Al notar la desatada corrupción que existe en nuestro país, muchos se preguntan cómo ella puede alcanzar la intensidad, cobertura y frecuencia que la han convertido en el más dañino de los fenómenos que afectan a Chile. Pero como la corrupción es una creación humana, las cuestiones se vuelcan en tratar de comprender la mente de quienes realizan los actos corruptos, en especial cuando sus ejecutores a pesar de ser gente acomodada llena de privilegios son capaces, por ejemplo, de coludirse para subir el precio de fármacos necesitados por personas de escasos recursos. ¿Qué puede estar ocurriendo en la mente de ellos para alcanzar esos niveles de perversión?
Mientras la mitología puede responder afirmando que se trata de individuos poseídos por el mal y que los empedernidamente corruptos no son castigados porque tienen un pacto con el Diablo, las respuestas convincentes como siempre vienen desde la ciencia. Una de las pioneras explicaciones científicas fue dada por académicos del University College of London publicándose el 2016 en la revista Nature Neuroscience donde se demuestra que el cerebro humano no sólo es capaz de aceptar sino reforzar la deshonestidad. Tales estudios demostraron que perpetrados los primeros actos corruptos, la amígdala cerebral se activaba fuertemente, pero con cada subsecuente acto deshonesto dicha actividad disminuía progresivamente. Es decir, la amígdala cerebral se iba paulatinamente “acostumbrando” a la corrupción en la medida de que ésta aumentaba.
De dicha manera este primitivo núcleo de neuronas encargado de las emociones para la supervivencia, va perdiendo su función mientras más se cometen actos corruptos. Y puesto que las sociedades como la chilena son altamente permisivas ante la corrupción, ellas facilitan el continuo operar deshonesto; siendo desde la partida las principales culpables que la amígdala deje de trabajar. En efecto, cuando una persona luego de actuar de manera corrupta no recibe sanción alguna, en su cerebro no queda registro de amenaza en contra de su viabilidad. Con esto, la corteza prefrontal del cerebro de la cual científicos del National Institutes of Health of Maryland postularon el 2018 en la revista Brain and Behavior que ahí se realizan los juicios morales, no es alertada en su íntima relación con la amígdala.
Dichos procesos cerebrales acallan esa “voz del juez interior” que el filósofo moralista Immanuel Kant usó hace más de dos siglos para diferenciar por medio de la razón entre lo éticamente bueno y malo, instando a optar por lo primero y descartando lo segundo. Esa misma voz interna fue didácticamente popularizada por Walt Disney en la versión animada de Pinocho, cuento italiano en cuya versión original participaba Il Grillo Parlante, un personaje que tal como su nombre lo indica, le hablaba al protagonista frente a cada disyuntiva de comportamiento. En la adaptación cinematográfica de mediados del siglo pasado dicho personaje fue conocido en Chile como Pepe Grillo. Desde entonces, tal probo artrópodo verde en la cultura latinoamericana, ha sido considerado metafóricamente como aquel consejero interno a quien siempre todos deben escuchar.
Sin embargo, tal como se anticipó, si la sociedad chilena continúa con su amplia tolerancia ante la corrupción, los procesos cerebrales que propician las conductas carentes de probidad se reforzarán en la población, haciendo que este mal siga creciendo a pasos agigantados. Por lo tanto, si ante los actos corruptos la fracción lúcida y a la vez valiente de la ciudadanía muestra una postura dura e intransigente que sea visible por todos los chilenos, en especial por quienes ostentan el poder, castigando enérgicamente la corrupción; Pepe Grillo será motivado para regresar a su pega 24/7.
Lucio Cañete Arratia
Facultad Tecnológica
Universidad de Santiago de Chile