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En la trastienda del sueldo ético: Peña v/s Goic. Por Humberto Palma

Hace tan solo algunos días Alejando Goic volvió a instalar en la opinión pública el tema del sueldo ético, y con ello se encendió nuevamente un polvorín mediático de comentarios y reacciones venidos de todos los espectros políticos. Autoridades, instituciones y también el ciudadano común, cada quien pudo darse su gustillo en el banquete de aplausos, críticas o rechazos. Y ahora cuando del polvorín no queda más que el recuerdo, conviene hacer notar que por esos días hubo dos reacciones representativas del modo en que suelen enfrentarse intervenciones como la de Don Alejandro. Y conviene, digo, para avanzar en el bien común y la justicia social cimentados sobre la verdad. Una de esas reacciones fue el silencio por parte de la prensa escrita más conservadora y afín al empresariado, y la otra, el ataque visceral y descalificador de quien pretende de alguna forma y en algún grado representar el librepensamiento laico: me refiero a Carlos Peña, en su habitual columna de El Mercurio.

Quienes intentamos acoger y discernir el fondo del cuestionamiento ético y la reflexión a la que nos invita Goic, nos esforzamos además en descubrir los porqué de aquellas reacciones más estratégicas ante sus dichos, las auténticas razones del silencio y la descalificación. En otras palabras, hacemos el esfuerzo por quitar el tupido velo que protege las prácticas del poder, para luego —y parafraseando al Senador Andrés Zaldívar—, conocer qué y cómo se cocina en la trastienda política de Chile.

Responder a esta pregunta nunca es sencillo, pues supone abrir debate donde otros quieren perpetuar sus dichos y sus actos, despertar conciencias donde suele recurrirse al “pan y circo" para mantenerlas adormecidas, y mostrar aquello que a como dé lugar se intenta “meter bajo la alfombra”. De hecho, Carlos Peña minimizó y ridiculizó el comentario del Obispo de Rancagua señalando que este incurría en una distorsión de la ética conocida como “buenismo” y, por si eso fuese poco, además no ofrecía ningún discernimiento serio. ¿Por qué entonces un medio como El Mercurio se apura en publicar esta defensa del establishment económico y empresarial, mientras ignora la declaración de Goic? Si somos bien pensados, podemos suponer oportunidad y pertinencia temática, interés ciudadano o, también, línea editorial. Pero hay ocasiones en que para ver mejor es necesario hacernos preguntas que trasciendan la obvia realidad. Y esta es una de esas ocasiones. El tema del sueldo ético exige que miremos más allá de las consabidas respuestas venidas del “facilismo intelectual” y del conformismo del espíritu.

CONCENTRACIÓN DE RIQUEZA Y PODER

Se nos dice que en lo inmediato no es posible reducir más la distancia que separa la justicia social de nuestros trabajadores, y ello porque estamos ante un crecimiento estancado; se nos explica que acceder a mejores demandas salariales significaría exponernos a más desempleo, y nadie quiere eso; que se provocaría un perjuicio a la pequeña y esforzada clase empresarial, las pymes; que se generaría un colapso económico, un desbarajuste presupuestario. Todas ellas explicaciones propias de la política del terror, un cuento ya conocido. Pero poco se dice de las verdaderas razones que impiden este avance en equidad, inclusión e igualdad de oportunidades. El Ministro Burgos en su momento habló de realismo: “Tenemos que ser realistas”, declaró públicamente ante el país cuando algunos periodistas le consultaron por los dichos de Goic, por los cuatrocientos mil pesos propuestos como sueldo mínimo. Pero ¿cuál es ese realismo al que se refiere el Ministro?

Conocemos un realismo oficial, que nos llega, prescrito, a través de los medios y canales tradicionales de la información y comunicación. Pero también existe otro realismo, que es la mirada crítica y activa que nos ofrecen algunos investigadores y pensadores atrevidos, dedicados a su trabajo y con alto sentido de civilidad, incluso más libres y laicos que el mismo Carlos Peña. Son personas que no se limitan a escribir columnas “domingueras”, ni tan solo a citar a maestros del pensamiento universal, sino ante todo a indagar en profundidad, aunque esa profundidad nos muestre realidades vergonzosas. De esa manera sirven al país, al bien común, a la verdad. Me refiero a periodistas como María Olivia Mönckeberg o Daniel Matamala, pero también a cientistas políticos como Claudio Fuentes o Carlos Huneeus, a los profesores Eugenio Figueroa, Pablo Gutiérrez y Ramón López. Pero sin tampoco desconocer al ciudadano común y corriente, que sin ser mayormente expertos ni letrados, saben que aquí, ante sus propias narices, se construye y opera una maquinaria de riqueza y poder a la que, obviamente, solo unos cuantos privilegiados tienen acceso. Todas aquellas personas, y cada uno a su manera, nos muestran la trastienda, esa otra realidad del Chile que ahora va saliendo a la luz pública, capítulo tras capítulo. ¿Cuál es la otra realidad, y cómo se teje ese reverso de nuestra historia?

