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¿Escenario migratorio próximo?: la migradistopía y los ejercicios de futurología del gobierno de Chile. Por Cristián Orrego y Constanza Ambiado

En tiempo de crisis como éste, la incerteza reina. Pocas cosas se pueden predecir de cara al futuro, sobre todo en un escenario de limitado acceso a la información ante el duopolio mediático que se alía con el gobierno y la elite política para mantener el orden y estatus quo. Un buen ejemplo de esto es el despliegue mediático que ha tenido la venta del eslogan de la “responsabilidad individual” o el “quédate en casa” para justificar el aumento de casos de Covid-19, cuando ni siquiera los gobiernos locales han podido acceder a la información necesaria para poder apoyar logísticamente la “lucha” contra el virus.

Pese a esta incertidumbre generalizada, y a las evidencias que muestran los flujos de retorno en medio de la crisis, la clase política chilena, y en particular el ejecutivo y la coalición oficialista, se han tomado algunas atribuciones para pronosticar y, de algún modo, asegurar los escenarios migratorios que enfrentará Chile en la post crisis, que por cierto es una temporalidad tan incierta como la misma pandemia.

La moda por los pronósticos migratorios se dio inicio el día 23 de abril, en el diario La Tercera, cuando el presidente de Renovación Nacional Sr. Mario Desbordes pide a La Moneda acelerar la tramitación de la Ley de migraciones, advirtiendo una posible “presión migratoria inédita” hacia Chile tras la crisis por el coronavirus. Asimismo, postula que “Chile va a tener, quizás dentro de lo mal que está la región, uno de los mejores escenarios económicos o los menos malos de América Latina (...) y eso podría significar que tengamos una presión migratoria inédita muy superior a la que ya habíamos tenido”. Agrega además que “no podemos darnos el lujo nosotros, en plena crisis económica, de tener 500 mil quizás hasta 1 millón de personas llegando a Chile buscando mejores posibilidades cuando nosotros también lo estemos pasando mal”.

Días después, el sábado 2 de mayo, en la portada del diario El Mercurio, se anuncia que Chile será uno de los países con mayor presión migratoria post pandemia a partir de las estimaciones del FMI. Junto a esto, en el mismo diario, en la edición del 22 de mayo, el Ministerio del Interior plantea que, de no haberse aplicado las políticas restrictivas a nacionales de Haití y Venezuela, “existirían 736 mil migrantes extras” (334 mil haitianos y 402 mil venezolanos).

¿Qué es todo esto sino futurología? En realidad, no es más que una migradistopía basada en una utopía económica. Lo que hay detrás de estos intentos de ficción investida de una supuesta ciencia estadística, no son más que elementos de racismo contemporáneo que buscan eventuales factores de amenaza a un supuestamente auspicioso escenario económico post pandemia.

Al parecer el gobierno se adelanta y se posiciona de manera prematura como el país más seguro económicamente para la región una vez pase el virus. Pero, ¿qué pasará si esto no es así?. Pues entones ya se tiene a quien culpar: al migrante, al enemigo histórico del estado nación chileno que una y otra vez se nos presenta en los medios de comunicación como “ilegal”, “delincuente”, infractor”, “irresponsable”, y sobre todo, como “fuente de contagio”. Y además de aquello, son tildados de manera negativa por una percepción que los hace aparecer como “muchos”, como “avalancha”, o como masa sin forma a partir del nombre de “migración desregulada”. O como lo han llamado algunos, como una “pandemia” en sí.

Hay quienes señalan que la discriminación hacia el migrante es un acto irracional. Sin embargo, el racismo está lejos de no tener razón, más aun, es necesario para el orden capitalista y su jerarquía racial. De esta forma, uno se podría preguntar ¿de qué sirve la construcción negativa del sujeto migrante? Bueno, no hay una respuesta, sino varias. No obstante, quisiéramos destacar una de ellas. Las preconizaciones sobre el infierno migratorio sirven para justificar políticas restrictivas de control migratorio en el presente. Un presente permeado por el temor a la pandemia y la ineficacia del gobierno, marcado por intentos erráticos de dar una solución para evitar que se “enferme” la economía. Con autoridades que han “tomado conciencia” sobre los niveles de hacinamiento en ciertos sectores aduciendo no un desconocimiento, sino más bien una falta de voluntad por hacer algo al respecto.

El asunto es que esta migradistopía -más real en el presente que ficticia en el futuro-, no es utilizada por parte del gobierno para plantear la emergencia de políticas sociales, sino más bien para exculparse por sus fracasadas políticas sanitarias bajo la lógica del enemigo y el lenguaje de guerra. Este tipo de léxico, así como la integración de la ficción a las políticas públicas, sustentan el temor ante escenarios imprevisibles y terminan por instalar en el imaginario colectivo la idea de un sujeto migrante con el cual competir y sobre el cual actuar.

La migradistopía que plantea el gobierno refiere a la idea del elegir entre hacer vivir o dejar morir, muy evidente en pandemia, y supuestamente más evidente si a esto se suma una competencia por los recursos no sólo médicos, sino que de supervivencia. Todo esto, podría derivar a la exacerbación de un boyante nacionalismo reflejado en la idea de “los chilenos primero”, no sólo atribuido a un discurso oficialista sobre soberanía y autodeterminación, sino que también a su proyección al ámbito social y el miedo a que la idea de desprotección selectiva permanezca en el tiempo. Este discurso que lleva a poner a los chilenos primero además tiene permanencia y repetición, y exacerba un nacionalismo que durante la crisis sanitaria demuestra el contenido racista del mismo. El discurso de guerra y securitización fortalece y se abre a prácticas racistas.

