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El Marxismo como Alternativa Política Democrática. Por Camilo Ernesto Aguilar Casanova

El presente escrito tiene como objetivo plantear la duda y, a la vez, dar una respuesta particular y específica al concepto de democracia, el cual, desde antiguo ha generado polémica y ha sido utilizado por distintos autores en diversos contextos y para argumentar y promover las diferentes ideologías que han surgido a lo largo de la Historia. Desde su creación humana en la Grecia Antigua hasta nuestros días, las corrientes políticas de cada país del mundo realizan acciones en nombre de la democracia, por cierto, comprendiendo esta de una forma bastante alterada a la de los filósofos antiguos. No pretende ser una revisión histórico-política de lo que se ha entendido por democracia, por el contrario, el fin es demostrar que la democracia es un concepto continente, es decir, hay que darle un contenido, y dichos contenidos, a su vez, pueden ser antagónicos dependiendo de la ideología política que se adopte, lo que no implica que no sean democráticas, sino que son distintos tipos de democracias y que existen unas más democráticas que otras.

En las siguientes páginas se argumentará en favor de un concepto específico de democracia, a saber, una democracia marxista que vendría a ser un tipo de democracia distinta a las actuales democracias de los países capitalistas occidentales. Al mismo, ambiciosamente, propone ser más democrática que las contemporáneas.

En un primer momento, se definirá los distintos tipos de democracia que clásicamente se señalan en los manuales de Historia Política o de Derecho Constitucional. Luego, sucintamente, se señalará a cuál de estos tipos corresponde la democracia chilena y, además, si es posible agregarle otro adjetivo. Por último, de forma extensa, se expondrá el por qué es posible una democracia de corte marxista y por qué el marxismo puede ser democrático, incluso, más democrático que las democracias populares en los países capitalistas. Es necesario aclarar que, para poder argumentar a favor del marxismo, es menester comprender que las relaciones sociales son naturales al hombre gregario, como expusieron los griegos clásicos, pero esas relaciones sociales están determinadas por la estructura económica de una comunidad, ya sea local, regional o nacional, estructura económica que comprende los medios de producción de una sociedad como la forma de intercambio de bienes. Aquella estructura económica que determina las relaciones sociales, es lo que luego, determina el sistema político y el ordenamiento jurídico de la sociedad.

Finalmente, se expondrán las conclusiones a las que se arriben de la argumentación a presentar y las posibles respuestas al porqué del intento de exclusión de las ideas marxistas de los debates político-democráticos.

De esta manera, se busca contribuir, en primer lugar, a la defensa del marxismo en la actualidad; en segundo lugar, contribuir en el debate ideológico de la sociedad; y en tercer lugar, desmitificar y plantear propuestas a los problemas sociales con una visión dialéctica de la Historia, de la política y de la sociedad.

La Constitución Política de la República establece un sistema jurídico y político específico en su primer capítulo. Así, el artículo 4° señala que Chile es una república democrática. Este artículo solo señala un sistema político de gobierno al cual debe asignársele un contenido en relación a las normas constitucionales y legales pertinentes. El decir que es democrática es una declaración vacía la que debe ser llenada, ya que “irónicamente, el mismo hecho de que la democracia posea una historia dilatada, ha contribuido a la confusión y desacuerdo, pues ‘democracia’ ha significado muchas cosas distintas para gente diferente en diversas épocas y lugares.”[1] Esto se explica en que “la democracia puede ser inventada y reinventada de manera independiente dondequiera que se den las condiciones adecuadas. Y las condiciones adecuadas han existido, creo, en tiempos distintos y en lugares diferentes.”[2]

Existen, así, distintas concepciones y formas de democracia actualmente. Dependiendo de la aplicación que tenga la idea esencial de la democracia de que “todos los miembros de la sociedad nacional están llamados a intervenir en su dirección”[3], puede distinguirse, al menos, en democracia directa, representativa, semirrepresentativa y semidirecta. La democracia directa se entiende como “aquella en que el pueblo, titular del poder, lo ejerce por sí mismo, realizando él mismo sin intermediario las distintas funciones que en su unidad comprende, especialmente entre ellas, las de crear y ejecutar la ley y de resolver los conflictos que suscite su aplicación.”[4] A su vez, en la democracia representativa se entiende que la representación “como institución jurídica es la capacidad de expresar una voluntad que se imputa a otro, atribuyendo la consecuencia de sus determinaciones al representado, como si hubiera actuado este mismo.”[5] Cabe señalar que este tipo de democracia se contrapone a la directa y su principal característica es que en ella los representantes son elegidos a través de elecciones periódicas, por un tiempo determinado por aquellos que están facultados para ejercer el derecho a voto. Por su parte, la democracia semirrepresentativa es aquella que “se caracteriza por la tendencia observada y afirmada en la democracia representativa a deducir de la elección de los representantes populares, es decir, de la circunstancia de pertenecer a uno u otro partido político, la voluntad que prevalece en el país acerca de los grandes problemas que preocupan la marcha del Estado.”[6] Por último, la democracia semidirecta es “aquella en que el electorado no solo es llamado a elegir a los componentes de los órganos públicos fundamentales (Cámaras, Presidente), sino también a intervenir o participar de diversas maneras en la orientación gubernativa y en la decisión de los problemas públicos.”[7] En este tipo de sistema democrático existen instituciones jurídicas de participación, tales como la iniciativa popular de ley, el veto popular, el referéndum, la revocación, entre otros.

En base a las definiciones y características señaladas, la forma democrática establecida en la Constitución puede catalogarse como una democracia representativa. El periodo presidencial dura cuatro años, al igual que la duración en el cargo de los diputados, mientras que los senadores son electos por ocho años. Además del carácter temporal de estos cargos, los mencionados son electos: el presidente es electo en votación directa, mientras que el Congreso Nacional, hasta hace poco, tenía un sistema binominal, sustituido recientemente por uno proporcional, mientras que por su parte, las elecciones de alcaldes son directas y las de concejales son proporcionales. Respecto de la normativa constitucional aplicable a la elección presidencial, hay que mirar los artículos 24 y siguientes, mientras que para el Congreso Nacional, debe observarse los artículos 46 y siguientes. Así, se entrega la administración y gobernabilidad del país al Presidente de la República y la dictación de leyes al Congreso Nacional y al Presidente, siendo estos los únicos representantes de la ciudadanía. A esta última, solo le compete el ejercer su derecho a voto y ese sería toda su participación. Cabe agregar que en la Constitución se establece una protección a los Derechos Fundamentales y la separación de los Poderes del Estado. Con lo mencionado anteriormente, puede concluirse que en Chile hay un sistema democrático representativo.

A pesar de lo señalado en líneas anteriores, puede agregarse otro calificativo más al sistema de gobierno chileno. Además de representativa, puede catalogarse de liberal. En palabras de Bobbio, se entiende por liberal “una determinada concepción del Estado, la concepción según la cual el Estado tiene poderes y funciones limitados, y como tal se contrapone tanto al Estado absoluto como al Estado que hoy llamamos social.”[8] Luego, ahondando más en la concepción liberal del Estado, agrega que “el liberalismo es una doctrina del Estado limitado tanto con respecto a sus poderes como a sus funciones. La noción común que sirve para representar al primero es el estado de derecho; la noción común para representar el segundo es el estado mínimo.”[9] En la Constitución Política de la República se establece el estado de derecho en los artículos 6° y 7°. El estado mínimo, es decir, aquel aparato estatal que interviene solo en lo necesario en el ámbito social, cultural y, especialmente, económico, puede encontrarse en el artículo 19 n° 21, al limitar este la capacidad empresarial del Estado y entregarlo a manos de privados. Así, el derecho, que es el medio legitimado para delimitar y limitar la acción y función del estado “está determinado por las condiciones materiales de producción o infraestructura económica y es, por esto, de naturaleza superestructural. (…) El derecho aparece, pues, siempre y en todas partes, como un medio de coacción material en manos de la clase dominante, dirigido voluntariamente y con un objeto preciso contra la clase subyugada, como uno de los signos manifiestos e indiscutibles de esta dominación y de esta subordinación.”[10]

