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EL MASTIQUE I Y II. Por Cesar Valdes Monasterios

Hace 50 años, la sociedad chilena llegó al convencimiento de necesitar un cambio profundo en el agro chileno: lo que se producía de comida no alcanzaba, y era necesario gastar sumas ingentes en importarla. Se impuso en la sociedad chilena la urgencia de hacer cambios profundos. Además, se agregaban factores de marginación de los campesinos tanto como consumidores, pero también como ciudadanos. En elecciones presidenciales, las dos candidaturas que propiciaban Reforma Agraria obtuvieron una mayoría abrumadora, y en el año 64-65, y hasta 1973, se realizó un proceso de cambio profundo en el agro chileno.

Los actores de este proceso, en definitiva, fueron numerosos estamentos de la sociedad, inicialmente, en forma determinante, la acción política que fue dando espacio a otros que se agregaron en forma vigorosa, señeramente los campesinos en sus vertientes de reforma agraria, como expresión del reparto de tierras, pero agregándose la sindicalización en vertiente reivindicativa de tierras y mejoras de condiciones de vida. El golpe de Estado de 1973, puso fin abrupto y sanguinario a este proceso e inicio uno de regresión a términos de un nuevo cariz para todo este quehacer de la sociedad en términos más allá, y más acá, de la satisfacción de las necesidades alimentarias.

EL MASTIQUE II.

El desarrollo de esta nueva etapa, la que hoy vivimos, tiene características completamente distintas en, sus actores, las formas de relación, y, obviamente en sus resultados. Los campesinos fueron relegados a un sector con muchas dificultades de presión y expresión, con escasos medios de producción: tierra, capital de explotación y de operación; marginalizados en sus oportunidades laborales y relegados a suministrar una mano de obra esporádica y mal remunerada; un estado que por décadas solo vio a este como un área de negocios, sin importar su destino; la conformación de complejas cadenas de integración, con asimetrías horizontales y verticales, terreno propicio para abusos múltiples; resultando una alimentación deplorable en un sector más que mayoritario de la población (sobre un 80%), con un incremento sostenido de condiciones desastrosas reflejadas en el desarrollo de enfermedades crónicas de difícil y costoso tratamiento: diabetes, cáncer; además, pero no desdeñable, surge un accionar nuevo de actores hasta ahora ausentes: movimientos de consumidores.

El cuadro en que nos movemos hoy plantea situaciones de una complejidad no vista antes, pero de una obligación de enfrentarlas comparable a la que enfrentamos hace 50 años: dejar el curso actual de los procesos nos llevará, a muy corto plazo, a generaciones nuestras con graves enfermedades, con muertes prematuras; según las expectativas de vida, será frecuente que los padres sepulten a sus hijos, contrario al régimen natural. Los actores deberán readaptar su actuar; en cada nodo de estos complejos sistemas se pueden desarrollar conflictos en que actúen: empresarios, trabajadores, estado, y consumidores. Dejar que estos tengan un desarrollo anárquico puede producir cadenas de situaciones imposibles de controlar; es ilusorio creer que un solo actor puede ordenarlo todo, se requeriría un poder que ninguno tiene por sí solo. El poder de los empresarios debe estar balanceado por el poder, y responsabilidad, de un sindicato; ambos refrendados por los intereses de los consumidores; el estado en una posición también inédita: imposible optar por uno de los actores unilateralmente. En resumen: ninguno puede preponderar, pero todos deben ir un función de un objetivo único. Es obvio que esa coyuntura solo se salva con dos condiciones, concomitantes, difíciles pero logrables: una, es el convencimiento de la necesidad imperiosa de cambiar nuestros hábitos alimenticios; la otra, que para lograr eso es condición mínima y necesaria, evitar desbalances de poder entre los diferentes actores , que despeñarían cualquier intento; y condición suficiente que el sistema en su conjunto desee y posibilite el logro de los objetivos.

El objetivo a la vista, inmediato, palpable y concreto es: debemos aumentar dramáticamente la ingesta de frutas y hortalizas, mariscos y pescados: imposible si, para lo primero, quiénes tienen mayor trayectoria en su producción, los campesinos, no disponen ni de tierra, menos de enseres y herramientas, para producir; y para lo segundo, quienes históricamente estuvieron más cerca del consumidor masivo de productos del mar, los pescadores artesanales, son constantemente “arrasados” por barcos factorías, que con su pesca de arrastre, destruyen toda posibilidad de su accionar. Las cadenas se “ordenan” hacia arriba, y los consumidores han palpado, recientemente, con escándalo público, el escamoteo de la “industria” en la colusión de los pollos: cuanto habrían deseado recurrir a un entendimiento directo con los sindicatos de trabajadores para evitar estos abusos. Situaciones similares se encuentran en las otras cadenas agroalimentarias: leche fluida, trigo-pan, etc: ¿hay necesidad de argumentar sobre los abusos, en definitiva a los consumidores?. ¿Será, a estas alturas, sostenible un Estado, más que enfocado, empecinado, en el logro del aumento de los negocios para reflejarlo en el PIB?.

En suma, la situación agroalimentaria actual se presentará, en grado creciente, insostenible para amplios sectores de la población, también está en el panorama, como dato duro, la dificultad para el ocultamiento y el engaño. Enfrentarla requiere el acuerdo y empeño de la gran mayoría; ello es posible, hay un grado alto de conciencia, y condiciones “objetivas” (desarrollo de La Información permite posibilidades de conexión y acción antes impensadas), para ordenar estos sistemas en función de necesidades acordadas mayoritariamente, que superen la aparente “condenación” que el mercado debe ordenarlo todo.

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