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El largo 2020. Por Mariana Valdebenito Mac Farlane

Giovanni Arrighi habla del largo siglo XX para referirse a las crisis del modelo acumulativo del capitalismo en el pasado siglo, sobre todo en las décadas de los 70 y 80. Esta idea es original del historiador inglés Eric Hobsbawn, quien ya había hablado del largo siglo XIX, y que a su vez se referiría al siglo XX como corto. Aquí aquello “largo” al que nos referimos, es a la serie de transformaciones del capital: su intensidad y capacidad de adaptabilidad en y tras las crisis que nos han afectado.

Hoy me parece propicio—y no exagerado—hablar del largo 2020 gracias a los procesos políticos y al surgimiento crítico del cual podemos dar cuenta en el transcurso menos de años en nuestro país, y en diversos puntos del globo, manifiestos a través de las desigualdades socioeconómicas y políticas, pero también por medio de la adaptabilidad de las “soluciones” que se debaten en el juego de poder trazado desde un campo ineludiblemente político en tanto trata del control y/o desregulación de los cuerpos como masas e individuos. Creo también que, es necesario, encadenar y recalcar que estos acontecimientos se ligan con una serie sucesos anteriores; crisis que en lo en el pasado reciente casi siempre derivaban del mismo modelo económico, pero que hoy cobrar la rareza de provenir de lo biológico—la última gran pandemia que conocimos aquí fue en la década de los 50—. Todo esto permite que esta expresión, largo 2020, se acomode con bastante gracia, al menos desde la perspectiva propia de la economización de la vida hasta en sus más íntimos aspectos, y que también es pertinente a lo vivimos, mostrando la innovación desde lo ajeno del virus—el virus siempre es extranjero, nos recuerda Preciado en un artículo reciente—.

En el transcurso de 2019, pudimos encontrar molestias generalizadas hacia las diversas aristas en las que un sistema neoliberalizado se manifiesta en la factualidad del día a día. Realidades tan disimiles como las de Hong Kong y su resistencia frente al gobierno central Chino. También, el caso de Chile, revelándose masivamente contra una serie de injusticias, donde las consignas “hasta que valga la pena vivir”, “todo mal”, “con todo sino pa qué” se repetían dando cuenta que era un algo embestido de todo a lo que se argüía. Lo injusto del sistema acumulativo y de producción capitalista neoliberales que, por lo demás, afecta las formas de relación social de una manera distintiva, precariza las vidas de la mayoría hasta en lo más íntimo de sus existencias y por lo tanto, parece que no importa la forma de gobierno que se establesca en un determinado territorio, lo que importa es que el sistema acumulativo está neoliberalizado. Tanto dictaduras de partidos únicos o democracias están sujetas al mismo sistema, pero no de manera única.

Por otro lado, el virus también no sabe distinguir y nubla cierta sensación de inmunidad por parte de algunos privilegiados en dicha la cadena de acumulaciones en nuestro país, que se ve afecta y desastabilizada, más que con la crisis que nace en las entrañas del capitalismo desde aquel icónico 18-O—no mucho cambio estructuralmente desde entonces—. Las élites endogámicas, traen al virus desde Europa, por lo tanto, el virus en Chile tiene la cara de la desigualdad. Ellos se convierten en portadores de lo extraño, de lo impropio, que luego chorrea a los más pobres y que se da cuenta al ver los números y lugares donde la gente a muerto.

Con esto, se ha dejado desnuda una serie de realidades que no pueden ser abordadas desde posiciciones futurológicas, como lo hacen Slavoj Žižek o Byung-Chul Ha en otros artículos recientemente publicados, y que parece ser que se entrampan en ver los efectos como de una cuestión simplificada, en vez de centrarse en el problema del presente y sus efectos políticos complejos y diversos. Entonces ¿cuál sería un modo correcto de aproximación al largo 2020, al menos desde Chile? Primero, debe abordarse desde su complejidad, no es solo un virus que revela las fragilidades de la existencia y de los sistemas: es mucho más, y hay que pensarlo desde su extraño arribo, en el sector acomodado de nuestra capital. Luego, debe entenderse que el largo 2020 es leer el asunto en términos económico-críticos, es decir, como expresión de aquellas crisis que se emanan desde el propio sistema económico que todo lo permea o quiere permearlo. También, hay que entender que esto no es más que una de las posibles múltiples formulas de abordarle que tiene el problema desde una cuestión: es evidentemente diagramática que pone en cuestión a una serie de problemáticas que nos constituyen no como un todo unificable. No debemos temerle a la dispersión.

