En junio de 2024, en la Cámara de Diputados de Chile, se aprobó para su revisión una ley que permitiría a personas cuidadoras de potenciales suicidas ausentarse del trabajo por 15 días para cuidar de ellas (Bio Bio, 2024). Esto representa un reconocimiento y comprensión hacia las personas que intentan suicidarse, así como hacia a su círculo íntimo que debe cuidar de ellas. Es fundamental entender que esta problemática no solo afecta a la persona que intenta suicidarse o que comete el acto, sino que es una situación que impacta a las distintas esferas de la sociedad en su conjunto. Emile Durkheim, uno de los fundadores de la sociología, pretendía en su libro El Suicidio constatar que algo que en principio puede ser tan individual como el suicidio no es únicamente un asunto de la persona que comete el acto, sino que es un hecho social y complejo. Más que tratar de hacer una ingeniería social, como suele estudiarse desde esta disciplina, es decir, encontrar los patrones positivos del suicidio, Durkheim abordaba este fenómeno como algo de lo que debe hacerse cargo la sociedad entera.
Es así como la problemática del suicidio se posiciona como algo que afecta a diversas esferas sociales, y por esta razón ha estado siendo reconocida. En el año 2014, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló una cifra alarmante: “Cada 40 segundos una persona se suicida en el mundo”. Esto demuestra que, aunque han pasado más de 100 años desde publicación de El Suicidio, solo recientemente se ha comenzado a problematizar esta cuestión de manera social.
En Holanda, en el año 2019, ocurrió algo relativamente inédito, ya que se evalúo la posibilidad de aplicar el suicidio asistido a Noa Pothoven, una joven de 17 años que sufría depresión, estrés postraumático y otras afecciones psíquicas debido a distintos abusos. El caso fue mediático por su naturaleza compleja, ya que, en lugar de una dolencia física como podría ser el cáncer, se centraba en buscar una solución a un problema psicológico extremo.
Finalmente, no se le otorgó el suicidio asistido porque se consideró que todavía tenía posibilidad de mejorar, dado que su cerebro terminaría de formarse a los 21 años. No obstante, Noa se quitó la vida de manera más lenta y agónica: dejó de comer y beber agua hasta su muerte, con el consentimiento y cuidado de sus padres y cercanos. Este caso es importante porque la sociedad no puede hacer como si no viera la muerte. De alguna u otra manera, somos seres sociales y se debe entender que un suicidio es doloroso no sólo para el circulo íntimo de la persona, sino que es un problema que afecta a las sociedades contemporáneas en su totalidad.
Como sociedad, debemos abordar el suicidio de manera no reduccionista, teniendo en cuenta la emocionalidad y la existencia del ser humano como parte integral del grupo social en sus distintas dimensiones. Es por esto que, aunque es fundamental comenzar a pensar el suicidio desde el círculo íntimo del suicida, también debemos considerar que el suicidio como acto intrínsecamente relacionado con la existencia del ser humano. Existen personas que cuidan de aquellos que intentan suicidarse, y personas que quedan afectadas cuando el acto se ha consumado.
Dado lo complejo del fenómeno, sugiero analizar el suicidio desde la ética del cuidado. A partir de este tipo de ética, fundada por la psicóloga estadounidense Carol Gilligan, se puede mencionar dos cuestiones importantes: 1) Es crucial cuidar a las personas que desean cometer el acto suicida, enfocándonos en su prevención; y, 2) Es necesario analizar y reflexionar sobre el suicidio desde la comprensión, no de manera condenatoria. En efecto, comprender no implica justificar el acto, sino adoptar una posición activa con las personas cercanas, es decir, cuidando también de ellas.
Daniel Fuentealba Cid. Licenciatura en Filosofía Universidad Alberto Hurtado