En kioscos: Abril 2025
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

El gran Coco Legrand: Nuevo documental de Sebastián Moreno. Por Pedro Celedón Bañados

Este 27 de marzo se estrenó el documental número nueve dirigido por el chileno Sebastián Moreno, quien ha explorado en forma profunda y poética sobre algunas de las heridas más desgarradoras del chile actual en obras como “La ciudad de los fotógrafos” (2006), “Habeas corpus” (2015), “Guerrero” (2017).

También ha sabido aproximarse a través del documental a figuras claves del patrimonio artístico y cultural destacando la construcción del perfil del fotógrafo Sergio Larraín en “El instante eterno” (2021), donde capta por un lado al artista de una obra gigantesca y de carácter público por su divulgación a través de Magnum, como su carácter ermitaño, bastante huraño y celoso de su vida privada.

Con su nueva película “El gran Coco Legrand” explora nuevamente en el derrotero de penetrar a dos bandas a una sola historia, es decir, presentar el lado público y el privado de la persona documentada.

En 100 minutos esta película nos permite revisitar a un artista que en los peores años de la historia moderna de nuestro país sobrevivía haciéndonos reír a chilenos y chilenas desde los iluminados escenarios de la frivolidad que la televisión ofrecía para acompañarnos en las horas anteriores al toque de queda, ese espacio de tiempo que dio tantas oportunidades para actuar impunemente a los peones del veneno.

El documental también ofrece fragmentos de algunas de las rutinas del Coco realizadas en los años de la recuperación de la vida democrática, donde actuaba mayoritariamente en salas de teatro incluyendo una que creó personalmente y que el público repletaba, lo cual no sucedía con la mayoría de los artistas que triunfaron durante la dictadura.

El hilo conductor del material de archivo se desarrolla en parte desde las narrativas de dos figuras sustanciales en la vida artística de Legrand, Jaime Azócar y Mario Kreutzberger, con quienes construyó y presentó algunos de los personajes claves de su carrera, fundamentalmente el Cuesco Cabrera, el Lolo Palanca y Mefistófeles (de “Al diablo con todo” 1996), personajes que tenían en común reflejar al chileno(a) a través de gestos y palabras que filtraban realidades cotidianas poniendo en jaque la barrera del silencio en situaciones cuya mención pública (no solo en dictadura) se paga caro.

Es interesante observar en esta película -el cómo- un documentalista con larga trayectoria en las denuncias del dolor genera una nueva deriva con un personaje que no estaba precisamente en la vereda de los protagonistas de sus películas anteriores.

Lo primero que resalta es que lo hace sin ocultar, ni condenar, ni enaltecer los lados luminoso y oscuros de Coco Legrand, obligándonos como espectadores a reflexionar sobre lo que cada quien siente ante esta figura que en el propio documental vemos como uno de los regalones de los medios de comunicación especializados en la amnesia social, a la vez de ser un generador de arte que revitalizaba la dolorida alma nacional instalándola ante un espejo imposible de eludir y sacando a la luz pública tormentos que enmascarados de humor extienden esa semilla de resistencia que se fortalece con la mofa de los pueblos ante sus represores de cualquier época.

Como espectadores “emancipados” según la conceptualización de Jacques Rancière tenemos muy presentes que Coco Legrand durante la dictadura no se mantuvo muy lejos de la estirpe de su tío Gabriel Gonzales Videla a quien Neruda (y también mi abuelo) nominaban como “el traidor”. Que estuvo entre los jóvenes profesionales que en Chacarillas elevaron en vano himnos al dictador Pinochet en un intento patético (pero muy peligroso) por instalar un culto a su persona. Tampoco hemos olvidado que en esos años para ejercer cualquier profesión a un nivel sobresaliente en los medios de comunicación, más que un gran talento (que Legrand tenía), se requería no ser contrario al régimen.

