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El estudiante imaginario. Por Paulina Morales A.

Joven, saludable, lleno de vida, sin mayores preocupaciones, así es el estudiante imaginario. Va por la vida cargado de sueños, porque siente que el futuro le pertenece y que nada pondrá freno a sus anhelos.

Asistió a un buen colegio de pago, de esos en donde se enseña inglés y se practican diversos deportes en infraestructuras de primer nivel. No fue lo que se dice un estudiante destacado, cierto, pero sus resultados en la PSU le permitieron entrar a la carrera y a la universidad de su preferencia.

El estudiante imaginario aún no decide si cuando se titule formará su propia empresa o trabajará en la de su padre, para foguearse un poco en las lides de los negocios. Pero esto no lo inquieta, pues tiene todavía unos años para pensarlo. Mientras tanto, disfruta de las bondades de la vida universitaria, ese lapso bendito que no tiene ni las reglas de un colegio ni las exigencias del mundo laboral. Asiste a clases cómodamente en su auto, en donde capea el calor del verano con aire acondicionado y escapa del frío en invierno gracias a la calefacción. Al estudiante imaginario, literal y metafóricamente hablando, nada le da ni frío ni calor, ni fú ni fá, ni chus ni mus (como dicen en España), porque siente que tiene todo bajo control.

Por eso, cuando se escucharon las primeras noticias del virus, el estudiante imaginario no se inquietó, no le dio ni frío ni calor, ya está dicho, porque desde la comodidad de su amplia casona debidamente climatizada, alejada de zonas populosas, con una vista impresionante de la ciudad desde las alturas, no hay de qué preocuparse.

Al estudiante imaginario no se le apareció marzo, tampoco a su familia. Regresaron de lo más felices de sus vacaciones por el sudeste asiático. Tras chequearse en esa clínica con vista al cerro Manquehue, se fueron a casa a iniciar la cuarentena preventiva.

El inicio de clases virtuales en la universidad no fue ningún problema para el estudiante imaginario. Se conecta cada día en los respectivos horarios de los distintos cursos que había inscrito para este semestre. Desde su laptop personal (de esos que tienen una manzana mordisqueada en su cubierta) y gracias a la excelente conexión a la red wifi por fibra óptica que cubre todos los rincones de su casa, estudia sin problemas a través de plataformas y webs como Zoom, Loom, Teams, Scholar Google, Moodle y Poodle, sumada a la excelente y completísima aula virtual de su universidad, en donde encuentra disponible todo el material bibliográfico que requiere para ir avanzando en contenidos y aprendizajes. Más aún, lo hace desde la comodidad de su habitación, sin interrupciones, salvo las entradas de su nana para traerle un jugo de frutas o un sándwich.

Las bondades de la tecnología de la que puede hacer uso le permiten, incluso, hacer trabajos grupales en línea con otros compañeros, jóvenes y rozagantes estudiantes imaginarios como él. Se conectan, conversan, se distribuyen tareas y hasta bromean un poco con la situación, porque para qué ponerse tan graves, ¿cierto?

El estudiante imaginario, además de poder asistir a clases perfectamente sincronizadas con sus profesores, puede recurrir a estos si tiene alguna duda con algún tema en los horarios de atención de estudiantes on line, también perfectamente organizados entre los distintos cursos dentro de la semana. Su Escuela de Negocios ha planificado de forma magistral las actividades. Todo calza, todo funciona, no se caen las plataformas, la conexión es expedita y las respuestas a sus requerimientos académicos son plenamente satisfactorias. Incluso, según les han anunciado, a fin de mes podrán asistir virtualmente a una conferencia a distancia de un eminente econocmista de la Sloan School of Managment del MIT.

Las semanas transcurren plácidas, salvo el encierro obligatorio, que igualmente no gusta al estudiante imaginario ni a su familia. No porque les falte espacio en casa, al contrario, sino solo por el hecho de sentirse limitados de movilizarse donde les dé la gana; eso no va con ellos, que valoran la libertad como el bien más preciado. Su padre trabaja desde casa, en un cómodo despacho debidamente equipado. Su madre, que no trabaja fuera de casa, ha resentido enormemente no poder asistir a misa ni a sus actividades en la parroquia; no le queda más que seguir la misa por televisión, aunque esto le impide comulgar. El hermano pequeño, por su parte, asistes a las clases virtuales de su colegio, también debidamente sincronizadas y organizadas, desde la equipada y cómoda habitación que no debe compartir con nadie.

