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El Plebiscito no es una dádiva del poder dominante. Por Luis Mesina

En 72 días más, el 25 de octubre debiese celebrarse el plebiscito que decidirá si se cambia o no la Constitución Política del dictador Augusto Pinochet. Este hecho político es fruto de la intensa lucha del pueblo chileno. No es una dádiva del poder. El estallido del 18 de octubre modificó drásticamente las correlaciones de fuerzas y cuestionó de manera radical el orden institucional.

Fue la irrupción del movimiento social, en su más variada expresión, la que abrió el camino hacia un cambio político en el país. El punto más alto de la movilización social se logró con la paralización del día 12 de noviembre, fueron miles de trabajadores con sus organizaciones, las que junto a estudiantes y pobladoras lograron paralizar el país.

La institucionalidad sintió el golpe. Como suele suceder, quienes detentan el poder intentan mediatizar, no permanecen inertes cuando sienten que ese poder es acechado por la multitud y está en peligro su continuidad. En solo 48 hrs. en tiempo record, como presagiando que de no actuar rápido, el peligro de perderlo todo aumentaba, alcanzaron un acuerdo en la madrugada del 15 de noviembre que les permitió un pequeño respiro. Era un acuerdo por arriba, entre ellos. Por un lado el gobierno que en esos momentos alcanzaba porcentajes cercanos al 6% de aprobación y por otro, el Congreso, o una parte de él y algunos partidos, cuyo porcentaje de conformidad con la ciudadanía fluctuaba entre el 2%, 3% o 4%, da lo mismo el número, lo cierto es, que alcanzaban un acuerdo instituciones absolutamente deslegitimadas que después de 30 años de predominio total en los manejos del Estado eran cuestionadas por los de abajo, por aquellos que por largos años habían demandado derechos en pensiones, en salud, en educación y habían sido permanentemente desdeñados. Era un momento histórico, pocas veces vivido en nuestro país. El soberano se rebelaba, se había puesto de pie y exigía ya no solo derechos sociales, sino derechos políticos, exigía asamblea constituyente para acabar con la Constitución espuria de Pinochet, el pueblo cuestionaba esta democracia representativa que durante mucho tiempo ha negado la participación a las mayorías.

No lo habían entendido en 30 años. No lo vieron venir. El “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” fue la primera respuesta desde el poder al pueblo. Desde arriba hacia abajo.

¿Que se perseguía con ese acuerdo? Entregar algo a las multitudes que clamaban derechos. La historia muestra que no siempre el pueblo movilizado consigue aquello por lo que lucha, depende de muchos factores, entre otros, de que quienes dirigen o les representen, lleven adelante sus demandas de la manera más genuina posible. El pueblo pedía Asamblea Constituyente y el poder entregó Convención Constitucional. Había que escamotearle parte de sus demandas.

Fue la manera de apaciguar las aguas. Una parte de quienes se entregaban a la lucha social en las calles, entendió esto como una tregua, como una forma de avanzar políticamente, lo vio como un pequeño triunfo arrancado a los sectores más reaccionarios del país que por años se han resistido en introducir cambios estructurales al ordenamiento jurídico y político; otros, un número no menor de quienes formaron parte activa de la revuelta popular del 18 de octubre, la calificaron de traición, desconociendo la legitimidad de dicho acuerdo y continuaron con más intensidad la lucha en las calles exigiendo cumplimiento a sus demandas.

El gobierno era incapaz de contener la movilización social. No gobernaba. Vino la pandemia y con ella el confinamiento. Fue la campana que salvo al pequeño dictador que se aloja en Sebastián Piñera, que se ha destacado como uno de los más extremos represores del pueblo chileno y del pueblo mapuche. Estamos a 300 días del estallido social y a 72 días del plebiscito. Ello, plantea varias reflexiones respecto del qué hacer.

Fue la movilización social la que cambio el cuadro político en el país. Parece razonable entonces que aquellas demandas más sentidas sean recogidas para incorporarlas como parte de las cuestiones centrales que una nueva constitución debiera contener. Parece obvio, pero no lo es. Y no lo es porque la vieja práctica de hacer política, por aquellos que creen que la democracia representativa es la única forma del ejercicio democrático, no han entendido que es esa forma la que la mayoría repudia y rechaza. No han comprendido que la participación en esta nueva era es esencial.

A 72 días del plebiscito, éste puede convertirse en un hito político histórico, si quienes deciden aprobar el fin de la constitución política de PINOCHET lo expresan con una mayoría contundente y aplastante, que permita arrinconar y derrotar de una vez por todas a esa minoría altanera que ha concentrado sin contrapesos nuestro país.

Como rezaba una consigna poco antes del Estallido Social, “nos cansamos nos unimos” en alusión al abuso sostenido del que se ha sido víctima por 30 años, hoy estamos frente a un escenario de disputa. Nada se ha conquistado aún. Pero existe como nunca antes, la posibilidad cierta de lograrlo todo. Si el país después de octubre fue foco de atención en todo el planeta, es menester en honor a tantos que entregaron sus vidas, sus ojos, sus cuerpos, su juventud, no decaer, no desvanecer. La derecha como siempre en nuestro país instala el temor, el miedo, manipula la realidad, construye realidad, todo ello para acomodarla a un escenario en que le sea más fácil dominar, ganar y eso está en disputa. Ellos, tienen la fuerza, tienen los medios de comunicación, tienen la mayor parte de las instituciones de su lado; pero, nosotros, los de abajo, los que hacemos andar la rueda de la historia con nuestra humanidad, tenemos algo con lo que ellos jamás podrán contar, tenemos la fuerza de la verdad que empuja la realidad y tenemos la fuerza de la razón que nos da potencia para alcanzar la justicia por la que tanto hemos luchado.

La decadencia de la política actual solo favorece a los dueños del poder, recuperar la política y dignificarla para ponerla al servicio del soberano pasa, inexorablemente por quitarles el poder a quienes han dirigido sin contrapesos el poder y los destinos de nuestro país desde 1973 en adelante.

Ese es el desafió que se juega en 72 días más, en el plebiscito del 25 de octubre.

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