Por todo ello a mi juicio Sebastián Moreno ha escogido esta vez al personaje justo para abordar como comunidad uno de los principales problemas no resueltos en nuestra transición larga e inconclusa: La Reconciliación; esa que necesariamente implica encontrar un difícil punto de acuerdo en el cual no existe olvido, esa, que causando bastante polémica a inicios de la década del 90 propuso Ariel Dorfmam con “La muerte y la doncella” y que a inicios del siglo XXI propondrá la compañía Teatrocinema con “Sin Sangre”.

Para construir su discurso el documental de Moreno se construye con archivos y con material generado por él. En sus imágenes de archivo rememora en profundidad la figura de este reconocido comediante cuyo humor lograba instalarse masiva y popularmente en un Chile obligado a transitar hacia un experimento neoliberal y carcelario a la vez, y en el cual existían pocos espacios para distenderse y reír.

Moreno nos deja claro que la Comedia de alto vuelo logra muchísimas veces abrir espacios de convergencia con mayor eficiencia que la Tragedia y los discursos ideológicos, y que la risa, expresión del alma que la academia denosta argumentando que “habita en la boca de los tontos”, es y ha sido una de las armas más eficaces contra los abusos e incluso contra “las honestidades tiránicas” que quería erradicar Rimbaud.

Queda claro en muchos de los pasajes de este documental que Coco Legrand es y era un buen actor, un apasionado trabajador y que construyó a cada uno de sus personajes basándose en investigaciones psicológicas y sociológicas, con asesores y con fuentes calificadas, lo cual sumado a su intuición y talento lograron poner en escena verdades que normalmente circulan entre gritos y susurros en nuestra autocontrolada sociedad, destacándose en la película los pasajes en que su personaje Mefistófeles visita en la Moneda al ex presidente Frei Ruiz-Tagle, ex continuador político del legado de su padre, ex progresista y ex amigo de sus amigos.

Al trabajar el documental con varios archivos permite ver en primeros y primerísimos planos no solo al artista sino también a ese público que en vivo acompañaba las presentaciones del Coco para la TV. Ese público – que consciente o no- al ser televisado se transformaba en decorado y utilería del evento en el cual se mezclaban “armoniosamente” civiles y militares, lo cual no ocurría en las calles.

Es importante reiterar que este documental no se alimenta solo de esas imágenes de archivo, sino que está entretejido desde el inicio con la libertad de una narrativa diacrónica que Moreno genera en entrevistas hechas a Jaime Azócar y Mario Kreutzberger, al Coco Legrand actual rodeado de su familia, al artista reflexivo sobre su hacer de 60 años y entregado a la preparación y desarrollo de la última gira de “70 Sé tonto” que el equipo acompañó. Sebastián Moreno tiene una vez más el mérito de hacer desparecer a la cámara para instalarse como un espectador de situaciones que retrata con la frescura que permite hacer circular los sentimientos de un padre, esposo, compañero de trabajo, abuelo, artista, que prepara con deseos y angustias lo que terminará siendo su último espectáculo.

El material registrado se nos estrega sin patetismo ni euforia. Tiene el mérito de captar el esfuerzo, la alegría y el dolor de quien se despide de 60 años de vida sobre los escenarios, de un artista que debe parar porque el cuerpo se lo exige aunque el público lo reclame, de un hombre que camina mirando a los ojos su propio crepúsculo.

En este nodo de emociones se enaltece la película de Sebastián Moreno. Después de darnos la nada menor oportunidad de conciliarnos (cada quien a su manera) con el personaje y sus circunstancias, nos ofrece la persona de un adulto mayor, Alejandro Javier González Legrand, para que discutamos sobre dos tópicos que eludimos, caricaturizamos o mistificamos, pero pocas veces instalamos como tema en nuestras conversaciones públicas o privadas: El fin de nuestras vidas laborales y de nosotros(as) mismos (as).

Pedro Celedón Bañados.

Dr. Historia del Arte

Compartir este artículo