños, 2017.

La privatización de las Aguas en Chile. Causas y Resistencias. Santiago de Chile: América en movimiento, 2014.

Rivera Cusicanqui, Silvia. Un mundo chixi es posible. Buenos Aires: Tinta Limón, 2018.

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