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El dilema del patriarcado: desafíos históricos para la tierra y el pueblo de Chile. Por Maximiliano Salinas

La trayectoria histórica del patriarcado en Chile

“Se fregaron las Españas;
con su rey de hoja de lata
quiso el león hacer hazañas
y lo ataron de las patas. / […] /
Que no libre San Bruno
ni godo alguno.”

Antonio Acevedo Hernández, La cueca. Orígenes, historia y antología, Santiago, 1953.

“Los verdaderos colores
de la bandera chilena
algo que está x verse todavía”

Nicanor Parra, 1983.

El cuestionamiento del sistema patriarcal está a la orden del día. Se profundiza con ello una mejor comprensión de nuestra historia chilena, americana, mundial.[1] ¿Cuándo nació entre nosotros el régimen patriarcal? Si bien el patriarcado es un fenómeno de extensa duración, en su expresión moderna este se inauguró con la invasión europea de la llamada América en el siglo XVI. Fue la usurpación violenta del territorio, la tiranía sobre los pueblos, el desprecio a la mujer, especialmente indígena y africana, la maquinaria autoritaria, androcéntrica, seria del imperio español. La instalación de la ‘civilización de la matanza’, en palabras de Tzvetan Todorov, o la implantación del ‘Dios del miedo’, según la expresión de Eduardo Galeano (Tzvetan Todorov, La conquista de América. El problema del otro, Madrid: FCE, 2010; Eduardo Galeano, Memoria del fuego. I. Los nacimientos, Madrid: Siglo XXI, 1985, 64-65).

En suma, la violación y el despojo moderno de la Tierra. [2]

La independencia de América, con toda su ambigüedad histórica, fue una crisis indudable del patriarcado impuesto por un estado moderno, europeo y católico. Se cuestionaron los estilos de apropiación del sistema colonial, basado en la desigualdad y en los derechos exclusivos de la elite blanca. Una proclama revela el estado de los espíritus en Chile en 1811: “[Desterréis] de todo vuestro suelo la ridícula manía de la caballería y la nobleza que a su antojo cada uno se fabrica en su cabeza, haciendo que todos entiendan que este es un título vano, inventado por el delirio de los hombres, que nada significa.” [3] Así fue el lenguaje de la Aurora de Chile que a Gabriela Mistral la habría hecho feliz de niña: “Niña hubiese sido yo y la voceara saltando de gusto, como vocean los rapaces (añadiendo elogios insensatos) sus castañas y sus dulces chilenos.” (Gabriela Mistral, Nuestro patrono Camilo Henríquez, 1928).

Los ambientes revolucionarios se distanciaron de los privilegios de raíz colonial. Decían los intelectuales defensores del rey: “Todas las asambleas o juntas populares, que por este tiempo se reunían en esta capital, y en los diferentes partidos y villas de Chile, se componían de la gente más soez y viciosa de dichos lugares, […]. Ningún hombre de honor, padre de familia, arreglado; eclesiástico de conducta, ni comerciante de mediano crédito, se presentaba ante tan infames catervas.” [4] La revolución movilizó a una población descontenta con el sistema patriarcal de Madrid. Éste persiguió a los dirigentes del movimiento contestatario, como Manuel Rodríguez, símbolo de una tierra nueva, generosa y amable. “Me abrigan las esperanzas / Que mi hijo habrá de nacer. / Con una espada en la mano / Y el corazón de Manuel, / Para enseñar al cobarde / A amar y corresponder.” (Violeta Parra, Hace falta un guerrillero, 1965).

