Según De Sousa Santos «Vivimos en un tiempo intelectual realmente complejo […] caracterizado de la siguiente y de algún modo paradójica manera: la cultura, específicamente la cultura política occidental es hoy en día tan indispensable como inadecuada para comprender y transformar el mundo» (2007:43).
En los actuales tiempos de desazón e incertidumbre presenciamos que esta paradoja cultural ha sido por la entrada de la corrupción a la voluntad de confianza, la que ha penetrado profundamente tanto en el sujeto como en las instituciones socioculturales contemporáneas a través de una metafísica de la decadencia cultural como de una antropología violentista del otro, evidenciando un desajuste al interior de la dinámica de las esferas culturales para la construcción de sentido individual y colectivo, pues se han naturalizado la contradicción, la transacción y la virtualización como principios epistemológicos para hacer comprensible la realidad: es el paso de lo colectivo hacia lo conectivo como espacio de realidad mixta donde se llevan a cabo las actuales revoluciones. La corrupción a la voluntad de confianza tiene una serie de consecuencias teórico-prácticas: rompe la confianza como pilar antropológico para las relaciones sociales, quiebra la promesa como fundamento teológico para la praxis religiosa, disuelve la certeza filosófica de la objetividad, distorsiona la expectativa histórica de progreso humano; reemplaza el ethos de convivencia por el pathos de la sospecha, sustituye el reconocimiento del otro por una individualidad radicalizada, fractura el devenir de la subjetividad en su constitución dialógica, deteriora la representatividad ciudadana y abre la abismante brecha para una humanización libre, digna e igual.
Ahora bien, entendemos por confianza como un a priori relacional caracterizado por una apuesta bidireccional basada en la creencia de que el otro hizo, hace y hará el bien como también espera lo mismo de uno: es una relación de voluntades interdependientes entorno al cumplimiento de las expectativas de bien, es decir, es posible aceptar la contingencia y vulnerabilidad de los otros, pero no la mala voluntad o intencionalidad hacia uno. Por ello, esta apuesta hace que experimentemos el mundo de los otros y con los otros, salvándonos del individualismo e indiferencia; la necesitamos para expandirnos de forma humana, sociocultural y solidariamente, la rechazamos cuando es excesiva y no garantiza la robustez de la relación. Siguiendo lo anterior, hay tres aspectos transversales en la confianza hilvanados por la ética: la honestidad —creencia en que el otro cumplirá—, la benevolencia —convicción en que el otro busca beneficios mutuos— y la competencia —nivel de capacitación para asumir las acciones— las que se juegan en la anticipación de lo que viene para enfrentar el presente. En este sentido, siendo la confianza una experiencia que se define y ejerce en una inmaterial como espaciotemporal “realidad entre” las relaciones intersubjetivas y socioculturales que evidencian la recíproca relacionalidad dialógica, su lugar, situación y condición son hermenéuticos y tanto su especificidad como densidad teórica se despliegan, a su vez, en tres acepciones principales: primero, como aquello que se interpreta, no siendo comprensible y que pretende hacerse pasar por un significado que releva un sentido; segundo, como lo que se refiere a lo que es posible que sea interpretable o comprensible, pero no se ha experimentado todavía; tercero, como aquello que supone la idea, juicio o teoría que se presume comprendida, aunque no se haya interpretado o experimentado a partir de la cual acontece el diálogo relacional.
Toda interpretación se funda en una confianza en el lenguaje donde la comprensión se vivifica por el diálogo que, libre y hospitalariamente articula un mundo común donde se juega la humanidad de reconocimiento-cuidado, de identidad-diferencia, de alteridad-extrañeza, de tolerancia-respeto. El diálogo nos inserta consciente y comunitariamente en la comprensión del sentido de la experiencia humana de mundo donde la interacción democrática con el otro indica la capacidad de comprender, usar y aplicar el lenguaje para la plenitud humana desde la nostreidad. Aquí la experiencia de la confianza alcanza su autenticidad como experiencia humana de reconocimiento inserta en la tradición histórica entendida no como una sucesión objetiva de hechos regidos por lógicas instrumentales de conveniencia, sino como una implicación intersubjetiva de interpretaciones bajo lógicas substanciales de convivencia.
