Se ha hablado mucho del “bicho raro” Partido Comunista de Chile, el partido de Jeannette Jara. Desde que “sacaba el paraguas cuando llovía en Moscú”, hasta la comparación virtuosa con su par italiano —el más grande de Occidente en el siglo XX.
Las lecturas a su ideología abundan, pero no alcanzan para comprender su vigencia en medio del descalabro de los grandes relatos, en un mundo muy distinto al que lo vio nacer. ¿Qué tiene de especial el partido de Jeannette? Si se quiere una aproximación certera, crítica y realista del PC de Chile, es obligatoria la revisión de su historia. Una revisión, al menos somera, de su paso por la vida pública del país. Puede que no exista un documento doctrinario, por muy oficial que este sea, que pueda aclarar los rasgos de su práctica política: su pragmatismo repleto de simbolismos, su estrecho vínculo con el folclore y las tradiciones nacionales.
En estas acotadas y urgentes líneas trataré de esbozar una aproximación mínima. Vamos allá.
Primero. Trátese o no de un partido gramsciano —como también se le acusó en tiempos de dictadura militar—, es ineludible usar a Gramsci para explicar al bicho raro. El primer rasgo relevante es que se trata de lo que el pensador italiano llamó un partido nacional. De los 215 años que tiene la República de Chile, 113 han sido en compañía del PC. Junto con los radicales (1863), son los partidos más longevos del sistema político. Su nacimiento como Partido Obrero Socialista (POS) emerge de la necesidad de un partido de trabajadores, diferenciado de los movimientos anarquistas y la antipolítica, por un lado, y del excesivo compromiso del Partido Democrático con los partidos oligárquicos de principios del siglo XX[1], por otro. Este primer período es vital para comprender la naturaleza futura del partido: el POS promovió activamente la construcción de instituciones. Todas ellas indispensables para la vida democrática nacional: sindicatos, periódicos, escuelas, mutuales, cooperativas, teatros y gremios.
Estas múltiples formas de sociedad civil organizada, que constituyeron acervos culturales y políticos, daban marco a la lucha social y reivindicativa del partido: el legado fundamental de Recabarren. Por otro lado, la acción política de mayor radicalidad fue también la más moderna conocida hasta entonces: la huelga. Un fenómeno urbano, europeo, que en Chile emerge en la pampa salitrera. De la huelga deriva la identidad con un sujeto, en ese entonces, universal: el proletariado.
Lejos de reivindicaciones armadas y aventuras militaristas, esta es la tradición que ya tiene el POS al adherirse a la Tercera Internacional. Tradición que marcará la práctica en el terreno político como Partido Comunista. Tanto así que, al cambiar de nombre, el POS no cambiará ni de estatutos ni de forma de organización[2]. Su adhesión al comunismo es la adscripción a un diagnóstico, una identidad y una interpretación histórica sobre el valor del trabajo y su relación con el capitalismo: la lucha de clases. La forma en que ese diagnóstico se expresó en política (lucha parlamentaria, sindicalismo y organización social) era la compleja red de formas institucionales que constituían al PC de Chile ex ante su adscripción al comunismo.
Segundo. El PC de Chile cultivó con éxito su método de lucha durante mediados del siglo XX: parlamentarismo y lucha de masas (huelga general). Incluso en su periodo de mayor influjo soviético —los frentes populares— el PC de Chile utiliza la disputa sino-soviética para afirmar una tesis de “vía pacífica” al socialismo[3]. Una vía excéntrica para los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo, la mayoría librando guerrillas de liberación nacional. Desde la Unión Soviética no hubo objeciones a la estrategia de frentes populares, hasta entonces reservada solo para países europeos con sistemas parlamentarios[4]. Chile seguía siendo un bicho raro.
