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Estética cotidiana. Para una ética de próximos y no distancia. O dudar de volver a clases. Por Nelson Rodríguez Arratia

Hoy, ante la crisis de la pandemia que afecta actualmente a todo el mundo y, en Chile particularmente, sumando la crisis social desde el estallido de octubre 2019, se nos abren profundos desafíos, que nos obligan a reflexionar y tomar decisiones respecto de cómo orientar la vida, la de cada uno y la de nuestra sociedad.

Toda crisis nos estremece en lo profundo. Nos emociona, para bien o para mal, nos deja en una situación de alerta y tal vez, un sabor a desaliento. Algo anida en el pecho, por el que necesitamos portar un deseo, una sensación o anhelo hacia un porvenir. Porque estamos estremecidos buscamos; como diría el poeta Pablo Neruda: En las horas de mi patria nublada; este tiempo, esta copa y esta tierra son tuyos; Conquístalos y verás cómo nace la aurora.

Bien dice el poeta: en tu tiempo y en tu tierra, es decir, veamos y situemos la crisis y además, para sentir, cómo veremos nacer una aurora. Esa aurora, por la que estamos y nos sentimos estremecidos. Son los tiempos de crisis, en los que sentimos cómo nuestros hábitos y costumbres comienzan a modificarse, en una tensión de que tensiona nuestro cotidiano, e que nos va indicando que tanto individualmente, como socialmente debemos ir cambiando.

Algunas de las manifestaciones de esta crisis, ya las conocemos, como por ejemplo: la sociedad líquida (Baumann), la sociedad del cansancio (Byung-Chul Hang), de la ligereza (Lipovetzky), de la corrosión del carácter (Sennett) o la sociedad del riesgo (Ulrich Beck) todas ellas manifestaciones claras del capitalismo neoliberal que regula y modela hoy nuestras vidas. Como lo advirtiera Zizek; vivimos la sociedad de la ilusión o fantasía ideológica, lo que es lo mismo que decir que sentimos que vivimos y actuamos sin saber, sin saber lo que hacemos, ni sentimos.

Hoy ante un escenario entrar a pensar de otra forma la crisis. A menudo escuchamos fórmulas metodológicas cientificistas o con una carga tendenciosa de mantener un esquema que a todas luces ya no resiste seguir del mismo modo. Expresiones como: volver a la escuela o insistir en el curriculum y sus contenidos, como el único modo de exigir vigencia, vigilancia y utilidad de las instituciones. Todo en argumentos tautológicos conducentes a sentimientos distópicos, que dividen nuestra existencia entre una normalidad o algo inexistente. En virtud de esa tensión existencial es que creemos que se debe buscar un modo de entrar a los nuevos cambios, como ese momento de duración e instante, en el que nos proponemos reflexionar metodológica y trascendentalmente a una praxiología de carácter estética y cotidiana.

Si el tema que nos convoca es la filosofía, desde la estética cotidiana (aisthetics everyday), se abre en distintas vertientes una experiencia dialógica o de conversación, para abrir perspectivas respecto de nuestra orientación, formación o educación. Se trata de reflexionar sobre aquello por lo que estamos estremecidos: sensiblemente estremecidos. Pedagógicamente hablando como diría Gadamer, es el diálogo entre un tú y un yo. No es sólo un yo, ni un tú. Se trata de un nosotros y no de un ustedes niños o niñas y nosotros profesores o profesoras.

En la lectura en más de algún filósofo, la referencia de la etimología de la experiencia ética. Que sea dicho de paso, también es una experiencia estética y cotidiana. Se recuerda que un grupo de viajeros fue en busca de un sabio, (Heráclito) para conversar sobre cuestiones de ética: habitar; habitar-nos. La sorpresa fue, que al llegar a la dirección del maestro, se encuentran con un hombre sentado al lado de un horno cociendo pan. Cuando Heráclito sintió la desazón de los viajeros, les dice: pero siéntense y conversemos, aquí también están los dioses. La ética requiere de una estética cotidiana, pues requiere de la experiencia del sentir, de emocionar, para abrir todo espectro del conocer y saber sobre el propio vivir o habitar.

