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El neoindividualismo solidario o la neosolidaridad individualista como naturalización de la contradicción. Por Fernando Vergara Henríquez

La naturalización de la contradicción no solo ha sido la política de la modernidad, sino que se ha convertido en la ortodoxia que regula y explica dogmáticamente lo que hoy presenciamos como el advenimiento doctrinal de un neoindividualismo solidario o neosolidaridad individualista como expresión de una nueva (otra) contradicción que se expresa en la co-implicación de conceptos hasta ahora contradictorios que encuentran su unión en la solidaridad cerrada, en el distanciamiento social, en el cierre de los cuerpos y las emociones digitalizadas y ensalzadas como la nueva y mejor forma de relacionalidad humana que será la nueva forma de ciudadanía no para una clarificación del sentido simbólico de la realidad, sino como una dimensión alterna-interna de una narrativa aún no dicha. Lo que antes era la descripción póstuma de un estado cultural y de un temple de las subjetividades, hoy en día se instala como un valor, una virtud y un horizonte ético social inédito al que rápidamente el sujeto contemporáneo y las sociedades de control digital, se acomodan. Todos los temores teóricos que traería la postmodernidad, los trajo una crisis autoproducida: individualismo, digitalización, teletrabajo, virtualidad relacional, autoconsumo y autogestión, retorno a lo natural, recuperación de lazos sociales, ocio, intimidad, soledad, autoconocimiento y autocontrol, etc.

La moderna ortodoxia reúne entorno a la idea de racionalidad una serie de tendencias, que en conjunto, responde a lo huidizo de su historicidad en sus despegues filosóficos, científico-tecnológicos, político-económicos, estéticos y socioculturales, todos ligados al reino sublimado del progreso en sus despliegues de racionalización, subjetividad, instalación de instituciones de control y enseñoramiento global sobre la naturaleza. La temporalidad moderna es uno de los problemas que, implícita o explícitamente, define tanto su matriz racional como el molde relacional del sujeto y le reserva a la razón normativa –aquella que apunta a la autodeterminación política y moral– un lugar sustantivo como facultad totalizadora de funcionalidad teórica como también un espacio doble, primero como capacidad para comprender la naturaleza, el orden, la legalidad y el sentido del mundo, es decir, aquello que hay, que puede haber o lo que debe haber y, segundo, una condición instrumental modernizadora más o menos domesticable y susceptible de ser clasificada, controlada, autolograda y sin fundamentos externos –aquella que apunta al control de los procesos sociales y naturales–. Nos encontramos ante uno de los rasgos más distintivos de la modernidad, a saber, su carácter modulable tanto afirmativo como negativo de su carga contradictoria y paradojal que abre una brecha para las modernas modulaciones retardarias y retroprogresistas de desacoplación y discordancia al interior de los procesos teleológicos de la historia para el sujeto, los desniveles de su praxis social y la secundariedad en su protagonismo, la reducción de los ámbitos culturales bajo el signo contradictorio de lo global como ethos totalizante para lo político-económico, el hastío ante la alerta de desfundamentación de sentido por parte del nihilismo, el debilitamiento de los contornos valóricos en un indoloro neoindividualismo moral y la incredulidad en la capacidad transformadora y resolutiva de la razón tecno-científica que cura sus propias enfermedades de forma heroica.

El neoindividualismo pandémico actual está tejiendo una red dinámica de intereses mediatos e inmediatos de realización, la que genera una imagen global de sí mismo por su capacidad de aprehensibilidad virtual, usando simultáneamente una potencia envolvente, un desplazamiento progresista y una habilidad para instalarse y hacer-se necesario como custodio de un sentido que trasciende las decisiones personales del sujeto determinando su presente y futuro, des-personalizándolo más allá de los pilares culturales del individualismo centrífugo y la fragmentación diferencial, superados por la des-localización, la dispersión y la masificación de la sociedad global(izada) como un radical proceso de identificación entre racionalidad moderna y organización sistemática, la idea de modernidad anuda historia, progreso, razón y sujeto, pero también metafísica, nihilismo, secularización e individualismo, por ello, también anula la confianza en la racionalidad del proyecto y el horizonte histórico dibujado por los trazos ilustrados.

La sociedad actual de la última pandemia ejecuta una retracción del tiempo social e individual, a la vez que impone la necesidad de prever y organizar el tiempo colectivo: agotamiento del impulso modernista hacia el futuro, desencanto y monotonía de lo nuevo, cansancio de una sociedad que consiguió neutralizar en la apatía aquello en lo que se funda: el cambio. Los pandémicos tiempos modernos señalan una obsesión por lo nuevo, por la evanescencia de las modas, las desilusiones del progresismo a la vista de sus resultados, empuja a los sujetos al cultivo de lo actual. El poder de lo racional se ha cambiado en poder bruto y se vuelve contra la racionalidad misma; el poder que se creía haber conquistado sobre todas las cosas se revela en puro despoder.

