Las primeras editoriales universitarias modernas fueron Oxford y Cambridge, a mediados del siglo XVI y desde ahí han acompañado el sistema de difusión del pensamiento y conocimiento generado en instituciones de educación superior en el mundo. En Chile la historia en este ámbito se comienza a escribir hace 77 años junto a la Editorial Universitaria y a la fecha al menos el 74% de las universidades cuenta con sellos que -según estadísticas de la Cámara Chilena del Libro del 2021- publican al menos el 10,95% de la producción nacional, registrando en el mismo año 934 títulos.
Este contexto nos indica que existe desde el libro una contribución sistemática y, además, representativa de un patrimonio histórico de las instituciones. Sin embargo, en contraste a los datos anteriormente indicados, vemos que -por otro carril- los indicadores de publicaciones científicas en el mundo crecen a pasos agigantados. Según la última base actualizada del Observatorio del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, el nivel de producción o volumen en la generación de conocimiento científico de investigadoras e investigadores afiliados a universidades chilenas que resultan en una publicación en revistas científicas está por sobre los 40.000 publicaciones anuales.
Al ver este comportamiento, es inevitable considerar cómo este movimiento guarda estrecha relación con la estandarización de la difusión del pensamiento y creación en las universidades orientadas a la “complejización”, dinámica en la que el paper cobra una relevancia prioritaria en la cadena de valoración para que las instituciones se certifiquen, alcancen reconocimiento, y autoras y autores tengan una asignación económica asociada.
Así, pareciera que los caminos de validación tienden a que el libro sea una opción postergada para la difusión del pensamiento. Lo que se incrementa –además- en los sistemas de fomento, en el que las universidades entran a competir por fondos donde no alcanzan a llegar en promedio al 15% de publicaciones del Fondo del Libro y la Lectura en los últimos diez años.
Esta contraposición de “estímulos” de financiamiento y valoración del sistema, nos enfrenta a la idea de que es importante generar instancias de reflexión sobre el lugar que ocupa el dispositivo “libro” y cuáles son las contribuciones u objetivos reales en las instituciones de educación superior.
En la ley 19.227 (1993) el Estado reconoce en el libro y en la creación literaria instrumentos eficaces e indispensables para el incremento y la transmisión de la cultura. Sin embargo, no existen líneas de desarrollo consistentes que permitan que esto prevalezca y se fortalezca de manera sostenible en el tiempo.
Quizás eso se debe a lo limitado de la comprensión del formato libro y a dinámicas de publicación que no han sido adaptadas a la necesidad de comunicar específicamente la investigación y saberes generados en las universidades y que deberían ser abordadas –principalmente- por la edición universitaria.
En ese sentido, las nuevas políticas de investigación y creación de las casas de estudio pueden ser una vía de valoración y reposicionamiento del libro como una herramienta que en sí misma podría considerada como un elemento de creación. Pero aprovechando tanto sus cualidades como sus capacidades materiales y simbólicas, especialmente el tratamiento de distintos formatos, edición de contenidos, diseño, materialidades y formas de comunicación, acercando el contenido académico de manera poco convencional y transformarse –entonces- en una metodología de transmisión del pensamiento.
Todo esto implica superar la discusión inicial sobre si el libro es o no digital. Más bien permite profundizar en las alternativas de cómo se articula un contenido en función de un objetivo de aprendizaje y experiencia en torno a la información académica. Abrir esta conversación en las universidades exige –entonces- que las editoriales se involucren de manera activa y estratégica con las unidades que promueven la investigación, siendo motores activos de las soluciones de difusión del conocimiento, lo que en sí mismo es un ejercicio de creación e innovación en la gestión y en el producto.
Todo esto permitiría también que se reconozca el espacio del libro fuera de la dinámica de publicaciones científicas, recobrando su función cultural y estética, alcanzando así nuevos fomentos para la industria en esta materia, más competitivos y valorados socialmente.
Nicole Fuentes Soto
Directora de Desarrollo Cultural UTEM
Encargada sello Ediciones Universidad Tecnológica Metropolitana