El sistema político de gobierno en Chile, por ende, tiene una coherencia entre un Estado mínimo y de derecho, de poca intervención económica y que protege a los privados que desarrollan la economía nacional, respectivamente, y, al mismo tiempo, promueve un libre mercado. En la misma línea argumentativa de Bobbio, Dahl señala que “históricamente, el desarrollo de los valores democráticos y de la cultura democrática ha estado estrechamente asociado a lo que en términos generales podemos calificar como una economía de mercado. Más específicamente, una condición altamente favorable para las instituciones democráticas es una economía de mercado en que las empresas económicas están principalmente en manos privadas, y no en las del Estado, esto es, en una economía capitalista más que en una socialista o estatista.”[11] Dicho en otras palabras, “el Estado moderno, en el sentido burgués del término, nace en el momento en que la organización de grupo o de clase engloba relaciones mercantiles suficientemente amplias.”[12] Reforzando la idea de Dahl, Kaiser y Álvarez esbozan diversas críticas al marxismo y a sus adherentes al señalar que estos promueven “un desprecio por la libertad individual y una correspondiente idolatría por el Estado. (…) [Además], el complejo de víctima, según el cual todos nuestros males han sido siempre culpa de otros, y nunca de nuestra propia incapacidad para desarrollar instituciones que nos permitan salir adelante.”[13] Agregan que “en los países donde el análisis histórico escasea y las poblaciones son presas del populismo, pocas veces se comprende que todos los beneficios que el ser humano posee se han producido gracias a la cooperación pacífica y al intercambio voluntario.”[14]

En primer lugar, haciendo frente a estas críticas, cabe señalar que “la burguesía desde sus inicios no dejará jamás de confundir el individualismo con la libertad.”[15] El marxismo pretende, precisamente, todo lo contrario, es decir, a través de las condiciones propias y únicas de cada país y comunidad realizar el análisis dialéctico del contexto histórico, político y económico para avanzar hacia una sociedad distinta, acorde a sus necesidades y creando las soluciones pertinentes. Engels, lo expresa al señalar que para “convertir el socialismo en ciencia, era indispensable, ante todo, situarlo en el terreno de la realidad.”[16] De la segunda crítica, a saber, la cooperación pacífica y el intercambio voluntario, cabe decir que “la clase capitalista de un país no puede enriquecerse en su totalidad a costa propia.”[17] Marcuse expresa, en contra de esta segunda crítica, que “ideas como las de igualad y libertad raramente han sido traducidas en la realidad para beneficio de todos los miembros de la sociedad.”[18] Todo esto se resume de la siguiente forma: “en los sucedáneos de la comunidad que hasta ahora han existido, el Estado, etc., la libertad personal solo existía para los individuos desarrollados dentro de las relaciones de la clase dominante y solo tratándose de los individuos de esta clase. La aparente comunidad [Gemeinschaft] en que se han asociado hasta ahora los individuos se independizó siempre frente a ellos y, por tratarse de la asociación de una clase frente a otra, no solo era una comunidad [Gemeinschaft] puramente ilusoria para la clase dominada, sino también, a la vez, una nueva traba.”[19] Por último, cabe agregar la amenaza constante por parte del capitalismo ante cualquier forma de superación de este. Para clarificar esto: la labor del Estado esta “limitado y condicionado por el hecho de que existe solo como un nodo en una red de relaciones sociales. Esta red d relaciones sociales se centra, de manera crucial, en la forma en la que el trabajo está organizado. El hecho de que el trabajo esté organizado sobre una base capitalista, significa que lo que el Estado hace y puede hacer está limitado y condicionado por la necesidad de mantener el sistema de organización capitalista del que es parte. Concretamente, esto significa que cualquier gobierno que realice una acción significativa dirigida contra los intereses del capital encontrará como resultado una crisis económica y la huida del capital del territorio estatal.”[20]

Incluso, esto ha llevado a la crítica hacia los movimientos sociales de izquierda de haberse quedado en el pasado: que la lucha de clases ha sido superada o que, lisa y llanamente no existe, y que la dicotomía izquierda-derecha está descontextualizada. “Es importante señalar que, atendiendo a las cambios ocurridos en el mundo globalizado y las características del capitalismo actual, se generó una tendencia bastante extendida entre los <> a escala planetaria a negar la existencia de las clases sociales y, por consiguiente, a negar la lucha de clases.”[21] Esta negación, por cierto, no es casualidad, sino todo lo contrario. Es un proceso de desideologización con el fin de apartar a la ciudadanía de la participación política, económica y cultural de un país. Se lleva al extremo la enajenación del capital por sobre las personas, ya no solo se le separa de su trabajo producido, sino que también del proceso de toma de decisión y de influencia en la política nacional. García Angulo lo expresa de la siguiente forma: “uno de los recursos más utilizados es mantener a las masas populares en la ignorancia respecto a las cuestiones que más deben interesarle. El pueblo no puede reaccionar si desconoce los problemas que padece. Esta práctica, que forma parte de la llama ingeniería, técnica o industria del consenso, mantiene plena vigencia como uno de los principios fundamentales del Estado democrático moderno: los asuntos políticos internos deben quedar fuera del escrutinio público.”[22] Complementase esta afirmación señalando que “ello se utiliza para fortalecer la impresión de que no está en la pauta del mundo político ninguna ruptura radical o, para ser más claro, que no hay que esperar nada de la política, a no ser discusiones sobre la mejor manera de administrar el mundo socioeconómico que impera en las sociedades occidentales. No se trata de pensar en modificar los patrones de control del poder, de distribución de riquezas y reconocimiento social. Se trata de un asunto de gestión de modelos que se reconocen como defectuosos, pero que al mismo tiempo se consideran los únicos posibles. / (…) ese vaciamiento deliberado del campo político se hace para que nos resignemos a lo peor (…).”[23] De esta forma, el hombre es rebajado a una mercancía útil para el proceso de producción, como mano de obra, relegándolo del espacio político público: “el capital depende de manera absoluta del trabajo alienado para su existencia, es decir, que depende de la transformación del hacer humano en trabajo producto de valor.”[24] Hecha esta acotación, es que para alcanzar una democracia real, es decir, entregarle el poder de decisión al pueblo y participación política directa en los espacios públicos en que ejerce influencia, “no se puede permitir que desaparezca del horizonte de acción una exigencia profunda de modificación política que exige no solo una reforma de las instituciones, sino también del proceso decisorio y la repartición del Poder.”[25]

Esta concepción, desvirtuada y peyorativa, que se tiene del marxismo clásico promovido por Marx, Engels y Lenin como sus máximos exponentes y a los intentos actuales que se ha denominado como Socialismo del Siglo XXI, se debe, principalmente a que “la gente difícilmente piensa en el comunismo como un sistema económico, como una forma en que los productores se organizan para producir para satisfacer las necesidades de todos. / Más bien, como resultados de las experiencias del siglo xx, el comunismo es visto ahora como un sistema político; en particular, como un Estado situado por sobre la sociedad y que oprime al pueblo trabajador.”[26] Como lo explicó Guevara hace más de cinco décadas, de forma pulcra, concisa y humanista, “el comunismo es un fenómeno de conciencia, no se llega a él mediante un salto en el vacío, un cambio de la calidad productiva, o el choque simple entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. El comunismo es un fenómeno de conciencia y hay que desarrollar esa conciencia en el hombre, de donde la educación individual y colectiva para el comunismo es una parte consustancial a él.”[27] Por cierto, que el sistema capitalista y la sociedad que ha creado “puede ofrecer la posibilidad de una educación para una sociedad mejor, y una educación así sería una amenaza para la sociedad existente. Por tanto, no podemos esperar una exigencia popular de una educación así ni el respaldo ni el apoyo desde arriba.”[28]

En relación a lo que se ha mencionado previamente, en términos más radicales, se puede ya esbozar que el Estado de derecho y, también, un sistema democrático liberal tienen, en su seno, un grave problema “del hombre y de la sociedad: la alienación económica. Mientras que los medios de producción, fuente y causa de esta alienación fundamental, sean privados, es decir, poseídos por una sola parte de la sociedad y no por la sociedad entera, la democracia en cuanto sistema de gobierno del pueblo no será posible.”[29] Pablo Iglesias señala que “para que haya democracia es necesario que los más tengan el poder y que desaparezcan los privilegios de los menos. Por eso quien ataca los derechos civiles y los derechos sociales ataca la democracia.”[30]

Con todo, el sistema democrático, cualquiera sea, se basa en el principio básico de las mayorías. Lenin, al referirse a las democracias de inicios del siglo XX, señala que “la democracia no es idéntica a la subordinación de la minoría a la mayoría. La democracia es el Estado que reconoce la subordinación de la minoría a la mayoría, es decir, una organización para ejercer la violencia sistemática de una clase sobre otra, de una parte de la población por sobre otra.”[31] El dirigente bolchevique, en este caso, está haciendo referencia a la tesis planteada por Engels, a saber, que en el momento en que “el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esto, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión que es el Estado. (…) El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no es ‘abolido’, se extingue.”[32]