La confianza es una experiencia que por su naturaleza hermenéutica se resiste a nuestras conceptualizaciones y huye de nuestras interpretaciones. Esto se debe a la entrada de la sospecha en la historia y la existencia, es decir, la sospecha introduce una discontinuidad entre las manifestaciones de la realidad —en el plano empírico y fenomenológico— y la percepción del sujeto a través de la percepción formal —en el plano teórico— como en la aprehensión y hospitalidad —en el plano antropológico y teológico—. En este sentido, la autenticidad de la experiencia de confianza solo se establece sobre la formulación de categorías universales en la aproximación y conocimiento del mundo, pero, sin embargo, tanto esa aproximación como ese conocimiento son las mismas causas de sospecha de nuestra experiencia de confianza: el ciclo de la experiencia de confianza incluye la sospecha como condición implicativa para su realización, pues la confianza se esconde en el espacio que queda cuando la experiencia deja paso a la expectativa y esta deja lugar a la sospecha y esta, a su vez, espera que surja nuevamente la confianza su momento para volver aparecer.
Dicho lo anterior, aceptemos que lo problemático de la confianza es que esta espera que el ser humano apele a la misma razón que ella misma considera como fundamento y que repetidamente traiciona, es decir, la confianza no puede descansar ni en sí misma, tal como el ser humano, pues la confianza es la aparición efímera de la verdad sobre un fondo difuso de vivencias que le posibiliten, le rompen y le reconstruyen. Entendemos este quiebre como la emancipación de la confianza de la experiencia dialógica, lo que genera una nueva designación tanto simbólica como fenomenológica en la individuación corpórea y virtual de las relaciones mercantiles de transacción e interés, individualizadas e indivisibles por definición y necesidad. Solo la corrupción a la voluntad es capaz de producir este profundo quiebre y bloquear el dinamismo relacional, pues se expresa, experimenta, se controla, se ejecuta de múltiples maneras y de forma transversal, solapada y tangencialmente, como una suave brisa que anticipa la violenta tempestad de la decepción humana.
Finalmente, ¿cuál es la racionalidad subyacente a las discusiones entorno a una nueva Constitución? ¿Cuáles son las concepciones antropológicas y éticas que sostienen las narrativas políticas sobre la libertad, el derecho, el deber y el bienestar común? ¿Cuáles son los mapas interpretativos de comprensión de la realidad que orientan nuestro camino cognitivo hacia una nueva ciudadanía? ¿Podrá ser escuchada la anhelada voz del pueblo representada en los constituyentes que permita la factibilidad política y técnica de una nueva planificación política? ¿Cuál es y será el rol de la filosofía dentro de este proceso de equilibrio de poder en la relación entre potentia y potestas, es decir, entre pueblo organizado y Estado? Fundar en la confianza como reconocimiento y encuentro este proceso democrático que antes se sostuvo en una cupularización política que no reconoció e integró la diversidad cultural por su lejanía de las expresiones de la voluntad popular. Para este desafío es necesaria una filosofía política comprometida con el cambio social equitativo que oriente nuestras experiencias hacia una solidaria humanización relacional de confianza y libertad que neutralice el sabotaje ontológico a la significancia humana, pues seduce la idea de que la discusión pareciera centrarse en la compleja cuestión del poder, específicamente en la imposición de uno sobre otro restringiendo la libertad y doblegando la voluntad. Sin embargo, creemos que el mejor antídoto para esto es el encuentro diálogo amical y fraterno que restituye a la confianza desde el reconocimiento de la protagónica participación de todas las voces políticas, ya que solo con la experiencia lingüística del diálogo nos acercamos a la comprensión del sentido de la unidad e igualdad humana, pues entender el presente es crear futuro.
De Sousa Santos, B. (2007). Conocer desde el Sur. Para una cultura política emancipatoria: CLACSO, CIDES-UMSA, Plural editores.
Fernando J. Vergara Henríquez
Instituto de Filosofía-Universidad Católica Silva Henríquez