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El legado del Papa Francisco y la encrucijada de la Iglesia chilena de un legado dividido. Por Fabián Bustamante Olguín y Javier Romero Ocampo

La noticia de la muerte del Papa Francisco este lunes 21 de abril de 2025 marca un punto de inflexión para una Iglesia Católica que, desde mediados del siglo XX, ha navegado entre la tensión irreconciliable entre conservadurismo y progresismo. Como señala Pierre Bourdieu (2009; 1971), el campo religioso es un espacio de competencia por el monopolio de los “bienes de salvación”, donde especialistas (clero) y los laicos negocian poder, legitimidad y significados. En este sentido, la muerte del Papa Francisco —figura que intentaba equilibrar reforma y tradición— plantea como interrogante si el campo católico permitirá una mayor participación laical o retrocederá al centralismo con tintes medioevales. La teoría de Bourdieu puede ser útil para comprender si la supervivencia del catolicismo dependerá de su capacidad para redistribuir capital simbólico. Si la jerarquía insiste en monopolizar los bienes de salvación, arriesga perder relevancia ante una sociedad que busca a Cristo más allá de los altares con alta significancia de las búsquedas personales en la vida espiritual de ciudadanos con mayor autonomía y acceso a la información para decidir las orientaciones para su vida y pensar la trascendencia.

Francisco, el primer papa latinoamericano, emergió como una figura bisagra. Por un lado, rescató el espíritu de los debates que trajo a la Iglesia Católica, la Teología de la Liberación —tan vilipendiada bajo Juan Pablo II— al priorizar a los pobres y denunciar las estructuras económicas opresivas. Su encíclica Laudato Sí (2015) y su llamado a una “Iglesia en salida” resonaron como un eco de las discusiones y perspectivas de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), aquellas que en los años 70 reconstruyeron el tejido social bajo dictaduras y hoy enfrentan la exclusión neoliberal. Por otro lado, su pragmatismo lo llevó a equilibrar reformas simbólicas —como la inclusión de mujeres en roles ministeriales— con una cautela institucional que frustró a muchos progresistas que pensaban más en la ruptura que en los avances.

Su muerte ocurre en un momento crítico. América Latina, cuna de su legado, sigue siendo un campo de batalla entre una fe que se radicaliza en la defensa de derechos humanos y otra que se repliega hacia el integrismo, aliado a poderes políticos autoritarios y conservadores. La tensión entre “caridad y justicia social”, descrita en el texto, persiste: mientras sectores conservadores —respaldados por grupos tradicionalistas e integristas como el Opus Dei— buscan recentralizar el dogma, movimientos como los Sin Tierra en Brasil o las comunidades indígenas en México reclaman una Iglesia comprometida con la transformación estructural de la sociedad y en particular de las estructuras económicas.

El fantasma de Juan Pablo II, cuyo pontificado sofocó el diálogo con el marxismo y priorizó alianzas anticomunistas, ronda las discusiones acerca de la sucesión. ¿Continuará el próximo papa la línea de Francisco, intentando conciliar fe y justicia social, o retrocederá a un modelo de Iglesia monolítica, temerosa de la pluralidad? La respuesta definirá en el futuro del catolicismo y en la capacidad para incidir en sociedades cada vez más diversas y abiertas. Francisco entendió que, sin los pobres, la Iglesia pierde su alma. Su desafío fue navegar entre la herencia del Concilio Vaticano II y la persistente resistencia vaticana al cambio. Ahora, su partida deja una pregunta abierta: ¿lograrán sus sucesores evitar que la “recristianización” se convierta en una herramienta de control, en lugar de un puente hacia la esperanza?

En América Latina, donde la fe aún late en las periferias, su legado será juzgado por si las semillas de Medellín y Puebla —aquellas que vincularon evangelio y liberación— lograron germinar más allá de su figura. O si, como en el pasado, el miedo a la disidencia impondrá una paz fría, donde la unidad doctrinal ahogue el clamor de los que siguen buscando a Cristo en los rostros de los excluidos y en la convivencia fraternal entre todos los seres vivos.

Con respecto a Chile, cuna de movimientos como Cristianos por el Socialismo en los años 70, vivió bajo dictadura una Iglesia divida: mientras sectores conservadores apoyaron el régimen de Pinochet, las Comunidades Eclesiales de Base y obispos como Raúl Silva Henríquez defendieron con decisión los derechos humanos. Hoy, esa dualidad persiste. Los casos de abusos —más de 300 denuncias y una veintena de obispos investigados—revelan cómo el clericalismo, alimentado por décadas de centralización jerárquica, protegió a quienes protegidos bajo el manto de la “unidad institucional” cometieron delitos como abusos sexuales de menores. Aquí, el conservadurismo doctrinal —aliado histórico de élites políticas— choca con una sociedad que exige justicia, no caridad.

La muerte de Francisco en 2025 agudiza este dilema. Su pontificado, que rescató la opción por los pobres y criticó el clericalismo, contrasta con la realidad chilena, donde la jerarquía aún navega entre la responsabilidad pública y la autoprotección. Argumentamos que, si el próximo papa retrocede al centralismo preconciliar, Chile podría ver consolidarse un modelo eclesial que, tras los abusos, prioriza la imagen sobre la justicia. Pero si el legado de Francisco perdura, quizás emergerán líderes dispuestos a desmontar estructuras de opresión, no sólo económicas, sino también morales.

La pregunta es clara: ¿Aprenderá la Iglesia chilena de su historia? Las CEBs y la Teología de la Liberación enseñaron que la fe se encarna en el pueblo, no exclusivamente en los altares. Hoy, ese pueblo exige una Iglesia que, más allá de discursos, rompa cadenas de impunidad. Como en Medellín, la opción no es entre caridad o justicia, sino entre custodiar privilegios o abrazar el Evangelio sin miedo. El tiempo dirá si Chomalí y sus pares eligen ser partícipes del cambio o guardianes de un sistema en decadencia.

Referencias

Bourdieu, P. (2009). "El campo religioso y la economía de los bienes simbólicos" (Trad. A. Gutiérrez). En La eficacia simbólica. Religión y política (pp. 11-58). Buenos Aires: Biblos.

Bourdieu, P. (1971). "Génèse et structure du champ religieux". Archives de sciences sociales des religions, 16(1), 3-33.

Fabián Bustamante Olguín. Académico del Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

Javier Romero Ocampo. Doctor en Estudios Americanos, especialidad pensamiento y cultura; profesor de Historia y Geografía, Sociólogo, Psicólogo

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