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El pueblo unido no avanza dividido, por Camilo Carrasco Medina

¿Será un acto de conspiranoia interpretar el llamado del presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, a “movilizarse en paralelo al proceso constituyente” como una chispa de distracción para que militantes ávidos y con experiencia en militar, trabajar, movilizarse y crear contenido al mismo tiempo puedan participar en el proceso mientras el pueblo pobre, organizado o no, es reprimido por las policías del régimen más sangriento desde el retorno a la democracia?

¿Cuántas tardes en el calabozo de una comisaría podrían ser asambleas, cabildos, conversaciones, deliberaciones en las cuales pudiese desarrollarse opinión colectiva sobre materias de la nueva constitución? O en un escenario menos represivo, ¿Cuántas horas de caminata al sol por las avenidas principales de los epicentros provinciales podrían ser instancias de formación colectiva, de autoeducación, de debate y creación?

Mi papá me comentaba tiempo atrás, y a en medio de una conversación surgida por mi hastío frente a discursos que asignaban al participar en el plebiscito del recién pasado 25 de octubre una validación total de las acciones de la élite política gobernante, que años, décadas atrás, a quienes planteaban los intentos de la disputa del poder, o siquiera que se discutiera, se les “achacaban los muertos” , se les refregaban en la cara dolores que también sentían, por no sentirlos como éstas otras personas. Al parecer, hay una única forma de doler las violaciones a los derechos humanos en serio, y el resto es blanda, “amarilla” o incluso está al borde de la complicidad. ¿Se llevará así al plano emocional y sensible la teoría de vanguardias? Y si es así, ¿es una vanguardia sensible aquella que no fue a votar el 25 de octubre por rechazar tajantemente la institucionalización del estallido social?

Al parecer el afán abstencionista no es un fenómeno nuevo sino una ideología que ha ido traspasando generaciones sin mayor mutación esencial, pero con la adaptación que requieren las ideologías para sobrevivir. Así como el centralismo democrático comunista sigue vigente en las militancias jóvenes, la opción de no participar en la administración pública también se reproduce. Claro está, no es lo mismo militar en el PC con Gladys Marín en el comité central, y no es lo mismo proponer la organización alternativa y paralela en tiempos de comunicación digitalizada.

Pudiese haber una alternativa favorable a esto último en el contexto de la pandemia global que vivimos, si no conviviésemos también con una brecha digital impactante para el nivel de “desarrollo” enunciado por las élites. En los hogares de menores ingresos, los más excluidos del debate público en el ordenamiento constitucional elitista vigente, la existencia de computadores bordea el 40% por debajo y el acceso a banda ancha de internet observa desde lejos el 30% según informa La Tercera en el mes de junio de éste año (1) respecto de las dificultades para tele-trabajar y tele-estudiar. De ahí en adelante el gesto del empresariado ha sido despedir personal y suspender contratos, y el del Mineduc ha sido gastar en un criticadísimo video una cantidad que, traducida en computadores y subsidios de internet, podría haber facilitado el sucedáneo de aprendizaje en el cual están sobreviviendo su primera pandemia muches niñes de nuestro país.

Y esa brecha, no sólo presente en el acceso sino también en la alfabetización digital dificulta la organización, por cierto, cuando esa organización se lleva a cabo de forma digital. Las plataformas de videollamadas colectivas han hospedado cumpleaños, clases escolares, audiencias públicas municipales y también asambleas y reuniones de partidos. Hasta el mismo funcionamiento de la Cámara de Diputadas y Diputados y el Senado. A pesar de la resistencia a digitalizar las interacciones comunicativas, el contexto nos ha obligado a tolerar las ausencias presenciales en un momento de la historia humana donde tal cosa es posible: estar sin estar. Antiguos militantes hablaban de las “condiciones objetivas”, hoy se habla del contexto y lo situado, y lo cierto es que hoy comportarnos como si no hubiese tal pandemia es un riesgo, y comportarnos como si el país no hubiese explotado hace un poco más de un año es una injusticia.