En principio, si algún movimiento o partido político plantea una ideología diferente a la que actualmente recoge la Constitución y obtiene el apoyo de la mayoría de los ciudadanos, podría cambiarse el sistema por otro que corresponda a otra concepción de la sociedad, de la política y, por sobre todo, del desarrollo económico del país. “Cierto que no hay que esperar de ningún gobierno que favorezca su propia eliminación violenta; pero en la democracia, tal derecho se halla cimentado en el pueblo (es decir, en la mayoría del pueblo). Esto significa que no deben ser obstruidos los caminos por los que podría desarrollarse una mayoría revolucionaria, y si son obstruidos por una organizada represión e indoctrinación, entonces su reapertura exigirá evidentemente medios no democráticos.”[33] Como se ha señalado, la Constitución garantiza un estado de derecho y que se relaciona, directa y coherentemente, con una economía capitalista y con una concepción liberal y representativa del estado democrático. Empero, “es importante no definir la idea del Estado de derecho de un modo que excluya o parezca excluir un programa o ideología política razonable. Las diferencias entre los seres humanos acerca de qué exige el bien común son inveteradas y el sentido de la representación política es asegurar una equitativa igualdad de oportunidades a todos quienes quieran proponer un conjunto de políticas y principios relativos acerca del buen gobierno del Estado.”[34]

De esta forma, si bien la Constitución establece un sistema democrático liberal y representativo, puede dar cabida a otra forma de democracia. Si la economía determina el sistema político del país y se relaciona directamente este tipo de democracia con una economía capitalista, es porque esta genera crecimiento económico, pero es necesario tener presente que esto “no es exclusivo de los países democráticos, ni el estancamiento económico es exclusivo de las naciones no democráticas.”[35] Esto es un problema real dentro de las democracias actuales de libre mercado, pues se crea desigualdad económica en la sociedad, lo que merma, de forma significativa, la igualdad política que busca la democracia. En Chile, y prácticamente en todos los países capitalistas occidentales, esta desigualdad económica genera desconfianza en el sistema político y, por ende, no puede establecerse una democracia plena y real. En otras palabras, “no puede haber unidad nacional si este sistema lo único que genera es desconfianza: desconfianza en mi vecino; desconfianza en el tipo que me está vendiendo algo, porque las empresas ya no son de fiar; desconfianza en las instituciones políticas, porque no pueden hacer nada, están atadas por la Constitución del 80; desconfianza en nuestros sindicatos, porque están cooptados por operadores de los partidos.”[36] Además de esto, existe una “creciente independencia de los dirigentes elegidos respecto del electorado, el cual está constituido por una opinión pública modelada por los intereses económicos y políticos predominantes.”[37] Si la igualdad política es uno de los pilares fundamentales de las actuales democracias y que se ve disminuida, existe una contradicción entre el sistema político y el económico, a saber, el capitalismo tiende a la desigualdad económica y, por ende, política, mientras que “la igualdad como fundamento del comunismo es su fundamentación política.”[38] Así, el marxismo no atentaría contra la igualdad política y democrática, sino que, por el contrario, al ser esta su fundamento, la promueve. Incluso, de aceptarse el argumento contrario, es decir, que las democracias liberales con economías de mercado han contribuido al desarrollo social y material de la sociedad, menester es hacer presente que cuando “la clase en el poder toma medidas aparentemente contrarias a sus intereses de clase, como, por ejemplo, en el caso de la legislación del trabajo en el régimen capitalista, pretende con ello asegurar una defensa más eficaz de sus intereses de clase: por un lado, desvía la atención del proletariado el objetivo esencial de su lucha y lo debilita.”[39] Otro ejemplo, incluso más evidente, es lo que sucedió con la Alianza para el Progreso, promovida por el gobierno de John F. Kennedy. Este programa apuntaba a que países latinoamericanos realizaran reformas de tipo social y fomentar la economía de las naciones para salir del subdesarrollo. Ahora bien, Kaiser y Álvarez develan el fin real de la Alianza, cuestión interesante, ya que ambos autores son reconocidos detractores del marxismo e ideologías afines que limiten o pretendan sustituir el libre mercado. Así, señalan que “la lógica detrás de esto era que solo si la miseria material era eliminada podía contenerse la amenaza marxista en la región.”[40] En el mismo sentido, años pretéritos a dicho programa, con la instauración del keynesianismo lo que se pretendió fue dar una “respuesta a las revolución de 1917, la que dejó en claro que el capital solo podría sobrevivir reconociendo e integrando al movimiento de la clase trabajadora.”[41]

El capitalismo genera diferencias económicas y sociales que repercuten en la vida republicana de un país, excluyendo a gran parte de la sociedad y concentrando el poder, tanto económico como político en unos pocos. Safatle señala la contradicción de esto al expresar que “nuestras sociedades capitalistas de mercado son sociedades <> porque producen, al mismo tiempo, aumento exponencial de la riqueza y pauperización de amplias capas de la población.”[42] Esto, que es un hecho y una realidad histórica, ha generado que el concepto de democracia sea algo vacío y desfigurado, que proviene desde antiguo. Si son pocos los que controlan el poder económico y, por ende, político, el sistema democrático degenera en algo ficticio y no en una democracia real. Marx expresó esta situación de desvalorización de los trabajadores y la enajenación capitalista de la siguiente forma: “el obrero es más pobre cuanto más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general.”[43] Suele ocurrir esta situación en países en los cuales el capitalismo genera diferencias sociales extremas. A su vez, es el mismo autor quien plantea la situación contraria en un sistema de tinte marxista y que supera la enajenación: “si los hombres trabajan de algún modo los unos para los otros, su trabajo adquiere una forma social.”[44] Es decir, al ser los medios de producción colectivos y no privados, en una palabra, socializados, quien los ejecuta se hace parte del proceso de producción, comprendiendo su función para con los demás y cómo se ejecuta la máquina, deja de estar enajenado por la producción capitalista, en cuanto su resultado no va en beneficio personal del propietario, sino que en beneficio general de la comunidad, compartiendo todos y no unos pocos. Cabe precisar que el concepto de socialización de los medios de producción no es algo taxativo, por el contrario, es genérico y ha de adecuarse al contexto económico, histórico, político y social de la comunidad y de los medios a socializar. Así, García Angulo expresa que “cuando nos referimos a las fuerza productivas estamos comprendiendo el conjunto de aquellas fuerzas físicas y mentales que se ponen a disposición de la producción de bienes materiales, incluyendo conocimientos, tecnologías, etcétera (fuerza de trabajo), así como los instrumentos, medios y objetos de trabajo que intervienen en esa actividad sociohistórica concreta (medios de producción).”[45]

Ya los griegos habían comprendido este problema, respetando los conceptos propios de la época, al señalar que “es efectivo que si los pobres, y las gentes del pueblo y los de peor condición están bien, y a su vez esta gente llega a ser mayoría, se acrecienta el poder de la democracia. Pero si los ricos y los aristócratas están bien, los partidarios de la democracia fortalecen la parte contraria a la de aquéllos. Y en cada región, la parte mejor es contraria a la democracia.”[46] Entendiendo que la voz “mejor”, en los dichos de Jenofonte, se refiere a las clases altas, de mayor poder adquisitivo y que, a su vez, al ser quienes desarrollan la economía del país intervienen de forma directa en el sistema político, “la política al final también funciona según la lógica del mercado, en la que todo es una transacción. Puedo estar dispuesto a ceder, pero a cambio de algo y de que el otro también ceda una parte: eso no es deliberación democrática, es un contrato.”[47] Por cierto, este contrato no se refiere al contrato social de Rousseau o de Locke, sino que a un contrato civil o mercantil. De esta forma, “la autoridad como voluntad general, como autoridad del derecho, se realiza en la sociedad burguesa en la medida en que esta se estructura como mercado.”[48] O dicho de forma más simple: “cada día el mercado es menos democrático y la democracia más mercantil. Las sociedades tienden a ser ‘sociedades de mercado’.”[49] En este mismo sentido y reafirmando lo mencionado, Hobsbawm señala que “como había afirmado sagazmente Aristóteles, la democracia es el gobierno de la masa del pueblo que, en conjunto, era pobre. Evidentemente, los intereses de los pobres y de los ricos, de los privilegiados y de los desheredados no son los mismos. Pero aun en el caso de que supongamos que lo son o puedan serlo, es muy improbable que las masas consideren los asuntos públicos dese el mismo prisma y en los mismos términos que lo que los autores ingleses de la época victoriana llamaban <>, felizmente capaces todavía de identificar la acción política de la clase con la aristocracia y la burguesía.”[50]