Se culpa a las personas migrantes por estar viviendo en las condiciones infrahumanas que el mismo sistema las ha relegado a vivir. Son víctimas y a la vez victimarias, no sólo del hacinamiento y de otras imputaciones del ámbito social, sino que también de la propagación del virus.

Ante los intentos de instalar migradistopías, existen tres posibilidades: i) basarse en la selección antojadiza de estimaciones y proyecciones económicas igual de antojadizas, como lo hace el gobierno; ii) basarse en un modelo predictivo que considere factores estructurales y coyunturales relativos a patrones de movilidad humana, restricciones en países de tránsito, crisis en países de origen, además de otros factores o; iii) basarse en los registros administrativos que puedan evidenciar el comportamiento de la migración hacia Chile en tiempos de crisis.

El primero de los escenarios permitiría plantear que, según el FMI, Chile y Perú serían los países que mejor saldrían de esta crisis, a pesar de una contracción proyectada de 4,5%. Por esto, es de pensar que las personas, bajo el paradigma de la racionalidad económica, llegarán a Chile. En el segundo de los escenarios convendría considerar otras proyecciones como la de la CEPAL que, si bien es cierto, además de plantear una contracción del crecimiento del 4% para Chile, también advierte sobre el impacto en la desigualdad, en el aumento en los niveles de pobreza y, sobre todo, en el hecho de que Chile será uno de los países más afectados de la región dado que sus principales exportaciones (más del 30%) se verán afectadas por la caída de la actividad en China.

Finalmente, el tercer escenario lo representa una proyección de la migración con base en los registros de movilidad fronteriza en Chile. En particular, según datos de la Policía de Investigaciones (PDI) solicitados vía transparencia, se observa, además de una disminución de la migración haitiana y venezolana luego de las respectivas visas consulares, una contracción de la “efectividad migratoria” (medida que permite conocer la magnitud de quienes, una vez llegados, permanecen en el país) durante los meses de noviembre y diciembre de 2019. Esto quiere decir que, en el caso específico de Chile, el llamado “estallido social”, generó como efecto procesos de retorno que no se habían observado en la última década en el país. Ante esto, es preciso plantear que, por un lado, las políticas migratorias restrictivas de este gobierno han generado procesos de retorno forzado (como el haitiano y el venezolano); y por otro lado, eventos de crisis institucional, política o social, generan procesos de retorno voluntario ante las dificultades adicionales que supone una crisis en un país que se caracteriza por una política migratoria selectiva y restrictiva, y por políticas sociales que no consideran los factores que causan y generan la vulberabilidad de las personas migrantes. Por lo tanto, plantaer un “ola migatoria” en un escenario post crisis resulta al menos sesgado. El escenario migradistópico planteado por el gobierno no es más que una continuidad de la política migratoria planteada desde un principio, como un intento de ordenar la casa y definir migrantes buenos y migrantes malos. Todo esto, en un momento en el cual la biopolítica y el biopoder, adquieren mayor protagonismo, ya que se ha instalado la idea de que la salvación ante la pandemia debe provenir de un dispositivo como la gubernamentalidad y su capacidad para gestionar la población y evitar un colapso. Definir escenarios sobre la migración internacional en el mundo, en la región y en Chile resulta extremadamente complejo e insuficiente, con una baja fiabilidad, considerando sobre todo que sucesos como el que estamos viviendo reconfigura completamente los flujos migratorios, ya sea por las políticas de cierre de frontera y restricción a la movilidad por la pandemia, como por diversas decisiones individuales que se toman de manera constreñida, a partir de las condiciones de vida en los países de tránsito y destino. Plantear un escenario migratorio en un momento de alta incertidumbre sobre el derrotero del modelo en el cual se inserta la actual migración, no sólo representa un ejercicio ingenuo por parte de quienes lo hacen, sino que también, en el marco de una discusión de una Ley Migratoria, representa un intento por sesgar la discusión y marcar los límites de lo que se espera de una ley ante un eventual escenario de explosión migratoria y de una alta presión a los servicios sociales por parte de personas no chilenas post pandemia. No por nada, se puede observar que, en las diferentes alocuciones por parte de la autoridad en el marco de las políticas sanitarias, se hable de chilenas y chilenos, además de todas las alusiones anti migratorias que sitúan a las personas migrantes del lado de los enemigos de esta batalla declarada por el gobierno de Chile.

La futurología que hace el gobierno no es más que un intento desesperado por plantear escenarios distópicos en el plano migratorio, que se construyen a partir de una utopía económica consistente basada en la capacidad de resiliencia de la economía chilena en la región; lo cual representa una buena noticia para los nacionales, que sin embargo se vería empañada por la irrupción de la competencia por los servicios por parte de las personas extranjeras que llegarían buscando los beneficios de un modelo que fue capaz de renacer de las cenizas.

Cristián Orrego y Constanza Ambiado

*El presente texto hace parte de la iniciativa comunicacional del proyecto ANID PIA SOC180008 “Migraciones contemporáneas en Chile: desafíos para la democracia, la ciudadanía global y el acceso a los derechos para la no discriminación”.

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