Rondan por estos días de tensión electoral, afirmaciones que buscan llamar la atención de un electorado que técnicamente tiene claridades. Por ejemplo, en las prioridades que un gobierno debe soluciones en el presente (La delincuencia es prioridad para el 61%, de los encuestados CEP 95[1]), pero luego cambian al preguntarles, si creen que la democracia es preferible al cualquier otra forma de gobierno, concluyendo que solo cree en ella, un 47% de los encuestados.
En el ámbito ideológico, para los encuestados, el 52% no se identifica con ningún partido político. Dejando con mayor identificación o simpatía a Republicanos (7%) y ha Socialistas (5%). De igual forma el 45% no está interesado en la actividad política, siendo posteriormente corroborado al otorgar poco confianza (47%) al proceso electoral en chile. Y si de interés presidencial se trata, solo el 50% de los encuestados están interesados en la próxima elección presidencial. Pero al aparecer la exigencia de la obligatoriedad declaran, que votará con toda seguridad el 85% de los encuestados.
Lo que es posible ver es que ante las preguntas directas de: quién le gustaría, quién cree o si la elección fuera este domingo, los encuestados dejan un 20% de indefinición.
A ese sector hoy les habla la polémica, que versa muy profusamente sobre el uso de descalificativos, en un proceso que ha ido mutando entre descalificaciones ideológicas, de clases y han avanzado hacia culturales y generacionales.
A mayor polarización, entre las candidaturas, mayor era la convocatoria para participar, en un focalizado grupo que rondaba el 40%. Hoy con la obligatoriedad del voto, ya sabemos que más del 80% de los electores podrían participar, expresando en el voto su opinión. El elector sabe, el grado de poder que tiene con un lápiz y lo ejercerá.
La descalificación cobra valor como etiqueta que se entregan los sectores unos a otros. En los primeros años de vida patria la disputa era entre rotos y oligarcas. Luego entre rojos y momios o entre populistas versus vendepatria. Luego vino el periodo de disputa ente upelientos o marxistas versus fascistas o reaccionarios. En dictadura la etiqueta estaba en los famosos “humanoides” (patentado por JT Merino, los días martes) o como inútiles subversivos versus pinochetistas.
En este siglo, esta disputa de etiquetas decantó hacia un nuevo y más amplio repertorio pues están los zurdos, los octubristas, wokes, ñuñoínos, zurdos cuicos o progres versus fachos pobres, empresaurios y hemos decantado en una descalificación que se aleja de los grupos políticos y entra en la desvaloración de funcionarios públicos atrapados por la disputa de poder y rotulados patudamente como parásitos o recientemente como “atorrantes”.
Esta línea banal sin argumentos, pero que da para titular, y que es recogido por los medios, ante la falta de certezas en las definiciones y propuestas presidenciales, buscan ubicar a un sector económico por sobre otro, pasando por alto la dignidad de las personas. El estado está compuesto por miles de personas que trabajan, más allá del gobierno de turno y buscan desarrollar de mejor forma sus funciones. Al descalificar puntualmente a una parte del mundo laboral, en una clara persecución ideológica y de falta de conocimiento, generan una distancia entre los eventuales “jefes”, y sus trabajadores, que puede ser leído por el conjunto de la ciudadanía como una descalificación hacia el rol de estado en democracia y abre la puerta para despidos masivos, solo con la justificación de un rótulo oportunista.
El problema es la percepción que alcanzan esos cerca de 3 millones de electores (20%), que aún no deciden su voto y ven cómo los sectores políticos no solo se auto desprestigian, sino que descalifican a sus futuros trabajadores. Preocupa también, lo barato que sale tener un titular en la prensa y llevar todo como argumento “político” y no transparentar que es una discusión electoral, en la búsqueda de votos.
Recientemente en argentina la participación llegó al 62% (Elecciones provinciales y luego legislativas), alejándose de la votación, según lo que reportan los analistas trasandinos, electores que tienen desazón por promesas incumplidas, o porque, según ellos “no sirve de nada votar”, “no sabía”, dejan en mayor proporción la abstención que los nulos y blancos.
Por este lado de la cordillera, pareciera que los comando presidenciales dejaron la discusión de ideas y propuestas para chile y se hubieran abocado a desarrollar una estrategia de cansancio en los electores, basada en el uso de descalificaciones, donde el desprestigio hacia la actividad política sumado a la rabia que generan los hechos sociales y que profusamente se difunden como hechos presente y no como resultado de malas gestiones directivas entre gobiernos, puedan dar paso a una abstención de castigo. Pues dejando fuera a ese 20% con indefinición de primera vuelta, podrían ser construidos varios castillos. Pero la participación y toma de posición del 20% puede generar cambios significativos, tal y como sucedió en 2ª vuelta del 2021.
Si ayer el tono estaba relacionado con la estatura moral de unos por sobre otros y en superar los 30 años anteriores, hoy pareciera que el premio mayor lo alcanzará quien por medio de una ironía barata, disfrazada de etiqueta abierta, segure el votos de los propios y no necesariamente quieran convocar ampliamente a ser parte de un proyecto país.
Hernán García Moresco, Magister© Ingeniería Informática USACH. Diplomado en Big Data Universidad Católica. Diplomado en Ciencias Políticas y Administración Pública. Universidad de Chile. Licenciado en Educación en Matemática y Computación USACH. Profesor.