El capitalismo se vale del derecho para mantener las condiciones económicas y políticas a su favor, de esta forma da una impresión de rectitud y razonabilidad compartida por todos, sin embargo, esto es solo correspondido por sus pares, es decir, capitalistas con capitalistas. Aldunate Lizana señala que “en la medida en que se enfatiza la posibilidad de participación ciudadana en la generación del órgano representativo, y se radica en éste de manera exclusiva, a través del principio de reserva de ley, la tarea de tomar las decisiones fundamentales sobre la libertad y la propiedad, y se tiende a identificar al ‘derecho’ con la ‘ley’, se pasa por alto la circunstancia de que la ley misma puede ser objeto de un actuar interesado del poder político. Ya no es más la representación popular legislativa la que se alza como una defensa frente a un poder ejecutivo amenazante, sino que se empieza a constatar que la intervención legislativa en la regulación de los derechos puede ser la principal fuente de afectación de los mismos.”[51] De esta manera, el derecho se entiende como “el medio por el cual la clase social que ha impuesto su modo de producción económica a la sociedad de que forma parte y se asegura el papel histórico que le es así atribuido. Es, pues, de clase, y nada más.”[52] O, dicho de otra forma, “una teoría materialista del derecho parte de una teoría dialéctica del reflejo, según la cual los hombres en su praxis (material) reconocen la realidad objetiva. Conforme a sus necesidades reconocen esa realidad como algo ligado a intereses. Conforme a sus intereses objetivos articulan su voluntad. En sociedades caracterizadas por el antagonismo de clases, los intereses objetivos específicos de las clases determinan su voluntad; la clase dominante formula sus intereses específicos de acuerdo con su voluntad social, que expresa conocimientos y expectativas de comportamiento en forma de normas jurídicas.”[53] Con todo, si bien la clase dominante es la que impone sus ideas políticas, no debe olvidarse que estas provienen y, a la vez, pretenden cuidar la economía capitalista y del capitalista, es decir, del poseedor de los medios de producción y controlador del intercambio. Así, Marx señala que “lo que distingue a las épocas económicas no es lo que se hace, sino cómo, con qué medios de trabajo se hace. Los medios de trabajo no solo son el exponente del desarrollo de la fuerza de trabajo humana, sino también el exponente de las relaciones sociales en que se produce.”[54] Luego, de esto se sigue que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominante en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, a la vez, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al mismo tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. (…) Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica se comprende por sí mismo que lo hagan en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulen la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de la época.”[55]

“El futuro de la democracia está ligado al del movimiento obrero”[56] escribía Luxemburgo. Complementando esta premisa, se puede señalar que “estos antagonismos y relaciones de dominio-sometimiento entre los diferentes sujetos sociales existentes constituyen hasta nuestros días el fundamento del ejercicio de la política y entorpecen, en beneficio exclusivo de las fuerzas hegemónicas, la dinámica social.”[57] La teórica alemana citada en líneas anteriores, agrega que “el movimiento socialista no está atado a la democracia burguesa; por el contrario, la democracia tiene su destino atado al movimiento socialista. La democracia halla mayores posibilidades de sobrevivir cuando el movimiento socialista se vuelve lo necesariamente fuerte para luchar contra las consecuencias reaccionarias de la política mundial y la deserción burguesa de la democracia. Se fortalece a esta, robusteciendo al movimiento socialista. Aquel que renuncia a la pelea por el socialismo, renuncia tanto al movimiento obrero como a la democracia.”[58] En términos históricos, la extensión del derecho a voto está ligada directamente al movimiento obrero y socialista europeo en las postrimerías decimonónicas. “En todos los sitios donde lo permitía la política democrática y electoral comenzaron a aparecer y crecieron con enorme rapidez partidos de masas basados en la clase trabajadora, inspirados en su mayor parte por la ideología del socialismo revolucionario (pues por definición todo socialismo era considerado revolucionario) y dirigidos por hombres –e incluso a veces por mujeres- que creían en esa ideología.”[59]

Así, para avanzar hacia una democracia real, es menester tener en cuenta los postulados marxistas, ya que para llegar a un real sistema democrático, en igualdad de condiciones políticas, culturales, sociales y económicas, se hace necesaria la organización del pueblo, en primer lugar en su formación política para estar consciente de su condición y situación histórica y contemporánea como agente político y, en segundo lugar, para elaborar planes de acción y llevar a cabo los cambios sustanciales en el ámbito económico y político para hacerse del poder y extenderlo a todos. De esta forma, “no basta pues con la nacionalización de los medios fundamentales de producción y el surgimiento de la propiedad social para que las relaciones socialistas de producción se desarrollen adecuadamente. Para ello se requiere de la población un nivel cultural y de comprensión política adecuado que le permita entender la correlación entre las proporciones económicas que fijan los límites materiales de la reproducción y, por otro lado, el nivel de satisfacción de las necesidades a que es posible aspirar en cada momento y a través de qué mecanismos alcanzarlos.”[60] La comprensión política, por cierto, tiene un componente claro de intervención y participación. “La garantía de éxito del socialismo en el siglo XXI, que varias naciones latinoamericanas tienen como proyecto de liberación social, pasa no solo por el triunfo de las masas populares contra las oligarquías nacionales y las fuerzas del imperialismo, sino también por el indispensable control real por esas propias masas del ejercicio de la nueva dirección política, económica, social y cultural en cada país.[61]

Lenin también desarrolla esta idea a principios del siglo XX: “si queremos ser demócratas avanzados, debemos preocuparnos de sugerir a los que no están descontentos más que del régimen universitario o del zemstvo, etc., la idea de que es todo el régimen político el malo.”[62] Es decir, no atomizar el problema o ver algo puntual, sino que analizarlo desde el punto de vista global, como sistema, como un todo y no como parte. Para realizar esta labor de avanzada y de promover un nuevo régimen político, acudiendo a la organización del pueblo en partidos políticos, entendiéndose estos como vanguardia intelectual y pragmática, podemos encontrar dos formas claras y delimitadas: “en un caso tenemos un partido que piensa por el proletariado, que le sustituye políticamente; en el otro, un partido que lo educa políticamente y lo moviliza para que ejerza una presión racional sobre la voluntad de todos los grupos y partidos políticos.”[63] Lenin complementa esta idea de Trotsky al expresar que el partido debe “hacer de los militantes prácticos socialdemócratas jefes políticos que sepan dirigir todas las manifestaciones de esta lucha múltiple, que sepan, en el momento necesario, ‘dictar un programa positivo de acción’ a los estudiantes en agitación, a los descontentos de los zemstvos, a los miembros indignados de las sectas, a los maestros lesionados en sus intereses, etc.”[64] Con esto, se quiere manifestar de forma clara que es un proceso, en el cual, primero se identifica un problema y se le critica, se le expone públicamente para luego, en segundo término, pasar a proponer una solución y, tercero, actuar en base a una organización y plan de acción concreto, común, resuelto y dirigido por la comunidad. Lo que ya había sido planteado por Lenin en su propuesta de agitación, también había sido planteado por Marx al señalar que “cuando los obreros comunistas se asocian, su finalidad es inicialmente la doctrina, la propaganda, etc. Pero al mismo tiempo adquieren con ello una nueva necesidad, la necesidad de la sociedad, y lo que parecía media se ha convertido en fin.”[65] El planteamiento expresado por Trotsky sobre la sustitución que realizan los partidos políticos no obreros, no proletarios o no socialistas, es decir, el no educarlo se traduce en “no comprender el hecho de que la necesidad más urgente del proletariado (educación política en todos los aspectos, por medio de la agitación política y de las denuncias políticas) coincide con idéntica necesidad del movimiento democrático general.”[66] Esta premisa fue llevada a la práctica por los militantes de los partidos obreros quienes, claramente, eran sus promotores. Hobsbawm, en una descripción histórica de la manifestación marxista en los trabajadores, señala que “los agitadores y propagandistas llevaron ese mensaje de unidad de todos los que trabajaban y eran pobres a los extremos más remotos de sus países. Pero también llevaron consigo una organización, la acción colectiva estructurada sin la cual la clase obrera no podía existir como clase, y a través de la organización consiguieron un cuadro de portavoces que pudiera articular los sentimientos y esperanzas de unos hombres y mujeres que no podían hacerlo por si solos. (…) Eran una nueva realidad social que exigía una nueva reflexión. Esta comenzó en el momento en que comprendieron el mensaje de sus nuevos portavoces: sois una clase, debéis mostrar los que sois. (…) Nadie, excepto los militantes del nuevo movimiento llevo a los trabajadores ese mensaje de conciencia de clase. Sirvió para unir a todos aquellos que estaban dispuestos a reconocer esa gran verdad por encima de todas las diferencias que los separaban.”[67]

Al organizarse todos aquellos que comprendan el antagonismo y diferencia de clases con la intención clara y decidida de tomar el poder político para reestructurar las condiciones económicas, la concepción social cambia. Al socializar los medios de producción y superar la enajenación capitalista, lo que se logra es que “la gestión obrera y comunitaria asegura que las decisiones no sean concebidas y ejecutadas a través de una ‘división del trabajo sistemática y jerárquica’ sino, más bien, que sean democráticas, participativas y protagónicas. Para que los medios de producción sigan siendo propiedad social, es esencial impedir el surgimiento de una ‘casta entrenada’ que actúe sobre los trabajadores, ‘que absorba la inteligencia de las masas’ y desarrolle la capacidad de manejar la producción en lugar de los trabajadores. Mediante la gestión obrera, los productores se transforman a sí mismos y desarrollan necesidades cualitativamente diferentes; se expresan a través de su actividad productiva-colectiva en lugar de hacerlo mediante la posesión de cosas y, de este modo, crean las condiciones para el desarrollo de una sociedad solidaria.”[68]