La monumental crisis del estado colonial terminó ocultándose con astucia. El orden absolutista pasó a integrar la nueva organización oligárquica republicana. Nació el orden católico y burgués de 1833.[5] Las instituciones culturales se incorporaron al canon patriarcal. Los hombres públicos republicanos se dedicaron a acomodar un orden estable para los negocios y los espíritus apoltronados. Unos dogmas supuestamente indiscutibles impusieron el silencio antidemocrático. Los pueblos indígenas quedaron al margen de la historia blanca.[6] Una seriedad malsana desarticuló el reconocimiento y la circulación desprejuiciada, enriquecedora y libre de los pueblos, de las culturas, y de las mujeres. Los estudios humanísticos en el Instituto Nacional, exclusivo colegio de varones, eran una apología del racismo y el clasismo santiaguinos hacia 1910.[7]

¿Cómo resquebrajar esta “seriota historia de Chile”, en la expresión de Gabriela Mistral?

En 1954, esta mujer indigenista, algo pagana, identificada con la Tierra, fue reconocida -no sin dificultad- doctora honoris causa de la Universidad de Chile. Se alteró la circunspección del ambiente clasista y académico santiaguino. Gabriela dijo en la ocasión: “Voy a conversar con ustedes. He hecho el papel de una niña chica y esto me da risa… (desprendiéndose de la adusta seriedad de los claustros universitarios trató a su auditorio como a un grupo de sus más íntimos amigos)”.[8] La risa, apertura de la mente y burla del pensamiento ‘letrado’, alcanzó mayor resonancia en el ambiente universitario cuando Nicanor Parra, el antipoeta, recibió a Pablo Neruda en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile en 1962. Parra emplazó al conjunto de las instituciones patriarcales: “La seriedad de la Iglesia Católica / La seriedad de las Fuerzas Armadas […] / La seriedad de la Bomba de Hidrógeno / La seriedad del presidente Kennedy / La seriedad de frac / Es una seriedad de panteonero: / La verdadera seriedad es cómica.” [9] Su hermana Violeta, mientras tanto, reivindicaba el imaginario de la tierra de Chile en franca discordancia con los valores patriarcales de la modernidad.[10]

Sin entender estos desenvueltos lenguajes poéticos, por una democracia de la Tierra, la cultura dominante, escolarizada, continuó inmutable, aunque, en su fuero interno, se sabía ‘momia’.[11] La desigualdad social y económica se mantuvo ilesa. En la década de 1960 las autoridades intelectuales distinguieron entre la ‘cultura superior’ y la ‘baja cultura’, o los pueblos ‘sin cultura’. En 1966 escribía el presidente de la Academia Chilena de la Lengua: “La clase baja [está] constituida, en el campo, por los huasos y, en la ciudad y en los centros mineros, por los rotos, ambos de escasa cultura”.[12] Las mujeres, como se puede ver, no fueron ni nombradas. En esa atmósfera rara y enrarecida, la reacción conservadora no tardó en dejar caer todo su peso cuando esa ‘clase baja’ -con empanadas y vino tinto- buscó abrirse paso en 1970. Se optó por algo más antiguo, reconocido y colonial: la nación de enemigos.[13]

El desequilibrio actual del patriarcado: desafíos históricos nuevos para la tierra y el pueblo de Chile

“Braceo en la oleada
como el que nade siempre;
a puñados recojo
las pechugas huyentes,
riendo risa india
que mofa y que consiente,
y voy ciega en marea
verde resplandeciente,
braceándole la vida,
braceándole la muerte.”

Gabriela Mistral, El maíz: Tala.

“Me siento agradecido de no haber ido a la escuela. Francamente cuando veo el conformismo de la gente joven hoy día me siento horrorizado de que siempre dicen y hablan y piensan lo mismo que todos, y que tienen muy poco coraje y valentía de tener sus ideas propias, y desarrollar sus ideas propias y formarse un cosmos propio. El conformismo es una de las cosas más horribles de nuestro mundo.”

Claudio Arrau 1903-1991. Entrevista a la televisión chilena en 1983.

