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Espacio público, información y poder. Por Cristián Valdés Norambuena

En occidente ya es de larga data la diferencia entre lo público y lo privado, que al decir del filósofo belga Marc Maesschalck, corresponde a una suerte de “topología social”, en el sentido de diferenciar planos de discurso y acción, en donde se esgrime el legítimo derecho al debate, la divulgación de ideas y el espíritu crítico, al mismo tiempo que el respeto a las instituciones y el rol social que cada individuo ocupa en ella; lo primero corresponde al espacio público y el segundo al espacio privado.

Si bien este acercamiento se da en un contexto muy distinto al sentido con el que hoy día entendemos lo público y lo privado -a diferencia del sentido original que se interesa más por la consolidación de ese espacio público-, no deja de ser fundamental la primera definición en donde se instala y se toma conciencia de la importancia y el rol fundamental que los medios de información toman dentro de una sociedad.

En este contexto es que es de absoluta legitimidad y necesidad defender ese espacio público de lo que se ha denominado con el anglicismo fake news, para denotar la premeditación, la maledicencia o simplemente provocar un efecto determinado en la opinión pública, a partir de la divulgación de noticias falsas, en el sentido de no corresponder a la realidad y los criterios de seriedad y objetividad que están a la base del periodismo.

Sobre esto hay muchos casos que afectan a personalidades importantes del acontecer nacional y mundial, en donde ha sido necesario incluso aclarar y desmentir información, con el objetivo de corregir una serie de consecuencias que muchas veces podrían provocar efectos negativos muy serios, ya sea en declaraciones que nunca se hicieron o cosas que nunca pasaron, pero que como tales revisten una connotación importante. Por lo mismo no es de extrañar que en varios países ya se hayan tomado medidas al respecto.

Sin embargo es necesario diferenciar entre los medios de comunicación tradicionales, como los medios escritos o los noticiarios de la televisión, que están llamados a resguardar dicha seriedad y objetividad, frente a una suerte de anarquía o descentralización total que se halla en las redes sociales, espacio fecundo para las fake news, en razón de la enorme facilidad para divulgarlas, el costo cero y sobre todo la inmediatez y alcance mundial: un simple meme o un photoshop puede transformase inmediatamente en tema de opinión pública y debate.

Empero esto último también se da en razón de causa efecto, en el sentido que ciertas noticias falsas cobran relevancia en correspondencia con cuestiones reales, que dan plausibilidad y consecuente aceptación, como una continuidad o complementación de algo previo. En este sentido, por ejemplo, las innumerables afirmaciones desafortunadas de Trump posibilitan la proliferación de las mismas, o en el contexto político chileno, se hacen automáticamente verosímiles incluso los chistes…

Por lo mismo se remarca el rol de objetividad y rigurosidad de los medios, no sólo respecto a su obligación de informar y propiciar el debate público, sino que también para defenderlo y protegerlo de distorsiones y elementos que, desatados, pueden tener consecuencias muy delicadas: peor aún si ellos mismos crean y difunden ese tipo de noticias, lo cual tampoco es algo raro. En Chile el caso emblemático de El Mercurio y “El Mercurio miente” son famosos, o ahora en Argentina todo el conflicto por las acusaciones a los Kirchner o a Lula en Brasil, todos apoyados por los medios tradicionales a partir de un gran número de noticias falsas o tendenciosas.

Sin embargo más allá de esta legítima defensa, más importante aún es la proliferación de las noticias basura, o trash news -siguiendo el anglicismo-, porque incluso siendo absolutamente objetivas y veraces, son tanto o más dañinas para el espacio público, en la medida que instalan temas y discursos que trivializan la crítica, pero paradójicamente sin dejar de aportar temas al debate, es decir, siempre hay temas, pero no son “los” temas a debatir. En esto además hay que considerar que no sólo tiene que ver con la proliferación de las noticias de farándula, por ejemplo, sino incluso con el mismo modo en que se atiende la política, la economía, la cultura, etcétera, por tanto el centro de vinculación entre el espacio público y la información no pasa simplemente por criterios de seriedad y objetividad, sino por su relevancia y significación social. En este sentido la urgencia por leyes y medidas que restringen y sancionan las fake news, responden más bien a la protección que el poder político se da a sí mismo, y luego poniendo coto a este fenómeno, hace su aporte negativo y externo al espacio público.

Más aún, no es coincidencia que el capital y el poder político consideren a los medios de comunicación como elementos ancla de su conservación, sino que incluso se apoderan de ellos adquiriendo la propiedad de los mismos e instalando líneas editoriales a medida, que si bien se preocupan y protegen de las fake news perjuiciosas para sus sectores, propagan noticias basura que debilitan el espacio público y la crítica inherente al mismo, en favor de su conveniencia y la perpetuación de sus privilegios, es decir, la veracidad y objetividad constituyen un elemento derivado que se hace necesario en directa proporción a la relevancia de un tema, porque no son sino medios ineluctables para su instalación, consistencia y valor.

En esto el caso la información deportiva resulta paradigmática, porque finalmente no son información deportiva, sino información referida al deporte desde una perspectiva de impacto y distracción de las masas, al contrario, información realmente deportiva, como tal entrenamiento específico de un deportista, ciencia aplicada, etcétera, posiblemente no sean tan atractivos como los resultados de un partido o el último escándalo de un futbolista.

¿Qué hacer entonces? Los medios alternativos no son masivos, la crítica se concentra en ciertos medios de comunicación marginalizados, invisibilizados y de élite, y los medios que alguna vez instalaron su aporte al espacio público, se han ido debilitando y abriendo cada vez más a la basura informativa. Ni hablar de medios populares y masivos, quizá por la misma impericia de las élites críticas que escriben para sí mismas.

En este sentido claramente las redes sociales, sobre todo su descentralización y anarquía respecto del poder político y económico tradicional, son hoy día el medio y la posibilidad de pasar del espacio público físico al espacio público virtual, en donde se da una inédita relación transversal y democrática con un dispositivo de gobernanza excéntrico.

Todo esto porque no basta una ciudadanía educada y crítica si no es una ciudadanía informada, de igual forma que no bastan los espacios de expresión y debate sin los temas son irrelevantes, en otras palabras, debe buscarse y ajustarse permanentemente la ecuación que posibilita un espacio público significativo.

Dr. Cristián Valdés Norambuena
Investigador Université Catholique de Louvain
Militante RD

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