Cambia la concepción política. Cambia la estructura económica, política y, por ende, social, cultural y todos los aspectos de la vida. En otras palabras, “si el proletariado y el campesinado más pobre toman en sus manos el poder estatal, se organizan con absoluta libertad en comunas y unifican las acciones de todas las comunas para dirigir sus golpes contra el capital, para sofocar la resistencia de los capitalistas, para entregar a toda la nación, a toda la sociedad, la propiedad privada de los ferrocarriles, las fábricas, la tierra y demás, ¿acaso esto no será centralismo? ¿Acaso no será el centralismo democrático más consecuente, y además un centralismo proletario?”[69] Las comunas organizadas se refieren a que la comunidad se haga cargo de los problemas comunes, que la sociedad se haga cargo de los problemas sociales, en su conjunto. A esto apunta una democracia real, involucrando a todos sus actores en la deliberación, en la solución y la praxis, es decir, que todos sean parte activa de la sociedad organizada y no quedarse en el mero voto, delegando la responsabilidad en otros, en un tercero ajeno que, probablemente, no conoce el problema común y, en consecuencia, difícilmente podrá llegar a una solución necesaria y compartida. Lebowitz explica que “existe propiedad social cuando todos aquellos afectados por las decisiones sobre el uso de los medios de producción se encuentran involucrados en las decisiones sobre ese uso. De este modo, los trabajadores en esas unidades productivas, así como quienes trabajan en las unidades proveedoras, los usuarios de esa producción y los miembros de las comunidades afectadas necesitan ser involucrados en las decisiones que se adopten sobre el uso de esos medios de producción. En otras palabras, la propiedad social, de acuerdo con esta definición, necesariamente implica una profunda democracia desde abajo en lugar de decisiones tomadas por un Estado colocado por encima de la sociedad.”[70]

Al aplicar estos postulados a los actuales sistemas políticos capitalistas, puede decirse que “cuando un puñado de individuos posee los medios de producción, no puede instaurar una democracia real, general y única para todo el mundo, a menos que se renuncie a su situación privilegiada y que niegue su misma existencia. Dado que la verdadera democracia necesita la igualdad de las condiciones económicas y sociales y que esta igualdad no existe en la sociedad burguesa, la democracia demuestra ser imposible en ella.”[71]

“Si la ‘política’ consiste en resolver problemas de un colectivo social (articulando sus necesidades, recursos, saberes y pareceres, en la perspectiva de realizar una acción conjunta), entonces el único modo coherente de hacer política es involucrando a toda la comunidad, tanto en la fase de diagnóstico (asamblea), toma de decisión (acuerdo), como en la ejecución (acción). La ‘acción de totalidad’, que es propia de lo político, implica la participación de toda la comunidad en todas las fases del proceso de resolución de los problemas.”[72] Se sustituye, así, el orden social imperante por una administración comunitaria. En palabras de Engels, “la administración de la industria y de todas las ramas de la producción en general dejará de pertenecer a unos u otros individuos en competencia. En lugar de esto, las ramas de la producción pasarán a manos de toda la sociedad, es decir, serán administradas en beneficio de toda la sociedad, con arreglo a un plan general y con la participación de todos los miembros de la sociedad. Por tanto, el nuevo orden suprimirá la competencia y la sustituirá con la asociación.”[73] El comprender el trabajo colectivo, asumirlo y ser consciente de este, es parte del proceso de desenajenación del hombre. Lebowitz señala que cuando “los trabajadores actúan en los lugares de trabajo y comunidades cooperando conscientemente con otros, se producen a sí mismos como personas conscientes de su interdependencia y de su poder colectivo.”[74] En el mismo sentido, Guevara expresó que “el hombre no trabaja para sí mismo, trabaja para la sociedad de que es parte, cumple su deber social.”[75] Resulta interesante y ejemplar el caso Yugoslavo, en el cual, los propios trabajadores se hicieron cargo de las fábricas y su administración, al mismo tiempo que iban rotando, de tal forma, que todos ejerciesen labores de dirección y administración por un tiempo limitado, para luego volver a las labores de trabajo manual, teniendo siempre presente el hecho del a función social de dicho trabajo: lo producido y lo que se debía producir era en razón de las necesidades sociales y mejorar la calidad de vida de las personas. De esta forma, “el camino cooperativo puede ser la base más sólida para el paso de la propiedad privada a la propiedad social, no solo en la agricultura, sino en todas las esferas de la producción social, y sobre todo, porque evita el resurgimiento del capitalismo en el propio seno de una sociedad en transformación.”[76]

Esto debe ser dirigido y organizado por una cúpula o vanguardia que lo hace de la misma manera que la administración de la industria y del estado, es decir, de la política. Lenin, quien resalta la figura del partido como vanguardia intelectual que dirija el movimiento socialista proletario y su revolución, expresó que “sólo el partido que organice campañas de denuncia en las que realmente participe todo el pueblo podrá convertirse en nuestros días vanguardia de las fuerzas revolucionarias.”[77] La vanguardia o partido que dirija la política hacia una sociedad de carácter socialista, debe tener asumido el hecho de que representa los intereses de una clase social, la cual ha sido explotado y sometida por otra, por ende, esta “nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes de ella se ve obligada, para poder realizar sus fines, a presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad.”[78]

Al hacerse del poder cambia la concepción social de todos los elementos de la sociedad. Cambia también, claramente, la concepción del derecho y la forma de crear derecho. El ordenamiento jurídico, entendido como un instrumento de clase, que da un distintivo de racionalidad y legitimidad al sistema económico y la opresión de una clase por otra, con la toma del poder de la clase popular es completamente distinto, nuevo, en una palabra, revolucionario. Esta nueva realidad jurídica “expresa el interés del conjunto del cuerpo social. Es aquel en el que la clase hasta entonces subyugada y explotada toma revolucionariamente el poder y establece su propio modo de producción y las relaciones económicas y sociales que eso implica necesariamente. ¿Por qué? Porque en ese momento representa un progreso histórico cierto, con relación al estado de cosas anterior, y por ello el cambio operado beneficia a todo el mundo.”[79]

Esta toma del poder suele ser entendida de forma violenta. Error. Que la toma del poder por el pueblo y para el pueblo, para la comunidad y resolver esta sus problemas comunes, al ser revolucionaria no significa que ha de ser violenta. Esta crítica que se ha hecho desde antiguo al marxismo sería un argumento para negar el carácter democrático de esta ideología ya que, según aquellos que sostienen y promueven dicho fundamento, se somete por la fuerza a otros. Ortega y Gasset brinda una definición de revolución expresando que esta “no es la sublevación contra el orden preexistente, sino la implantación de un nuevo orden que tergiversa el tradicional.”[80] Es verdad que los autores del socialismo científico expresaron que “tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista, como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que solo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución, y que, por consiguiente, la revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.”[81]

Lo primero que se hace menester señalar para responder a esta crítica es que el Estado burgués, respaldado en el derecho, lo que hace es oprimir y reprimir a una clase por sobre otra, la burguesía contra el proletaria, los ricos contra los pobres, respectivamente. Lo segundo es que si el proceso se torna violento es por respuesta y no por iniciativa propia. Al preguntarse si será posible que este proceso sea de forma pacífica, hay que señalar que “sería de desear que fuese así, y los comunistas, como es lógico, serían los últimos en oponerse a ello. Los comunistas saben muy bien que todas las conspiraciones, además de inútiles, son incluso perjudiciales. Están perfectamente al corriente de que no se pueden hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente y que estas han sido siempre y en todas partes una consecuencia necesaria de circunstancias que no dependían en absoluto de la voluntad y la dirección de unos u otros partidos o clases enteras.”[82] Con esto se quiere poner de manifiesto que si el proceso se torna violento es porque la burguesía, respaldada en el derecho y la coacción que este le brinda, ha de defender sus intereses económicos y políticos y no está dispuesta a ceder ni tranzar ninguno de sus privilegios de clase. En consecuencia, las clases bajas, organizadas y conscientes deben ser decididas en la acción de cambiar la sociedad por una nueva en base a la comunidad y, para ello, deben estar dispuestos a defenderse y, a su vez, defender sus intereses de clases y responder a la violencia original para resguardar los logros que vaya alcanzando en el proceso. “La sociedad proletaria, que estará gobernada por un régimen dictatorial representado por el poder proletario, será también una sociedad de clase, cierto que temporalmente, pero sin perder este carácter en razón de su duración efímera.”[83] Si bien esto puede parecer, a primera vista, algo teórico, hay un ejemplo claro de esta intención. El gobierno de la Unidad Popular planteó y práctico una lucha pacífica, atendiendo a las condiciones históricas, comprendiendo que, eventualmente, pudiese ser necesario ocupar la violencias como método de defensa, mas no de ataque. “Allende, si bien admitía que la revolución de la Unidad Popular era un proceso que podía requerir violencia, sostenía que, de ocurrir, sería una violencia defensiva.”[84]

