Hay en Chile una confusión que impacta definitivamente en la comprensión de lo político y también de la sociedad en la que vivimos.
Esta confusión es la de hacer equivalentes "el centro político", "la clase media" y "los sectores medios". Se habla de ellos indistintamente, sin ningún matiz. El que es de centro es de clase media y por lo tanto pertenece a los sectores medios, descomplejizando y reduciendo a cero las diferencias que entre cada una de estas dimensiones –por decirlo de algún modo– existen; diferencias que en su borramiento o invisibilización dan cuenta de un desconocimiento, particularmente desde los partidos políticos, de la dinámica de un país que después de ser la trama más precisa y morbosa del neoliberalismo, se ha habilitado y construido desde la precariedad.
Será materia de sociólogos y cientistas políticos hacer el trabajo descriptivo y analítico de cada una de estas “expresiones” instaladas recurrentemente en las prédicas de los actores con pretensiones de poder. Sin embargo, asistir a esta confusión desde la libertad interpretativa que todas/os tenemos, autoriza arriesgar alguna tesis sin necesidad de esperar la revelación de los datos que nos entregan las ciencias sociales, necesarios, qué duda cabe, pero no universal.
Entonces diremos primero que el centro político se remite a una clasificación político-partidista; a lo que estiba en el perímetro de lo electoral y que habría que capturar desde los extremos para resolver el dilema de la hegemonía al interior del sistema de partidos. Ese “centro” en Chile habría estado representado, históricamente, por la Democracia Cristiana que, pese a su tendencia tradicional a ser parte de los sectores más conservadores, habría asumido diferentes y ambivalentes roles (quitemos de esta constatación a Frei Montalva que, más allá de su militancia, sí tuvo una visión transformadora clara desde su catolicismo social apoyado por su “patria joven”). En más de 50 años la DC, junto a otros sectores de derecha, hizo firmar a Allende una carta de garantías para proclamarlo presidente, después fue golpista y al final parte de la coalición que negoció con Pinochet su salida, liderando con Patricio Aylwin (otrora naipe clave en la desestabilización de la Unidad Popular), el primer gobierno transicional-notarial.
En definitiva, el centro político es dúctil, no tiene domicilio definitivo, y su naturaleza, si es posible decir esta palabra, es la de la ambigüedad y la notable imprecisión para poder identificarlo: Matthei sería “centro”-derecha, Tohá “centro”-izquierda, Marcos Enríquez Ominami izquierda de “centro”, etc.
•
Como lo sostienen Espinoza y Barozet “Las drásticas transformaciones de la estructura de producción y de la organización social del país en los treinta últimos años, parecieran haber barrido no sólo con la antigua clase media, sino que también con los criterios que definían esos sectores” (“¿De qué hablamos cuando decimos “clase media”? Perspectivas sobre el caso chileno”, 2008).
Esta clase media, como apuntan la y el socióloga/o, desapareció como imaginario de un cierto “sector social”. La clase media, en la actualidad, es una categoría sociológica funcional que en Chile y en otros países, ha derivado en una suerte de tipología que favorece la estratificación y permite la organización de la nomenclatura ABCD o Z, la misma que organiza políticas públicas focalizadas según el criterio neoliberal. El individuo de clase media no participa de una cultura o una figuración antropológica más amplia, al menos en nuestro país, sino de un artefacto, de nuevo, tipológico, que aglutina sujetos según criterios muestrales útiles para la planificación.
La noción de clase, que aparece por primera vez en El Capital y en El Manifiesto Comunista de Marx –que nunca habló de clase media pero sí de pequeña burguesía que, desde lejos, se le podría acercar pero no es lo que hoy se asume como tal– no es una categoría que se revelará importante a propósito de las funciones del aparato estatal, sino que lo que Marx leía e intensificaba eran las “relaciones de clase” y la densificación de sus contradicciones, así como las fases históricas del desarrollo de la producción que, en simple, estaban determinadas por quienes tenían los medios, justo, de producción y los que no. Estos dos grupos eran los predominantes en la sociedad. Solo dos clases sociales: proletarios y propietarios (la idea de “estatus” de Max Weber viene a extender notablemente la noción de clase advertida por Marx, pero resultaría muy largo dedicarse a este descubrimiento del gran sociólogo alemán).
En lo doméstico y más vulgar, Franco Parisi, por ejemplo, le habla a esa “clase media” de corte estadístico porque la entiende como la tierra prometida en donde reinará para siempre su discurso populista, tan vacuo, tan deshidratado de ideas y sin coordinación. Él, junto a otras/os que predican, piensan haber descubierto el arca de la alianza entre su populismo teledirigido a la clase media y el poder.
