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Eros y Poder. Por José Leandro Urbina

Siempre ha sido un misterio, el por qué tantos hombres que llegan a ser poderosos, sobre todo en política, terminan involucrados en deleznables aventuras “eróticas”. A veces pareciera que para algunos, el propósito supremo de ganar poder fuera expandir la esfera de sus conquistas sexuales.

Kissinger acuño la conocida y manida frase: “el mayor afrodisiaco es el poder”. Lo que no siempre es así. Muchas veces, la consecución del objetivo sexual del poderoso se hace a través de la violencia y contra de los deseos del otro.

Sin duda, esa parte ha sido detectada desde la antigüedad por la literatura, el teatro, la escultura, la pintura y contemporáneamente el cine y la televisión, que son parte indiscutible de la larga historia que viene dando cuenta de ese fenómeno. También, en el campo de las ciencias humanas, la psicología, la antropología, la sociología, la religión, la política, etc. ofrecen algunas hipótesis sobre la violencia y el abuso sexual. Aunque sólo baste un seguimiento histórico general para tener una muestra clara de la evolución de la agresión sexual en contra de las mujeres.

En el Antiguo Testamento, Samuel (II, 13) cuenta la historia de la hermosa Tamar, hija de David, violada y humillada por Amnón, su “enamorado” hermanastro, que una vez consumado el crimen la hace expulsar de su casa. Siendo Amnón el hijo mayor de David y su posible heredero, éste no recibe castigo; pero será finalmente asesinado por Absalón, hermano de Tamar.

Otro caso es el que se representa en el Ión del dramaturgo griego Eurípides. Aquí se va a lidiar con otro acto doloroso de la dominación masculina encarnada en el dios Apolo: la violación que preña. La víctima en este caso es Creusa, joven princesa de Atenas que, violada y preñada por el dios abandona a su hijo después de dar a luz. Creusa protesta: ¡Oh pacientes mujeres, oh desvergüenza de los dioses! Pues, ¿a dónde iremos a reclamar justicia si nos vemos perdidas por la injusticia de los que dominan?

Luego, respecto a su particular condición: “Me tomaste de las blancas muñecas de mis manos y me llevaste a una cueva como lecho, mientras yo gritaba: ¡madre!, tú, dios seductor, diste gusto a Cipris (Afrodita) con tu desvergüenza. Y yo -la desdichada-, te parí un niño, que por miedo a mi madre arrojé en tu propia cama, en la que pusiste sobre mí -desventurada- el yugo de una triste unión.”

Euripides escribió esto 420 años ac., pero ya en ese entonces la mitología estaba llena de relatos de héroes, semidioses, y dioses, que raptan, someten y violan a mujeres que serán amantes pasajeras o en algunos casos devendrán esposas, sin que el matrimonio sea obstáculo para la actividad depredadora de los olímpicos.

Roma tendrá sus propias víctimas. La violación de la noble Lucrecia en manos de Sexto Tarquino, hijo de Lucio Tarquinio el último rey de Roma, y su posterior suicidio inspirará a pintores, poetas y dramaturgos como Shakespeare que, en 1594, publica su poema narrativo La violación de Lucrecia.

Sherezade en Las mil y una noche, cuenta la historia de la reina Abriza: El rey Omaru-n-Nomán se enamoró de la joven y pasaba día y noche pensando en ella. Cada noche iba a verla y conversaban; él hacía alusiones al matrimonio, pero ella no le contestaba o le decía: «¡Rey del tiempo! Por ahora no deseo tener marido». Al verse rechazado, su pasión se acrecentaba y el desvarío iba en aumento.

Loco de amor, pide consejo al visir Dandán quien le sugiere visitarla de noche, beber vino y mezclarlo con un narcótico: Dice: “ella no podrá ni llegar a su lecho, pues el narcótico hará su efecto y tú conseguirás tu deseo”. Así sucede, después de beber la pócima, Abriza pierde el sentido y el rey la viola.

El discutido derecho a pernada en la Edad Media, el Renacimiento, el Siglo de las luces todos tendrán su propio memorial de historias de abusos sexuales en el contexto del dominio del poder y la política.