Con la toma del poder hay que instaurar un sistema político. Así, luego del triunfo revolucionario, sea violento o pacífico, la nueva clase gobernante debe dirigir la política del Estado. “¿Qué vía de desarrollo tomará esa revolución? Establecerá, ante todo, un régimen democrático y, por tanto, directa o indirectamente, la dominación política del proletariado. (…) La democracia sería absolutamente inútil para el proletariado si no utilizara inmediatamente como medio para llevar a cabo amplias medidas que atentasen directamente contra la propiedad privada y asegurasen la existencia del proletariado.”[85]

En Chile, con la elección de Salvador Allende en 1970, hubo dos cuestiones importantes: el primer presidente marxista del mundo en llegar a la presidencia por medio de votación popular y, a su vez, se planteó otro tipo de democracia para el país, alejándose de la actual democracia liberal. Solo por mencionar intentos de promoción democrática distinta desde el Poder Ejecutivo, una de las propuestas era la Iniciativa Popular de Ley[86]. Esto se complementa con la idea de participación real y no solo en las elecciones, en otras palabras, “una participación efectiva de los trabajadores. Los derechos de los trabajadores los garantizarán los propios trabajadores a través de su participación en todos los organismos de decisión.”[87] Esto, a diferencia de lo que sucede actualmente, ya que “existe una tendencia creciente a que la gente participe, pero mi percepción es que esta participación es más para validar una idea preconcebida que para ver el potencial que hay detrás del empoderamiento ciudadano.”[88] En otras palabras, “la cultura democrática predominante propicia la heteronomía disfrazada de autonomía, detiene el desarrollo de necesidades con el disfraz de promoverlas y detiene el pensamiento y la experiencia bajo la apariencia de extenderlas en todas partes y para todos. La gente goza de un considerable ámbito de libertad al comprar y vender, al buscar trabajos y al escogerlos, al expresar su opinión y al ir de un sitio a otro, pero sus libertades no trascienden ni con mucho el sistema social establecido que determina sus necesidades, su elección y sus opiniones.”[89]

La experiencia chilena hacia el socialismo es una cuestión interesante tanto históricamente como políticamente. Particularmente en el aspecto político, “se puede hablar del nacimiento de un poder participativo surgido desde la base o más bien de un principio de ‘dualización’ del poder, entre un aparato estatal que parece paralizado y una fracción de los asalariados organizados que toma en sus manos parte de la gestión de la sociedad. Este fenómeno de poder dual no es exclusivamente específico de la experiencia chilena sino, por el contrario, constituye una de las características universales de toda experiencia de control obrero, larvado o extendido. No obstante, la especificidad de Chile es que esta experiencia, no prevista por los partidos políticos, no se lleva a cabo contra el gobierno sino para defenderlo: a pesar de sus debilidades, el ejecutivo encabezado por Salvador Allende todavía representa para la mayoría de la clase obrera, a nivel subjetivo e ideológico, la encarnación de ‘su’ gobierno y de un posible proyecto de transformación social.”[90]

En base a todo lo ya expresado, cabe expresar en último término que “no se es marxista porque se aplique de manera dogmática a Marx, sino porque se utilizan los postulados del materialismo histórico a una realidad de la que se trata de extraer coherencia.”[91] Si bien el marxismo realiza su análisis a partir de la economía política en un determinado contexto histórico, esto explica el que no haya una teoría general a seguir luego del triunfo de la Revolución proletaria e instauración de la dictadura proletaria. El marxismo plantea un método de estudio y análisis de un contexto histórico, político, económico y social determinado, a saber, el materialismo dialéctico, por ende, las posibles alternativas a seguir y el devenir histórico de la humanidad va a depender de las condiciones objetivas emanadas del contexto histórico y la aplicación del método planteado por Marx y Engels a la realidad concreta, dirigido por el proletariado asumido como clase y como vanguardia social y revolucionaria. Sin embargo, debe tenerse claro cuestiones que han de realizarse para cimentar y proteger lo logrado por la revolución proletaria, por ejemplo, a través de ella se “impondrá su modo de producción y las relaciones sociales que ese modo implica; impondrá también su interés y su voluntad de clase al conjunto de la sociedad y, más particularmente, a la burguesía derribada por ella, a fin de realizar su programa de transformación general de la sociedad y el hombre (instauración de la propiedad social de los medios de producción en lugar de la propiedad privada de esos medios, abolición de la división de la sociedad en clases, desaparición progresiva del derecho y de toda clase de régimen político, retorno de la sociedad y del individuo a sí mismos).”[92] Por cierto que no puede prescindirse del derecho, de ahí el antiguo adagio Ubi Societas, Ibi Ius, donde hay sociedad hay derecho, pero el nuevo derecho que rija en una sociedad marxista controlada y dirigida por la comunidad hacia los fines colectivos tendrá un derecho distinto al impuesto por las democracias liberales por medio de parlamentos y legislaciones, es decir, debe ser un derecho distinto al derecho burgués que protege la propiedad privada. “No importa que no haya legislador, no importa que no haya jueces. Si aquellas ideas señorean de verdad las almas, actuarán inevitablemente como instancias para la conducta a las que se puede recurrir. Y esta es la verdadera sustancia del derecho.”[93]

Durante el gobierno de la Unidad Popular, los trabajadores, unificados y organizados por medio de su movimiento proletario de clase e ideologizado, pusieron en práctica, aunque fuese en parte, la idea de cimentar, consolidar, proteger y avanzar en lo conseguido por el proceso revolucionario. El movimiento obrero presentó al gobierno de Allende un documento con reivindicaciones sociales del pueblo, documento que denominaron Pliego del Pueblo, el que contenía demandas educacionales, de salud, abastecimiento y producción de las fábricas. En términos concretos, se pidió que “‘todas las industrias produzcan para el pueblo y bajo el control del pueblo’, el establecimiento de un control obrero en las industrias del sector privado y el traslado al Área Social de aquellas que han sido ocupadas durante la huelga. El Pliego del Pueblo llamaba, en conclusión, a la construcción del poder popular y de una asamblea del pueblo.”[94]

Lo propuesto y construido por el gobierno de la Unidad Popular, en conjunto con el movimiento obrero en Chile, fue destruido por la dictadura y, luego, por los gobiernos de la transición que reafirmaron lo establecido durante diecisiete años separando y alejando la política de la sociedad, es decir, perfeccionaron una democracia liberal representativa, promovieron el capitalismo y el libre mercado y, en consecuencia, creando desigualdad política, democracia formal más que real. En palabras de Cazor Aliste, “la lógica que la élite política ha venido desarrollando desde el inicio del a transición, sobre todo, la gobernabilidad o normal funcionamiento institucional (que es una forma de republicanismo estabilizador que se viene sustentando desde las primeras décadas del siglo XIX en Chile); es decir, se ha justificado la legitimidad democrática de nuestro Estado constitucional, basados exclusivamente en las condiciones de eficacia y estabilidad que él genera, en donde ha primado la lógica de una democracia consociativa, esto es, una forma de democracia centrada en una idea esencialmente, estabilizadora y no participativa. Generándose, como indica Pablo Ruiz-Tagle, una ‘lógica del falso consenso’, ya que en el último tiempo ha quedado de manifiesto una clara desvinculación entre los comportamientos político-sociales de la ciudadanía y el sistema jurídico-representativo.”[95]

