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El amplio frente neoliberal. Por Francisco Suárez

El pasado 9 de diciembre se realizó la presentación del libro del economista Sebastian Edwards “El proyecto Chile: La historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo”, cuyo título fue modificado en la traducción ━a decir del autor━ por ser considerado demasiado radical. O para ser más preciso: “porque a alguna gente en Chile le molestó esto de que yo hablara de la caída del neoliberalismo”.

La confesión es significativa y habla de una cierta honestidad intelectual o derechamente de un nivel considerable de desparpajo. Pero no solo eso. La frase da para mucho y las siguientes líneas se apoyarán en gran parte de ella, a la cual sumaremos otra frase que, todo indica, se encuentra plasmada en el libro: nadie se declara abiertamente neoliberal. Confesamos desde ya que no hemos tenido la posibilidad ni los medios ($27.900 pesos para un doctorando y/o chileno promedio no dejan de ser mucha plata y no me fue posible encontrarlo en la biblioteca dada su reciente aparición) de leerlo, pero este artículo no busca ser una reseña del trabajo del economista, sino un análisis de la coyuntura chilena desde el ángulo de la economía política, a partir del tema que se plantea: el neoliberalismo y su caída.

Para esto, nos apoyaremos en el trabajo de otros economistas ━los de la Escuela de la regulación━ que, a diferencia de los presentes aquel día, son, empleando la jerga académica, heterodoxos. Es decir, no comparten el paradigma dominante o el consenso académico por distintas razones. Ya sea por no compartir preceptos teóricos, tales como la teoría del valor marginal de la economía neoclásica, o porque consideran ciertos conceptos o mecanismos incapaces de explicar las crisis económicas sin invocar al sacrosanto choque externo. Sin ir más lejos, volvamos a la presentación del libro.

El pensamiento único

Lo que nos parece más ilustrativo de la historia reciente del país y del actual momento en el que nos encontramos, es la composición del panel de comentaristas del libro. Nada menos que dos ministros de Estado. El actual ministro de Hacienda y el ministro SEGPRES del primer gobierno de Piñera, también director del Instituto Libertad y Desarrollo por aquel entonces, aunque quizás sea más recordado por su papel como jefe de asesores de este último durante su segundo mandato. Para empezar, uno podría preguntarse cómo se justifica la presencia de un ministro de Hacienda en ejercicio en la presentación de un libro que, más allá de los méritos del autor y la utilidad de la obra, probablemente no signifique la atribución de un premio del Banco de Suecia. Por otro lado, uno podría preguntarse cómo un autor logra conseguir la presencia de no solo uno, sino dos ministros en la presentación de su libro. ¿Cuáles son las razones y mecanismos que explican tal evento? ¿Qué traducen de nuestra sociedad en términos políticos y sociológicos? ¿De nuestras élites políticas e intelectuales? Repito, sin desmerecer al autor. Pero eso es otro tema.

Lo más ilustrativo, en nuestra humilde opinión, está en la homogeneidad del pensamiento de los tres economistas presentes en la mesa, más allá del sector al que represente y de los matices y legítimas diferencias. Es decir, los tres miran el mundo a través de los mismos preceptos teóricos y técnicos. Un mundo en donde la sociedad se reduce únicamente a su dimensión económica, como si se tratara de una realidad aparte, desencajada y separada del resto de la sociedad. De esta forma, la economía se concibe a sí misma como una “ciencia exacta” que, como la física, busca explicar la sociedad a través de modelizaciones, asumiendo que detrás del funcionamiento de las sociedades (o la economía) se encuentran leyes naturales, tales como la gravedad. En nuestra opinión, esto ilustra una de las dimensiones que componen el entramado de lo que entendemos como neoliberalismo y uno de sus pilares en lo que se refiere a su legitimidad: su carácter científico y el consenso que este genera en el mundo académico. Un consenso que se estructuró en gran parte promovido por actores en oposición al keynesianismo y afines a sus ideas e intereses, tales como el mismo premio del “Banco de Suecia”, lo que no deja de ser bastante cuestionable desde un punto de vista científico.

En resumen, el neoliberalismo es una doctrina económica que posee una alta sintonía con los postulados de la economía neoclásica, lo que lleva a interpretarla como una esfera separada del resto de la sociedad en la cual, mediante la implementación de algunos ajustes técnicos, se pueden lograr los efectos deseados. La idea es seductora, pero tal como afirma Nancy Cartwright, solo funciona en mundos cerrados o hipotéticos (ceteris paribus), es decir, imaginarios en lo que respecta a la infinita complejidad de la realidad social, con los conflictos e intereses contradictorios que la atraviesan.

El neoliberalismo no existe o como nadie se declara abiertamente neoliberal

Visionando la presentación del libro junto con otras entrevistas recientes que dio el autor (no me atrevo a decir que todas porque son bastantes), uno puede constatar la capacidad de difusión de trabajos de académicos heterodoxos y la saturación del espacio mediático por parte de la doctrina neoliberal. Así, desfilan por los medios economistas de derechas o de izquierdas, que, más allá de ciertas diferencias técnicas y cercanías con uno u otro partido, ven el mundo a través de los mismos lentes, es decir, comparten el mismo paradigma. Ciertamente tienen identidades distintas, pero comparten una misma visión de cuáles son los principios y mecanismos que rigen el funcionamiento de la economía de una manera objetiva y científica.