El registro incorpora episodios de violencia, venganza, incesto, pedofilia y también burlas cómicas, tales como en el Decamerón de Bocaccio o Los cuentos de Canterbury de Chaucer. Los personajes serán ahora damas de alto linaje y nobles o burgueses comerciantes adinerados. No falta un buen número de gente de la iglesia, institución poderosa y no exenta de su buena cuota de lujuriosos frailes y monjas deseantes que, según el momento histórico, irán adoptando diferentes formas de conseguir sexo, con algunos cambios en la correlación de fuerzas, y mínimos logros liberadores.

Cervantes escribe “La fuerza de la sangre”, parte VI de las Novelas ejemplares (1613), en la que narra la violación de Leocadia por Rodolfo, un joven mimado, hijo de familia rica, que acostumbraba a tomar todo lo que deseaba. Con ayuda de sus amigotes, rapta a la muchacha y la lleva hasta su casa donde la viola. Leocadia queda embarazada y dará a luz un hijo de la violación. Cervantes soluciona el entuerto con el matrimonio final entre Rodolfo y Leocadia. Todos felices y el crimen originario queda sin castigo.

Seis años después (1619), Lope de Vega publicaría Fuente Ovejuna. En esta, su obra más famosa, tenemos a otro gran señor abusador, el comendador Fernán Gómez, que se caracteriza por sus atropellos de las mujeres de la villa de Fuenteovejuna. Obsesionado con poseer a Laurencia, la hija de Esteban el alcalde, la rapta el día que ella va a desposar a su prometido Frondoso. Después de la violación ella arenga al pueblo al que culpa por su cobardía en la defensa de sus mujeres. Se produce una rebelión y el comendador termina muerto. Venganza colectiva que rompe con el estatus de intocable de una autoridad real.

Y no podemos olvidar como figura universal a Don Juan Tenorio, asesino y seductor profesional que nace en España y cruza fronteras. Moliere lo adopta en el teatro y Mozart en la ópera.

Los aportes de Marqués de Sade y otros a la literatura “erótica” del siglo XVIII y XIX escenificada en las cortes de las monarquías absolutas, en los conventos, en círculos de la burguesía enriquecida y en las campañas de los ejércitos imperiales en territorios sometidos, constituyen una verdadera cultura de la violación y el abuso sexual.

Los europeos que invadieron América a fines del siglo XV ya eran portadores de dicha cultura. En algunas zonas del continente existían sociedades patriarcales pero, como dice Rita Segato, estos eran patriarcados de baja intensidad; el patriarcado duro lo impusieron los europeos y reorganizaron las sociedades indígenas en torno a dichos principios. Esto afectó especialmente a las mujeres que se convirtieron en meros cuerpos capturables y desechables. Conquistadores y frailes tomaban como concubinas las mujeres que querían y éstas tenían que prestar servicios sexuales y domésticos a los nuevos amos. Además de la carta de Michel de Cuneo, en que narra su violación de una mujer indígena que le regaló su amigo el almirante Cristóbal Colón, tenemos el otro gran registro de Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno, en la que denuncia todo tipo de abusos cometidos contra la población indígena del Perú.

Muchas de esas prácticas se mantuvieron en la época colonial, incluso cuando se dictaron algunas leyes de protección de los nativos. Durante la República los hacendados tomaban a las hijas de los campesinos como lo atestiguan dos poetas chilenos de entresiglos (1865-1936) “La mimosita” de Julio Vicuña Cifuentes, y “Teodorinda” de Carlos Pezoa Véliz (Esa muchacha llena de risa / es un bocado que el tiempo guisa / para las hambres de su señor).

Es notable como las representaciones más fuertes de la violación involucran a figuras de poder, grupos adinerados, autoridades políticas o espirituales que abusan de los más débiles, mujeres o gente de estratos más bajos.

Los escándalos sexuales que comprometen a presidentes estadounidenses, ministros y representantes abundan en el mundo anglosajón y Europa de la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI.

En Chile tenemos en nuestros días, el caso Monsalve, en que el exsubsecretario del interior del actual gobierno es acusado de violar a una subordinada intoxicada, el empresario agrícola Eduardo Macaya encarcelado por abuso sexual de menores, ídolos deportivos, enamoradizos alcaldes que son denunciados por mujeres trabajadoras sometidas a diarios hostigamientos, forman parte del bestiario nacional.

También es preciso señalar que hoy como ayer, aunque existan leyes para castigar a los violadores y abusadores, muchas veces estas se quedan en el papel. Su aplicación depende del nivel social de los actores y de las redes sociales que manejan los infractores. Aun así, debemos reconocer que se están produciendo cambios debido mayormente a las presiones públicas y mediáticas.

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