El caso del sistema político cubano es un ejemplo interesante a analizar. Si bien, solo se hará una mención sucinta y de cuestiones puntuales, debido a que estudiar y comentar dicho sistema da para otro ensayo, es menester considerar ciertos hechos y detalles. Se ha señalado, en forma reiterada, el deber de confiar en el pueblo y, por ende, de darle poder y participación directa en el debate político público. Partiendo de este elemento esencial, desde los inicios y consolidación de la Revolución Cubana, “los principales documentos estatales (Constitución, Código del Trabajo, leyes importantes y otros) se lleva a debate abierto con el pueblo, lo que permite evaluar el nivel y el carácter de la aceptación de su contenido por la sociedad. / [De esta manera] los debates se efectuaron se efectuaron en asambleas de los colectivos de trabajadores, las cooperativas, los centros de enseñanza y las unidades militares, y en ellos participaron todos los ciudadanos a partir de los 14 años. Como resultado de este profundo sondeo del estado de opinión, se introdujeron cambios sustanciales en 60 de los 141 artículos del proyecto de Constitución.”[96] En el sistema electoral cubano, por ejemplo, como lo señaló Fidel Castro a Ignacio Ramonet, el Partido “ni postula ni elige. Los delegados de circunscripción, que son la base de nuestro sistema, los propone el pueblo en asamblea, por cada circunscripción. No pueden ser menos de dos ni más de ocho candidatos por cada circunscripción, y a esos delegados de circunscripción, que componen la asamblea municipal en cada municipio del país, los propone y elige el pueblo, en elección donde tienen que alcanzar más del 50 por ciento de los votos. La Asamblea Nacional de Cuba, con un poco más de 600 diputados, está integrada casi en un 50 por ciento por esos delegados de circunscripción, quienes no sólo tienen el papel de constituir las Asambleas Municipales, sino que tienen además la función de postular a los candidatos a las Asambleas Provinciales y a la Asamblea Nacional.”[97] El poder, tanto de elección como decisión, reside esencial, principal y directamente en el pueblo cubano, es decir, ellos designan candidatos mediante asambleas populares a los cuales, posteriormente, votan para que ocupen cargos de elección popular. Y en el mismo sentido, los principales planes de dirección nacional elaborados tanto en la Asamblea Nacional del Poder Popular o en los distintos Congresos del Partido Comunista cubano son “bajados” al pueblo para que opine, critique y modifique cuánto sea necesario, sean o no militantes, sean o no diputados. Participación y ejercicio directo del poder soberano en las decisiones del país, es dos palabras, democracia real. Incluso, en el primero Congreso del Partido Comunista Cubano, realizado en 1975 en La Habana, que trabajó en la elaboración de distintos proyectos para la organización y estructura del Partido y planes económicos nacionales, Raúl Castro “propuso que la dirección del congreso fuera rotativa, es decir, que el presidente y la composición de la presidencia cambiaran cada dos sesiones de trabajo, para lo cual se eligió una presidencia de 452 personas y se encomendó encabezar las dos primeras sesiones al renombrado comandante del Ejército Rebelde Juan Almeida.”[98]

Ahora bien, de aceptarse un gobierno de corte marxista como una alternativa política democrática distinta a la actual hay que tener en consideración cuestiones básicas. Por ejemplo, sea de forma pacífica, sea de forma violenta, el proceso social marxista es, por donde se le mire, revolucionario, por ende, debe tenerse presente el análisis histórico de las relaciones sociales para no repetir las equivocaciones pretéritas. Esto lo hace manifiesto un filósofo español, ya citado, quien señaló que “la cuestión no está en ser o no ser comunista y bolchevique. No discuto el credo. Lo que es inconcebible y anacrónico es que un comunista de 1917 se lance a hacer una revolución que es en su forma idéntica a todas a las que antes ha habido y en que no se corrigen lo más mínimo los defectos y errores de las antiguas.”[99] En el mismo sentido, “el análisis histórico político del socialismo en el siglo XX, más que hallar culpables en quienes condujeron el modelo social burocratizado y con un alto costo en el ámbito de las libertades públicas, ha de conducirnos al camino correcto para que el pueblo no pierda en ningún caso su protagonismo, ni el poder soberano sobre el proceso de su propia liberación.”[100]

Con todo, debe relevarse que el fin propuesto por la doctrina marxista es alcanzar por la humanidad el “progreso histórico (que actualmente es el cálculo de la previsible reducción de crueldad, miseria y opresión).”[101] Este progreso histórico, que propone Marcuse, será posible teniendo siempre en consideración que “la idea de revolución comunista es crear una sociedad en la que no seamos conducidos, en la que todos asumamos la responsabilidad.”[102]

Para finalizar, puede sintetizarse lo expuesto en la siguiente cita de Ernesto Molina: “El desarrollo del socialismo incluye el aspecto económico, pero no se reduce a ese aspecto. Es un proceso político, social, cultural, integral, que debe ser abordado holísticamente, con la presencia de un Estado nacional legítimo, pero también de una sociedad civil altamente participativa en las transformaciones sociales. Ello supone identificar aquella parte de la sociedad civil con potencialidades revolucionarias: sus clases y capas populares. Porque de lo que se trata es de un reordenamiento de la sociedad en interés de las fuerzas sociales con vistas a proporcionar al conjunto de la población una elevada calidad de vida.”[103]

Conclusiones

En primer lugar, se hace menester resaltar el hecho de que sobre el pensamiento marxista pesan muchos mitos y sobretodo tergiversaciones por parte de sus opositores. Del mismo modo, es necesario reconocer el hecho de que en los denominados ‘socialismos reales’ se cometieron errores y excesos que han contribuido en gran manera a la obra de difamación de dicha ideología. Si bien en todo proceso político se cometen errores, algunos más graves que otros, se debe tener en claro que muchos de los errores cometido por los socialismos del siglo XX escapan o distan mucho del fin que se pretendía alcanzar y que, a su vez, eran acciones que se alejaban de la teoría y del análisis dialéctico o, simplemente, no tenían ninguna base teórica, con lo cual difícilmente podrían catalogarse de acciones socialistas cuando se apuntaban a obtener beneficios personales o a una casta determinada, por medio de la fuerza y coacción de libertades, sin promover el conocimiento, el bien común y el desarrollo de toda la población.

En segundo lugar, y relacionado al punto anterior, se han formado distintos prejuicios hacia el marxismo, lo que ha provocado que esta ideología no sea estudiada, sino que sea relegada, y que se hable o den opiniones sin tener conocimiento de lo que se plantea.

En tercer lugar, el fortalecer la democracia se encuentre presente en el discurso de, prácticamente, todos quienes participan en cargos políticos, pues bien, ese es el mismo postulado que plantea el marxismo para la política y la sociedad, de una forma distinta a la democracia liberal, por cierto, pero que al ser estudiada y comprendida es plausible. Hay que tener claro el hecho de que para que la mayor cantidad de población pueda ser parte de la decisión y ejecución de la discusión pública, es decir, la política, eso significa necesariamente el modificar la estructura burocrática y estatal, además de quitar los beneficios de clase de todos aquellos que se oponen a la socialización y democratización de la discusión política, social, económica y cultural.

Por último, si comprendemos el concepto de democracia como un sistema, dentro de los posibles modelos cabe una democracia de tinte marxista. Así, esta no debe ser excluida a priori por el espectro social, sino que debe ser parte de la discusión política y ser analizada en detalle para comenzar a despejar mitos, tergiversaciones y ser llevada la discusión política pública a la sociedad completa, de forma tal que todos puedan participar y decidir si este nuevo modelo y sistema de gobierno alternativo marxista es o no democrático y si es preferible a otros.

Por lo demás, la discusión política y polémica no acaba en estas líneas, ese no es el fin del presente. No se intenta, en ningún caso, dar una respuesta definitiva, por el contrario, es propiciar la discusión y contribuir al debate. Marx y Engels en ningún momento dejaron un ‘manual de transición socialista’, pues porque el marxismo responde a las condiciones propias del contexto histórico, político, social, económico y cultural de una sociedad, ergo, este proceso ha de ser distinto en los diferentes lugares del mundo. De ahí la importancia del internacionalismo proletario y la solidaridad entre los pueblos, tanto en el proceso de revolución tanto teórico como práctico.

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[1] Dahl, Robert, La Democracia. Una Guía para los Ciudadanos (Taurus, Buenos Aires, 1999), p. 9.

[2] Dahl, Robert, ob. cit. p. 15.

[3] Silva Bascuñán, Alejandro, Derecho Político. Ensayo de una Síntesis (Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1980), p. 93.

[4] Silva Bascuñán, Alejandro, ob. cit. p. 97.

[5] Silva Bascuñán, Alejandro, ob. cit. pp. 97-98.

[6] Silva Bascuñán, Alejandro, ob. cit. p. 100.

[7] Silva Bascuñán, Alejandro, ob. cit. p. 101.

[8] Bobbio, Norberto, Liberalismo y Democracia (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1992), p. 7.

[9] Bobbio, Norberto, ob. cit. p. 17.

[10] Stoyanovitch, Konstantin, El Pensamiento Marxista y el Derecho (Siglo XXI, Madrid, 1977), p. 55.

[11] Dahl, Robert, ob. cit. p. 179.

[12] Pasukanis, Evgeni B, Teoría General del Derecho y Marxismo (Labor Universitaria, Barcelona, 1976), p. 117.

[13] Kaiser, Axel y Álvarez, Gloria, El Engaño Populista (Ediciones El Mercurio, Santiago de Chile, 2016), p. 27.

[14] Kaiser, Axel y Álvarez, Gloria, ob. cit. p. 62.

[15] García Angulo, Jorge Jesús, Libertad y Enajenación (Editorial Capiro, Santa Clara, 2016), p. 34.

