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El problema del universalismo filosófico: a propósito de algunas deudas de “Por qué importa la filosofía” de Carlos Peña. Por Alex Ibarra

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I.El hace poco publicado libro de Carlos Peña ha sido comentado en distintos lugares por distintas personas vinculadas al quehacer filosófico, no es tan común en nuestra actividad el comentario responsable sobre los libros que escriben los filósofos en Chile. En el reciente número de la edición impresa de Le Monde diplomatique Chile publiqué un comentario sobre este libro, en el cual ponderaba el contundente ejercicio de síntesis de postulados filosóficos contemporáneos, pero aún más la vocación persistente del autor en la labor de colocar la filosofía como un bien en el espacio público. Por cierto, a pocos filósofos les interesa este tema, al no ser por ciertos incentivos económicos para la práctica académica que hoy concurre al ágora. Los filósofos en Chile se han ido apartando de un interés genuino por lo público, la carrera exigente de la especialización sin sentido los condenan a eso que se podría denominar como producción “líquida”, en palabras de uno de los hoy teóricos de moda en el orden global del saber. Lo que presentaré a continuación son ajenos a los contenidos del libro mencionado, sin embargo está en relación a una concepción de la filosofía a la cual se acercaría el autor. Me parece importante polemizar en torno a esa concepción universalista de la filosofía que suele estar presente no sólo en los centros académicos sino que también aparece en el espacio público. Esto propicia la ocasión para presentar algunas problematizaciones con lo que en Chile se suele entender por filosofía.

II.Se han dado varios testimonios, desde los cuales se puede apreciar aquella creencia de que el filosofar es un tipo de saber especial propio de algo así como la “alta cultura”. Es decir a la filosofía se le empina por los cielos, ¿tal vez cerca de Dios? Más allá de esta ironía, considero que esta concepción es engañosa e ideologizada, al dar la apariencia de que la filosofía es una disciplina propia de una elite. Varios de nuestros colegas asumen este credo, sea por sus intereses ideológicos, o sea desde su dañina ignorancia. De este modo se perfila una actividad filosófica que se encontraría reducida a un grupo social estrecho, y también determinada por márgenes excluyentes que sirven para naturalizar una práctica inapropiada heredada desde la Colonia. Bajo este entendido expuesto corremos el riesgo de caer en una obscena defensa de la filosofía.

III.En culturas dominadas que no han superado la herencia colonial, la filosofía queda determinada por la determinada filosofía cristiana. Un ejemplo claro de este es el libro “Breve historia de la filosofía” de Humberto Giannini, en el cual se puede advertir una permanente apología a su confesión de fe, cuestiones como, la imagen cristianizada de la filosofía helénica o la insistencia en mostrar argumentos en torno a la existencia de Dios, son parte de esta concepción filosófica. Este hecho no es algo que pueda caracterizarse de anormal, la presencia del pensamiento cristiano es una huella indeleble en los currículos de formación inicial de los profesores de filosofía, sobre todo en la repetición de nociones generales de la filosofía tomista que aparecen reproducidas en los manuales de filosofía existentes en nuestras bibliotecas.

IV.Como vienen evidenciando algunos colegas el currículo de formación filosófica, en nuestro país, se reduce a un escaso número de autores. Pero, también hay que tomar en cuenta que las investigaciones financiadas, y por lo tanto de mayor circulación en los centros académicos, adquieren cierta determinación, principalmente por la razón de que los llamados Grupos de Estudios, conformados por el Conicyt, para la evaluación y adjudicación de los fondos concursables de recursos públicos, provienen de universidades confesionales conservadoras, sirviendo instrumentalmente a una política educativa ideologizada.

V.Esta reducción de la filosofía a una concepción estandarizada que se suele aceptar como pensamiento único, suele ser defendida bajo el alero de la noción del “universalismo filosófico”. Noción habitualmente aceptada sin reparos por la “comunidad filosófica” e incluso defendida como si fuera parte de un consenso, por cierto siendo lo contrario, es decir un producto del autoritarismo. Desde el pensamiento crítico latinoamericano la concepción universalista es puesta en duda y ampliamente criticada, principalmente por la acusación de que ésta trae consigo pretensiones dominadoras y hegemónicas. La idea de universalidad, en este sentido, resulta ser un peligro para sociedades caracterizadas por su diversidad cultural dadas las distintas capas societales que la componen. El problema de este universalismo, está en el hecho de que la filosofía pasa a operar como una forma normativa al servicio de la administración del saber, apartándose así de su función creadora y productiva. Frente al “universalismo filosófico” aparece la demanda por un pensamiento de carácter situado, que resista aquella vieja crítica nietzscheana de que los filósofos son acéfalos al ignorar su historia, acercándonos, de este modo, a un “pensar con cabeza propia” como han defendido filósofos como Pablo Guadarrama, Horacio Cerutti, Alejandro Serrano, Hugo Biagini, entre otros.

