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El orden imaginario de Kast y Kaiser. Por Fabián Bustamante Olguín

Entre los ejes que articulan el discurso de las derechas radicales chilenas —representadas en las figuras de José Antonio Kast y Johannes Kaiser—, los temas de seguridad y migración ocupan un lugar central. Ambos candidatos han prometido “restaurar el orden”, un orden supuestamente alterado desde el estallido social de octubre de 2019 y, más recientemente, por la migración irregular proveniente de países vecinos, especialmente de Venezuela. La llegada del crimen organizado desde ese país contribuyó a forjar una imagen negativa —y profundamente estigmatizadora— de la población migrante venezolana y colombiana, pese a que la gran mayoría vino a trabajar y rehacer su vida en Chile.

Sin embargo, las que parecen sus principales fortalezas son, en realidad, sus mayores debilidades. En materia de seguridad, prometer “delincuencia cero” es una entelequia. Como bien apuntaba Georg Simmel, la delincuencia es un componente estructural de toda sociedad: cambia de forma, pero no desaparece. El crimen organizado, además, responde a lógicas transnacionales y capitalistas desreguladas —como ha señalado Roberto Saviano—, por lo que creer que un gobierno autoritario podrá erradicarlo equivale a desconocer su raíz sistémica.

A ello se suma la contradicción fiscal: Kast promete reducir el gasto estatal en miles de millones de dólares, sin explicar cómo financiará más dotación policial o sistemas de inteligencia. Tampoco hay un diagnóstico serio sobre las “cifras negras” de la delincuencia, aquellas que no se denuncian y, por tanto, escapan al control estadístico.

En cuanto al discurso antimigratorio, cabe preguntarse qué migración se quiere expulsar. La retórica de la derecha radical se concentra en migrantes pobres, latinoamericanos y morenos. No menciona, por ejemplo, la presencia creciente de comunidades chinas o europeas. Tampoco explica cómo conciliar su declarada aversión al comunismo con las relaciones comerciales con China, principal socio económico de Chile. El doble estándar es evidente.

Las derechas radicales, en suma, ofrecen respuestas simples a problemas estructurales. Su aparente distancia del “establishment político” es más bien un gesto retórico: forman parte del mismo ecosistema que critican. Y su promesa de orden no es más que una ilusión conservadora ante una sociedad compleja, desigual y profundamente interdependiente.

Fabián Bustamante Olguín. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

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