[16] Engels, Friedrich, Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico (Ocean Sur, La Habana, 2013), p. 54.

[17] Marx, Karl, El Capital. Crítica de la Economía Política. Tomo I (LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2010), p. 171.

[18] Marcuse, Herbert, Notas para una Nueva Definición de la Cultura, en Ensayos sobre Política y Cultura (Ediciones Ariel, Barcelona, 1970), p. 91.

[19] Marx, Karl y Engels, Friedrich, La Ideología Alemana (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014), pp. 112-113.

[20] Holloway, John, Cambiar el Mundo sin Tomar el Poder. El significado de la revolución hoy (LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2011), pp. 31-32.

[21] Figueroa Salazar, Amílcar, ¿Reforma o Revolución en América Latina? El Proceso Venezolano (Ocean Sur, Querétaro, 2009), p. 6.

[22] García Angulo, Jorge Jesús, ob. cit. p. 93.

[23] Safatle, Vladimir, La Izquierda que no teme decir su Nombre (LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2014), p. 16.

[24] Holloway, John, ob. cit. p. 211.

[25] Safatle, Vladimir, ob. cit. p, 47.

[26] Lebowitz, Michael, La Alternativa Socialista (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2015), p. 94.

[27] Guevara, Ernesto, Apuntes Críticos a la Economía Política (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2012), pp. 12-13.

[28] Marcuse, Herbert, El Individuo en la gran Sociedad, en Ensayos sobre Política y Cultura, p. 79.

[29] Stoyanovitch, Konstantin, ob. cit. p. 142.

[30] Iglesias, Pablo, Disputar la Democracia: política para tiempos de crisis (Tres Cantos, Madrid, 2014), p. 16.

[31] Lenin, Vladimir Ilich, El Estado y la Revolución (Longseller, Buenos Aires, 2007), p. 154.

[32] Engels, Friedrich, ob. cit. p. 84.

[33] Marcuse, Herbert, La Tolerancia Represiva en Tolerancia Represiva y otros ensayos (Catarata, Madrid, 2010), p. 115.

[34] Maccormick, Neil, Instituciones del Derecho (Marcial Pons, Madrid, 2007), p. 223.

[35] Dahl, Robert, ob. cit. p. 191.

[36] Jackson, Giorgio, El País que Soñamos (Random House Mondadori, Santiago, 2013), p. 49.

[37] Marcuse, Herbert, Notas para una Nueva Definición de la Cultura, ob. cit. p. 109.

[38] Marx, Karl, Manuscritos: economía y filosofía (Ediciones Altaya, Barcelona, 1997), p. 168.

[39] Stoyanovitch, Konstantin, ob. cit. p. 54.

[40] Kaiser, Axel y Álvarez, Gloria, ob. cit. p.47.

[41] Holloway, John, ob. cit. p. 199.

[42] Safatle, Vladimir, ob. cit. p. 21.

[43] Marx, Karl, Manuscritos, p. 109.

[44] Marx, Karl, El Capital, p. 84.

[45] García Angulo, Jorge Jesús, ob. cit. p. 215.

[46] Jenofonte, La República Ateniense (Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2010), p. 57.

[47] Jackson, Giorgio, ob. cit. p. 130.

[48] Pasukanis, Evgeni B, ob. cit. p. 124.

[49] Arrate Mac Niven, Jorge, Salvador Allende, ¿Sueño o Proyecto? (LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2008), p. 110.

[50] Hobsbawm, Eric, La Era del Imperio, 1875-1914, en Trilogía de Hobsbawm (Crítica, Barcelona, 2014), p. 757.

[51] Aldunate Lizana, Eduardo, Derechos Fundamentales (Legal Publishing, Santiago de Chile, 2008), pp. 66-67.

[52] Stoyanovich, Konstantin, ob. cit. p. 49.

[53] Instituto Hans Kelsen, Teoría Pura del Derecho y Teoría Marxista del Derecho (Temis, Bogotá, 1984), p. 146.

[54] Marx, Karl, El Capital, pp. 187-188.

[55] Marx, Karl y Engels, Friedrich, ob. cit. pp. 65-66.

[56] Luxemburgo, Rosa, Reforma o Revolución (Longseller, Buenos Aires, 2001), p. 123.

[57] García Angulo, Jorge Jesús, ob. cit. p. 235.

[58] Luxemburgo, Rosa, ob. cit. pp. 120-121.

[59] Hobsbawm, Eric, ob. cit. pp. 788-789.

[60] Rodríguez García, José Luis, El Derrumbe del Socialismo en Europa (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2016), p. 3.

[61] García Angulo, Jorge Jesús, ob. cit. p. 121.

[62] Lenin, Vladimir Ilich, ¿Qué Hacer? Problemas Candentes de Nuestro Movimiento (Editorial Progreso, Moscú, 1981), p. 85.

[63] Trotsky, León, ¡Abajo el Sustitucionismo Político! en Defensa de la Revolución: Antología (Catarata, Madrid, 2009), p. 37.

[64] Lenin, Vladimir Ilich, ¿Qué Hacer?, p. 85.

[65] Marx, Karl, Manuscritos, p. 169.

[66] Lenin, Vladimir Ilich, ¿Qué Hacer?, p. 90.

[67] Hobsbawm, Eric, ob. cit. p. 797.

[68] Lebowitz, Michael, ob. cit. p. 73.

[69] Lenin, Vladimir Ilich, El Estado y la Revolución, p. 109.

[70] Lebowitz, Michael, ob. cit. p, 27.

[71] Stoyanovitch, Konstantin, ob. cit. p. 144.

[72] Salazar, Gabriel y Pinto, Julio, Historia Contemporánea de Chile I. Estado, Legitimidad, Ciudadanía (LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2014), p. 183.

[73] Engels, Friedrich, Principios del Comunismo en Manifiesto del Partido Comunista (Editora Austral, Santiago de Chile, 1972), p. 100.

[74] Lebowitz, Michael, ob. cit. p. 46.

[75] Guevara, Ernesto, ob. cit. p. 135.

[76] Molina Molina, Ernesto, Devenir del Modelo Económico Socialista (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2016), p. 29.

[77] Lenin, Vladimir Ilich, ¿Qué Hacer?, ob. cit. p. 89.

[78] Marx, Karl y Engels, Freidrich, ob. cit. p. 68.

[79] Stoyanovitch, Konstantin, ob. cit. p. 50.

[80] Ortega y Gasset, José, La Rebelión de las Masas (Centro Gráfico, Santiago de Chile, 2006), p. 75.

[81] Marx, Karl y Engels, Friedrich, ob. cit. pp. 49-50.

[82] Engels, Friedrich, ob. cit. p. 102.

[83] Stoyanovitch, Konstantin, ob. cit. p. 56.

[84] Arrate Mac Niven, Jorge, ob. cit. p. 54.

[85] Engels, Friedrich, ob. cit. pp. 103-104.

[86] Por lo que está combatiendo el pueblo de Chile. Plataforma del Gobierno y del Partido de la Unidad Popular (Quimantú, Santiago de Chile, 1973), pp. 47-48.

[87] Por lo que está combatiendo el pueblo de Chile, p. 52.

[88] Jackson, Giorgio, ob. cit. p. 130.

[89] Marcuse, Herbert, Notas para una Nueva Definición de la Cultura, p. 107.

[90] Gaudichaud, Franck, Construyendo “Poder Popular”: El movimiento sindical, la CUT y las luchas obreras en el periodo de la Unidad Popular en Cuando Hicimos Historia. La experiencia de la Unidad Popular (LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2005), pp. 95-96.

[91] Ortiz Romero, Eduardo, África: Pasado y Presente (Quimantú, Santiago de Chile, 1972), p. 106.

[92] Stoyanovitch, Konstantin, ob. cit. p. 57

[93] Ortega y Gasset, José, ob. cit. p. 202.

[94] Gaudichaud, Franck, ob. cit. p. 97.

[95] Cazor Aliste, Kamel., “Los Dos Grandes Dilemas de la Democratización en Chile: A Propósito de las Reformas al Sistema Político Pendientes”, en Hemiciclo, Revista de Estudios Parlamentarios, (Valparaíso, Segundo Semestre, 2012), pp. 113-118.

[96] Leonov, Nikolai S, Raúl Castro: Un Hombre en Revolución (Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2015), p. 190.

[97] Ramonet, Ignacio, Fidel Castro: Biografía a Dos Voces (Debate, Buenos Aires, 2007), p. 621.

[98] Leonov, Nikolai S, ob. cit. p. 192.

[99] Ortega y Gasset, José, ob. cit. p. 107.

[100] Molina Molina, Ernesto, ob. cit. p. 51.

[101] Marcuse, Herbert, La Tolerancia Represiva, p. 118.

[102] Holloway, John, ob. cit. p. 251.

[103] Molina Molina, Ernesto, ob. cit. p. 49.

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