VI.La década de sesenta aglutinó una serie de debates y polémicas que podríamos clasificar al interior de la pugna entre el universalismo y el pensamiento situado. En el plano general, es preciso advertir, que son los años fervientes de la reforma universitaria. Jorge Millas, filósofo que en esos años se había convertido, en algo así como el sucesor de Enrique Molina para el desarrollo de la filosofía en la Universidad de Chile –hasta la censura que le propinó la dictadura-, desde su posición moderada presentaba serias dudas al impulso revolucionario de transformaciones populares que afectaban a las instituciones. Sin embargo, frente al anquilosado “universalismo filosófico” de la tradición, Millas va configurando una renovación de los estudios filosóficos, tal vez inspirado en su pragmatismo. Por otra parte, Juan Rivano es el profesor que destaca con planteamientos más radicales a favor de la reforma y con un desarrollo de planteamientos filosóficos cada más comprometidos con una crítica profunda al universalismo a través de la denuncia al servilismo de la elite intelectual en textos como: “El punto de vista de la miseria” y “Cultura de la servidumbre”. Estos textos, y otros, son muestras claras del compromiso de este filósofo, que sigue siendo un filósofo poco estudiado y del cual, por lo general, sólo se recuerda una caricaturizada polémica con Giannini en torno al argumento de San Anselmo, desde la cual puedo afirmar, que Rivano critica el valor de la metafísica cristiana al interior de la filosofía. Después vino la violencia de Estado y la instalación de la Constitución del 80, legitimada hasta nuestros días por los gobiernos de la posdictadura.

VII.Hacia una renovación curricular. Puedo decir que no basta con la instalación de los autores que hoy se difunden en las academias europeas y norteamericanas. Es fundamental incorporar y articular la reflexión proveniente de la filosofía latinoamericana y de la filosofía chilena, las cuales siguen estando mayormente ausentes de la formación inicial. Experiencias sobre la incorporación del latinoamericanismo y las filosofías nacionales, encontramos ya desde hace bastante tiempo en los países vecinos generosos al diálogo. En el caso chileno, son bastante escasas, sin embargo puedo referir a la Universidad Católica Silva Henríquez, en la cual se viene dando la asignatura de filosofía latinoamericana (aunque solamente un semestre) y desde hace tres años se imparte filosofía chilena, aunque en la malla curricular sigue invisible, ya que aparece nombrada simplemente como optavivo. Sobre nuestra filosofía nacional hay bastante textualidad para ser estudiada y está pendiente un enorme trabajo en la organización de los estudios que van desde los Pueblos Originarios, pasando por la Colonia y la formación del Estado-Nación, hasta nuestros días.

VIII.Para ir finalizando quisiera señalar la irrupción emergente que anuncia la necesidad de ir recuperando las concepciones filosóficas de los Pueblos Originarios de nuestra América, las que requieren de estudios sistemáticos de sus lenguas, labor pendiente para los promotores de la interculturalidad. Una razón suficiente para este esfuerzo es la conciencia de las identidades indígenas en torno a la presentación de una alternativa válida de oposición y resistencia frente al proyecto de modernización capitalista que impera en las lógicas del pensamiento convertida en la ideología del currículo educativo tantas veces empleado como instrumento de control, y en estos días de propagación del Estado neoliberal y su capitalismo salvaje amparado en la tecnocracia. Hay que provocar la fisura al dominio y control de las elites que al interior de las academias suelen estar subalternizadas a la hegemonía que monopoliza las formas de lo político, tanto en lo ideológico, lo epistemológico y lo ético.

Alex Ibarra Peña.
Colectivo de Pensamiento Crítico:
“palabra encapuchada”.

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