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Elecciones: Chile 2023. Por Ricardo Espinoza Lolas

Todavía leo análisis de muchos amigos, no solo chilenos sino de otros lugares, sobre las pasadas Elecciones del domingo 7 de mayo en donde los Republicanos, un partido al estilo del VOX español, arrasaron con las preferencias de los votantes y, “al parecer”, nadie se lo esperaba, digno de un film de esos antiguos como de Costa-Gavras. Ellos son los llamados para cambiar, cual oxímoron, la constitución del dictador Pinochet, esto es, los pinochetistas están mandatados por la mayoría de los chilenos para cambiar la constitución del dictador (que lleva también una cierta actualización de Lagos, no lo olvidemos). Y lo que suceda con la redacción de la “nueva” Carta Magna será votado en un referéndum de salida el 17 de diciembre de este año. Y aquí se da la gran paradoja a favor de estos neofascistas, auto llamados “demócratas”, pues si se APRUEBA los Republicanos ganaron en su estrategia de hegemonización y construcción popular; y si se vota Rechazo, también, ganaron los Republicanos porque ellos nunca quisieron cambiar la constitución ilegítima del dictador y siempre han querido seguir con ella porque ha generado todo lo autoritario y neoliberal que rige por décadas a los chilenos y que nos subjetiva de forma radical hasta en nuestro tuétano. Y así Chile no cambiará en nada, que es lo que busca este partido con ansias de poder llegar a gobernar Chile de un modo conservador radical en lo valórico y salvaje neoliberal en lo económico.

Al leer interpretaciones de todo tipo: populistas, biopolíticas, feministas, psicoanalíticas, marxistas, socialdemócratas, liberales, etc., me doy cuenta de que todas ellas suponen ‘algo’ que no es o no existe de suyo, menos algo en y por sí mismo, allende una historia material o caído de algún cielo religioso, esto es, el ‘pueblo’. El ‘pueblo’ no existe, es una invención política de carácter operativa y epistemológica para poder gobernar (se necesita al gobernado), pero formalmente no existe, sino que siempre está deviniendo y abierto materialmente en un presente que nos constituye. Y como tal invención siempre está en disputa; el que crea que sabe lo que es el pueblo, no entiende nada y se lo inventa para hablar en nombre de él, luego representarlo y obviamente para terminar cancelándolo y olvidándolo. No hay una esencia del pueblo que se pueda conocer y así poder predecir y determinar políticamente. El pueblo, si es que lo hay, se expresa como un NosOtros siempre mortal, sexual, sociohistórico material y virtual en pequeña escala abierto al mundo. Un barrio, por ejemplo, que pretende ser un diferencial, una comunidad de ‘puercos espines’ que se organizan materialmente y de modo técnico para ser lo mejor posible ante lo inhóspito y doloroso que mienta este animal humano en medio del vacío mismo de lo real y sin sentido alguno metafísico.

El otro supuesto que veo en los análisis es pensar que el Gobierno de Boric es el culpable de todo lo sucedido por negar su esencia de ‘izquierda’ o, por el contrario, es algo en y por sí mismo ‘bueno’ que no pudo hacer más de lo que hace ante el poder fáctico de las fuerzas conservadoras chilenas e imperiales extranjeras. Y en estos análisis, por lo menos los de izquierda, es decirle al otro analista, que también es de izquierda, que está mal porque no es ‘esencialmente’ de izquierda y que por lo tanto su teoría es añeja, rancia, espuria, formalmente falsa, patriarcal, cómplice de los conservadores, etc. y por eso yerra en su análisis. Lo que veo en esto es parte mismo del fracaso de la izquierda, si es que existe, y con ello la falta del votante de izquierda que se exprese en esas teorías, que son siempre elite y nada más para la elite, sin trabajo alguno de calle y de expresión de ese presente finito y material en el que somos como animales humanos. Da la impresión de que los que no fueron a votar, los nulos, los blancos, muchos de los que votan por conservadores moderados y también de los votantes de los Republicanos, son millones que no se ven, incluso ni entienden a la elite de las izquierdas que hablan en y por el ‘pueblo’. Y el juego permanente de colocar al Gobierno como lo peor o como lo mejor tampoco entiende ni en qué cosiste gobernar, también se lo han inventado. Nunca está demás leer a Maquiavelo; todo arte de gobernar supone un cierto ‘Teseo’ mítico que en lo azaroso mismo de su actuar se articula como expresión de unos con otros para levantar un NosOtros lleno de contradicciones, sin las cuales no podemos ser y con las cuales nos imposibilita ser a secas, por esos las mediaciones políticas para gobernar en un presente material concreto, en la eticidad misma opera todo gobernar.

Y luego puedo ver las soluciones que se dan en estos análisis, de todo tipo, las de carácter ontológicas y biopolíticas se mueven en sus amados dispositivos, las populistas en sus agencias culturales, las psicoanalistas y feministas en un modo erróneo de subjetivación que lleva en sí mismo la impronta de la dominación. Y si se tratara de todo eso a la vez y, también, de algo mucho más sencillo, somos animales humanos y más allá de saber porqué aparentemente nos comportamos, igual nos comportamos de esa manera, y por lo tanto el saber no garantiza casi nada (el punto ideológico de Marx ya no nos sirve), pero darnos cuentas de que son prácticas de subjetivación que están a la base tampoco implica cambiarlas, sino nuevamente entenderlas (es el error del Žižek discípulo de Lacan). Y si dejáramos el paradigma del siglo XIX europeo y nos sumergimos en el mismo barco con el otro en este siglo XXI, así como una contratransferencia psicoanalítica a lo Winnicott, así como cuando amamos de verdad, con los cuerpos, cuando nos acoplamos los unos a los otros podemos darnos cuenta del miedo que sentimos a la soledad no por el hecho mismo de la soledad, sino porque sentimos nuestra propia finitud animal, nuestra maldita libertad y por ella misma transamos a lo peor y creamos todo tipo de laberintos para que nos de alguna esperanza de estructuración, aunque sea dolorosa y contradictoria con uno mismo, pero que igual nos determine el camino a caminar.

No se trata de que el ‘pueblo’, si es que lo hay, sea culpable de algo, menos que sean unos estúpidos que se merecen lo que votan, esto es, a sus políticos, o, por el contrario, se merecen a esos ganadores políticos porque no van a votar por tal o cual razón. En una historia material nunca espiritual, la cosa es de verdad difícil de vivir, se suda el miedo del diario a vivir, hay que comer, hay que estar sano, hay que dormir, hay que estudiar, hay que tener un techo, hay que ser astuto para que no nos violenten y agredan en demasía. Y así, con este modo de vida, la angustia nos hace mierda y la pobreza, la enfermedad, la muerte que se vive en los barrios de Chile es radicalmente dura y el recuerdo traumático de una dictadura perversa y muchas represiones brutales a lo largo de décadas, que nos han apaleado hasta matarnos, nos persigue, y sin dejar de mencionar a todos los elementos naturales desatados, que se vuelven tremendos por la ausencia de instituciones robustas, desde terremotos a sequias. Ante esto creamos estos laberintos horrorosos para que de alguna manera caminemos algún camino en donde nuestra neurosis esté algo controlada, pero si nos ponemos juguetones, bailarines y sexuados es posible que la historia de Chile, con toda su materialidad y vulnerabilidad a cuesta, pueda dar de sí otro modo de estar los unos con los otros en sus diferencias y, además, podamos reír con el cuerpo y movernos por el deseo y ya no por el miedo.

Madrid, 12 de mayo de 2023

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