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Elección de convencionales y consejeros: un sistema fallido. Por Jaime Vieyra Poseck

“El hecho de que haya habido respuestas equivocadas no significa que las preguntas no sigan vigentes”, nos dijo Octavio Paz. Esto puede aplicarse al convulso y eterno proceso constitucional post estallido social que ya lleva cuatro años. Las respuestas han estado equivocadas, entre ellas el debate político de las elecciones para elegir convencionales y concejales.}}}

Si el diseño del debate en las dos elecciones para elegir a las personas que escribirían la nueva Constitución siguieron sólo móviles partidistas e ideológicos polarizados, es porque las dos elecciones se realizan dentro de una coyuntura política con múltiples crisis estructurales con parte importante del electorado espoleado premeditadamente por la coyuntura para que no vote por las personas que escribirían la Constitución, sino motivado por la contingencia política del momento.

La primera votación se realiza bajo el impacto del estallido social que favorece a la oposición de izquierda como un castiga a la errática gestión de la crisis por el gobierno de derecha; en la segunda votación la coyuntura tiene un viraje de 180 grados y está estacionada exactamente en el polo opuesto: usando la crisis de inseguridad pública, la derecha y en especial la ultraderecha, ahora ambas en la oposición, manipula la crisis de seguridad para maximizar el miedo colectivo como elemento principal de su campaña. La gente vota aterrada contra el gobierno de izquierda que no logra controlar la delincuencia y la llegada masiva de extranjeros (por cierto, éstos son los dos ítems con los que han ganado poder las ultraderechas en Occidente); es decir, temas coyunturales que no tienen nada que ver con la elección de convencionales y consejeros. Las dos elecciones nacieron y se realizaron en un marco sociopolítico disfuncional que desvirtuó una elección con características y finalidades únicas.

La consecuencia de este modelo de elección en un entorno político polarizado por las múltiples crisis estructurales, es que los elegidos, que recibieron circunstancialmente la mayoría en las dos convenciones constitucionales, son de los polos políticos extremos. La aguda crisis que padecen las instituciones de la democracia ―con un estallido social de por medio― es por la incapacidad del sistema político dominado durante 30 años por la centroizquierda (24 años) y la centroderecha (6 años) de realizar las reformas necesarias para la mejor distribución de la riqueza. Una reforma tributaria de calado que dotara al Estado de poder financiero para distribuir una salud, educación, vivienda y pensiones de calidad para las grandes mayorías, propuesto por las administraciones de centroizquierda, es bloqueada sistemáticamente por la centroderecha. (Las propuestas en pugna hasta el estallido social fueron y continúa siendo, por la centroizquierda, un sistema democrático de capitalismo desarrollado “con rostro humano” modelo Unión Europea y, por la centroderecha, una democracia de capitalismo salvaje o ultraneoliberal (perdón por el pleonasmo) modelo norteamericano, que se opone sistemáticamente a un sistema tributario progresivo.)

La propuesta de la primera Convención, con mayoría de izquierda, excluye a la minoría de derecha proponiendo una refundación de Chile, olvidando a las fuerza políticas que apoyan a los dueñas del sistema económico y financiero con un suelo electoral históricamente del 44%, fue rechazada con un 62% después de que las derechas se unieran en una campaña partidista que tuvo como base la desinformación premeditada y sin complejo. La segunda tentativa, ahora con mayoría de ultraderecha excluyente de las izquierdas en minoría, nos propone una Carta Magna que es un auténtico manual de involución y regresión de todos los avances en derechos de toda índole, aún más autoritaria e inamovible que la Constitución de la dictadura que se pretendía superar, de la cual son apologistas.

Tanto convencionales de (ultra)izquierda como consejeros de (ultra)derecha abusaron de sus mayorías plasmando una propuesta predominantemente partidista, ideologizada y facciosa. Ambas mayorías en la Convención y en el Consejo, olvidaron el Chile diverso, múltiple y plural como toda sociedad cualitativa y cuantitativamente compleja.

Esta esquizofrenia político-electoral ―difícil catalogarla de otra forma―, nos estaría indicando que, si un proceso constitucional en democracia se da con estas características, es porque todo sistema que padece disfuncionalidad tiende siempre a replegarse en los polos políticos ya que los centros están desacreditados por su incapacidad de cometer las reformas estructurales a tiempo. Otra observación, es que una parte importante del electorado, que ha oscilado entre la izquierda o ultraderecha extremas, no es ideológico, carece de sentido crítico y es movilizado sólo por la cotidianidad circunstancial inmediatista.

Por último, habría que dejar claro que las reivindicaciones que instaló el estallido social no se pueden rechazar, sólo deben, por todos los medios políticos posibles, aprobarse y, mientras más rápido, mejor. Chile debe superar esta etapa de incertidumbre institucional y de injusticia social ¡ya!, porque debe concentrarse para entrar en un ciclo virtuoso de mejoramiento económico, mejor productividad con sustentabilidad, más y superior conocimiento técnico-científico innovador, dotándolo para garantizar la paz y la cohesión social como fundamento constitucional.

“El hecho de que haya habido respuestas equivocadas no significa que las preguntas (o reivindicaciones) no sigan vigentes”. Las respuestas deben ya ser las acertadas.

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