Después de clases, el estudiante imaginario estira las piernas, elonga y tonifica en las máquinas de ejercicios que instalaron en casa. Su visionario padre las compró nada más volver de las vacaciones ante el anuncio de cierre de espacios públicos como cines, centros comerciales y gimnasios. Tras la rutina de pesas y running, viene el merecido chapuzón en la piscina.

Para preservar su salud mental, fuera de hacer ejercicio, el estudiante imaginario juega play station con su hermano menor, sigue series en Netflix, juega con sus perros y chatea con amigos. Ya están planeando el fiestón que harán cuando termine la cuarentena. Incluso han hablado de una escapada a Cayo Santa María, para desquitarse del encierro practicando deportes acuáticos, disfrutando de los bares y de sus paradisíacas playas.

Las semanas en cuarentena se suceden una tras otra para el estudiante imaginario y su familia. Es cierto, el encierro lo está afectando un poco, pero él es de los que -voluntariosamente- siempre ve el vaso medio lleno, no el medio vacío, porque eso es de pusilánimes. Para el estudiante imaginario, como dice la canción de Alex Anwandter, siempre es viernes en su corazón.

Mientras tanto, en el país del estudiante imaginario…

El sueldo mínimo alcanza los $319.000 brutos y no permite cubrir las necesidades básicas de un grupo familiar, pues la salud, la educación y la vivienda y el sistema de pensiones se rigen por las leyes del mercado.

Según investigaciones de la Fundación Sol, el 70% de los trabajadores gana menos de $550.000 líquidos. Más de un millón de chilenos recibe el sueldo mínimo. Si bien la pobreza oficial en Chile alcanza a un 8,9% de la población, cuando se extraen los subsidios y transferencias que entrega el Estado, esta sube a 12,5%. Adicionalmente, si tampoco se considera el “alquiler imputado” la pobreza asciende a un 24%. Junto con esto, un tercio de los chilenos no tiene ingresos del mundo del trabajo suficientes para superar la pobreza. En materia de pensiones, el 50 % de los 684 mil jubilados que recibieron una pensión de vejez por edad (la modalidad de pensión más masiva) obtuvieron menos de $151.000 ($135.000l si no se incluyera el Aporte Previsional Solidario del Estado) (www.fundacionsol.cl).

En materia de educación superior en Chile, el aumento de la matrícula en pregrado ha sido sostenido; mientras que en el año 2005 alcanzaba a 637.434 estudiantes, en el año 2019 aumenta a 1.180.181 ((www.cned.cl). De acuerdo con el informe del PNUD (2017) el mayor acceso a la educación superior en el período 2006-2015 se concentró en grupos de ingresos medios y bajos, aumentando en los dos quintiles inferiores de 21% a 45%, en el quintil 3 de 37% a 49% y en el quintil 4 de 47% a 60%. El quintil 5 se mantuvo estable en 85% (www.cl.undp.org).

Respecto del endeudamiento, se registran 11,5 millones de personas endeudadas y 4,7 millones morosas (Fundación Sol). Junto con esto, según datos del Banco Central, aumentó la deuda de los hogares chilenos, llegando en 2019 al 75%. Esto significa que del total de ingresos de un hogar, el 75% se destina al pago de deudas. Dentro de esto, el 12,51% de los hogares posee alguna clase de deuda educativa, el 54,92% corresponde a créditos de consumo, mientras que un 21,36% responde a créditos hipotecarios. Más dramática es la situación de endeudamiento desagregada por deciles, puesto que la deuda educativa entre los deciles I al V representa el 29, 28%, entre los deciles VI al VIII equivale a un 19,23%, a la vez que en los deciles IX al X suman el 4,49% (www.bcentral.cl). Como se observa, el sueño de la movilidad social por vía de la educación, especialmente para los hogares de menores ingresos, es inversamente proporcional a lo que destinan a ella vía endeudamiento. Para ellos, sin saberlo, se trata de un país imaginario en el que tal cosa podría llegar ocurrir.

Paulina Morales A.
Académica Universidad Alberto Hurtado

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