No es un enemigo invisible el virus, se hace visible en sus acciones y en como se le asume. No sabemos de su letalidad, la estimamos, pero sabemos que quienes tienen las herramientas para abordarlo desde las políticas oficiales, dan cuenta de que, a pesar de lo muchos que se ha puesto en cuestión al sistema neoliberal, aún se encuentran estrategias para profundizarlo aprovechando la oportunidad—dando dinero a privados para el control clínico de la pandemia, por ejemplo—. Por el otro lado, esto ha ayudado a hacer más latente aún aquellas precariedades e injusticias en todo un sistema de derechos fundamentales, se niegan por falta de recursos, sino que por la imperancia de una forma de verdad desproporcionada. Falta permeabilidad de un regimen de verdad imperante donde las vidas importen por sobre lo económico.

Debemos pensar que el presente crítico ha sido aprovechado, hasta el momento, por el mismo sistema para invadir espaciós que se creían inmunes a sus efectos como nuestros hogares. Este claro ejemplo lo da Paul Preciado, quien ya nos advierte en su último artículo que, nuestro hogar se ha transformado en un dispositivo más del capital gracias al teletrabajo, revestido desde sus ventajas, pero que debe ser visto con los ojos de una nueva forma de precarización laboral. Las clases medias y “afortunadas”, se encuentran recluidas en la intimidad de sus hogares y sujetas a la producción, incluso ante la inminencia de la muerte. Lejos de generarse resistencias y nuevas formas de vida, lo que vemos es adaptabilidad sistémica al largo proceso capitalista neoliberalizado contemporáneo, o quizás de otra forma del capital. Pero frente a esto mismo, al privilegio de la reclusión, es el que ofrece la oportunidad única: la de pensarnos resistiendo en el común, debido a que en este largo 2020, lo público —reservado para los olvidados, los que deben continuar produciendo lo esencial, o para la primacía del saber médico— y la emergencia del covid-19, al menos por un rato, serán cuestiones no fáciles de compatibilizar. Entonces, no debemos tenerle fobia a la tecnología para resistir, ni pensarlas como enemigos de nuestras resistencias y preparación en el encierro. No pequemos de conservadores en nuestros espacios y las aperturas que algún día se avecinaran. Evidentemente, el lugar de estos dispositivos no está en su dependencia y fetichización, sino en que actúen como dispositivos para las luchas de poder que el virus y el sistema en crisis traen a juego. Resistir a la avasalladora fuerza del neoliberalismo es también con el otro, aunque no lo sienta.

En suma, desde dos veredas hemos hablado para referir a lo largo y denso de este 2020 que habitamos. No podemos dejar de desatender al resto de las complejidades y sus interseccionalidades. No podemos pecar de ingenuos y pensar en el fin de algo solo porque desde nuestra racionalidad y vivencias es incorrecto. Debemos pensar que la crisis, hasta ahora, es la oportunidad que toma el sistema neoliberal, con o sin querer, para atravesar incluso nuestros propios sueños y utopías.

No podemos pensar al Covid-19 en Chile sin 18-0. No podemos proyectar ni especular si al final de la pandemia el sistema capitalista neoliberal acabará o continuará. No podemos resistir si olvidamos. El resto de este largo 2020 ya se verá.

Mariana Valdebenito Mac Farlane
Profesora de Filosofía y Licenciada en Educación, PUCV
Magíster (c) en Filosofía Política, USACH

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