a Rodrigo Karmy
que no pare de llegar
Recordemos un momento espectral del realismo transicional. En marzo de 1990, bajo los estruendos del Estadio Nacional, el ex Presidente, Patricio Aylwin, decía en tono exultante, “sí señores, sí compatriotas, civiles o militares: ¡Chile es uno solo! Y así, quedaba consumado el “consenso enfermizo” de la modernización chilena. Los “tanques de pensamiento” -think tanks o segundo pisos transicionales- hoy exudan un agotamiento operacional y cognitivo para imaginar los enjambres de la subjetividad y nombrar los diagramas de la negación. Una tragedia visual de las epistemologías. Entre silogismos y carcajadas transicionales (años 90’…) la modernización agudizó la ampliación de expectativas estimulando los consumos simbólicos y la expansión del bienestar. Esto último habría exacerbado la frustración, abriendo un vacío insalvable -según el mainstream- entre los deseos globalizantes y las “formas de vida”. En suma, el dispositivo mal-estar sería un resultado del progreso (consumos glonacales) y de "expectativas" insatisfechas.
Malaise siempre Malaise. ¿Malestar para civiles y militares? ¿Teoría o diagnóstico? Tal estado de cosas, nos obliga a repensar la fertilidad del término-inductor, como aquella tecnología que fomentó una república centro-centro y opacó la irrupción de antagonismos, diluyendo la expansión de “las diferencias”. No ha sido un lugar común para nuestras elites vincular el mal-estar con la racionalidad abusiva de las instituciones porque inviste un dispositivo de gobierno. En suma, su rectorado semiótico y sobriedad verbal (mal-estar) se debe al tiempo (post)transicional de encuestas, índices de urbanidad, miedos, depresiones y desconfianzas, obesidad de los chilenos, situaciones de espasmos, trastornos de sueño, smog y perturbaciones de la vida farmacológica. Y así, toda la ciudadanía se encontraría sumida en los deseos y estéticas anestésicas del mal-estar elitario. Una máquina gubernamental productora de “individuos normados” que ofertó una narrativa -epidemiológica- para normar psiquiátricamente la vida cotidiana. La episteme transicional como dispositivo de gobierno, extendió las brechas entre la modernización (crecimiento, consumo, progreso) y la autonomización de la subjetividades respecto a los discursos del consenso. Con la excepción de Tómas Moulian, el Malestar hizo de la sociología una epistemicidio post-fordista donde los caminos son posibles. Y para muestra un botón: la revuelta también fueron cosas del malestar.
Bajo la teoría de la gobernabilidad, el mal-estar obtuvo sus “piochas de bronce” en su eficiencia tutorial para gestionar elitariamente los antagonismos en nombre de la Realpolitik. Un hito fundamental fue el Informe del PNUD de 1998”, y las épicas del realismo (“Paradojas de la modernización”) cuando daba cuenta de los pesares de la subjetividad y la necesaria producción de consensos racionales. El malestar gubernamental. Pregunta fundamental, ¿de alta o baja intensidad? Todo el lenguaje aporofóbico deviene descriptivista y curatorial, para producir retóricas de pacificación en plena fractura entre política institucional y vida cotidiana. El “malaise gestional” ha derivado en un “supermercado cognitivo” que obliga a transitar dócilmente entre modernizaciones, sujetos dóciles, ideologías adaptativas, beligerancias naturalizadas y ciclos de protesta social que impiden diagnosticar las nuevas expresiones y figuras de conflictividad y enemización. El momento actual, reclama una solvencia interpretativa que implica descifrar una trama de estigmatizaciones, migraciones, colonialismos de nuevo tipo, guerras civiles, reclamos ciudadanos por seguridad, procesos de racialización y liderazgos furiosos. La ausencia de comunidad, se explica porque la nueva cultura de los acuerdos (pactos de lenguaje y sentido) quedan ensombrecidas, si todo descansa en la disputa de una “agenda securitaria” -y sus afanes estadísticos, sin teoría de las instituciones- que distan de constituir un avance hacia un horizonte compartido. Ya sabemos que ni las embajadas resisten un pacto securitario, porque no hay seguridad. De un lado, hay urgencias apremiantes del campo ciudadano y, de otro, existe un frenesí por deducir de allí una posibilidad de acuerdos o gramáticas comunes. Todo se asemeja a un déjà vu de los años 90’. Y así, irrumpe la “pulsión consociativa” que nos remite al realismo visual de la teoría de la gobernabilidad que pudo gestionar los dolores de la subjetividad. Cómo gestionar el malestar, pues bien, con el expansivo metafórico, “Civiles y militares”.
Aquí coexisten nudos entre zonas de visibilidad y zonas opacas que el malestar no es capaz de transitar, descifrar o intersectar. Quizá el malaise, aquel dispositivo biomédico de la imaginería transicional, no es más que un “cadáver cognitivo” que ya no puede ver lo que piensa.
Calle Trizano.
Mauro Salazar J.
Doctorado en Comunicación.
Universidad de la Frontera.