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El solipsismo de la élite: de pactos sociales y pactos partidistas. Por Felipe Quiroz Arriagada, Julio Henríquez Troncoso y Felipe Pizarro Cerda

Cuando una democracia no es auténticamente participativa ni representativa, la diferencia entre un pacto social y un acuerdo de partidos en el parlamento deviene en abismo. Si la institucionalidad que legisla y gobierna en una democracia tiene por mandato principal representar a la voluntad de la ciudadanía, el quiebre con esta última implica un fracaso fundamental, estructural, medular: refiere a la pérdida de confianza. De este tipo de abismos nuestra historia cuenta con ilustrativos ejemplos.

En el periodo de gobierno de la Nueva Mayoría, las conclusiones a las que llega el parlamento respecto de las recomendaciones realizadas por la Comisión Engel, evidencian debilidades en nuestro sistema democrático, debido a la “acotada participación ciudadana”, fenómeno característico de una Partidocracia. Pero, tanto las recomendaciones que propone la comisión, junto con las conclusiones a las que llega el parlamento, son expresiones de esa Partidocracia y, por ello, partes del problema, y no de la solución. Como reflejo de lo mismo, el 25 de mayo recién pasado el presidente de la República hizo un llamado a algunos partidos políticos a un gran acuerdo nacional acerca de la protección social, la reactivación económica y la estrategia fiscal para tratar la crisis sanitaria, lo cual se complementa con un similar acuerdo de noviembre de 2019, enfocado en la crisis social, entregando como vía de solución el llamado a plebiscito para un cambio de constitución y sus posibles mecanismos de elaboración. Si bien esto último abre una oportunidad a la participación, mediante el mecanismo de la convención constituyente, el llamado se efectúa desde una institucionalidad que no está legitimada por la ciudadanía convocada. Tal desconfianza, nacida de la dolorosa experiencia del engaño, parece tener raíces profundas y, por tanto, motivos válidos.

De hecho, el proceso de construcción de tejido social y político de la ciudadanía desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda década del XX desembocó, para el año 1925, en La Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales que, luego de deliberar en torno a lo que era necesario cambiar para bien del país y los ciudadanos, fue hábilmente negada por la clase política civil a través del entonces presidente de la República Arturo Alessandri Palma y ‘sus amigos de confianza’. Y es que, a través un discurso antipartidista, el mandatario logró imponer un ‘pacto social’ que salvó de la decadencia a la clase política civil, incluidos los partidos que él tanto rechazaba. O sea, la clase política, a través de ‘sus propios medios’ se re-configuró a través de un nuevo “pacto social” (de naturaleza oligárquica), en desmedro de décadas de deliberación y discusión pública de la ciudadanía. En 1925 lo que hubo fue -en palabras de Gabriel Salazar- una usurpación de la soberanía ciudadana por parte de la clase política civil. De este modo, ¿Qué garantías genera un pacto social donde es la misma clase política civil la que se auto-convoca para deliberar respecto de los cambios que Chile necesita, excluyendo explícitamente a la ciudadanía y sus organizaciones? ¿no es acaso cuento conocido esto de dejar a los profesionales de la política deliberar en ‘representación’ de la ciudadanía?

En la raíz del problema, habita lo que el psicoanálisis denominó inconsciencia. Así como para Freud el yo consciente, lo que cree ser un individuo, representa solo la punta del iceberg de lo que habita inconscientemente en su totalidad mental, ocurre algo muy similar en el caso de las sociedades, como bien complementara Jung en su momento. Cuando este inconsciente se niega y se evade, las problemáticas terminan por aflorar a la superficie de peor manera y en el momento menos esperado. Lo ocurrido de forma explícita e innegable en octubre pasado, así como la crisis social que de forma silente vivimos hoy en día, son indicios claros respecto de lo aquí señalado. La inconsciencia declarada por el Ministro de Salud respecto de la pobreza significa otro vergonzoso ejemplo de lo mismo.

La clase política tiende a ofrecer, ante las encrucijadas sociales que la abruman cada cierto tiempo, estrategias de supervivencia que solo benefician al mantenimiento del statu quo, cuando el problema que habita en las profundidades requiere, para solucionarse, de una acción completamente opuesta, esto es: la transformación profunda de ese statu quo, junto con el modus operandi mediante el cual la superestructura se perpetúa y reproduce. Por ello, el problema de la clase política nacional tiene su raíz en su solipsismo, el cual es indicio de narcisismo. Finalmente, conectar dos extremos de un abismo mediante muros y no puentes, puede significar lo mismo que apagar incendios con bencina.

Mg. Felipe Quiroz Arriagada, Mg. Julio Henríquez Troncoso y Mg. Felipe Pizarro Cerda.

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