Tal vez haya quienes hubiesen querido una mayor explosión, o una más prolongada, sin embargo, así como no pueden conducirse las masas, no puede cambiarse la historia. Millones de personas votaron y miles salieron a celebrar, con un virus mortal rondando las ciudades, fue la opción de un pueblo que se movilizó. Podrán decir que las cifras no variaron tanto en relación a las ceremonias anteriores, pero sabemos que hubo una mutación demográfica importante: les jóvenes fueron a las urnas en mayor cantidad que nunca y eso también se vio en el nuevo espacio público, las redes sociales, como una politización sin precedentes. Si bien binario, el modelo de opinión política se relevó al debate cotidiano una vez más, incluyendo el cuestionamiento al proceso. No sólo desde los espacios reticentes a participar, ya que proliferó también la “participación crítica” que también dio cuenta de la descomposición del modelo político global reinante, y creo que no extender aquello a todas las ideas políticas que ostentábamos hasta antes de la explosión es un acto de arrogancia.

Históricamente sectores del pueblo han propuesto una política de “no complicidad” con un modelo social, económico y de estado que se materializa en la no participación. Lamentablemente esta no participación (por cierto, junto a muchos otros factores) han promovido la inamovilidad de la oligarquía gobernante y el uso del estado como un patio de juegos para regular el poder que se ostenta en otros aspectos, como el económico. Si bien ésta no participación en lo estatal tiene un correlato de organización, muchas veces esa organización choca contra un estado represivo (más que nunca, hoy, en el segundo gobierno del pinochetismo en democracia) y es desgastada y maltratada, mermada así la construcción del “poder popular”. Chocan, por ejemplo, en la disputa por el espacio público a través de marchas y concentraciones donde pueden oírse mantras con llamados a las fuerzas represivas, “el guanaco, por favor”, pudiendo desprenderse, al menos desde la ignorancia, una intención de confrontación con las mismas. Hay una cultura heredada de la dictadura, creo, que está tan podrida como el Estado mismo.

Y pareciese parte de esa cultura la no participación del pueblo pobre, precarizado y explotado, que junto a la romantización del maltrato del estado, configurarían una piedra de tope autoimpuesta para la disputa y eventual conquista del poder por parte del pueblo en su conjunto, y no de capas “medias” generadas por el distanciamiento de las élites, renovadas o tradicionales, y el pueblo abstencionista, pensando en un modelo simplificado ya que la voluntad popular está más dispersa que eso, demostrado esto en la ridícula cantidad de listas apostando a disputar la convención constitucional a la élite pinochetista encarnada en el otrora “rechazo” (sector conservador que, en éste contexto, busca o mantener o profundizar el modelo diseñado por Jaime Guzmán y la comisión Ortúzar), y a la élite neoliberal que ha contenido las críticas al modelo mientras repartían los bienes naturales sin considerar la emergencia climática venidera, que ya no es venidera sino que presente.

Muchas personas votamos el 25 de octubre con el profundo dolor de las violaciones a los DDHH latente, con las muertes en la memoria, con las mutilaciones oculares en el corazón, incluso, víctimas de las más brutales violaciones a DDHH como Fabiola Campillay y Gustavo Gatica, agrupaciones de memoria respecto a DDHH y víctimas de violencia política en la dictadura de Pinochet llamaron a votar para cambiar el ordenamiento institucional vigente, creo que es al menos injusto pretender que quienes fuimos a la urna olvidamos algo. Tal vez si se quisiera construir pueblo, realmente, podría empatizarse con el dolor de quienes participamos sin estar de acuerdo con la forma en que se institucionalizó, y dejar de creer que hay sólo una forma de organización sensible legítima, así tal vez las grandes alamedas vuelvan a coparse en pluralidad y se supera la disputa a codazos por sujetar el lienzo.

(1: https://www.latercera.com/que-pasa/noticia/brecha-digital-y-cuarentena-75-de-los-hogares-con-mas-ingresos-cuenta-con-banda-ancha-y-solo-el-24-de-los-mas-pobres/HSE5X36RRNDTLF3YRYOS7H2OTY/)

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