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El príncipe azul. Por Claudio A. Faúndez Becerra

La idea de la casa de todos cruza prácticamente a todos los sectores. Se refieren así a la afiebrada idea de un texto constitucional donde todos, de izquierdas y de derechas, se sientan representados, acogidos y protegidos. Un texto donde las ideas de todos, en mayor o menor medida, sean recogidas; todo, por el bien de la Patria y, claro, de buena fe. Que no pase desapercibido el adjetivo de la idea: afiebrada. No se ha escuchado a ninguno de los tempranos detractores del nuevo texto constitucional que explique qué entienden por la casa de todos. Si es lo descrito primeramente, entonces el adjetivo es ajustado. Veamos.

Un texto de las características ya señaladas es uno que, sin duda, representa un ideal, una aspiración bien intencionada que no puede ser más que eso: una aspiración. La realidad demuestra que tal cosa es, simplemente, imposible. Ni siquiera los dictadores pretenderían algo así; a la hora de defraudar a sus pueblos, jamás han parodiado una unanimidad, que es lo que muchos de los detractores del proceso constitucional proponen con la descabellada idea de la casa de todos.

Además, se ha llegado a afirmar, incluso, que el resultado del plebiscito de salida debe ser uno en que la diferencia entre el apruebo y el rechazo sea, a lo menos, dicen, de un 20%. O sea, no bastaría el 50 más uno. Claro, nada se dice de lo antojadizo que es fijar un determinado quórum ciudadano para que la nueva constitución no adolezca de legitimidad. Una diferencia menor, sostienen, demostraría que la nueva carta no acoge a todos y que no es verdaderamente representativa.

La pretensión descrita es claramente excesiva. Una constitución no podría ser jamás resultado de la unanimidad; no existe un solo artículo en la actual constitución, así como en lo que va del borrador de la nueva, en que exista unanimidad a su respecto. La gracia de esta última, a diferencia de la primera, es que la aprobación de cada artículo lo ha sido por a lo menos los 2/3 del Pleno de la Convención, esto es, un quórum elevadísimo, supra mayoritario, por el que moros y cristianos pelearon, codo a codo, pues garantizaba legitimidad al proceso y al nuevo texto. Mire usted la paradoja: ahora los 2/3 no son suficientes, así como tampoco será suficiente que el apruebo gane por la mayoría de los votos.

En este punto es conveniente detenerse y recordar las premisas que resultaron vencedoras en el plebiscito de entrada y luego en las elecciones de convencionales. En el primer proceso de votación se consultó por una convención mixta (compuesta en partes iguales por actuales parlamentarios y por ciudadanos elegidos), o una convención donde la totalidad de sus miembros debían ser elegidos en elección posterior. Ya sabemos que la premisa vencedora, por una enorme mayoría, fue la de la convención sin participación de parlamentarios. Luego, al efectuarse las elecciones de convencionales, es posible afirmar que durante las respectivas campañas los a la sazón candidatos, formularon diversas propuestas de materias a incluir en el nuevo texto: regionalización, medio ambiente, unicameralidad, un régimen de gobierno distinto (desde el parlamentarismo al presidencialismo), con facultades distintas, autonomía del Banco Central, reconocimiento de los pueblos originarios en tanto nación, el agua, etc.; en otras palabras, la oferta fue clara y más o menos uniforme en los temas centrales o gruesos. Y ya sabemos la reacción de la ciudadanía frente a tal oferta: la composición de la convención, mayoritaria hasta la exasperación de los 2/3, ha permitido cumplir con esas ofertas, relegando a la irrelevancia a la derecha extrema que, sin lugar a dudas, ha remado en sentido contrario desde el inicio de este proceso.

Así las cosas, a nadie puede extrañar que el borrador del nuevo texto contenga o se haga cargo de todas aquellas materias que fueron ampliamente expuestas y ofrecidas por los candidatos. Ni el más votado de los diputados o de los senadores, puede decir lo mismo; prometer e incumplir ha sido una de las características más notorias y repudiadas por la ciudadanía que, desencantada, disminuyó su participación electoral, circunstancia que, sin dudas, es uno de los ingredientes que llevó al estallido social.

Hoy, y luego de que la ciudadanía les dijo, abrumadoramente, que no quería que en el nuevo texto constitucional participara la clase política, han realizado todo tipo de maniobras destinadas a convencer al ciudadano de a pie de que es mejor que un nuevo texto constitucional sea redactado por los políticos de siempre ¿Qué ofrecen? Gatopardismo, o sea, fingirán que cambiarán todo, pero a comienzos del camino dirán que, por alguna razón, no se puede y dejarán todo como está, con algún maquillaje.

El Presidente Boric usó la expresión que titula esta modesta columna en entrevista en Radio Cooperativa: el príncipe azul. Explicó aquello que dijimos al comenzar a escribirla: es imposible que el texto sea completamente del gusto de todos y todas. Habrá, sin duda, materias y artículos que no serán del agrado de todos. O sea, de la convención no saldrá un príncipe azul que enamore a todos y todas; sí será un texto que emana, directamente, de la voluntad del pueblo manifestada en procesos masivos, donde participó una cantidad impensada de votantes. El texto ideal no existe; si la clase política y los adalides de la razón y la prudencia se apoderan del proceso seguiremos esperando que los cambios, los verdaderos, se produzcan. No habrá príncipe azul; no habrá texto perfecto. Tampoco desastres. El camino se construye entre todos de manera democrática y la nueva constitución es solo el punto de partida.

Claudio A. Faúndez Becerra.
Abogado.

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