Los sectores medios, en cambio, es algo mucho más amplio, complejo y heterogéneo que no se deja absorber simplemente por la urgencia electoralista de la atracción de votos o por las necesidades estratificantes que responden, de igual modo, a un tipo específico de ingreso. Los sectores medios se despliegan, desde que existen, teniendo a la base una antropología más general, y son lo más propio y característico de un país como el nuestro. Aquí están desde los obreros y obreras de todo tipo hasta los grupos profesionales pasando por una serie de ocupaciones diversas que no necesariamente pertenecen a "izquierdas" o "derechas", sin embargo, sí significan su realidad y experimentan también ese soporte indignante sobre el que tracciona gran parte de la población chilena: la precariedad.
La precariedad es lo propio de una existencia sin previsibilidad, abandonada a la indeterminación de un destino que no tiene forma y, si la tiene, es la de la desesperanza. En ella cohabitan la falta de seguridad laboral, los bajos sueldos, el miedo a la vejez, el endeudamiento, la informalidad, la explotación de diverso orden, en fin. En este gran intermedio emerge, si se quiere, una nueva clase, pero en el sentido que Marx le daba a esta palabra, es decir, condiciones materiales comunes de existencia que producen un tipo de conciencia, también, compartida; un significante común que reúne a individuos de diversos orígenes y que, igual, ejercen funciones distintas y sobreviven dentro del sistema bajo sus normas y, por lo general, subordinados a la sinuosidad de la política.
Esta clase social que “existe” de una forma particular, es el “precariado”. Éste refiere al perímetro más ancho de la sociedad chilena y no aduce ni a centros políticos ni a tipologías funcionales. En otras palabras, el precariado es la gran “variable” sociodemográfica del país y es el resultado de más de 5 décadas de sedimentación del neoliberalismo en todos sus alcances. Nos referimos a este modelo no solo como un sistema económico brutal, sino como una racionalidad y un dispositivo mediador de las relaciones sociales, de la desaparición casi total del Estado como agente relevante en la vida y dignidad de las personas, de la pérdida del sentido de lo colectivo y de la rotura de la social con lo político.
El precariado son los nuevos sectores medios, que así como puede entenderse como una clase social engendro de la agencia neoliberal, es una razón y una evidencia del maltrato sistemático de un país que destruyó su tejido social.
Ahora bien, insistir en el precariado como una clase extremadamente vulnerada y de expectativas muertas, no implica, ciertamente, olvidar a la pobreza ni dejar de resentir la miseria de “los condenados de la tierra” (Fanon); los que ni siquiera alcanzan a ser precariado porque que sobreviven más allá de los bordes y les es negada hasta la desesperanza, en el entendido que en la pobreza la esperanza es improbable (¿qué esperanza puede tener una niña/o de 12 años cuyo cerebro está arrasado por la paste base y la marginalidad y cuyos efectos son irreversibles?). Queremos decir que solo puede sentir desesperanza aquel o aquella que comprende a la esperanza propiamente tal como un horizonte posible de dignificación de sus condiciones de vida. A los pobres no se le niega la esperanza, sino la desesperanza; es una herida profunda en la sociedad chilena permanentemente invisibilizada y abordada con políticas inflacionarias, asistencialistas y químicamente neoliberales donde los pobres son una costra que hay que mantener en su coagulación para evitar el desangramiento total.
Ahora, dejar de “ser pobre", salir de la costra para entrar a formar parte de los "sectores medios" significa, en el mejor de los casos, abandonar la miseria para acceder a la precariedad.
¿Cómo se lee al país de los sectores medios, es decir, al país precario? ¿Qué hacemos de cara a la agudización del presente siempre crítico e inestable y de un futuro que se revela como la tierra prometida de la vulnerabilidad, la soledad y el deterioro a toda escala?, ¿Qué hacemos con el precariado y su denigración en un país que hizo del mercado su gran Dios?
La respuesta no está solo en la política y en la reactivación de una nueva “promesa” para la izquierda encarnada por Jannette Jara, sino en cada una/o de quienes poblamos esta larga y angosta costra de pobreza y vulnerabilidad, y que debemos decidir entre la esperanza en la desesperanza o la disolución de todo vínculo (salvo el securitario y el de mercado) con el que la extrema derecha pretende desplegar todas sus políticas del odio.
