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El plebiscito ¿un efecto de potencia transformadora? Por Luis Angel Mendoza

Tras Octubre 18 y los meses siguientes, en Chile miles de personas habitaron las calles de una forma diferente que para el traslado, algunas plazas fueron transformadas de su uso y nombre, así como múltiples manifestaciones emergieron “sin que nadie lo viera venir”. Se produjeron marchas y la gente salió a la calle a protestar. De manera paralela, algunos medios de comunicación hacían lo suyo: presentar noticias, solo que, algunos de ellos, prestando su servicio a los intereses de sus amos, y como todo esclavo en su desplegar, iban mostrando gramos de verdad. Así es como funciona el reverso del discurso del psicoanálisis, es decir, el que desde el psicoanálisis llamamos “discurso del amo”, siendo el discurso que pone en circulación lo que le importa al amo: que la cosa marche conforme el orden establecido, y para ello hay una imposición del sentido sin darse cuenta que a su vez esta imposición configura una verdad; cuando un amo manda, no se da cuenta que demanda, digámoslo así, que solicita algo que no tiene, que no es. El amo gobierna para implantar su comprensión al desorden, trata de meter en orden lo que se le presenta como ruptura.

Algunos periodistas se inmiscuyeron en las marchas y hacían ver que la gente que acudía no sabía de razones puntuales por las cuales marchaban, no sabían lo que querían, no había una exigencia puntual, esas marchas unos exigían una cosa, aquellos denunciaban otra, los ciudadanos en tanto conjunto no tenían pies ni cabeza -mostraban algunos periodistas-. Entrevistaban gente que titubeaba cuando le preguntaban qué exigía cuando marchaba, respondían cualquier cosa o los reporteros querían mostrar su ignorancia frente a sus preguntas avezadas. Al mostrar esa supuesta ignorancia de la gente, ese supuesto no saber, esos titubeos o esas “respuestas tipo” de múltiples asistentes a las manifestaciones, lo que querían imponer era un sentido a esas acciones, sin embargo, a la misma vez también dejaron ver algo sin saber: la potencia del deseo.

¡Sí! el deseo que nos habitó. Mostraban sin saberlo y sin quererlo una expresión del deseo en el que habitamos. Mostraban una huella de la potencia transformadora de la que el deseo tiene lugar. Porque en las marchas y manifestaciones no se trataba de saber, de conocimiento o de un coloquio de razones, se trató de acciones y de actos, que en tanto acto, cuando se hace no se piensa, pero que, en tanto el deseo en su dimensión de producción movilizó más allá de la razón y más acá que de la conciencia, hacían ver una vez más la potencia transformadora del deseo, esa potencia que hace vivir las instituciones como mortales. Porque sepámoslo o no, la normatividad que limita la posibilidad del cambio es ficción materializada. Un efecto, uno, de este costado del deseo como potencia transformadora producido en las calles, es el que ahora vivimos, la posibilidad de demoler una institución y construir otra, instituir un proceso de producción, un proceso constituyente que produzca condiciones de posibilidad para que obtengamos cambios materiales concretos…

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