La reacción conservadora de 1973 mostró los fundamentos absolutistas de la dominación patriarcal en Chile. Se pretendió volver a la época de la reunificación religiosa y política, a los ‘reyes católicos’, a Carlos V.[14] Jaime Guzmán no admitió a ninguna mujer protagonista de la historia de Chile.[15] Todo esto de la mano del capitalismo salvaje, colonial como siempre. A partir de entonces las reivindicaciones públicas por los derechos de la tierra y del pueblo de Chile, mediante múltiples y justos medios, no han dejado de expresarse. Los familiares de detenidos-desaparecidos, los estudiantes, los pueblos indígenas, los trabajadores, los pensionados, y hoy, el movimiento explosivo y transversal de las mujeres.[16]

Hoy se dispone de mayores y mejores elementos para la crítica del orden patriarcal. Los conocimientos científicos actuales señalan que las culturas pueden distinguirse históricamente por su carácter patriarcal o matríztico. En el primer caso, las emociones y lenguajes están condicionados por el miedo, la apropiación, la desconfianza y el autoritarismo. Esta se impuso para nosotros con el régimen colonial. Lo nuevo es reconocer una alternativa cultural: las culturas matrízticas, basadas en el respeto, la confianza y la inclusión de todos como legítimos sujetos que comparten la convivencia humana, experiencias históricas que el patriarcado buscó borrar en todo el planeta.[17]

¿Cómo sentir y pensar este cambio cultural, este alumbramiento de la humanidad?

El patriarcado secuestró la vida de la Tierra. Liberarse de su paso y de su peso exige conjugar el conjunto de las energías de la vida. ¿No fue esto lo que hicieron y vivieron Gabriela Mistral, Violeta Parra o Nicanor Parra? Con la fortaleza y el buen humor de la tierra confundieron las conversaciones patriarcales indolentes ante un pueblo sin derechos.[18] Nicanor Parra insistió ante la permanencia del individualismo insustentable en 1993: “Recuperación del yo / Completa amoralidad / Y el Club de los Ególatras / El Automóvil Club de los Ególatras / ‘Der Einzige und sein Eigentum’ / Es un error muy grande / Tomar el mundo en serio / La verdadera seriedad es cómica.”[19] Tampoco es posible omitir la crítica a la dimensión económica del régimen patriarcal. El orden lineal del lucro obstruye cualquier aspiración profunda a favor de la tierra y de la gente de Chile. Carla Cordua, filósofa chilena, escribió en 2012: “Una cultura capaz de renovarse creadoramente necesita fuerzas que no procedan exclusivamente de una educación para el lucro (education for profit) o de una inspirada sólo en el crecimiento económico (education for economic growth).” [20]

La certeza del resquebrajamiento patriarcal se advierte hoy en toda la Tierra.

Esta crisis es más significativa, ciertamente más profunda, cognitiva, que hace doscientos años, cuando la crisis del orden monárquico español. Hoy el derrumbe de la autoridad católica androcéntrica en Chile -y en el mundo- es completamente estrepitosa. La reivindicación del principio femenino cuestiona patrones inconscientes de comportamiento abusivo. La crisis de sobrevivencia ecológica es indiscutiblemente planetaria. La independencia de hace doscientos años fue un vino nuevo en los odres viejos del patriarcado sojuzgador de la Tierra. ¿Qué futuro garantizaron los libertadores republicanos admiradores del viejo mundo neocolonial y masculino? Administrar unos gastados envases. Ahora se trata de derramar el buen vino nuevo en buenos odres nuevos. Los libertadores de ayer liberaron apenas las capitales del continente (Gabriela Mistral, Pasión agraria, 1928). Ahora corresponde la recuperación, la profunda asimilación del principio femenino de la Tierra:

“El error consistió
En creer que la Tierra era nuestra
Cuando la verdad de las cosas
Es que nosotros
somos
de
la
tierra
Nos decía la Clarisa Sandoval”

(Nicanor Parra, Antipoems, 2004).

El autor, Maximiliano Salinas, es escritor y académico de la Universidad de Santiago de Chile.