Con todo, no es hasta la experiencia de la Unidad Popular y Allende que el PC desarrolla una estrategia que opera como renovación o consolidación de su propio ideario político. La idea de una “vía chilena al socialismo” cristaliza los elementos más originales de una tradición política cultivada por décadas desde su nacimiento como POS. Luis Corvalán, Volodia Teitelboim, entre otros destacados dirigentes, serán los principales exponentes de esta idea, interrumpida como proyecto por el Golpe de Estado de 1973, pero de impacto profundo en el ideario de los partidos comunistas y de izquierda de Occidente. En sus memorias posteriores, Corvalán escribirá:
«Los comunistas chilenos y los italianos teníamos no pocas afinidades en una serie de importantes cuestiones teórico-prácticas. Unos y otros concebíamos "la vía pacífica", que los italianos llamaban "vía democrática", como un proceso revolucionario de masas, que debía ir más allá de la izquierda, agrupar a la mayoría ciudadana y desarrollarse en la lucha por los derechos del pueblo, por la defensa y la ampliación de las conquistas democráticas; pensábamos que era incorrecto identificarlo con un simple camino parlamentario y nos pronunciábamos categóricamente por construir, junto a las más amplias fuerzas progresistas, una sociedad socialista, con pluralismo político y en un Estado de derecho… Este poder se constituirá y actuará sobre la base de la elección libremente expresada a través del sufragio universal y tendrá por tarea realizar la democratización más resuelta de toda la vida económica, social y política del país… [Así] la expresión dictadura del proletariado no es acertada e induce a equívocos, evoca automáticamente los regímenes fascistas y "esto", [citando a Georges Marchais], "no es lo que queremos", en tanto que la expresión proletariado evoca el nudo, el corazón de la clase obrera, que, si bien tiene un rol esencial, "no representa al conjunto de los trabajadores de los cuales emanará el poder socialista al que nosotros aspiramos”» [5]
Tercero. La experiencia de la Unidad Popular —la “vía pacífica” o “revolución democrática”, como también se le llamó— implicaba un ideario y una práctica, donde el institucionalismo se expresaba en una mezcla de participación y formación de organizaciones sociales, desobediencia civil (huelga), representación parlamentaria y construcción de gobiernos de coalición. Hasta aquí, para el PC la vía democrática era un proyecto. No obstante, a partir del Golpe de Estado de 1973 y los horrores provocados —las persecuciones, desapariciones y ejecuciones en la dictadura—, la idea de democracia pasa de proyecto a necesidad. El PC se plantea la recuperación de la democracia, apela al derecho de rebelión contra la tiranía —principio liberal, base del contractualismo y de la carta fundamental de los Derechos Humanos—, no para la construcción del socialismo, sino para derrotar a la dictadura.
Aun en esas condiciones, sus militantes llevan adelante una amplia actividad institucional, aportando en organizaciones como la Asociación Gremial de Educadores (AGECH), los sindicatos del cobre, la Iglesia Católica por medio de la Vicaría de la Solidaridad, y la presentación de amparos, recursos de protección y un sinnúmero de actividades de ese tipo. El FPMR deja de operar una vez parece clara la posibilidad de una salida institucional (intento de tiranicidio mediante), y el PC forma parte de la victoria del No. Esta es la nueva cadena de eventos que relaciona al PC de Chile con la democracia y sus instituciones. Desde la matanza en la Escuela Santa María, pasando por la proscripción bajo González Videla y el terrorismo de Estado de Pinochet, no es posible afirmar que su adscripción a lo que llaman formas de la democracia sea algo leve. Se trata de una pertenencia tan profunda como la idea de patria, la devoción por la propia obra: sindicatos, gremios, periódicos, mutuales, agrupaciones de víctimas de violaciones de DD.HH., colectivos de arte. Para el PC de Chile, estas también son formas de la democracia.
He tratado de ilustrar el lugar central del principio democrático en el PC de Chile, no como instrumento, sino como parte integral de un ideario: la democracia, entendida como un camino hacia el socialismo, y el socialismo como la más alta expresión de la democracia, como se lee en las resoluciones de su XXVII Congreso Nacional. Puede que aquí encontremos el fundamento de su “irreprochable conducta”, como ha sentenciado el rector Carlos Peña. Si tocase aplicar a su práctica política el más riguroso examen liberal —política de rebelión popular mediante—, el PC de Chile aprobaría las más exigentes condiciones de John Rawls. Se trata de un partido que, sosteniendo su ideología, ha presentado sus puntos de vista como razones públicas, problemas comunes del país: empleo, salarios, pensiones, derechos sociales, igualdad de género. Todos atendibles y basados en los mismos principios de justicia que el sistema democrático ha prometido, sobre los cuales el PC ha insistido y exigido cumplimiento, entregando incluso la vida de los suyos, si así fuese necesario, en su defensa.
Mario Domínguez, sociólogo
[1] Jorge Navarro López, Revolucionarios y parlamentarios: la cultura política del Partido Obrero Socialista, 1912-1922, Primera edición en Chile, Historia (Santiago: LOM Ediciones, 2017).
[2] Jaime Massardo, La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren: contribución al estudio crítico de la cultura política de las clases subalternas de la sociedad chilena, 1. ed, Historia (Santiago, Chile: LOM Ediciones, 2008).
[3] Augusto Varas y Leopoldo Benavides, El Partido comunista en Chile: estudio multidisciplinario (CESOC-FLACSO, 1988).
[4] Alessandro Santoni, El comunismo italiano y la vía chilena: los orígenes de un mito político, Bibliodiversidad (Santiago de Chile: RIL editores, 2011).
[5] Luis Corvalán, De lo vivido y lo peleado: memorias, Colección Sin norte (Santiago de Chile: LOM Ediciones, 1997). Énfasis en negrita son propios.
