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El barco de marinos ebrios. Por Javier Agüero Águila

En el notable libro de Jaques Rancière titulado En los bordes de lo político (1990), el filósofo sostiene que “(…) la política es un barco de marinos ebrios” (dice “trirreme” en realidad, las antiguas barcazas griegas); un barco que es radicalmente sensible al oleaje y a las marejadas, por lo tanto su naturaleza, si tiene una, sería entrópica, caótica, viciada y sin arraigo. La tarea es, entonces, llevar a la política a tierra firme y que se despliegue, a partir de ahí, de espaldas al mar; que lo reniegue, que no lo vea, que no sienta sus sonidos ni perciba sus movimientos porque podría volver a ser seducida por su esencia caótica y recaer en la ebriedad que le va adherida.

Lo anterior, porque pienso que todo lo que ha rodeado a los “50 años” ha revelado nada más que una borrachera; un no atinar, una parroquia de sinsentidos a la que concurre una membresía variada y espectacular que van desde los conscientes relativos a los negacionistas recalcitrantes. Si bien hay una diferencia abismal entre un personaje como Boric y Kast, por dar nada más que un ejemplo, ambos hacen parte de este oleaje desmadrado que no termina sino por desaguar en lo que no tiene significado y menos significante; ahí donde esta fecha debería tener todo el significado posible.

En el caso del gobierno y su anillo más cercano, hemos visto cómo no se ha podido construir un relato de cara a esta conmemoración. Hay estrabismo, lenidad, solo escarceos y la ingenua fábula de que serán capaces de pasar a la posteridad construyendo un consenso omnívoro en donde, piensan, podrán enrolar –en una sola fila– desde protofascistas negacionistas hasta las agrupaciones de familiares de víctimas de la dictadura. Todo esto sin considerar que la derecha en todas sus versiones, desde la militar a la “progresista”, encontró el perímetro histórico justo para disparar lo que por décadas tenía atragantado: su clara vocación golpista y que ahora, con la férula en las manos, puede gargarear sin complejos y recuperarse en su devoción desnudamente pinochetista y cómplice.

Por otro lado, justo, esta misma derecha y la flora y fauna que la constituye. Una derecha que por más de 3 décadas se recicló y guardó silencio sobre lo que realmente era; una suerte de alabanza al camufleo, al camaleonismo pero que, tal como señalábamos más arriba, una vez que encontró la órbita justa desató todo lo que siempre fue. En este sentido hoy pueden negar todo y reivindicar todo; que Allende era lo mismo que Pinochet, que la “Venda Sexy” era una leyenda urbana, que justifican el Golpe o que los/as detenidos/as desaparecidos/as son un invento de los comunistas, en fin; toda una trama de disecciones históricas, vapor, éter, falacias invertebradas y léxico sin límite a la mentira. Si hace 10 años pedían perdón, hoy vitorean a los Hawker hunter.

Finalmente el Consejo Constitucional y su ingente timocracia; gelatinosa hemorragia de ilegitimidad; clase política que en su despliegue típico fue capaz, en una serie de desplazamientos extraordinarios, de pulverizar lo puramente social y encapsularlo en expertos, constituyentes no constituidos y representantes del clásico pacto oligárquico que, o nos entregan un texto más duro que el que tenemos –la verdad es que no sé qué es mejor (o peor)– o nos quedamos con el evangelio de Jaime Guzmán retorizado por Ricardo Lagos. Como escribía alguna vez Emile Cioran “Solo tiene convicciones quien no ha profundizado en nada”

Con todo: farra, barco ebrio, ilegitimidad desbordada, política inútil, fascismo a la vista y un pueblo sin piernas.

Javier Agüero Águila
Académico departamento de filosofía
Universidad Católica del Maule

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