[1] Paula M. Cooey et al, After patriarchy: feminist transformations of the world religions, Maryknoll, NY: Orbis, 1991; Martin Goldwert, History as neurosis: paternalism and machismo in Spanish America, Lanham: University Press of America, 1980; Esperanza Bosch, El laberinto patriarcal, Barcelona: Anthropos, 2006; Claudio Naranjo, La agonía del patriarcado, Barcelona: Kairós, 1993; Humberto Maturana, Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano: desde el patriarcado a la democracia, Santiago: Instituto de Terapia Cognitiva, 1993.

[2] Esta puede considerarse la mayor y verdadera desgracia de la humanidad: “Las que llamamos pérdidas o conflictos o problemas son pequeñeces mientras la tierra permanece nuestra. La única tragedia verdadera es su enajenamiento.” Gabriela Mistral, Conversación sobre la tierra [1931], Recados para América. Textos de Gabriela Mistral, Santiago: ICAL, 1978, 96.

[3] Melchor Martínez, Memoria histórica sobre la revolución de Chile: desde el cautiverio de Fernando VII hasta 1814, Santiago: Ediciones de la Biblioteca Nacional, 1964, 49.

[4] Ibid., 93.

[5] Maximiliano Salinas, El reino de la decencia. El cuerpo intocable del orden burgués y católico de 1833, Santiago: Sociedad de Escritores de Chile, 2001.

[6] Francisco Bilbao, Sociabilidad chilena, Valparaíso: El Libro Barato, 1913.

[7] “[No] parece sino que de algunos años a esta parte el Instituto [Nacional] se hubiese propuesto pervertir el carácter de sus alumnos acostumbrándolos a ver por todas partes el respeto y la sumisión al apellido aristocrático, al puesto prominente y al dinero en cualquier forma.” Alejandro Venegas, Sinceridad. Chile íntimo en 1910, Talca: Editorial Universidad de Talca, 2011, 80.

[8] Hugo Cid, El recado social en Gabriela Mistral, Santiago: Primicias, 1990, 98-99.

[9] Nicanor Parra, Discurso de bienvenida a Pablo Neruda: recepción como miembro académico de la Facultad de Educación y Filosofía de la Universidad de Chile, 30 de marzo de 1962.

[10] Pamela Chávez, Ser con otro: el valor de la solidaridad en Violeta Parra, Mapocho, 49, 2001, 235-248.

[11] Maximiliano Salinas, Jorge Rueda, Tomás Cornejo, Judith Silva, El Chile de Juan Verdejo. El humor político de Topaze 1931-1970, Santiago: Editorial USACH, 2011.

[12] Rodolfo Oroz, La lengua castellana en Chile, Santiago: Universidad de Chile, 1966, 47.

[13] Pamela Constable y Arturo Valenzuela, Una nación de enemigos. Chile bajo Pinochet, Santiago: Ediciones UDP, 2013.

[14] Sergio Fernández Larraín, Vigencia de Carlos V. Discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Historia, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, XXIX, 67, 1962, 5-38.

[15] Para Jaime Guzmán la historia de Chile comenzó con Carlos V y terminaba con Augusto Pinochet, Los 20 protagonistas, El Mercurio, Santiago, Revista del Domingo, 31.12.1978.

[16] Julieta Paredes, Feminismo comunitario en la lucha de los pueblos, Nuevamérica, 151, 2016, 58-62.

[17] Humberto Maturana, Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano, Santiago: 1993.

[18] Maximiliano Salinas, De Atenea a Afrodita: La risa y el amor en la cultura chilena, Atenea, Universidad de Concepción, Chile, 495, 2007, 13-34.

[19] Nicanor Parra, Discurso de Cartagena [1993], Obras completas & algo +, Barcelona: Galaxia Gutemberg 2011, 649. El antipoeta hace una alusión al filósofo individualista alemán Max Stirner: El único y su propiedad, 1844.

[20] Carla Cordua, La crisis de las humanidades, Revista de Filosofía, 68, 2012, 7-9.

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