Completemos la idea anterior con el siguiente ejemplo o pregunta refiriéndonos a nuestros espacios educativos; la educación, sus formadores y estudiantes deben disponerse a abrir los diálogos que sean pertinentes, situados y sentidos, para comprender y transformar nuestra sociedad. El dialogo nos encuentra y nos desencuentra, nos desafía y nos molesta. Sin embargo, el diálogo sentido ayuda a mantener una escuela en tensión permanente sobre la formación del sentimiento y desarrollo solidario y de igualdad. No de igualitarismos, sino igualdad; eso es sentirnos dependientes unos de otros. Más próximos, cercanos, en la solidez gregaria que despiertan los desafíos, luchas o propósitos. Pero, no pensar en ello y dejar que “esas pocas diferencias o desigualdades” en la escuela, recordando a Francois Dubet, como son la jerarquización, calificación o estratificación, dejan al descrédito a la misma escuela, por ser muchas veces ella, el origen de las desigualdades.

De este modo, la estética cotidiana nos desafía a un permanente repensar la escuela en vistas a generar experiencias, conocimientos y saberes sentidos, contextuales y comunitarios. Una escuela no es el centro del saber, lo sabemos. Sin embargo ella pude ser un centro significativo de cómo se conoce, cómo se aprende y para qué. Si en ello, la experiencia del encuentro, del gustar, del saborear, olfatear, palpar, abrazar, mirar, observar o contemplar; en definitiva, que sean los sentidos que descubran sentidos. La estética cotidiana es el recuerdo permanente a la ética, pues el sentido que atraviesa todo lo que es, lo está por un aterrizado estar. Todo espíritu, no olvida que también es cuerpo. Ética y estética cotidiana son una propuesta de encontrarnos, en nuestros contextos, desde nuestros cuerpos, para escucharnos y para ver entre todos, cómo mejoramos la vida.

La estética cotidiana además, nos confiere dos ideas importantes respecto de nuestros sentidos y un sentido de tiempo. Sentir una emoción es mirar nuestra cotidianidad, nuestro facticidad o la facticidad de la emoción. La consecuencia de ello, al menos dos: el transformar nuestra cotidianidad y el transportar (portar la emoción) para trascender del mundo fáctico. Es el tiempo de un encuentro entre el sentir, como si lo vivido, se vuelca a un por vivir que está estremeciendo nuestro mundo interior y nos desafía; es al mismo tiempo mirar lo que portamos en el interior, para transformar lo que vivimos. Todo espíritu, no olvida que también es cuerpo.

La estética cotidiana mira la vida desde su condición prosaica, es decir, aquello que vivimos y contamos todos los días. Pero, al hablar de prosaica, nos referimos a aquellas acciones que confieren una sensibilidad distinta de lo ordinario o rutinario. En este sentido, J. Dewey, M. Bajtin o K. Mandoki, nos explican que prosaico dice relación con la prosa del mundo.

Pero, al hablar de prosaica, nos referimos a aquellas acciones que confieren una sensibilidad distinta de lo ordinario o rutinario. Lo prosaico dice relación con la prosa del mundo. Pero ella, no es su gramática o estructura de composición (lo que hay que transformar), sino en cómo esta se forma y configura, para cautivar o juzgar (el sentir que portamos).

La estética cotidiana propone mirar una y otra vez las formas cotidianas que constituyen nuestras escuelas o espacios educativos. Mucho se ha hablado de las diferencias de una educación en la virtualidad y de modo presencial, sin embargo, los énfasis están en los contenidos curriculares. La forma de aprender no cambia: niños y niñas sentados esperando lo que al otro lado de la pantalla se diga, se instruya, se pregunte o responda. ¿Alguna diferencia sustantiva hasta ahora? Tal vez, los espacios, la distancia, los modos de relación, las miradas o estas nuevas formas de conversar. Pero, ¿qué resta del mundo emocional, de nuestros espacios sensibles por los que miramos nuestra vida?; ¿En qué estriba la insistencia de volver a la escuela? ¿Los contenidos en la vigilancia cercana y presencial?; ¿Validar la institucionalidad porque de otro modo no es posible?; ¿La cuestión económica? O ¿volver a encontrarnos a sabernos los unos de los otros, para no olvidar que naturalmente somos próximos y no distancia? Así es: próximos y no distancia es el primer y último sentido de estar en una escuela o universidad.

Necesitamos resignificar nuestros espacios cotidianos. No da lo mismo leer a solas. No da lo mismo que un educador o educadora, le pida a sus estudiantes seguir alimentando la lectura sin reconocer que cada texto puede nutrirse de distintos contextos y experiencias? No da lo mismo volver a una escuela, que solo reconoce los espacios educativos o de enseñanza el pupitre del estudiante, en el que pasa casi 10 horas al día. No da los mismo volver a la escuela, si no aprendemos a convivir con el medio ambiente, con la naturaleza y el paisaje.