Las características de la cultura tardomoderna, como gérmenes del neoindividualidmo solidario o de la neosolidaridad individualista, son (siguiendo de cerca a Lipovetsky) fácilmente detectables por la búsqueda de calidad de vida, la pasión por la personalidad, su sensibilidad medioambientalista, el culto de la expresión, la moda retro, y la rehabilitación de lo local o regional, como también, por determinadas creencias y prácticas tradicionales. En fin, es descentrada materialista y psi, porno, discreta, renovadora y retro, consumista y ecologista, sofisticada y espontánea, espectacular y creativa: «la verdad de la sociedad posmoderna, sociedad abierta y plural, que tiene en cuenta los deseos de los individuos y aumenta su libertad combinatoria. La vida sin imperativo categórico, la vida kit modulada en función de las motivaciones individuales, la vida flexible en la era de las combinaciones, de las opciones, de las fórmulas independientes que una oferta infinita hace posibles, así opera la seducción. Seducción en el sentido de que el proceso de personalización reduce los marcos rígidos y coercitivos, funciona sibilinamente jugando la carta de la persona individual, de su bienestar, de su libertad, de su interés propio.» El narcisismo que presenta Lipovetsky es un narcisismo colectivo conformado por microintereses, discursos que agrupan lo que está a la mano, intereses miniaturizados, círculos de intereacción que explotan su diversidad y la informan, la expresan y la viven de forma global. Estos grupos fundados en la imagen y en el cuidado de su espacio, invaden todos los rincones de la sociedad a través de los medios masivos de información en red, de la mecanización del placer, de la seducción de lo efímero del bienestar, del cuidado del self, de las terapias, el hipnotismo, el control mental, la autoayuda y la metafísica transpersonal de corte esotérico. El narcisismo social o colectivo invade ámbitos científicos, artísticos, deportivos, políticos como también personales, como el cuerpo, la mente, el espíritu: es el nacimiento de la cultura cool: «[La] burocracia, la proliferación de las imágenes, las ideologías terapéuticas, el culto al consumo, las transformaciones de la familia, la educación permisiva, han engendrado una estructura de la personalidad, el narcisismo, junto con unas relaciones humanas cada vez más crueles y conflictivas.» Años más tarde, Lipovetsky ofrecerá dos conceptualizaciones que definen a los tiempos actuales más cercado a los pandémicos, denominándolos “hipermodernos” y la civilización de la ligereza, los que se enmarcan en el seno de una sociedad liberal, «caracterizada por el movimiento, la fluidez, la flexibilidad», representa la aparición del hipernarcisismo, de Narciso que ha hecho la transición desde el placer y la libertad al mundo ordenado por la gestión y la eficacia de los resultados. La hipermodernidad es la expresión de la radicalización de la secularización como también de un individualismo que aliviana el peso de las teorías para situarlos más allá de lo light noventero, y llevarnos a una ligereza como gobierno y orden del mundo que nos sitúa en la evanescencia radical del valor de las cosas como la representación de mundo.

La entrada del neoindividualismo solidario ha evidenciado los peligros de la racionalidad progresista advertidos desde hace más de un siglo por la filosofía y sociología modernas y está dibujado una marginalidad discursiva por un desencantamiento del tecnomundo; una multiplicidad ética en la que ha quedado fuera la pluralidad cultural de intercambio de interpretaciones; una resemantización de las categorías de pensamiento, de creencias y saberes; una revalorización de pautas de convivencia ético-políticas y normas morales: una re-simbolización cosmovisional con una nueva arquitectónica en la construcción de sentido; una retirada lingüística desde lo substancial hacia lo instrumental del habla; una explosión epistémica de los paradigmas de pensamiento; una relectura de las tramas culturales emergentes y vigentes; una deshumanización instrumental del conocimiento; y una resignificación de los órdenes discursivos tradicionales de una cultura que buscará donar otras perspectivas de la realidad interpretada desde una normalidad impuestamente ordenada y trazar con ella, nuevas narrativas que le concedan sentido y comprensión a las profundas conexiones que se fraguan en la tardomodernidad sobre-enfática del progreso racional de la historia.

Fernando Vergara Henríquez
Instituto de Filosofía Juvenal Dho-Universidad Católica Silva Henríquez

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