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El valor patrimonial del vino chileno: el saber vitivinícola. Por Alex Ibarra Peña

Hoy existe una valoración internacional sobre la calidad del vino chileno, no sólo somos grandes productores sino que también es mérito la gran variedad existente. Se cultivan distintas cepas en tierras muy distintas y con diferentes climas de norte a sur marcando distintas características climáticas, también generosa tierra desde la Cordillera de Los Andes, los valles y el mar Pacífico. Estos elementos ya nos indican la riqueza compleja en la que se da la producción de los mostos.

Todo esto tiene importancia cuando existe una sabiduría o un saber capaz de aprovechar estas excepcionales condiciones que mencionaba más arriba, de ahí que el conocimiento de los enólogos y de los vinocultores sea tan relevante para alcanzar altos niveles de calidad a favor del buen beber. El placer por el vino es un gusto adquirido que se va perfeccionando desde la experiencia sensitiva adquirida, esto es lo que nos permite reconocer la identidad única que misteriosamente porta cada botella una vez que llevamos a cabo el rito del descorche.

En este sentido es importante ir reconociendo algunos de los protagonistas que le dan categoría a esta bebida que heredamos de los dioses. No es exhaustiva la presentación que haré, sin duda, dada mi ignorancia al respecto caeré en la injusta omisión. Sólo podré recomendar al respecto la investigación en torno a los enólogos que laburan en cada viña, en la academia, incluso en la información disponible por la Asociación de Enólogos de Chile.

Si prestamos atención a las redes sociales y a la información que aportan distintos medios dedicados al rubro específico de la comunicación en torno al vino hay nombres que son bastante destacados, entre ellos Aurelio Montes (Montes), Ricardo Rivadeneira (Maquis) y Andrés Sánchez (Gillmore), entre otros especialistas importantes puedo mencionar a Carlos Torres (Puertas) y Diego Ortíz (Lagar de Codegua). También aparecen mujeres que han logrado un importante reconocimiento y que han logrado imponer la calidad de su trabajo, entre algunas Ana María Cumsille (Valle del Itata), Viviana Navarrete (Leyda) y Rosario Fillol (Alcohuaz). Todos estos enólogos han hecho un importante trabajo consolidando proyectos de algunas de las más destacadas empresas vitivinícolas, para esto han realizado una importante formación que además del conocimiento de las viñas a las que están relacionados han podido formarse en el conocimiento enológico con experiencias en países europeos de alto cultivo. Menciono aquí también el importante trabajo que viene haciendo el chileno Miguel Besoain (Besoian) y la francesa Marguerite Penot (Lurton). Como se puede apreciar mi deuda con enólogos de importantes viñas es evidente, dado que no soy un especialista en este tema, que por cierto debería tener mayor presencia en los medios de comunicación para aportar a la vinocultura.

Una mención aparte merecen algunos enólogos que han puesto mayor atención al cultivo de los vinos naturales con especial atención a lo que podríamos llamar lo patrimonial. Estos enólogos y vinocultores han logrado instalar productos de alta calidad en vinos menos industriales que ya son reconocidos no sólo en Chile sino que también en otros países. Nuevamente excusándome de las exclusiones, daré algunos nombres de estos importantes protagonistas Pedro Parra (Jarilla), Manuel Moraga (Cacique Maravilla), Gustavo Riffo (Lomas de Llahuén), Daniela y Soledad Prado (Prado), Mauricio González (Estación Yumbel), Leonardo Erazo (Rogue Vine). Todos ellos han prestado atención a las cepas que se pueden considerar más propias y han relevado los métodos de producción más locales.

Nuestro país es un gran productor de vinos y esto no es sólo por la gran cantidad que se produce, sino que también tenemos una producción prodigiosa de alta calidad. La experiencia de descorchar las distintas botella de nuestro territorio se ha consolidado a nivel internacional. Los vinocultores y enólogos son responsables de este mérito, su trabajo y pasión entregada debe ser reconocida no sólo por las élites, dado que su contribución tiene que ser reconocida culturalmente.

La cultura del vino nos llama a prestarle atención desde lo patrimonial y lo histórico, puesto que es un producto que ha estado desde la Colonia y toda la historia del Estado Nación. El consumo del vino es parte de nuestra cultura y como todo producto cultural merece un reconocimiento que permita dignificar a todos esos protagonistas que no sólo colocan el cuerpo sino que desde la pasión y amor nos hacen parte de su espíritu. Quizá lo más relevante de toda cultura no es lo material sino que su sustento espiritual. Esta conciencia tiene que tomar un serio reconocimiento de todos los actores que trabajan por el vino, de ahí el desafío a llenar de contenidos que evidencien más la relación entre el vino y la cultura, lección que tendrán que aprender los ciudadanos, las instituciones, las ferias de vino y los comunicadores.

Alex Ibarra Peña.

Dr. En Estudios Americanos.

@apatrimoniovivo_alexibarra

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Pintura de María Francisca Lohmann

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