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El espejismo del orden: Kast, Kaiser y la deriva ultra de Matthei. Por Álvaro Ramis

Cuando el crítico del establishment se vuelve establishment, su narrativa se desmorona. La ultraderecha no está al margen del sistema: lo utiliza, lo ocupa, y una vez dentro, lo erosiona. Su discurso antiélite pierde sentido cuando se convierte en fuerza dominante, y su promesa de “orden” se transforma en un gobierno de improvisación, enfrentamiento y polarización. Lo que se presenta como una “mano firme” suele terminar en una “mano torpe” que multiplica los conflictos sociales.

Por eso los ultraderechistas pueden prometer orden, pero tienden a generar caos cuando gobiernan. La historia reciente —de Bolsonaro a Trump, pasando por Milei— muestra un patrón que se repite: la apelación al miedo, la exaltación del castigo y la simplificación populista del conflicto social acaban socavando las bases mismas de la convivencia democrática. El orden que ofrecen no es más que un espejismo; tras la retórica de autoridad se oculta un desmantelamiento de instituciones, derechos y confianza pública.

En Chile, la actual contienda presidencial empieza a mostrar síntomas similares. José Antonio Kast y Johanes Kaiser han construido sus candidaturas sobre el malestar con la política tradicional, prometiendo “poner orden” y “acabar con los privilegios del poder”. Sin embargo, ambos representan una versión local de la política que se nutre del resentimiento más que de la esperanza. Kast, con su nostalgia del autoritarismo y su constante apelación al miedo, encarna la tentación de retroceder a un Chile jerárquico, homogéneo y excluyente. Kaiser, en tanto, intenta vestir con ropaje moderno un discurso que, en esencia, niega la diversidad y el pluralismo que definen la democracia.

Más inquietante aún es la radicalización discursiva de Evelyn Matthei, quien, desde una posición históricamente más institucional, ha decidido acercarse a ese registro ultra. Sus declaraciones recientes —en las que califica el Plan Nacional de Búsqueda de detenidos desaparecidos como un acto de “venganza”— reabren heridas profundas y confirman un viraje hacia una derecha que reniega de los consensos éticos construidos tras la dictadura. Negar el derecho de las familias a la verdad y la justicia no es solo un error político: es un retroceso moral.

La tentación autoritaria es siempre seductora en tiempos de incertidumbre. Pero es deber de la ciudadanía recordar que el verdadero orden no se impone desde el miedo, sino que se construye desde la legitimidad y la justicia. Los proyectos que pretenden refundar la sociedad sobre la base del castigo y la negación de la historia solo nos devuelven al caos que dicen combatir.

En este ciclo electoral, conviene mirar más allá de las promesas de “orden” y preguntarse qué tipo de país ofrecen realmente Kast, Kaiser y Matthei. Porque si algo demuestra la experiencia internacional —y nuestra propia memoria— es que los gobiernos que desprecian los derechos humanos en nombre de la autoridad no traen estabilidad, sino descomposición. El desafío no es elegir entre orden y caos, sino entre autoritarismo y democracia.

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