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Entre la comodidad del profesorado y el daño de los migrantes. Una poética al himno de Eusebio Lillo. Por Juan Alejandro Henríquez Peñailillo

En el natalicio del poeta chileno Eusebio Lillo (14 de agosto), quien es recordado especialmente por el himno nacional de Chile, podemos reflexionar en torno a lo que pudo ser, lo que es y lo que puede ser. Pero antes, un fragmento de su poema “La Escuela (1)”:

Pueblo que en su camino
da culto a su ignorancia,
tan solo es su destino
sufrir y obedecer.
Donde el saber impera
el pueblo es grande y fuerte
y rápido prospera.
Y libre sabe ser.

Breve texto que nos invita, nuevamente, a reflexionar sobre el rol de la educación en la transformación social y en el ejercicio de la libertad. La escuela (presencial o virtual) debe ser un espacio intersubjetivo y colectivo, que propicie el pensamiento crítico, con sentido y de múltiples significados. Donde la diversidad dignifique a estudiantes y docentes, donde renazca la sociedad, no donde se reproduzcan sus desigualdades e injusticas. Debe ser dinámica, autónoma y no impuesta por un modelo económico y funcional al mercado, donde se enseñe y aprenda para la vida, no para las competencias de un sistema laboral que discrimina, todavía, por apellidos y bolsillos.

Por eso, cuando la autoridad pasa de las vacaciones en abril, la priorización curricular para la estandarización del saber, las pruebas selectivas, la negación de un receso pedagógico y el férreo deseo de volver cuanto antes a la “normalidad” y pasa a una frase como de aquéllas (de las flores, de los treinta pesos o del club vecinal en los consultorios) diciendo que los y las profesoras de Chile estamos tan cómodos, que no queremos volver a clases, entonces demuestra que no quiere al pueblo grande, fuerte y libre, sino sometido al juicio de la división que distrae intereses superiores y misteriosos, aunque no tanto.

Junto con negar la opción a réplica, porque no dialoga, sino que desacredita, también devela una profunda desconexión con la realidad que tiene a docentes haciendo clases por radio, viviendo la brecha digital aún existente, enseñando con una mano y cocinando con la otra (como muchos otros y otras trabajadoras), teniendo clases fuera de su horario, porque antes los niños y niñas no tienen acceso al único computador que los padres y madres deben llevar a su trabajo.

Ya lo decía Lillo en el himno o canción nacional original en su primera estrofa “El que ayer doblegábase esclavo / libre al fin y triunfante se ve”. El profesorado necesita la libertad para ser facilitador del autoaprendizaje y no la esclavitud de un modelo económico que modela también los saberes.

Pero, ya abemos que no sólo se habló de educación en estos días, sino que también del daño que habrían causado nuestros hermanos y hermanas migrantes desde Haití. Nueva muestra de aquel racismo cultural que se ha fortalecido (porque no es nuevo tampoco) en las últimas semanas. No es nuevo, como escribiese Eusebio Lillo en la cuarta estrofa del original himno hace ya 100 años:

Si pretende el cañón extranjero
nuestros pueblos, osado, invadir;
desnudemos al punto el acero
y sepamos vencer o morir.
Con su sangre el altivo araucano
nos legó, por herencia, el valor;
y no tiembla la espada en la mano
defendiendo, de Chile, el honor.

Hoy, en cambio, el propio Estado ha invadido a dichos pueblos y ha negado no sólo el valor, sino su rica herencia cultural desde el lenguaje, costumbres y saberes. También niega el valor de la diversidad propia de los procesos migratorios, la que dinamiza las bases de asentadas costumbres que nos estancan, también en la educación.

Como el himno vigente entonado hace 10 años (cumplidos el 05 de agosto) por y con los treinta y tres mineros, a quienes el olvido ha sido más largo que la sonda que los encontró e hiciera célebre un papel y su mensaje de vida y bienestar.

Cuál será el himno que cantaremos en un futuro, cuál será la opresión liberada sin requerir asilo, qué dulzura ofreceremos a nuestras próximas generaciones. Si no fortalecemos, entre todos y todas (con el profesorado y no contra aquél) nuestro sistema educativo, qué promesa de un futuro esplendor ofreceremos y en qué mar tranquilo nos bañaremos.

Juan Alejandro Henríquez Peñailillo
Profesor de Filosofía
Autor fundador de www.filopoiesis.cl

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