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El retorno a Itata: legado histórico de un valle vitivinícola. Por Alex Ibarra Peña

“Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabios como te has vuelto, con tanta experiencia,
Entenderás ya qué significan las Itacas”.
(Kavafis. “Camino a Itaca”)

Este poema de Kavafis es un símbolo de la poesía griega contemporánea, un poema que a ratos parece ser una experiencia de vejez sin renunciar a la juventud, por eso es que Itaca representa la atracción de un misterio cercano a la historia más que a la ficción, aunque sin ausencia de lo extraordinario, muestra de que lo cotidiano puede ser una representación más contundente de lo que creemos o esperamos. Parto con esta reflexión para referirme a Itata ese valle que serpentea ese río mítico para la historia y la cultura del vino chileno, un valle que se inventó hace más de quinientos años, considerémoslo un tesoro vivo para la humanidad, trayéndonos múltiples relatos, recordándonos que la verdad también puede ser varias más que una, a veces acertada a veces fallida. Como la historia que porta éxitos junto a los fracasos, néctares y vinagres, delicias según sean los gustos.

Itata una de las fuentes principales para la historia mundial del vino sigue siendo una desconocida, la importancia que tiene no sólo es parte de nuestra cultura, trasciende más allá de sus fronteras, por eso es que puede parecer injusto su desconocimiento. Partamos por decir que en este valle hay parras centenarias con una data de las más antiguas existentes en el mundo. Existe aquí una cultura campesina y familiar que ha cuidado estas parras haciendo vinos siguiendo el legado de la tradición. Varios enólogos y utopistas del vino han ido instalando sus tiendas en estas lomas llamadas frías en otros tiempos climáticos. También hay exquisitos mostos que hoy salen de su territorio conquistando paladares. Todo esto lleva a una historia densa que ofrece varias vías de entrada y que nos coloca frente a la imposibilidad de que podamos llegar a un relato suficiente.

En esta ocasión me parece necesario hablar de sus cepas en función de ir visibilizando a este valle icónico incluso épico que requiere de apologías constantes para rescatar su memoria, su presente y su futuro. Para algunos parte de su esencia vitivinícola es característico de su identidad la tríada: País, Cinsault y Moscatel de Alejandría; para otros el valle de pipeños blancos, sólo aquí ya aparecen dos miradas diferentes que sirven de simplificación. La Moscatel de Alejandría una cepa bien extendida en el país (incluso identificada con la industria pisquera del norte) que en el caso de Itata destaca por sus aromas delirantes; la País una cepa (también es bastante emblemática del Maule) que tiene como característica un proceso de vinificación difícil dada su complejidad lo que hace que su expresión tenga una variabilidad distinta a otras cepas; la Cinsault una cepa puesta en valor en este valle. País es una de las cepas más extendidas en el territorio nacional con un arraigo especial al secano interior, compleja cepa que esconde un arte de mucha paciencia, cuando se logra vinificar bien puede alcanzar una expresión honesta del terroir que no logran otras cepas presentes en Chile. Si se le conoce bien encanta y cautiva, sin embargo sigue siendo incomprendida, cuestión que genera la proliferación de opiniones que se sitúan más bien desde el lugar de la ignorancia. Dada la actual atención que se le presta por movimientos de tendencia cuesta lograr una identificación homogénea que de cuenta de un reconocimiento más consensuado sobre la calidad de los mostos que pueden llegar a producirse, sigue siendo una invitación a seguir bebiéndola para descubrirla y respetarla.

La Cinsault es una cepa mediterránea que en otros países de tradición de cultivo de la vid ha sido más bien despreciada, hoy en Itata adquiere el valor de una joya que comienza a ser puesta en valor hace unos quince años seduciendo con su cremosidad al paladar que le aporta virtudes distintas a la País, dando un aporte que se ha convertido como en un segundo impulso, constituyendo un motivo de orgullo en este valle, adquiriendo un valor de representación emblemático de pequeños productores que han logrado seducir con producciones de buena calidad entregándonos esta sabrosa cepa en sus botellas.

Siguiendo el relato de Itata como cuna de los pipeños blancos hay que mencionar a las cepas Corinto (hoy más nombrada como Chasselas); e incluso la Semillón que en otras épocas fue una de las cepas más cultivadas en Chile. Estos aromas y sabores suelen conectarnos a esa memoria hogareña de cuando el vino estaba siempre en las mesas. Cada una con su carácter que las diferencian destacando persistencias frutosas en boca y un festín para la nariz. Mezcladas son también seductoras, recobrando actualmente esa imagen de valle de los pipeños blancos con que algunos han caracterizado a esta zona.

Las mencionadas no son las únicas cepas existentes por ahí también aparece, por ejemplo, la presencia del Malbec con características locales que le hacen incitante. Otra cepa, desconocida es la San Francisco que es una de las “reliquias vivientes”. Esta gran variedad de cepas hacen que Itata sea una jardín de la vid, no sólo por las cepas que existen clasificadas, hoy siguen apareciendo cepas de larga data que son presentadas como novedosas por su desconocimiento siendo nuevos hitos para la historia de este valle, entre éstas están las recién reconocidas Castellón Noir y Castellón Blanc, aportando nuevas historias que inician su camino revelándonos la bondad de estas tierras estimulante para las parras.

Itata es un valle que se sigue distinguiendo como un reservorio pre filoxérica, un territorio privilegiado que es parte del secano interior con atributos que han permitido la existencia de parras antiguas, plantadas de cabeza, que van viviendo según las condiciones naturales de cada año exigiendo siempre una atención especial dado lo impredecible o su condición misteriosa que sigue seduciendo. Una tierra que se llena de amor causando un orgullo profundo en sus viticultores que permanecen arraigados, como esas raíces firmes capaces de sobrevivir frente a las inclemencias, siendo el soporte de una forma de vida agroecológica.

Un valle donde la viticultura depende de los modos de existencia locales que vale la pena mantener protegido de visiones más comerciales e industriales que tensionan el patrimonio de las comunidades. Un territorio que es único, con una diversidad de miradas, en las que van apareciendo rostros que son su testimonio con convicciones profundas como son los de quienes gentilmente comparten su testimonio ayudándonos a la comprensión, quienes en esta ocasión fueron: Clara Arteaga, Pedro Parra, Gustavo Riffo, Víctor Castellón, Paco Leyton, Ignacio Pino Román, Edgar Carter, William Anderson, Mauricio Veloso, Edgardo Candia, Diego Urra, Gonzalo Matta, entre tantos protagonistas destacados que son parte de esta historia presente. Entre todos estos aparece el respeto a este valle que puede ser comparado con valles reconocidos mundialmente en otros países productores del vino en el primer mundo, con conocimiento de las cepas de las cuales se encuentran cautivos y un atento respeto por la tierra que requieren estas vides, portando una historia pasada con nuevas visiones en el presente que esperamos sean fundamentos suficientes para su porvenir, cuestión que sólo sucederá si es que generamos una mejor comprensión cultural del vino chileno que nos desafía a pensarlo. Salud y larga vida a los buenos custodios preocupados por relevar quiénes somos, luchando para que nuestra riqueza no sea un engaño apoyados en sus convicciones, basándose en la honestidad que es base de la convivencia.

Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra

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