A través de varias y contundentes investigaciones y publicaciones [cito únicamente y a modo de ejemplo el último libro de Matamala: “Poderoso caballero”, Catalonia 2015, se nos está mostrando la trastienda de Chile, la manera en que se cocinan las cosas en nuestro país. ¿Y qué recetas estamos conociendo? La verdad es que los platos son bastante variados, pero hay ingredientes y prácticas en común. Desde hace ya décadas, por no decir desde siempre, existe una concentración de las riquezas que excede con creces a varias naciones de Europa Occidental o Estados Unidos, y con campos de concentración que nos permite hablar de verdaderos y peligrosos monopolios y oligopolios. Solo un par de datos (tomados de Matamala, 2015): la participación del 1% más rico del país es de 30,5% del ingreso total; tres cadenas de farmacias (Cruz Verde, Fasa y Salcobrand) concentran el 95% de las ventas, mientras tres proveedores de telefonía (Movistar, Entel y Claro) se reparten el 97% del mercado. Pero eso no es todo.

La concentración del poder económico se continúa en grandes pero acotados grupos que se reparten prácticamente todos los mercados. Ya los conocemos: Luksic, Matte y Angelini, por mencionar a los más renombrados. En total suman unos 20 grupos mayoritarios. Durante el 2013 sus ingresos alcanzaron la no despreciable cifra de 145 mil millones de dólares, ni más ni menos que el 52,61% del Producto Geográfico Bruto total de Chile. (cf. Fernando Leiva: “Chile’s Grupo Luksic…”; en: http://ucsc.academia.edu/FernandoLeiva) ¿Será a esta realidad a la que se refería el Ministro Burgos contestando a los dichos de Goic? Y la cosa sigue. Ahora sabemos que la capacidad que tienen estos grupos para influir en la política y en los políticos es enorme. Para ello se valen de diversas prácticas y mecanismos, como por ejemplo el intercambio de personas desde los directorios de empresas hacia cargos gubernamentales, y desde allí vuelta nuevamente a los directorios. Para muestra un botón: el miércoles 06 de abril El Mostrador publica el caso de Vivianne Blanlot, que de presidir el Consejo para la transparencia pasó ahora a integrar el directorio de la Papelera. Otra práctica habitual es el conocido juego del lobby, pero una no menos despreciable y efectiva es el manejo de la información y opinión pública a través de la prensa y también mediante la creación de centros e institutos de investigación, como CEP, Instituto Libertad, Libertad y Desarrollo o Chile 21.

EL NUEVO ROSTRO DEL NEPOTISMO Y LA MAFIA

No podemos decir que en nuestro país exista nepotismo y mafia en el pleno sentido de la palabra, pero sí una bien armada y consolidada red de influencias y ayudas mutuas. Esta red se compone de una pequeña élite que se esfuerza por concentrar el poder en sus manos, y no podemos dudar de su éxito en este propósito. Los vínculos que cohesionan y dan consistencia a la red son, generalmente, lazos familiares, amistad, ideologías compartidas, intereses comunes, credos y religiones. Todos ellos se dan cita en los más diversos escenarios para compartir y disputarse los nuevos campos del “fundo chileno”: instituciones financieras, empresas y servicios. Ahora estamos conociendo todo esto gracias a las mencionadas investigaciones y a esas personas que se han venido atreviendo a mostrar lo que se cocina y cómo se cocina en la trastienda del país. ¿Los acusaremos también de “buenismo ético” por sus aportes y reflexiones, o de falta de realismo por las denuncias y llamados que nos hacen a través de sus publicaciones?

Ahora entendemos mejor que cuando Goic vuelve a insistir con el tema del sueldo ético y se le trata prácticamente de iluso e ingenuo, no es porque realmente lo sea, sino porque cada vez que alguien muestra las falencias de nuestro desarrollo, o hace notar la grave desigualdad que seguimos manteniendo y consintiendo en el país, inmediatamente se pone en marcha un aparato técnico e ideológico para silenciar dichas voces, mediante prácticas que parecen superar toda imaginación.

Sabemos que la concentración de poder comienza por la economía, pero desde allí se extiende a otros planos y sectores de nuestra sociedad, buscando influir en autoridades civiles, militares y religiosas, pero también en el ciudadano común. Claro que a veces alguien se escapa del influjo que ejerce este “poderoso caballero” don dinero, para ayudarnos a mirar realidades que, comúnmente, se nos ocultan y disfrazan. Gracias a ciudadanos como nuestro obispo Goic, y a otros que investigan y publican, es posible concluir que si hoy el sueldo base en Chile está lejos de satisfacer las necesidades básicas de la mayoría de las familias, no es porque nuestras riquezas no den el ancho, sino porque unos pocos han decidido, legal o ilegalmente, concentrarlas mayoritariamente en sus manos. Y si denunciar esto es un “buenismo ético”, lo prefiero antes que el silencio cómplice y las nuevas formas de nepotismo, esclavitud y mafia que condimentan los platos en la cocina de la trastienda política de Chile.

P. Humberto Palma Orellana

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