Un mundo donde la empresa es un actor único y compacto, donde no existen conflictos ni intereses contradictorios entre los trabajadores por un lado y los empleadores por el otro; entre el capital y el trabajo. Todos los miembros de una empresa son amigos y tanto empleadores como empleados defienden los mismos intereses. Un mundo donde la empresa es el único factor generador de empleo y crecimiento, y donde el Estado sólo debe remitirse a favorecer la competitividad. Para esto es necesario reducir los impuestos al máximo, mantener salarios bajos o “competitivos” y mantener una inflación que garantice ganancias para los acreedores. De esta forma se busca volver al país atractivo para las inversiones nacionales y extranjeras.

Desde Edwards hasta Marcel, pasando por Larroulet y por qué no agregar a otros economistas de medios como Felipe Salce u Óscar Landerretche, comparten este paradigma en donde la economía se concibe sobre todo como un asunto técnico y objetivo, en donde, curiosamente, la variable de ajuste siempre pasa por favorecer al capital a expensas del trabajo. Así, tanto unos como otros defienden sus medidas sin jamás cuestionar estos principios que se presentan como puramente objetivos, como leyes naturales del mercado. Un neoliberalismo más o menos duro, pero neoliberalismo al fin y al cabo. Esto tampoco es nuevo, pues, desde sus comienzos, siempre han existido corrientes diversas en el seno del neoliberalismo, tales como el ordoliberalismo alemán, la Escuela de Chicago o la Escuela austriaca, cuyas ideas han renacido en estos días gracias a figuras como Javier Milei y Elon Musk.

A decir del autor, en Chile el neoliberalismo se ha ido diluyendo, pero ha sido y sigue siendo hasta la fecha “duro de matar”, aunque nadie se declare abiertamente neoliberalista. En la presentación de su libro declaraba: “Como buen personaje de una buena novela, el neoliberalismo en Chile evoluciona en el tiempo; no es siempre el mismo”. En efecto, el economista continúa diciendo: pasamos del neoliberalismo pragmático, “crecimiento e inversión extranjera y la regla de la ley”, al “neoliberalismo de inclusión” de la concertación. Ahí se fueron agregando “beneficios sociales”, pero sin jamás poner en duda un modelo que terminaba in fine favoreciendo al capital, tal como el CAE o como se plantea hacer en la actual reforma a las AFP.

Por último, cabría agregar que el neoliberalismo no solo es una doctrina económica, sino que también es una ideología que vehicula, proyecta y defiende una idea de la sociedad.

No se regresa a la normalidad cuando la normalidad es insoportable

Lo sorprendente es que el gobierno que se presenta como la continuación de Salvador Allende ha aplicado la doctrina económica a la letra, muy lejos de las políticas que defendió el derrocado presidente, y tampoco ha sido capaz de presentar una manera alternativa de conducir la economía. Nada más distante de lo que afirmó el actual mandatario luego de ganar las primarias de Apruebo Dignidad aquel 18 de julio de 2021, cuando sostuvo: “Tal como hemos repetido en las plazas de nuestro país, en las regiones, en los pueblos más recónditos: que si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba, compañeros y compañeras”.

Esto se deba probablemente a que sea la única manera en la que conciben la economía en el gobierno (o al menos su ministro de Hacienda), lo que confiesa en el fondo no solo un abandono, sino que una adopción al menos parcial del capitalismo en su versión neoliberal. Tal como lo hizo la Concertación en su momento. Un problema mayor cuando uno se reclama defensor de la democracia y de la izquierda, puesto que el neoliberalismo es perfectamente compatible con el iliberalismo, las dictaduras (en Chile ya tuvimos la experiencia) y el fascismo. De esta manera, al no ofrecer o defender una visión alternativa, la única salida a la crisis que se perfila es la que presentan los actores que se nutren de la antipolítica. Todo lo que termina percibiendo el ciudadano es que poco importa si gobierna la izquierda o la derecha, siempre se aplican las mismas recetas. Dicho de otra forma, “son todos iguales”. Finalmente, el autor del libro deja ver su fondo ideológico cuando presenta como referencia para superar la crisis del neoliberalismo al CEO que recientemente hizo noticia por manifestar públicamente su apoyo al partido de extrema derecha alemán AFD. Mientras el capital y sus defensores se radicalizan, el gobierno se centra en su afán por ganarse el favor del capital y mantenerse en el poder.

Instrumentalizando el progresismo y la sensatez de su postura al tiempo que agita la amenaza de la llegada de la extrema derecha al poder para posicionarse como única alternativa a la debacle, el oficialismo busca proponer una tercera vía que no se diferencia demasiado del modelo que administró la Concertación, es decir neoliberal, y que sus mismos ideólogos admiten que se encuentra agotado.

Por último, cabe agregar que no existe algo tal como un gobierno técnico, puesto que todo gobierno es político. Quienes crean lo contrario, se equivocan o se engañan dado que siempre hay intereses en juego que de una forma u otra se zanjan. Y esto también es válido para la economía.

Es por esta razón que, parafraseando a Spinoza, quien hacía alusión a los filósofos de su época, podríamos decir que los economistas (en su gran mayoría) conciben a los hombres (y mujeres, a la sociedad in fine) no como son, sino como ellos quisieran que fueran. De ahí que, las más de las veces, hayan escrito una sátira en vez de una ética y que no hayan ideado jamás una política que pueda llevarse a la práctica, sino otra, que o debería ser considerada como una quimera o sólo podría ser instaurada en el país de Utopía o en las dictaduras, o en los regímenes iliberales, o básicamente por la fuerza. En consecuencia, se cree que, entre todas las ciencias, la economía es la más alejada de su práctica, y no se considera a nadie menos idóneo para gobernar el Estado que a un economista (o a un ingeniero comercial).

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