No da lo mismo volver a lo mismo; a la competitividad de las notas, de las clasificaciones promociones o graduaciones, propias de la competitividad; de la ilusión de estar viviendo sin conocer y hacer lo que se desconoce. Hay en esto cuestiones, tanto éticas, como estéticas, que hablan de nuestro cotidiano.

La estética cotidiana, nos abre a la sensibilidad que propone compresiones distintas de ordinario vivir uno mismo, con los demás, con la naturaleza, pues nos ubicamos más allá de una experiencia simple de conocimiento, sino en la profundidad del pensar y sentir, para remecer nuestra vida, para hacerla en sus horas y en su devenir. No da lo mismo hablar de diálogo o insistir en el encuentro, cuando las condiciones por las que se habla no mejoran o no se transforman. La realidad supera a las ideas. Una escuela sin diálogo, sin proyectos de transformación cae en su propio descrédito, pues no se encuentra. Como diría el filósofo Byung-Chul Hang dialogar, para salir del enjambre y reconocer que nuestra humanidad tiene rostros e identidades. Rostros e identidades por las que nos miramos, nos sentimos, nos volvemos próximos en nuestras diferencias.

Una ética y estética cotidiana, no son un llamado a los buenos principios, a la cortesía o amabilidad, para dejar las cosas como están. Una escuela, como una conversación o diálogo que no es contextual y que no sugiere transformaciones, se vuelve vacía o falaz y cae en su propio descrédito. La estética cotidiana, no sólo es para la ética, una cuestión del sentido o búsqueda del ser. Ella es sobre todo una condición de reconocimiento de un estar. No es sólo el lenguaje desde la urdimbre de conceptos o ideas, sino el tejido que despiertan nuestros cuerpos. Se trata de volvernos sensibles a nuestra vida, a la de cada uno y una. Entonces, se hace entonces necesaria la pregunta por nuestra educación: ¿Qué hace y dice nuestra educación o mejor aún: qué dicen nuestras propias formas de educar para transformar los que nos separa, lo que nos vuelve ajenos entre unos y otros? Hay un quehacer que debe ponerse en cuestión, pues nos afecta y en definitiva, nos provoca la rigidez del cumplimiento sin principios, sin identidad y sin rostro. No sólo es lo bueno de la justicia o de la fraternidad, sino también en lo bello de lo bueno, de lo justo, de lo fraterno. La belleza de nuestras acciones, para sensibilizar, volvernos sensibles, sobre eso que necesitamos transformar. Porque somos próximos y no distancia.

En este sentido ético estético, se nos propone mirar nuestras escuelas desde una estética cotidiana. En un pragmatismo crítico desde John Dewey, miramos la experiencia ética y estética desde sus materiales más primitivos, como son nuestras acciones, para abrir el conocimiento, no desde la desde la logicidad de los discursos, sino desde la convergencia de los cuerpos. El diálogo como práctica ética estética: Conversar, discutir, dialogar, reflexionar y transformar, no sólo enseña a argumentar o confrontar, sino a sentir o a sentir -nos. Nos enseña a transportar transformar, lo que vivimos. Porque somos próximos y no distancia.

La convergencia de los cuerpos, nos hablan de aquellas estrategias que reconocen en cada uno, en cada una, la belleza de la fraternidad; es bello mirarse, es bello hablarse mirándose a los ojos, es bello tomar tu mano, es bello decir, que puedes aprender sin una nota o testimonio cualificador, porque es bello decir que aprendes para tu liberación, para tu libertad, para construir una sociedad de próximos y no de ajenos.

En fin, para que una ética tenga sentido, habrá que aprender de nuestros sentidos, para que esta sea o nos anuncie su belleza. Aprender de nuestros sentidos, de nuestros cuerpos; No está de más recordar e insistir en la importancia del cuerpo, como la exclusiva forma de abrirse el ser humano al conocimiento, al saber, al enseñar y proyectar. Cuerpo, para acercarse a la materialidad del mundo; Cuerpo, para saber sus dimensiones, pulsaciones y ritmos; Cuerpo, para profundizar nuestra relación con los otros, con el medio, con la tierra; cuerpo y tacto en definitiva, para trasportar y transformar el conocimiento en saber y el saber en formas de vida, en aquello que llamamos ética o moral. Porque somos próximos y no distancia.

Dr. Nelson Rodríguez Arratia.

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