No puede ser rápido. No se trata de tener a chilenos bebiendo fernet ni comiendo tequeños, ni menos de estudiantes haitianos vistiendo manta de huaso en Fiestas Patrias, la cohesión social avanza con el tiempo de los grandes y profundos cambios sociales: a paso marcado, pero lento.
El nivel de integración a una comunidad no irá en relación con cuánto folclor de un “otro distinto” se incorpore a la vida de los sujetos, más bien ésta se condice con la unión, solidaridad y sentido colaborativo que hayamos cultivado como sociedad, factores que se ven amenazados con el reto que, a corto plazo, implica la diversidad.
La lógica en la que se asentó nuestra sociedad contempla respuestas rápidas: un touch o un scroll en el smartphone para acceder a todo en el régimen de la información. Sometidos a la inmediatez, no daremos espacio a la maduración de subprocesos que dan pie a la convivencia y la cohesión social. Desde la interacción entre los integrantes de una comunidad, hasta la confianza que se puedan tener los sujetos entre sí, son factores que se deben desarrollar con tiempo e implican una intencionalidad a la que parecemos no estar dispuestos, pues, la paciencia, en esta época, no es nuestra virtud. Y la política actual, pareciera esmerarse en cumplirle a este defecto.
Hemos acomodado todo a nuestros términos y quizás en el futuro no nos sorprenda cuando, mediante la ciencia y la tecnología, logremos hacer madurar una manzana en menos de cien días o las mejores uvas las consigamos en el primer año de la vid. Sin embargo, no existen métodos igual de manejables para alterar, a nuestro antojo, los procesos culturales.
La inmigración altera la cultura, nos desafía e instala un reto altamente complejo, la diversidad se convierte en un mal en la dinámica de lo inmediato, afecta a la confianza, la solidaridad, nos distancia y reprime las relaciones con un “otro distinto”. Es decir, afecta negativamente a aquellos elementos que son requisito para la convivencia y la cohesión social. Lo diverso per se no es el predictor de la posible tragedia, la razón radica en “la diferencia” instalada en un régimen de la inmediatez, dentro de un territorio sumamente desigual, segregado y sin normativas – políticas públicas – que generen las condiciones adecuadas para avanzar como sociedad, porque las sociedades se construyen a largo plazo. Incluso, la vida misma sería insípida si todo se lograra mediante el mero chasquido de los dedos.
Pero, así como la diversidad que instala la migración es un mal en el fundo de la inequidad y lo inmediato, también es una oportunidad y una riqueza a largo plazo, por lo mismo, es condición sine qua non para convertirse en una sociedad moderna.
Es grande la tentación de caer en la dinámica de la inmediatez y actuar en base a cálculos políticos y acciones populistas, quizás eso nunca acabe y debamos lidiar con aquello. Pero debemos asumir la tarea completa, apuntar a los fundamentos y considerar una trascendencia más allá de los ciclos electorales o de lo que “yo quiero para mañana”. Es decir, se deben tomar decisiones pensando en una cosecha rica y dulce a largo plazo, asumir que no tendremos resultados inmediatos, apostar por las políticas de integración como una vía plausible y tener siempre en cuenta que los procesos que requieren cuidado y calidad son lentos. Por lo mismo, son las vides viejas las que dan el mejor vino; son el tiempo y la maduración la naturaleza de los factores que nutren la cohesión social.
Podemos “cortar en verde” y no sólo someternos al régimen de la inmediatez, sino que condenarnos a la tiranía de lo igual.
Claudio Jiménez Rojas
Máster en Migraciones Internacionales