"No demorarás la ofrenda de tu cosecha
ni de tu vendimia".
(Ex, 20.29)
La uva, el vino y también la vendimia representan símbolos religiosos de bendición espiritual en la tradición judía-cristiana. Claramente, el fruto de esta cosecha es una bendición de la tierra que generosamente regala en abundancia, por eso es que es merecido darle un valor ritual y festivo a las vendimias. Estas son las que nos comienzan a avisar en nuestras tierras el fin del verano dándole paso a la estación, al hermoso y colorido otoño.
En estos días ya se han anunciado y se preparan varias vendimias, el creciente rubro del enoturismo ha ido haciendo distintas invitaciones, entres estas, algunas ofertas de saldos, viñas que abren sus puertas a los visitantes, viñas que se agrupan para ofrecer degustaciones, distintas ferias de vinos, etc. Es una época especial para el mundo del vino, que así como se van preparando las cosechas a la vez se van embotellando nuevas botellas que estaban reposando en las barricas.
Quiero rememorar lo que fueron las fiestas de las vendimias hace algunas décadas atrás, el tiempo de mi infancia en el pueblo de Maule, zona reconocida por sus vinos pipeños habitualmente clasificados entre secos y dulces sin diferenciar las cepas que componían los tintos (hoy aparece honrada la cepa País), aunque de los blancos sí se denominaban especialmente la torontel y la moscatel como las más comunes. En estos pueblos las viñas solían ser pequeñas y de propiedad de familas que elaboran vino para consumo o algunas un poco más grandes que también hacián vino para la venta. En esta bodegas se dispensaba vino durante todo el año o hasta que se acabara, se bebía en calabazas, antes de comprarlos se ofrecía una generosa prueba, y se envasaban las garrafas o chuicos de vidrios cubiertos de mimbre. Hace unos meses atrás Juan Carlos Palma de Viña Evangelina me mostró unas hermosas piezas cubiertas con distintos tipos de mimbres diferenciados por su color.
Mi abuelo Heriberto Ibarra hacía vino de su propio parrón, a veces le quedaba bueno otras veces no tanto según su propia evaluación, cuando no estaba tan bueno se destinaba a vinagre para hacer escabeches de cebolla y de ají. Otros productos caseros eran la chicha y el arrope usado para untar pan o para pasar sopaipillas en el invierno, meses duros para la economía doméstica en el campo. El hermano de mi abuelo, José Ibarra hizo su vino casi hasta los últimos años de su vida, otros parientes hacián el vino para algunas bodegas locales que vendían a granel, por ejemplo Sergio Ibarra que etiquetaban la marca "La boca toma". Recuerdo las viñas de Pueblecillo, entre el pueblo de Maule y el río que lleva el mismo nombre, en los faldeos de los primeros lomajes de la Cordillera de la Costa, suelos cercanos a la mina de oro llamada El Chivato. Ahí estaban los Vásquez, aquí las mujeres se hicieron cargo de la viña hasta el día de hoy (mi padrino Gonzalo Vásquez pertenece a esta familia), los hermanos Domínguez un sobrino ha seguido con la tradición, Don Cireneo Díaz, sus hijos siguen haciendo vinos, Lito Vásquez hacia vinos hoy es la principal autoridad comunal. Varios de estos vitivinicultores continuan la tradición de la venta por granel con una producción principalmente basada sólo en la experiencia heredada.
Otra ocalidad vecina, ya cruzando los primeros cerros es Santa Rosa de Lavaderos, afamada por sus vinos, aquí había mucho más productores que en Puelecillo ir a buscar vinos podía demorar un día entero yendo de prueba eb prueba por las bodegas familiares, donde se podía encargar alguna cazuela de ave, empanadas o algún picoteo de arrolado, aceitunas o queso fresco. Seguro, me faltaron varios apellidos por mencionar, pero están los Astudillos, Orellana, Figueroa, Hernández y Don Teo con quien probé una exquisita preparación llamada "María Angélica" que es una mezcla de lagrimilla con aguardiente reposadas varios meses juntas en un tonel, exista una variación que cambia la chicha por Rosé que es llama "Filipor". En estas tierras se embotelló el vino de la familia Bustamante que poseía una hermosa viña a la orilla del río Maule y actualmente se están embotellando los vinos de la viña Kodkod.
Esta cultura del vino cotidiana llenaba de alegría lo que era la fiesta de la vendimia, se regalaba uva a camionadas, antes de ser pisoteada para los mostos. Se creaba una fuente de trabajo en la que faltaban manos locales y llegaban de otras zonas trabajadores temporeros que iban de pueblo en pueblo buscando trabajo. Los municipios organizaban estas fiestas en las plazas y en sus dependencias culturales o deportivas se hacían espectáculos, con artistas folclóricos, entre los recuerdo a Don Jacinto del Carmen o el Aysenino Porfiado o la vedette chilena Maggie Lay, por cirto que era la posibilidad de que artistas locales subieran a un escenario.
Las fiestas de las vendimias tienen una larga historia en nuestros pueblos, eran fiestas populares y rompián la rutina cotidiana de estos pequeños pueblos. Los habitantes de los territorios eran los que más gozaban de estas fiestas. No se puede negar que es una fiesta con fundamento, dado que la vendimia representa el don y la generosidad de la naturaleza. En toda cultura las fiestas son un agradecimiento ritual relacionado a la abundancia de recursos materiales, en el caso de la vendimia es una celebración en torno a ese alimento para el espíritu que siempre es bienvenido en las celebraciones de la vida. Las fiestas de las vendimias son un resto de nuestra ritualidad sagrada, es en ellas en las que reconocemos y vivimos la bendición.
Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra
Foto gentileza de César "huaso" Opazo